28 de noviembre de 2008

De Celtas y comics

por Carlos Platero Fernández.

_Papá, ¿Quiénes fueron los címricos?...
Esta un tanto sorprendente pregunta que por teléfono y desde su domicilio de La Laguna tinerfeña me hizo Margot, motivó el presente comentario al despertar o reavivar en mí esa sempiterna y como en vigilia constante, a veces íntima necesidad de contestar, bien sea oralmente o por escrito al interrogante surgido. Es decir; encender en mí de alguna manera la llama de la curiosidad por algo determinado y ya al instante pretender apagarla buscando los datos precisos, bien sea en la memoria o en mi bien surtida biblioteca y si preciso fuese en las bibliotecas públicas locales para reunir el material preciso, aderezarlo y sentarme a escribir, que ello solo ya representa un gran disfrute.En definitiva es un poco como practicar el juego intelectual de tirar de un hilito que asoma por cualquier sitio y, pretendiendo saber de que es, tirando, halando descubrir el misterio, hacer un ovillo o madeja, componer una historia, escribir un comentario, hacer un reportaje, conseguir así una narración más o menos larga.
Pero, sin divagar más, que bien se observa con lo escrito que me va la marcha de lo del ovillo, de enrollarme, como se suele decir, vayamos al tema, por demás interesante.

LOS CELTAS.
A pesar de ser los celtas muy probablemente mis ancestrales antepasados siendo yo nativo de Galicia, la verdad es que en mis infancia y adolescencia ni supe de ellos ni me preocupó la cosa en demasía cuando alguien o algo me informaron muy por encima al respecto.
Y es que, en los años inmediatamente siguientes a la fratricida y sangrante guerra civil española apenas supe yo algo del celtismo surgido a finales del siglo pasado y principios del presente, leña de combustión muy adecuada para el regionalismo o galleguismo, que no independentismo aflorado con auge en tiempos de la Segunda República pero proscrito en el siguiente régimen franquista.
En mi Coruña natal se me habló algo de la fundación legendaria de la ciudad, de la mítica torre de Hércules aunque se dijera más de los fenicios como sus constructores, del castro de Elviña todavía sin explorar, de los Castros, topónimo precisamente del barrio ciudadano en donde viví mis primeros años...
En Chaín, aldeíta perdida por el interior de la región, cabe el río ulla muchas veces correteé por los castros de la Roda, de Colmedo, de Campos y otros muchos de la toponimia aldeana. Y oí hablar de unos raros monumentos pétreos cuales el dòlmen de lo alto del monte Bocelo que vine a conocer años más tarde. Y escuché caminando entre frondosos pinares o robledales los cuentos de la abuela Concepción acerca de mujeres que transportaban enormes rocas en la cabeza al tiempo que "batían o leite dunha ola", de la aparición de misteriosas gallinas seguidas de "unha rolada de pitos" en el tenebroso pinar de Parafita, sitio de "meigas" y fantasmas por excelencia. Y jugué a escondites y salté sobre ellas con los demás niños cuando en los montes cercanos encontrábamos entre tojos muchas de las mámoas profanadas, sin saber, naturalmente, que eran enterramientos ancestrales celtas. Y mientras estuvimos por aquellas tierras del Ulla que fue tanto, como mínimo, como la duración de la guerra pude contemplar diariamente en el horizonte montañoso del contorno los picos del Bocelo, de Coba da Serpe para Lugo, del pico del Sol o Marcelín que marcaba perfectamente las doce del mediodía, del pico Sacro, de Brántega, etc.
En las altas y frías tierras de Curtis, en donde residimos algún tiempo, no recuerdo yo que hubiese por allí huellas palpables del celtismo pero sí las conocí cuando al compás de los destinos profesionales de "pater familiae" pasamos a vivir durante varios años en la hermosa y riente villa marinera de Santa Eugenia de Riveira y residiendo, precisamente en el lugar de La Mámoa, que, por cierto nadie supo darme razón exacta allí del porqué del topónimo, aunque si me enseñaron alguna vez unos próximos determinados amontonamientos de enormes piedras, monumentos megalíticos sin duda pero que en aquella época de mi adolescencia, por lo demás fantasiosa, no lograron despertar mi interés.
Naturalmente, en los libros escolares, en los textos colegiales ni se mencionaba a los celtas. Y, en todo caso, cuando los estudios eran algo avanzados, solo se indicaba que un grupo denominado celta vivió por la cornisa cantábrico-astúrico-galaica.Yo entonces solo conocía de nombre y eso porque coleccionaba los cromos "Esfera" y similares al Real Club Celta de Vigo, el de las camisetas de sus jugadores de color azul claro con la cruz de Santiago bordada en rojo detrás de un heráldico escudo como insignia. Bueno, cuando me metí en la larga, larguísima aventura del vicio de fumar, fumé muchos cigarrillos de tabaco negro de hebra liados en papel anaranjado, que denominábamos "celtas".
Siendo uno de los muchos miles de gallegos transterrados más que inmigrados o emigrados, salí muy joven de Galicia, sin haber cumplido todavía los dieciséis años, mucho más aficionado a la lectura de novelas, cuentos y tebeos que a los estudios, permanecí internado en una Escuela de Aviación en León por dos largos años, con una constante morriña que se atenuaba en los períodos vacacionales veraniegos y de Navidades.
fue ya fuera de Galicia cuando empecé a interesarme por su historia, que desconocía completamente. Y supe algo más, bastante más de Galicia y su interesante pasado histórico. En un viejo y maltratado tomo con un compendio de Historia de España y que alguien que no recuerdo pero que debió de ser algún condiscípulo me regaló, que aún conservo con abundantes anotaciones de mi puño y letra y algunos dibujos a tinta, muy malos, en los márgenes de muchas de sus páginas. Como le faltan las primeras y las últimas páginas nunca he podido saber quien fue su autor ni donde ni cuando se editó, aunque mi hermano mayor Alberto, que lo anduvo manejando en su época estudiantil supuso su edición de l año 1905 o 1906, lo que se colige por algunas de las muchas notas a pie de página que amplían el texto, pero ni él mismo se aventuró a tratar de identificar al autor, y el libro es muy interesante, la verdad.En él leí bastante más acerca de los celtas en Galicia.
