21 de septiembre de 2009

Alfredo Kraus : uno de mis dilectos personajes

(Contactos amistosos, personales o epistolares, más o menos efímeros o amplios con personas, personajes que hayan sido, que son mis congéneres preferidos).



Ha sido desde hace años un proyecto que ahora pretendo materializar, más bien uno de esos "divertimentos" en los que yo mismo me pongo a prueba en esto de escribir, de tratar de reflejar en el papel todo lo que piense o sienta, de contarme a mí mismo más que a algún ocasional lector de mis escritos las mil y una "batallitas" que se me ocurren en estos dorados días de placentero vivir de hombre jubilado que rebasa los setenta años de edad y ya sin ambiciones pero también sin mucha carga de obligaciones, el de componer unas cuantas páginas, un libro, un volumen con la extensión que se me ocurra y que contenga los variados relatos de como conocí, que contactos mantuve en determinadas ocasiones con diversas personas de mi entorno o de mis predilecciones de lector empedernido y que de alguna forma hayan destacado con luz propia en el mundo que me rodea y en el vivo.

Uno de estos personajes de los que debo de indicar que conocí de forma personal acaso tangencialmente, con los que, admirándolos siempre tan solo tuve la oportunidad de haber acaso intercambiado unas cuantas frases en distintas pero para mi siempre gratamente recordadas ocasiones fue el gran tenor lírico canario de fama mundial Alfredo Kraus.

Alfredo Kraus Trujillo nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1927. Tenor, cantante de ópera de fama mundial. Estudió el bachillerato y Comercio en su ciudad natal y se inició en el canto siguiendo las clases de la profesora María Suarez Fiol, marchando luego a Barcelona para perfeccionar su técnica de canto; haciéndolo también en Valencia y luego en Milán con el maestro Llompart. Alfredo Kraus, en el año 1956 debutó en El Cairo y a partir de entonces ascendió rápida y exitosamente a la posición de divo e intérprete operístico de primera línea, contratándosele para cantar en los más renombrados teatros y ante los más diversos y exigentes públicos.

También protagonizó las películas españolas “Gayarre” rodada en 1960 y “El vagabundo y la estrella” en 1961.

Ya se dijo de él en alguna ocasión, "que a su voz lírica de muy bello metal une Alfredo Kraus una dicción perfecta y una técnica bellcantística sin par, lo que le ha permitido mantener una posición hegemónica en el mundo de la ópera inusualmente dilatada, desde su debut hasta hoy. Cultiva un repertorio de más de treinta óperas y zarzuelas habiendo realizado innumerables grabaciones discográficas y videográficas en las que su voz y su talento felizmente perdurarán".

A lo largo de su carrera, Alfredo Kraus ha sido objeto de numerosos homenajes y distinciones y en las islas se le ha concedido el Premio Canarias del Gobierno Autónomo, los nombramientos de "doctor honoris causa" en las Universidades de San Fernando de La Laguna y de Las Palmas de Gran Canaria, así como se le ha impuesto su nombre al Auditorio de esta capital. A los pocos años de enviudar falleció este excepcional artista en Madrid el día 6 de septiembre de 1999. En esta su ciudad natal hay una pequeña plaza rotulada con su nombre, localizada en el Distrito VII de Escaleritas, por la barriada del mismo nombre, en los aledaños de la iglesia parroquial de San Antonio María Claret, "la iglesia redonda".



La primera ocasión que yo tuve de conversar con tan afamado personaje isleño fue allá por los comienzos de lo que iba a ser andando el tiempo una carrera profesional plena de agasajos y reconocimientos hacia su talento artístico como cantante lírico extraordinario.

