3 de septiembre de 2009

Los callejones Palmenses

Por Carlos Platero Fernández



Entre otras acepciones del idioma, si calleja y callejuela son diminutivo de calle, -del latín "callis", senda, cañada; vía entre edificios o solares en una población- al aumentativo de calleja se le dice callejón que es el lugar o paso, por lo común estrecho y largo, a veces angosto y sinuoso, a modo de calle, con sendas paredes a los lados, o hileras de casas, o solares, o deslizándose simplemente entre elevaciones del terreno.

Y, por lo general, sobre todo en Andalucía y Cuba al igual que en Canarias, se le llama así también a la calle corta aunque a veces no sea precisamente estrecha.

Con respecto a los típicos y entrañables callejones existentes en el nomenclátor o callejero de Las Palmas de Gran Canaria, se dice que fue por el siglo XVII poco más o menos cuando con un movimiento o ligera tendencia demográfica de expansión de la población, al principio fuera de las murallas defensivas de la parte norte y con focos localizados en los riscos o faldas de las montañas que cerraban el perímetro de la ciudad por el oeste, comenzaron a poblarse deforma paulatina las numerosas cuevas naturales por allí existentes y de nuevo adecentadas para viviendas o en humildes chozas de madera, piedras y barro con gentes por lo común marineras y menestrales o de servidumbre; creándose así los barrios de San José, San Juan, San Roque, San Nicolás, San Francisco, San Lázaro y San Antonio, en algún caso al amparo o en derredor de las respectivas ermitas de la advocación de los citados santos y en otro del añoso e historiado convento franciscano.

Por mucho tiempo considerados arrabales marginales de la ciudad, al igual que ocurrió en El Pambaso y La Matula junto al Guiniguada, por el norte con las Cuevas de Mata y del Provecho y por el sur, más allá de la muralla y Portadilla de Los Reyes con Las Tenerías y el barrio marinero por excelencia de San Cristóbal. No obstante, las callejas, callejones y travesías de las cada vez más populosas barriadas de los riscos y de las afueras de la ciudad amurallada casi nunca fueron reflejados en los documentos de la época.

En un manuscrito anónimo de mediados del siglo XIX se informó que la ciudad de Las Palmas, además de contar con cuarenta y tres calles repartidas entre los barrios históricos por antonomasia de Vegueta y Triana, tenía diez y nueve callejones en el uno y doce en el otro, escalonados por los riscos y laderas montañosas, oficialmente innominados, conocidos sin embargo entre sus moradores más bien y exclusivamente por el nombre de algún vecino notable vivo o difunto, por alguna profesión u oficio gremial y otras distintas características aceptadas y acomodadas al uso por el pueblo en sí. Famosos fueron, entre otros el de la Barranquera Alta, por San José, el de Las Cruces, en San Juan, el conocido como Pasaje del Molino, de San Roque, el de La Matula, el de El Pambaso, el Callejón del Burro, de San Nicolás... A los que a finales del siglo XIX se vinieron a sumar los de San Lázaro, San Antonio, alguno de Los Arenales, los de Guanarteme y La Isleta. Luego llegaron los modernismos, las nuevas normas de rotulaciones de las vías urbanas de Las Palmas y, por alguna razón y sin mucha imaginativa, se estuvieron aplicando como si fueran un tanto a boleo nombres tomados sin más de algún diccionario manual o, ya más sensibilizada la autoridad competente,nombres del folclore canario, de danzas e instrumentos musicales, de peces, de animales terrestres y de aves, de flora diversa, de signos del zodíaco, etc. Típicos callejones por donde hasta no hace mucho tiempo, además del discurrir continuo de ancianos, jóvenes y niños, perros, gatos, gallinas, asnos, cabras, etc., descendían de mañanita, un día sí y otro también los clásicos cabreros con su ganado lechero pregonado por el alegre tintinear de las esquilas y que vendía de puerta a puerta la recién ordeñada leche de cabra en los "cacharros" o "medidas".

Fuentes de inspiración para diversos artistas, poetas y rapsodas, escritores costumbristas excepcionales cuales los hermanos Millares Cubas, "Pancho Guerra", Pepe Castellano en su papel de Pepe Monagas y Victor Doreste, folcloristas como Sebastián Jiménez Sánchez, Juan del Río Ayala y Néstor Alamo y cronistas cuales Luis García de Vegueta o Martín Moreno... Venero asimismo y musa de pintores como Jorge Oramas, Colacho Massieu, Felo Monzón, Santiago Santana, Cirilo Suarez, el recordado acuarelista Comas Quesada y el veterano y activo Vinicio Marcos Trujillo.

Los motivos de estos callejones singulares que los pintores canarios han recreado plenos de colorido en luminosos óleos y bellas acuarelas suelen ser recogidos, sugerentes y solitarios rincones de callejas laverínticas que se entrecruzan a distintos niveles, a veces adornados de piteras y tuneras por entre las que corretean y hurgan diversos animales domésticos y, en otras ocasiones con empinados accesos de polvoriento piso de tierra apisonada que se enfanga con las lluvias y regadas, mal que bien empedrados, con toscos escalones de cemento más que de cantería de trecho en trecho y que casi siempre terminan en pequeñas explanadas con grupos de casas por lo general terreras orientadas hacia el este, mirando al mar y con la ciudad en sí a sus plantas.

Sitios apacibles y evocadores, tanto de la vida que ya pasó como de la actualidad que allí parece discurrir sin grandes altibajos, sin prisas ni agobios.

Fue el ya citado pintor Vinicio Marcos el que describió lo que hace algún tiempo ha estado pintando, como "ladera abierta del barrio ocupada por espaciadas casas y chiqueros de cabras o cerdos que ofrecían una estampa campesina llena de estridencias y rumores. El callejón de la iglesia cercana disponía de un pilar público donde gran parte de la vecindad discutía con frecuente algarabía y golpeo de cacharros su lugar en la fila. Gozosa impresión de la ladera en los días festivos o mañanas de domingo, donde ningún sonido era más alegre que las campanas del templo". Añadiendo el artista que el callejón viene a ser para el urbanismo moderno algo así como un garabato para la caligrafía, un guiño que hace la historia al presente de las poblaciones.

Los callejones son enigma para quien le es ajeno y poesía y añoranza comprimida para quienes en ellos han vivido.

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