Después, estando ya en Canarias, al principio a través de los historiadores clásicos castellanos que, realmente poco parecían interesarse por Galicia y sus ancestros, su prehistoria y su historia, que, como reino independiente en los albores de la edad Media la tuvo y muy interesante. Más tarde, profundicé en los estudios célticos, con creciente entusiasmo.
Conmigo ha ocurrido lo que con otros muchos gallegos; que comenzamos a querer de verdad a Galicia y deseamos conocerla mucho más y mejor, cuando ya estamos fuera de ella. Y, en mi caso la vine a conocer físicamente también cuando en sucesivos períodos vacacionales, primero aún soltero y luego, ya casado y con hijos, disponiendo de vehículo propio. Y recorrí la región una y otra vez, de norte a sur y de este a oeste y viceversa, buscando unas veces la Galicia marítima, la marinera, la de las costas del amplio litoral que transcurre entre apreciables rías y hermosas, dilatadas o recónditas playas o farallones, altos acantilados y mortales espolones rocosos sobre los que brillan providencialmente los haces luminosos de los faros en noches de galerna o vendaval. En otras ocasiones recorrí, recorrimos en raudos o pausados viajes el interior del país, el de las montañas de cumbres redondeadas o escarpadas, de los hondos y extensos valles verdes y feraces, de los montes y bosques frondosos y de los numerosos ríos y riachuelos serpenteantes... Paisajes muchas veces con huellas perceptibles de un pasado indudablemente celta. También, como no, la Galicia monumental, de los castros convertidos en ocasiones en santuarios o cementerios rurales, de las pequeñas ermitas góticas y románicas, de los castillos y fortalezas medievales, de las catedrales, iglesias y oratorios pétreos, de los cruceros musgosos y de los pazos rurales señoriales...Y, siempre, destacando acá y acullá los restos innegables de la cultura céltica.
Y, como no podía ser menos, comencé a interesarme de verdad en el celtismo. De alguna forma cayó en mis manos una Historia de Galicia de Vicente Risco. Luego, en forma esporádica pero constante fui leyendo lo que mis hermanos iban reuniendo sobre el tema en la biblioteca familiar de Chaín, en donde mis padres ya se habían radicado.Y leí con fruición al sesudo Murguía, marido por cierto de mi siempre admirada Rosalía Castro; al fantasioso pero documentado Vicetto; a los sabios galleguistas que escribieron "Terra de Melide"; a Otero Pedrayo...
También comencé a leer algo sobre los celtas galos, los de la península Armórica bretona, los que se enfrentaron a Julio Cesar, leyendo para ello su "Comentario a la guerra de las Galias" o como se diga, etc., etc. Y un libro muy curioso de la biblioteca paterna, del decimonónico Eugenio Sué sobre una historia de veinte siglos, los hijos del pueblo o algo parecido, en uno de cuyos episodios de los primeros se hablaba en extenso del mundo galo o céltico y de los druidas, del múerdago, de la segur de oro, del roble sagrado, etc.
Todo lo que motivó que en mi mente fuese tomando cuerpo la idea de escribir algo sobre los celtas de Galicia.
En uno de los periódicos período vacacional, estando en Chaín, en una veraniega tarde, yo solo, con la vieja carabina del 22 al hombro y amartillada por si aparecía algo digno de ser cazado me acerqué hasta los pinares de la Zarra Nova, ascendiendo hasta lo alto del castro de A Roda que una vez más recorrí caminando entre tojos, helechos, zarzas y demás hierbajos y pinos nuevos, deseando encontrar algún resto arqueológico como, por ejemplo, trozos de cerámica o coladas de hierro fundido que mis hermanos Alberto y Fernando habían topado allí tiempo atrás. Y que por cierto, en más de una ocasión, en otros recintos castreños del contorno encontramos otras veces, como aquella en que los cuatro hermanos varones exploramos el castro de Serantes y Alberto encontró delante de nuestras narices una perfecta "fusaola" celta, que es como un disco de piedra, pequeñito, agujereado en el centro que se usaba, se supone, para colgar las telas que se estuviesen tejiendo.
Aquella tarde que digo, bajé del castro a La Esparela, un muy ameno y pequeño frondoso bosque en el que se mezclan los ancestrales robles con alcornoques, pinos, castaños y eucaliptos y crecen profusos los helechos y los tojos. En un pequeño y tapizado calvero me senté, más bien me recosté sobre algunas musgosas piedras que por alguna parte rezumaban agua y, fumando espaciado, dejé vagar la imaginación como uso y costumbre. La hora de la tarde era serena y apacible y el paisaje, también lleno de paz, impresionante en su sencillez. Extensas "leiras", agros de siembra delimitados por muros bajos de piedra o estacadas de madera, prados, pequeños bosques, el curso del río serpenteante marcado por los abedules y los sauces, oteros recubiertos de enmarañada fronda, aldeitas diseminadas, perdidas entre la vegetación y montes agrestes y montañas de siluetas redondeadas que se difuminaban en la lejanía con vahos caliginosos...
Yo pensaba que sin duda así había sido, que apenas había variado con los siglos el mundo localizado allí mismo, el de los autóctonos antepasados aborígenes, el de los oestrimnios y el de los celtas de las cien tribus y gentilidades que viniendo del este y del norte en sucesivas oleadas allí se establecieran y allí vivieran en épocas, unas veces tranquilas, en las que aquellos seres prehistóricos se dedicaban esencialmente a las labores agrícolas y pastoriles de subsistencia y otras recorriendo el país en cuadrillas asoladoras, peleando unas veces entre sí y otras contra quienes intentaban sojuzgarlos, cuando no exterminarlos.