Sucedió ello cuando, sin poder yo ahora precisar mucho las fechas, pero que para ello puede servirme como punto de partida y referencia la anécdota que relato a continuación y que debió de suceder el caso, o bien al final de la década de los años cincuenta o principios de los sesenta del pasado siglo, (creo que, por algunas referencias que más adelante sugiero, debió de ser en el año 1961) cuando de alguna forma aún estaba ligado a un cierto Grupo de Arte Radiofónico de Las Palmas, del que fui, además de alumno en los tres cursos perceptivos luego secretario casi perpetuo del mismo y además, por necesidades varias director en funciones en distintas puntuales etapas en que ello fue preciso para su supervivencia.

En la ocasión a que me refiero se anunció por conducto oficial unos cursos de iniciación de Prensa y Radio que se iban a desarrollar en Madrid y aquí en Las Palmas, en la entonces Delegación del Frente de Juventudes de la que de algún modo los componentes del Grupo, sin pertenecer a dicho organismo, dependíamos se estimó como buen método de necesario reciclaje radiofonista y allá se me envió con todos los gastos pagados pero muy exiguos para una estancia de los diez o doce días como mínimo que era lo que duraría el dicho curso acelerado.

Fue el hecho, repito, hace tantos años que ahora mismo no recuerdo con precisión si me desplacé desde estas tierras grancanarias a los madriles en barco y tren o en avión.

Más, pensando, pensando, he logrado traer a la memoria el dato brumoso de que me parece que por lo que a continuación relato, hube de solventar telefónicamente y desde allá un inconveniente surgido y ello fue en las oficinas de la Transmediterránea sitas entonces por la calle de Alcalá o la próxima de Serrano, por lo tanto el viaje hubo de ser marítimo terrestre. Cierto que como durante muchos años del pasado, bien fuese por asuntos familiares o profesionales hube de estar desplazándome de acá para allá y de allá para acá, para mí mismo no es de extrañar que haya olvidado o confunda muchos de tales periplos, entonces tediosos, de desplazamientos lentos, de varios días de monótono y cansino viaje. Y lo cierto es que tampoco recuerdo más que trozos y no con detalle de aquella mi estancia de apenas una semana en los madriles, ciudad que yo conocía por haber ya estado en ella de paso cuando varias veces como obligatoria estancia de enlace en mis anteriores viajes como militar o ya de civil de Canarias a Galicia y viceversa desde mis primeros años de mi estancia habitual en las islas. Claro que me perdería en la grande y cosmopolita ciudad si me sacaban de los alrededores de las estaciones ferroviarias de Atocha y de El Norte, de la entonces gran Avenida de José Antonio, de la Puerta del Sol y la Plaza Mayor y del Cine Carretas, de sesión contínua habitualmente y en donde todavía recuerdo que en lo más crudo del invierno castellano, por fechas navideñas vi películas como "Bamby" y "Casablanca", haciendo tiempo para los transbordos de ferrocarril e hinchándome en el ínterin a comer manises o mondar con los dientes más y más pipas de girasol. ¡Que tiempos aquellos, que diría el cursi!.

Pero, volviendo a la intención del presente relato o comentario, añadiré que, total, al llegar a Madrid y después de presentarme, tal como se me había indicado en la Delegación de Las Palmas, en unos albergues propios para estudiantes en donde debería de alojarme, enclavados en un extremo del frondoso paraje boscoso que era por aquellas fechas la Casa de Campo, a cuatro pasos de la estación suburbana del metro de Campamentos, me encontré con la imprevista noticia o novedad de que, en realidad aquel dichoso curso era tan solo para jóvenes de la O.J.E, a la que yo no pertenecía y, evidentemente, tampoco era un "joven cadete", alumno o como se les dijese.

Después de algunas dificultades conseguí hablar con la Delegación de la Juventud de Las Palmas exponiendo la papeleta que se me había presentado, solicitando el regresar de inmediato ya que era inútil mi presencia allí. Pero, como al parecer los billetes precisos ya estaban cerrados y con fecha determinada, no cabía más que aguantarme y pasar en Madrid las fechas del desarrollo del dichoso curso, al que a pesar de que se me invitó yo rehusé asistir pues no me hacía ninguna gracia el compartir mesas y pupitres con jovenzuelos barbilampiños y uniformados de negro, rojo y azul. Que procurase pasar la semana lo mejor posible, que alojamiento y manutención se me seguían respetando.Lo que así hice, adaptándome a las escasas pesetas que contenía mi cartera.