Posiblemente llegué a ver allí en mi imaginación a hombres feroces y guerreros o cazadores, a mujeres de albas vestiduras en faenas agrícolas, a niños pastores alborotadores y a ancianos parsimoniosos que acudían a La Esparela a adorar un "nemeton" o monumento a sus dioses alzado en la encrucijada de caminos...Druidas de luengas barbas y sacerdotisas viejas y sabias que recogían el muérdago sagrado en los seculares robles para adornar con ellos las procesiones de los cantos rituales en las claras noches lunares... Y entre todo aquel conglomerado de personajes destacaba uno que era el héroe local al que veneraban, al que adoraban representado en alguna espada, algún hacha u otro cualquier tipo de arma o en un martillo de herrero...
Creo que fue allí donde surgió en mi mente la idea de escribir algo de todo aquello que estaba visionando en la tarde tranquila veraniega, cabe el castro de A Roda.
Estando ya de nuevo en Canarias, sin olvidar del todo aquella íntima decisión o inicial proyecto, pedí a mi hermano Alberto me facilitase más información acerca del mundo celta en Galicia y él me remitió en cuanto pudo la obra de Florentino López Cuevillas "La civilización céltica en Galicia, que leí, recuerdo que estando en cama con una buena gripe, con verdadera fruición una y otra vez, impresionado por lo que iba descubriendo. Y compuse de un tirón el borrador o esqueleto de lo que iba a ser "Un episodio de los tiempos celtas", novela corta que luego de compuesta fue publicada aquí en Canarias aunque mayoritariamente vendida su reducida edición en Galicia y que, al ser conocida allí supuso el que en algún momento se me clasificase como un escritor que pretendía de alguna manera hacer resurgir una literatura gallega celtizante como así se dejó constancia en algún comentario al respecto aparecido tiempo después en la Gran Enciclopedia Gallega al hablar del celtismo en Galicia.
Me parece que, en realidad, al escribir "Un episodio de los tiempos celtas" yo tenía el proyecto de seguir el ciclo iniciado, con otras novelas, novelas cortas o cuentos que se fuesen escalonando en el transcurso de la por demás interesante historia de Galicia. Y, por cierto, ahí están como muestra de mi por aquel entonces enxebre propósito el borrador manuscrito de "La torre del odio" de tema desarrollado en el siglo XIII y el esbozado de "Las Fervenzas" del siglo XV y los amplios reportajes o artículos ya publicados de "Las guerras hirmandiñas" y "La batalla de Porto de Bois". Pero, de momento, parece que me haya estancado en tal aún no bien madurado proyecto, a lo que se ve y que voy arrinconando, como otros de parecida índole, "para cuando me jubile"...
Con posterioridad, hace ya bastantes años, escribí dos amplios reportajes para la revista "Aturuxo" de la Casa de Galicia que por entonces dirigía yo y en los que procuré volcar todos los conocimientos adquiridos por mí acerca de la cultura céltica en Galicia. Y, ya no he vuelto a escribir más sobre el tema, aunque el tema siga interesándome. Igual que me sigue fascinando la idea, cada vez más firme, de que, antes de los celtas, antes de sus antecesores los oestrimnios o ligures, antes aún que los egipcios, los asirios y los babilónicos hubo por el Occidente, acaso en tierras del Atlántico hoy anegadas, una civilización importantísima, cuyos restos ostensibles serían las pirámides egipcias, el círculo pétreo de Carnac, los menhires de Stonehenge. Y es que, entre otros muchos libros de enigmáticas noticias, hay uno galés, muy curioso, el de los "Mabinogioon" en el que se habla de unos ogros y gigantes, en especial de uno conocido por Bendiget Vran.En fin...

Los címricos y el galés.
Para disertas, para informar de lo no mucho que yo he leído acerca de los címricos, conveniente resultará el anotar previamente aquí algunas consideraciones al respecto, tipo enciclopédico, como las siguientes:
Los celtas eran un conjunto de pueblos de igual civilización que ocuparon una buena parte de la antigua Europa y cuyo elemento más conocido estaba constituido por los galos, en territorios de la Galia, la primitiva Francia.
El gentilicio de celtas se dice que proviene de una tribu de sangre real que impuso su predominio en un momento histórico dado. En realidad, los celtas no tenían una verdadera unidad étnica, sino una unidad de civilización como dijeron algunos estudiosos del tema. Entre otros atributos se les reconocía por el aspecto que daban, por ejemplo, a sus cabellos que teñían o descoloraban a voluntad con una especie de jabón, por sus numerosos tatuajes, sus ropajes peculiares y, desde luego por sus lenguas parecidas entre sí y emparentadas en un grupo lingüístico italo-celta. Pero no existía una pertenencia rigurosa a determinado grupo étnico.
Por ejemplo, el grupo de los denominados belgas que es el que aquí y ahora va a interesar conocer, decía ser, pertenecer a un pueblo germánico aunque formaba parte integrante con los galos.
Se supone que allá por los 10.000 años a. de C., en plena Edad del Hielo, las tierras de lo que hoy conocemos como Islas Británicas emergieron de las aguas y se deshelaron, siendo unos 4.000 años después cuando convertidas en islas debido al ascenso progresivo del nivel del mar, se conformaron como tales separándose del continente. Los más primitivos habitantes de Inglaterra, los considerados realmente como autóctonos y que serían los recolectores de lapas y ya conocedores del fuego y que llegaron a la gran isla alrededor de los 3.000 años a. de C., aparte de cualquier otra raza tan solo sospechada actualmente, fueron dominados por el grupo llamado goidelo por los historiadores, lingüísticamente diferenciado, que se supone llegó a las islas Británicas procedente del cercano continente y, más exactamente de cerca de la desembocadura del Rhin, en el II milenio a. de C. y que, según comúnmente se cree, fue el que introdujo la civilización o cultura de los túmulos redondos, los "round borrows" de los eruditos, con tumbas y vasijas de barro muy características, los vasos campaniformes, y que allá por el año de 1.750 anterior a la Era cristiana posiblemente erigieron lo que todavía hoy se conserva como un enigma megalitico de los menhires que conforman Stonehenge. Por cierto que, actualmente se sabe que en aquellos tiempos ya los fenicios que anduvieran por las costas portuguesas y gallegas llegaran a comerciar con las tribus ribereñas del noroeste de Inglaterra, en demanda del estaño de las fabulosas islas Casitérides.
Y, aproximadamente allá por el año 1.000 a. de C. algunas tribus de la gentilidad celta conocida como de los britanos, en su momento principal de expansión invadieron y en el transcurso de unos siete siglos dominaron por completo a Gran Bretaña, pasando luego alrededor del año 300 a. de C. a Irlanda.Es decir, que, desembarcados después de los goidelos, de los pictos y los escotos y finalmente los bretones, los belgas contribuyeron a su vez a la celtización de las Islas Británicas. Y en aquel momento histórico fue cuando hicieron su aparición, entre aquellos belgas, los cimris o kimris, que tal era el gentilicio de unos pueblos que habitaran en principio al norte de lo que luego fueron Francia y Bélgica, lugares que abandonaron para, cruzando el Canal de la Mancha establecerse en el País de Gales. Después de la invasión, Gales, que en inglés es Wales, de walas o wealas, es decir, "extranjeros" y en galés, precisamente "Cymru", quedó para siempre como el centro étnico de aquella raza aunque, valgan verdades, más tarde el tipo se modificó por cruzamientos con ingleses e irlandeses. A mayor abundancia en la información, según informó uno de los primeros historiadores ingleses, que escribía por el siglo XII, cuando la invasión de la tribu belga, "a Cambro (hijo del conquistador troyano Bruto) le tocó el país que se extiende más allá del río Severn llamado ahora Gales y que por mucho tiempo se conoció como Cambria, del nombre de su soberano; todavía hoy se llama Cambroes a los galeses en lengua británica."
Debo de aclarar aquí que tanto por la semejanza de sus caracteres físicos como por lo parecido del gentilicio cimri con el de cimbri o los cimbros ha sido causa de que en numerosas ocasiones se les haya confundido a unos con otros. Y, en realidad, los cimbros, del latín "cimber" o "cimbri" fueron un pueblo, también celta, que habitó en la Jutlandia septentrional y que se hizo famoso al mediar el siglo VII en Roma surgiendo casi de improviso unidos a los teutones en lo que hoy se conoce como Estiria, lugar en el que derrotaron a todo un ejército de legionarios romanos que se les enfrentó, y del que no quisieron coger ningún botín, que arrojaron a un cercano río, por haberse así comprometido con un ritual juramento.
Vale el indicar ahora que, al conjunto de los pueblos que ocuparon la isla Británica los romanos los llamaron precisamente britanniae a causa de que sus individuos tenían la costumbre ancestral o atávica de pintarse el cuerpo y así, los llamaron "britani", del celta "brith", pintado.
En sus costumbres, los britones o galeses conservaban una casta sacerdotal análoga a la de los druidas que dominaba al pueblo junto con reyes y jefes. Conocían la ganadería, la caza, la minería, el cultivo de cereales y el comercio de cambio. El cristianismo se introdujo entre ellos a finales del siglo II, por lo que el druida cedió su sitio al bardo; aunque al principio el cristianismo dificultades, acabó por instalarse definitivamente en aquel mundo céltico, si bien, durante mucho tiempo, por ejemplo el abad, convertido en jefe de un clan monástico, era muchas veces reclutado en el mismo clan o familia que su predecesor y se le otorgaba una autoridad considerable, mayor que la de un obispo. Los monasterios se construían con tablas siguiendo así la técnica céltica; y la tonsura de los monjes era en forma de media luna, igual que la druídica. Eran los monjes eruditos que copiaban admirables manuscritos del címrico al latín y, sobre todo, apóstoles activos y viajeros entre los que destacaron San Brandán, precisamente el San Borondón de las leyendas fabulosas y piadosas canarias, San Columbano y San Avito, aquél que dijo misa en la cueva de Santa Agueda, por Arquineguín, en la Gran Canaria prehispánica. Monjes y abades que hicieron fundaciones monásticas convertidas al poco tiempo en faros del cristianismo más ferviente.
Pero, volviendo al devenir cronológico de la historia, fue entre los años 55 y 54 a. de C. cuando se sucedieron las primera y segunda campañas de Julio César en Britania aunque fue en realidad ya en la era cristiana, por el año 43 cuando se intentó nuevamente la conquista romana de la isla, que se vino a culminar en el 84 con la derrota de los caledonios en el Monte Groupo o algo parecido; aunque, allá por el año 122 se hubo de construir la luego famosa Muralla de Adriano y en el 142 la de Antonino en la parte sur de las tierras escocesas para contener a los indígenas pictos, supuestos descendientes de los celtas que no aceptaron la dominación romana y atacaban una y otra vez desde el norte.
Pero, incidiendo en la información de los cimris o kimbris como también se les llamó, se dice que constituyeron un pueblo relacionado, según algunos historiadores, con los germanos y según otros, la mayoría, con los celtas, llegando a afirmarse que eran de la misma raza de los gaels, que en sus emigraciones más occidentales llegaran hasta la Galia y muchos de ellos pasaran en frágiles barcos el Canal de La mancha, de manera que hubo población cimrica, no solo en las costas occidentales de la antigua Francia por bretaña, sino también en las surorientales de la Gran Bretaña de entonces y a lo que parece la toponimia de una parte de la isla parece indicar un indudable parentesco existente entre las tribus de uno y otro lado del canal. Y, según diversos investigadores, eran también de tal gentilidad los que vivían junto a la desembocadura del ya indicado río Savern, los pictos del nordeste de Escocia y los habitrantes del este de la antigua Hibernia.
Ya dominadas y posteriormente cristianizadas las islas, a principios del siglo V las legiones romanas abandonaron Britania y durante los siguientes cincuenta años reinó la anarquía más absoluta entre sus pobladores, hasta que, al fin, el jefe de una de las tribus britanas llamado Vartigern hubo de pedir ayuda a los jutos, tribu normanda de Jutlandia, cuyos componentes desembarcaron pronto por Kent. Luego, en el año 477 llegaron los sajones que desembarcaron por Sussex y en el 540 los anglos, también normandos, que desembarcaron a su vez por la Anglia Oriental.