En el albergue juvenil, decente y aseado cierto era, me encontré aquel mismo día con un estudiante grancanario, serio y atento de trato, de menos edad que yo con el que muy pronto congenié. Creo recordar que se llamaba Fernando de nombre y no sé por que me ronda que me dijo ser Sanabria o Medina de apellidos, que vivía en Las Palmas de Gran Canaria por la zona de Guanarteme en donde familiares suyos tenían un negocio de talleres mecánicos, de coches, ferretería o algo parecido. Llegara a Madrid días antes que yo para presentarse a unos exámenes u oposiciones de algo de telecomunicaciones y estaba esperando a recoger el resultado de los mismos para regresar a Canarias. Es decir; que por "lazos del destino" los dos nos hallábamos en la misma o muy parecida

situación de espera obligada o forzosa para el retorno y con notoria escasez de dinero en la cartera o los bolsillos.

Así sucedió que con el tiempo completamente libre durante aquellos días de forzosa espera, mirando nuestra maltrecha economía presupuestaria se nos ocurrió entre otros pequeños y baratos solaces, el hacer una excursión en autobús al Valle de Los Caídos, a Cuelgamuros en lo alto del Guadarrama, sierra del Escorial. Imponente monumento fúnebre del franquismo imperante cuya obra, creo recordar, o estaba para rematarse por entonces o, si acaso, se había inaugurado oficialmente no hacía mucho tiempo.

Y, tomando un desvencijado autobús de la época por las cercanías de la Plaza España allá que nos fuimos en una mañana que supongo debería de ser primaveral o, en todo caso, otoñal pues a pesar de que íbamos abrigados lo mejor posible, allá en Cuelgamuros, de tanto subir, ascender escalones, bajar, caminar, etc., pronto nos sofocamos y desabrigamos... Lo que motivó que aquel joven grancanario, compañero circunstancial en el episodio pillara un muy fuerte resfriado casi de inmediato y a continuación una pulmonía por lo que, atacado de escalofríos se metió en la cama nada más regresar a nuestro alojamiento de la Casa de Campo. Y yo, al comprobar, preocupado que le invadía una repentina fiebre alta dí pronto aviso a las asistencias sanitarias del albergue que se hicieron cargo y atendieron cumplidamente y en escasos días se recuperó el joven grancanario del percance. Por cierto que, coincidió una de aquellas tarde de guardar él cama que se desató sobre Madrid una de esas fuertes tormentas en las que en las apelotonadas nubes plomizas refulgían restallantes los chispazos cigzagueantes de los rayos o centellas y los truenos retumban poderosos, lo que hacía que el enfermo se refugiara debajo de las mantas de la cama tembloroso, no se si por la fiebre o por los estampidos y sus lívidas y lóbregas secuelas.

Así sucedió pues que, con mi posible acompañante encamado, bien escaso de dinero y con toda la jornada por delante, me dediqué alguna de aquellas mañanas a pasear por el sector de la Casa de Campo en que me encontraba, no muy lejos de donde por un lado años más tarde se instaló un amplio Parque Zoológico y por el otro un alegre Parque Infantil, antes de llegar hasta donde discurría la placidez del lago solitario y tranquilo, antes de adquirir la zona el auge que luego tuvo con la fama nefasta de resultar sus frondas, paseos y avenidas lugares frecuentados por toda clase de chusma humana, la prostitución libre, el gamberreo y la drogadicción, nido de ladronzuelos, etc, etc. como bien pude comprobarlo bastantes años más tarde.

Pues en uno de mis solitarios y tranquilos paseos por aquellos entonces casi idílicos rincones o parajes boscosos surcados por una carretera local que, según se me había dicho llevaba a una extensa finca o dehesa propiedad del célebre torero Luis Miguel Dominguín, fue cuando me dí de manos a boca con un insólito grupo de gente que, a lo que deduje casi de inmediato estaba rodando por allí los exteriores, las escenas de alguna película.

Diversos vehículos automóviles, remolques, furgones, alguna grúa portátil y equipos de cámaras, algunas montadas sobre maquinas especiales para su desplazamiento, focos de alto voltaje, planchas refractantes para la luz, etc., etc. Y por acá y por allá hombres y mujeres, gentes que con bloc y lápiz en ristre corrían de un lado para otro impartiendo o recibiendo órdenes a grito pelado, con algún altavoz de mano vociferando consignas que nadie parecía escuchar, el clásico sillón de tijera del director, tomavistas y cámaras de pequeño formato, algunas de fotografía montadas sobre trípodes... Todo lo que yo, supongo que casi en la actitud de un paleto poco menos que boquiabierto y al que nadie prestó atención que me dispuse a curiosear por allí un poco. Nunca había visto en directo el rodaje de una película o documental y el asunto me atrajo.

Y en esto, que se aproxima por la carretera asfaltada un automóvil con un individuo sentado sobre su capota y manejando una cámara de cine, cuyo vehículo venía remolcando una pequeña plataforma sobre la que iba instalado a su vez un pequeño y flamante coche deportivo, descapotable, de encendido color rojo y del que, al detenerse el conjunto a escasos metros de mí descendieron un hombre y una mujer jóvenes y rubios, ella muy elegante y guapa y él un tanto barbudo, de ropas algo desastradas, que de inmediato supuse serían los artistas, tal vez los protagonistas de lo que se había estado rodando, pensé interesado por el encuentro. Y a alguien que estaba a mi lado, me atreví con educadas formas a preguntar que era lo que allí se estaba rodando, contestándoseme escuetamente que unas cuantas tomas de exteriores para la película nacional a titular algo como "El vagabundo y la estrella".

De pronto, creí reconocer a aquel actor... ¡Anda! Si era el mismísimo Alfredo Kraus, con una barbita rubia algo crecida, que luego pude comprobar que era postiza, indudablemente motivada por exigencias del guión.

El ya entonces reconocido divo grancanario se aproximó a donde yo estaba, a recoger de manos de una joven señora sentada algo aparte una amplia toalla con la que se enjugó el sudor que perlaba su amplia frente y aceptar luego un vaso con refrescante agua. Momento que yo, decidido, aproveché para encararme con él, ignorando deliberadamente el cordón tendido entre algunas sillas con la indudable finalidad de separar al grupo de cineastas del de los mirones que detrás de mí se habían congregado poco a poco.

Y, ni corto ni perezoso, es un decir, porque un tanto acortado si que estuve yo, me dirigía al personaje que ya yo, como miles de personas francamente admiraba y, al tiempo que lo saludaba con un ¡buenos días! yo, que entonces fumaba como un carretero tabaco negro le ofrecí un cigarrillo "canario", todo reverente.

En tanto que mi hombre se acababa de enjugar el sudor y procuraba secarse las manos me miró, aunque me pareció que con mirada ausente, distraído, pero al oír la coletilla de lo de "canario", sus grandes y chispeantes ojos azules me reconocieron con risueño ademán: ¿Canario? Por lo que rápido le mostré el paquete de cigarrillos que conservaba en la mano, de la inconfundible azulada marca RUMBO. Y con su voz ciertamente atenorada o un tanto engolada e indudable acento canario me comentó risueño que él, "por la profesión" no fumaba pero que allí iba a darle con agrado una o dos chupadas al que yo le entregara y ofrecía ya la llama de mi mechero.