Al sucederse las invasiones anglosajonas los cimris se refugiaron en las montañas galesas, donde se mezclaron con sus hermanos de raza y mantuvieron por mucho tiempo su independencia frente a los conquistadores germanos.
Hasta finales del siglo VIII se sucedieron los reinos feudales y la iglesia católica logró consolidarse en la gran isla que, al mismo tiempo y a partir del año 787 sufrió una y otra vez los asoladores ataques de los feroces vikingos.
El país de Gales entonces se encontraba dividido en varios estados, algunos de ellos fronterizos de los anglosajones y en continua guerra con ellos, peleando también muchas veces entre sí lo que los debilitaba ante sus enemigos.
Algunas de las escasas noticias que se tienen de tan calamitosos tiempos están contenidas en los dos únicos libros que hoy se conocen de aquella confusa pero movida etapa de la historia inglesa, escritos primero en lengua británica y luego en latín y fueron los titulados "Excidio Britanoiae" de Gildas, compuesto por el año 550 y la "Historia Eclesiástica de la nación inglesa", de Beda, el Venerable, en el año 731.
A mediados del siglo XI un ejército inglés invadió el hasta entonces indómito país de Gales, tratando de imponer la soberanía de Guillermo el Conquistador, lo que por entonces no se consiguió, hasta llegar al año 1284 en que se completó la conquista del territorio y se logró su incorporación a la corona inglesa; aunque el espíritu nacionalista de la raza de ancestro címrico continuara siendo alimentada por los bardos y las tradiciones, surgiendo de cuando en cuando cruentas insurrecciones castigadas y sofocadas muy duramente, aunque, por fin Gales en 1536 fue incorporado a Inglaterra recibiendo sus habitantes todos los derechos y privilegios de los ingleses.
Debo de añadir a estas notas que en los últimos años del presente siglo ha surgido en Inglaterra un importante movimiento nacionalista galés, en forma de cultivo de las antiguas lengua y literatura címrica, el dialecto adormecido pero no extinguido, lengua autóctona del País de Gales, de claro origen céltico y que, por lo tanto tiene afinidades con el latín que, además ya a su vez le ha prestado muchas palabras de ciencia y religión y que puede clasificarse entre el irlandés y la lengua hablada en Cornualles, aunque se dice que su pronunciación es más dura, pero muy musical pues, por ejemplo, si sus guturales y lls aspiradas
suenan ásperas, es varonil y rica en sus vocales. Eso dicen.

EL CICLO ARTÚRICO
El tema del Ciclo Bretón en la literatura europea, en el que es figura central el mítico rey Arturo, su corte de Camelot, su Mesa de la Tabla Redonda y el Santo Grial, además de la legendaria figura del mago Merlín, nunca ha sido uno de los preferidos míos, a pesar de hallarse incluido de lleno en el de las novelas de caballería medievales. Pero lo cierto es que a mí en particular nunca me han llamado demasiado la atención esas dichosas novelas de la Caballería Andante, tan en boga en el pasado y a pesar de, para mi galleguismo, saber que uno de los más famosos caballeros que en la tierra han sido y en este caso del ciclo español fue Amadis de Gaula, se supone que gallego y por gallego se tuvo a su, quiérase o no, anónimo autor. Pues ni con esas me han gustado a mí las novelas de caballería por parecerme muy complicados y fantásticos y aún descabellados muchos de los episodios narrados. Es más; yo soy uno de esos muchos españoles que no una sino varias veces he tenido en mis manos el voluminoso Quijote y nunca lo he leído completo, no he sido capaz de terminarlo aunque, eso sí, en alguna ocasión espigase de acá y acullá para tener una idea de conjunto de su contenido. Naturalmente que tengo entre mis libros esta obra de Miguel de Cervantes, y en diferentes ediciones, que una cosa no quita la otra, como se suele decir.
Pero, retornando a lo del ciclo de Arturo, añadiré que de su muy dudosa, por no decir clara irreal existencia, fue el clérigo Goeffrey de Monmourth, que según parece era galés o bretón y escribió su obra allá por el siglo XII, el que inventando o reforzando el mito dio noticia de él así como de su coetáneo el mago Merlin en una "Historia de los Reyes de Britania", obra en la que se propuso trazar el devenir histórico de los britanos a lo largo de un período de mil novecientos años, desde el asimismo mítico Bruto, bisnieto del troyano Eneas allá por el siglo XII a. de C. hasta su último rey histórico Cadvaladro que reinó por el siglo VII de nuestra Era y, cuyos datos, según informó el autor en una especie de prefacio a él le habían ofrecido contenidos en "cierto libro antiquísimo escrito en lengua británica" y en prosa muy cuidada.
El autor de la crónica de los Reyes de Britania escrita en latín pero de la que pronto hubo versiones galesas, logró convertir a un personaje borroso del folclore británico como el mítico Arturo en un deslumbrante monarca en una no menos deslumbrante corte feudal.
Los siluros, en latín "silures" fueron los componentes de un antiguo pueblo de Gran Bretaña afines a los cimrios y que ocupó el sureste de gales, sometidos por el romano Frontino en los años 74 y 78 de la Era Cristiana lo que originó un campamento de legionarios que se estableció en la localidad de Isca, cerca de donde otra población romana importante fue Venta Silurim, la actual Caerwent. Y a su vez, Arturo, Arthur o Artus fue un héroe, rey, jefe o "penteyin" de los siluros de Caerleon o Caertón. Personaje célebre, principalmente en las novelas de la Edad Media, que luchó enérgicamente contra los sajones a los que venció en numerosos combates, especialmente en Radon Hill, hacia el año 520. Se le supuso hijo de Igerne, esposa de Gorloes, duque de Cornuailles; pero su verdadero padre, según otras tradiciones fue el caudillo bretón Uther Pendragón, "Cabeza de Dragón", al que sucedió en el año 516, entablando enseguida la lucha contra los sajones que habían invadido el país. Vencidos los invasores se dirigió Arturo hacia el norte para liberar a su sobrino Hoel sitiado en Dumbriton por los pictos y los escotos aliados de los sajones.