Después de cruzar a media voz unas palabras con la dama que le ofreciera la toalla, aun charlamos unos instantes más, diciéndome muy sonriente, que, bueno, el cigarrillo si era canario más no yo, a lo que advertía por mi pronunciación en el habla. A lo que le contesté que llevaba ya años residiendo en Gran Canaria en donde me había casado; y, aprovechando el momento, le mencioné a una de las tías de Margarita que según sabía había cantado con él en coros de aficionados. Y él, sí que se acordaba de "Isabelita", una gran voz para el "bel canto". Como tópico aún añadí que conociera algo a una su hermana que, me parece que en compañía de una joven llamada Sara Ponce que fue una de las primeras locutoras de Radio Atlántico había asistido años atrás a algunas clases del Grupo Escuela de Arte Radiofónico del que yo todavía formaba parte. Como continuase el trabajo de los artistas, me despedí y me alejé del lugar. En los siguientes jornadas de plácida estancia madrileña no observé la presencia del equipo cinematográfico en la zona aquella de la Casa de Campo.

A los pocos días, el joven Fernando ya completamente restablecido y yo ya deseoso de retornar al hogar familiar con los míos, ambos regresamos sin más incidentes a Las Palmas de Gran Canaria.

Pero hubo otras oportunidades en que pude conversar, cruzar algunas palabras con el divo grancanario que iba poco a poco extendiendo su fama, de las cuales recuerdo una años más tarde, que fue a través de los micrófonos de Radio Nacional de España en Canarias cuando todavía tenía sus instalaciones en lo alto de Almacenes Cuadrado, en plena calle mayor de Triana.

Alfredo Kraus se encontraba por aquellos días reposando en su residencia veraniega de Lanzarote y yo, a solicitud de quien iba a ser luego director, mi paisano "cascarilleiro" Federico Campos acudí a los estudios de la Emisora con motivo de alguna festividad determinada y al contar yo la anécdota de la Casa de campo me contactaron con el cantante que, luego de un ligero y natural titubeo recordó perfectamente la anécdota del cigarrillo "canario" saboreado en unas chupadas cuando lo del rodaje de aquella su segunda película de la que no estaba precisamente contento. Y a través de las ondas intercambiamos una ligera conversación.

Posteriormente, en una tarde sabatina, en compañía de mis buenos amigos pintores el ya fallecido excepcional acuarelista Comas Quesada y Vinicio Marcos asistí a la inauguración de una exposición pictórica en la calle Cano, casi esquina a Malteses y allí volvía dialogar de forma distendida, tanto con Alfredo Kraus como con su hermano el buen barítono Francisco, patrocinadores, a lo que entendí del artístico-comercial evento, recordando por cierto con vivo afecto y entusiasmo su mancomunada tentativa de llevar la zarzuela a lo más entrañable del pueblo con aquellas estupendas representaciones de Doña Francisquita, El Caserío o Marina en el anfiteatro del campo de fútbol del Insular, que, no sé yo por que, no tuvieron repetición.

La última vez que crucé unas palabras con Alfredo Kraus, ya laureado y universal cantante, fue ya más recientemente, después del fallecimiento de su esposa, en que, bastante envejecido se hallaba paseando por cerca de la Playa Chica en la Avenida de Las Canteras con un pequeño perrito, creo que pequinés en que me acerqué a saludarlo al tiempo que me decidía a murmurar un sentido pésame, que agradeció con viveza.

Especie de postdata

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Pues bien, no hace mucho hube de rescatar las cuartillas en que se contiene todo el texto precedente, que permanecían un tanto arrinconadas pero no olvidadas en alguna de mis múltiples carpetas repletas de notas de lo más dispar.