Arturo restituyó el culto cristiano que los idólatras del norte habían destruido y casó con Genoveva, Guanhumara o Ginebra, hija del duque de Cornuailles. Se dice que después conquistó Escocia, Irlanda, Noruega, Dinamarca, Islandia, Goetlandia, etc., gobernando por algún tiempo en paz sus estados hasta que las rebeliones de las tribus bretonas por una parte y su esposa que huyó con su sobrino Medraldo por otra, turbaron la tranquilidad de los últimos años de su vida. Para vengar su honra corrió tras los fugitivos que se refugiaron en el país de los sajones, cayendo el héroe mortalmente herido en un combate. Trasladado a la isla de Avalón, murió poco después, por el año de 542.
Su pueblo no creyó nunca en su muerte afirmando que solo estaba dormido en la isla guardado por nueve hadas y que de allí habría de volver algún día para vengar a los britones. El fuera, además el fundador de la orden de los caballeros de la tabla redonda.
En cuanto a Merlin, según la tradición fue un mago legendario que vivió en Inglaterra a principios del siglo VI. Personaje galeico, poeta, encantador y profetas al mismo tiempo y que en las leyendas aparece como el auxiliar más importante del rey Arturo. En algunos poemas galeses de los más populares Merlín era una especie de Anticristo, creado por el infierno y que terminó por servir a la religión que debería de derrocar. Había sido engendrado por un incubo en el seno de una virgen siendo bautizado y consagrado a Dios por su madre a la que aún niño de pecho salvó del suplicio de una calumnia confundiendo a sus acusadores y, de adolescente realizó diversos prodigios, asombrando a todos con el relato de sus profecías, llegando con el tiempo a ser famoso mago favorito de reyes como Pendragón y Uter-Pendragón padre de Arturo, al que consiguió que fuese reconocido como rey de los siluros o bretones y después de la muerte de aquel se retiró a lo más intrincado de un bosque, seducido por la hermosa Viviana a la que instruyó en la magia al enamorarse de ella, que terminó por encerrarlo para siempre en un círculo mágico que el mismo mago céltico le había enseñado a trazar.
La leyenda del rey Arturo tuvo por base las baladas de los trovadores irlandeses y los bardos del país de Gales en Inglaterra, así como los trovadores y juglares de Bretaña en Francia. El "Ciclo de Arturo", sustituyó al de Carlomagno, cuya popularidad había decaído, porque el sentimiento de fidelidad del vasallo al señor, que lo inspiraba, no respondía por completo al espíritu de la época. Por eso, los primeros poemas del ciclo se inspiraron en el heroísmo guerrero y en los amores caballerescos y en ellos aparece la mujer como figura en primer término; de aquí las creaciones de la hermosa y altiva Genoveva, o Ginebra, de Grisélida, de Isolda la encantadora rubia apasionada de Tristan, de las hadas Viviana y Morgana y de otras muchas figuras femeninas que surgieron de la poesía juglaresca de la edad media. Aquel ciclo arturiano siguió incrementándose lo menos hasta mediados del siglo XIII, comprendiendo gran número de poemas y entre los que figuraron, en primer término, además de la vida y profecías de Merlin, la leyenda del Santo Grial, especie de proemio teológico a los poemas de la tabla redonda; así como las novelas de caballerías de Perceval, Lanzarote,, El Caballero del León, Ivan y Tristán de Leonnis, que luego prosiguieron algunos autores alemanes y casi todos ellos compilados en el siglo XV por el escritor inglés Thomas Malory.
Diré como compendio que, en realidad, en el rey Arturo se simbolizaron las esperanzas de la raza britana, como glorioso representante de la resistencia céltica contra los sajones. Algunos cronistas de la Edad Media dicen que en el año 1189 se encontró el sepulcro del rey Arturo en la isla Avalón y que por sus dimensiones el héroe bretón debió de ser de gigantesca estatura. También ha sido afamada la tradición inglesa que menciona que este héroe guerrero fue convertido en cuervo, por lo cual durante muchos años se prohibió en la Gran Bretaña matar a dichos animales, fundándose en una de las oscuras profecías del mago Merlin que decía que un día el rey Arturo dejaría su envoltura de cuervo para volver a tomar la figura de hombre con lo cual daría el triunfo de los ingleses sobre todos sus enemigos.
Como más arriba indiqué, los alemanes incorporaron parte del ciclo de Arturo a sus mitos germanos, cuales el de Parsifal. Y, tomándolo por asunto, en España el maestro Amadeo Vives escribió una ópera en tres actos titulada "El rey Artus", que fue estrenada en Barcelona. En Francia se hizo lo mismo con "Le roi Arthur" del maestro Chausson. Y, en fin, en la biblioteca familiar de los Platero en Chaín está "Camelot", de T. H. White, en versión española de F. Corripio y edición de 1968 en Barcelona y en donde se hacen brillantes descripciones de la fantástica ciudad fortaleza y del mundo medieval arturiano y caballeresco.

JOHN STEINBECK
Unos renglones más arriba he mencionado al escritor inglés del siglo XV Thomas Malory, compilador afortunado de las obras que giran alrededor del ciclo de Arturo. Pues con él, aparece en escena de este amplio y desahogado comentario su congénere profesional, en este caso norteamericano y del presente siglo, el Premio Nobel de Literatura del año 1962, John Steinbeck.
Como lector, conocí a este gran escritor nacido en Salinas- California el 27 de febrero de 1902 ("Piscis" como yo, que diría el cursi) a través de una de sus obras más representativas, "Al Este del Eden" que luego vi llevada al cine en una muy buena película y aún en una mini-serie de televisión, creo. Después leí "Las praderas del cielo", "Las uvas de la ira", "El ómnibus perdido" y "La Perla", relato que tanto me impresionó que habría de servirme de inspiración para mi leyenda canaria "Aridaman y Guanarima", incluida en el libro de relatos " ...De la isla redonda", publicado hace años.
He paladeado con verdadera fruición todo lo que con el tiempo he conseguido ir leyendo y algunas veces releyendo de este autor, maestro indiscutible en el arte de novelar y, desde luego uno de mis favoritos, yo que por lo general y aunque le pese a muchos de los que me conocen soy admirador incondicional de la literatura norteamericana.
Posteriormente leí sus amenos reportajes "Un americano en Nueva York y Paris", "Por los mares de Cortés", "Hubo una vez una guerra" y el delicioso cuento "El poney rojo" que luego he visto también en película de televisión.
Pero no conocía, por ejemplo "La Copa de Oro" que fue su primera novela; y ello me extraña a mí mismo un poco puesto que siempre ha sido para mí muy sugestivo el leer la obra primigenia de los grandes autores, además de, a ser posible seguirlos en su proceso evolutivo de creatividad novelística, pero la verdad es que yo desconocía esta novelita suya.
Tampoco había leído "Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros", uno de sus últimos trabajos literarios puesto que falleció el 20 de noviembre de 1968. En 1962, después de varios fallidos intentos, recibió con todo merecimiento el Premio Nóbel de Literatura de aquel año.
Pues bien; con su llamada telefónica Margot, al indicarme que le interesaba saber algo sobre unos címricos que se citaban en una novela de Steinbeck sobre la vida del corsario inglés Henry Morgan, despertó mi amor propio de celtófilo, por lo que indagé algo en mis libros y luego, al siguiente día y merced a mi tarjeta de lector e investigador de la Biblioteca Insular tuve en mis manos, no solo la novela "La Copa de Oro" sino también el libro "Los hechos del rey Arturo, etc..."
La novela primeriza y muy laborada del galardonado autor norteamericano me gustó mucho y la leí casi de un tirón, pese a hallarme en período de convalecencia y recuperación de visión del ojo derecho tras haber sufrido una necesaria operación de catarata que me ha dejado "afásico" diestro.
Realmente, contando Steinbeck tan solo 27 años de edad cuando escribió "La Copa de Oro" en paisaje helado de Sierra nevada a orillas del lago Tahoe en tanto que ejercía como empleado de administrador, en ella ya deja despuntar sus dotes, su tremenda facilidad para la narrativa, consiguiendo con el bien trabajado texto u a mezcla de obra biográfica, de novela de aventuras, de novela picaresca y de novela poética al narrar la vida del famoso Henry Mórgan; su niñez en las montañas de Gales, su aprendizaje en el mar, su cautiverio, sus hazañas de bucanero y principalmente la fantástica toma de Panamá, su amistad con Corazón gris, su venerable ancianidad y su muerte solitaria. En el transcurso de una vida turbulenta, trató en vano el personaje cual un Parsifal sin grandeza el lograr el Santo Grial de sus sueños, la mujer ideal, primero su novia adolescente Elisabeth, luego la legendaria Santa Roja, descubriendo al fin que no era más que una sombra, un espejismo o, al menos un ideal tan inaccesible como la copa de oro de la luna. Bonita biografía novelada, si señor.
En cuanto a la versión actualizada y novelada que John Steinbeck hizo muy poco antes de fallecer, de la compilación que en el siglo XV realizara de todas las leyendas hasta entonces conocidas del rey Arturo y sus caballeros y del mago Merlin el escritor Thomas Malory, teniendo como sin duda tiene un gran valor literario, yo leí el libro más por encima una vez comprobado como se había desarrollado el trabajo. Trabajo que, por cierto, mi admirado autor hizo con sumo agrado puesto que no en vano tenía conocimiento del tema desde su más tierna infancia. Y es que, John Steinbeck, hijo de una institutriz, de soltera Olive Hamilton cuyos padres, irlandeses, emigraran del Ulster y de un americano de vieja cepa y lejano origen germánico, no en vano escribió en cierta ocasión: "Mi granero...De niño recuerdo haber escalado, atenazado por el sufrimiento, la brillantez de aquellos libros de lujo... Rincón seguro, maravilloso, cuando la lluvia cae a chorros y bate la techumbre. Y los libros, tocados de luz; libros; libros con estampas de criaturas desaparecidas hacía tiempo; serie de novelas de segunda mano; gran número de imágenes que inmortalizaban las manifestaciones del poder divino...El reino de los infiernos visto por Gustave Doré, con fragmentos intercalados de poemas del Dante; Christian Andersen y sus cuentos conmovedores; los de los hermanos Grimm, con sus violencias aterradoras y su crudeza; la muerte magnífica de Arthur ilustrada por Aubrey Beardoley, criatura malsana y perversa, lamentable selección para celebrar al grande, al viril Malory."

EL PRÍNCIPE VALIENTE
¿Cuando leí yo por primera vez algo del " Príncipe Valiente"?
Pienso ahora que debió de ser allá cuando yo contaba doce o trece años de edad, residente con mis padres y hermanos en Curtis, pueblecito montañoso en el interior agreste de Galicia. Acaso en unas tiras dominicales de viñetas, primero monocromas y luego a color o en cuentos, tebeos, historietas o comics de no consigo recordar con exactitud ahora que tipo de publicación infantil o juvenil similar a Flechas y Pelayos, Chicos, el TBO, etc. Luego ya lo leí en verdaderas historietas como las de Tarzán, El Hombre Enmascarado, Juan Centella, Jorge y Fernando, Roberto Alcázar y Pedrín, Cuto, Flahs Gordon, El Agente X, Carlos el Intrépido y luego El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, etc. que nosotros leíamos con entusiasmo creciente e intercambiábamos con nuestros amigos y camaradas.
Aquellas primeras noticias de la preciosista obra del norteamericano Harold Foster no creo que me impresionaran al principio sobremanera porque fueron escasas, sin una ilación secuencial atractiva.
Y, sin embargo, de atrás venía ya mi afición a los tebeos, que a veces llegó a ser desmesurada y aún hubo que ser contenida y refrenada por la severidad paterna puesto que se sobreponía a los necesarios y obligatorios estudios escolares.
Vaya aquí como inciso que allá por los años cuarenta en Galicia al menos, a las series o secuencias de viñetas o representaciones gráficas de dibujos con textos y bocadillos de finalidad narrativa que desarrollaban una acción, generalmente humorística o de aventuras se les llamaba simplemente historietas o tebeos. Y la aceptación del término inglés "comic strip" o tira cómica, data del año 1960 en que comenzaron a celebrarse los primeros congresos y a despertarse el interés de algunos intelectuales y de los medios de comunicación por encontrar el procedimiento idóneo para una forma más de expresión gráfica y que, además su nebuloso nacimiento se ha venido a situar en la fecha del advenimiento del arte cinematográfico a finales del pasado siglo. Y se empezó a tomar en serio el fenómeno del comic y a popularizarse el vocablo. Algunos estudiosos del tema han llegado a denominar este medio de expresión gráfico-literario como el Noveno Arte.
Retomando el tema en donde lo dejé, diré que contábamos mi gemelo y yo no más de cinco años, alejados de los escenarios de la fraticida contienda que a Chaín nos llevara cuando, en uno de sus necesarios viajes a La Coruña, mamá nos trajo algunos cuentos, entre los que se encontraban el primero que yo leí en mi vida que era el tebeo titulado "El Hombre Enmascarado en Londres" y que según supe mucho después había sido creado por el escritor Lee Falk y dibujado por Ray Moore, el primer ilustrador de la serie que luego continuarían, en 1958 Wilson McCoy y a partir de 1964 Sy Barry y cuya lectura siempre me agradó sobremanera.
Tanto me sedujo siempre este tipo de lectura que, hallándome en la Escuela de Aviación de La Virgen del Camino en León, con mi paisano de Santa Eugenia de Riveira Antonio Martínez Roibal llegamos a hacer dos o tres números completos de tebeos "de vaqueros", de los que yo escribí el guión y tracé el maquetado y Tucho, que era un estupendo dibujante hizo las viñetas a tinta china que eran una preciosidad y la admiración de todos los que pudieron verlos. Hace años, en el desván de la casa de La Vila en Chaín aún llegué a ver alguno de los pliegos, mezclado con malos dibujos míos, poesías juveniles y algunos manuscritos de cuentos escritos con letra color violeta. Y, además, ya aquí en Canarias, cuando escribí y luego publiqué "La Historia de Canarias en Episodios" ya dije que en realidad dicha obra la concebí como un detallado bosquejo para luego sobre él hacer los guiones pertinentes y convertirlos en comics, lo más parecido posible a los de El Príncipe Valiente, cosa que es obvio no se logró llevar a cabo como yo proyectara y deseaba. En mis viejas carpetas conservo alguno de los guiones que preparé. De hecho, una afición mía al dibujo, que de cuando en cuando despierta en mí y que hace que trace retratos de todo el que se me ponga por delante, se inició cuando pretendí ser yo el dibujante, ya que no encontraba al idóneo para mi proyecto.
Y, en definitiva, todo ello fue porque había trabado contacto afectivo con el Príncipe Valiente."Prince Valiant" en inglés, es una creación del artista norteamericano Harold Foster (1892 - 1982), dibujante publicista de profesión que, allá por el año 1937 y ya desde 1931 estaba dibujando las viñetas o tiras dominicales del "Tarzán" de Egdar Rice Burrougs y que dejó al aceptar la oferta de unos editores neoyorquinos para crear las aventuras del Príncipe Val, cosa que se tomó muy en serio, para lo cual no solamente se leyó todo lo que pudo del ciclo arturiano y bretón sino que viajó extresamente a Inglaterra para tomar apuntes del natural de los lugares en donde se iban a desarrollar las aventuras del legendario hijo de un rey nórdico de Thule que, de adolescente emprende el camino hacia la fabulosa Camelot para ponerse a las órdenes del rey Arturo. Las estupendas y variadas aventuras que jalonan la vida del joven príncipe serán publicadas en tiras de viñetas semanales con creciente éxito, no solo en Norteamérica sino también en otros paises, traducidas, entre otros idiomas, al español. Cada viñeta de los dibujos de Harold Foster es en realidad como un cuadro en miniatura, muy realista, en donde todos los detalles están minuciosamente tratados. Los textos, a pie de viñeta y sin usar jamas el socorrido recurso de los "bocadillos" fueron también de Foster y se ciñen siempre en mucho a las novelas de caballerías que los inspiraron.
Harold Foster dejó de dibujar a Valiente en el año 1971 pero continuó escribiendo los guiones y realizando los esbozos de cada página al menos hasta 1973. Con los dibujos, que realmente no desmerecen de los primeros, continuó Jhon Cullen Murphy, el creador gráfico, preciosista en el detalle y de la escuela del maestro Alex Raymond, del popular personaje del comic el boxeador Big Ben Bolt.
Por los años de 1970 y siguientes yo coleccioné toda la historia del Príncipe Valiente hasta entonces publicada en español, cosa que estuvo haciendo en fascículos encuadernables semanales y hasta lograr unos doce tomos, la editorial Burulan. Y que, tal como venía prometiendo desde hacía tiempo, un buen día hube de transferir a mi primogénita Margot, a la que por lo mismo posiblemente en su niñez y adolescencia inicié en la amena lectura de las aventuras de tan interesante héroe del comic como es este Príncipe Valiente.
Por mor de la pregunta que se me hizo y con la que comencé el presente, amplio y detallado reportaje, efectué alguna discreta averiguación en varias librerías y pude comprobar que se han estado editando más tomos con la continuación de la vida de Valiente y su familia directa. Creo que el último volumen publicado es el numerado como tomo XV y que corresponde a 1982. Pero yo ya no lo conozco.
Y aquí se remata el tema que incide en algo de celtas, címricos, ciclo arturiano, John Steinbeck y el Príncipe Valiente.
Las Palmas de Gran Canaria, julio de 1995.