Fue el motivo que, al acaecer el fallecimiento de este personaje grancanario de renombre universal, aún en contra de mi costumbre habitual de procurar no meterme en disquisiciones, discusiones seudo culturales u otras zarandajas con el "amado pueblo" o tozudo vulgo ignorantón popular que gracias a Dios ya no abunda como antaño en las islas, hube de intervenir en directo en cierta televisión local, muy populachera, llamando por teléfono para intervenir en directo e un desdichado programa en el que bajo la socapa de la ignorancia más supina se estaban divulgando con muy mal gusto ciertas anécdotas referentes a unas noticias completamente erróneas y malévolas como luego se ha venido demostrando acerca de un cierto "no isleñismo" de mi ya para siempre admirado Alfredo Kraus Trujillo... Cuando él aún estaba de cuerpo presente en su capilla mortuoria, en Madrid.

Miguel Delibes y yo

Carlos Platero Fernández.



Pese a lo pretencioso por mi parte del presente título, la realidad en este caso es la que a continuación expongo, después de recrearme un tanto con el previo comentario bio-bibliográfico acerca de este notable escritor.

Como "voraz" y constante lector que desde que tengo uso de razón he sido, confieso aquí una vez más que uno de mis autores favoritos españoles de todo tiempo o época ha sido, desde que comencé a conocer su obra el abogado, dibujante, novelista, y periodista con los seudónimos a veces de "Miguel Setién" y "Max", redactor, subdirector y por varios años director de "El Norte de Castilla", Miguel Delibes nacido en Valladolid en 1920.

Hace ya bastantes años comencé a conocer a este autor leyendo "La sombra del ciprés es alargada" por la que se le había concedido el Premio Nadal correspondiente a 1947 que, creo recordar era una bien hilvanada evocación de la austera y provinciana Avila con certeras reflexiones acerca de la vida y la muerte y cuyo estilo de escribir me agradó sobremanera. Más adelante también conocí sus "Diario de un cazador" y "Diario de un emigrante" seguidos de "El disputado voto del señor Cayo" que luego vi convertido en cinta cinematográfica. He leído, y en alguna ocasión releído con creciente regodeo e interés las obras que poseo en mi "biblioteca casera" cuales "Cinco horas con Mario" ese machacón y obsesivo monólogo de una mujer que vela en soledad el cadáver de su esposo, "La hoja roja", "Los santos inocentes" que también disfruté en una excelente versión para el cine, el notable cuento "Navidad sin ambiente"; y "La mortaja", "377A, madera de héroe" y "El príncipe destronado", estas tres últimas en ejemplares duplicados, “El Hereje”, etc.

Por su interés y pulcritud de estilo conservo de este autor un artículo periodístico publicado como suplemento de no sé que revista, hace ya años con el título de "Un nuevo Nadal, recuerdo de José Luis Martín Descalzo", afectiva glosa del sacerdote-escritor ya fallecido y que son una extraordinarias páginas en cuya lectura queda perfectamente plasmado el estilo novelesco-periodístico y la sutil manera de pensar y obrar en la vida de este gran escritor español contemporáneo.

Entre la mucha crítica que de la bibliografía de Miguel Delibes se ha estado haciendo me ha llamado la atención la de Francisco Umbral que, a mi modo de considerarlo solía escribir sus artículos o diatribas mojando su acerada y también certera pluma en vinagre, ácido o vitriolo, al hablar de su paisano lo hizo como si su particular tinta fuese la miel, la sacarosa o la ambrosía siendo él quien en cierta ocasión dejó dicho, poco más o menos que, Delibes en sus libros habla poco de hidalgos o escudos, sino que le interesan el obrero, el campesino, el profesional de la otoñada, el hijo de la espiga, el hombre que no es lobo para el hombre, sino solamente lobo para el lobo. Bonito, ¿verdad?

Miembro activo de la Real Academia Española de la Lengua desde 1973, entre otras muchas distinciones y reconocimientos hacia su ya dilatada y siempre pulcra bibliografía, que yo recuerde ha sido galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras correspondiente a 1982, que compartió con Gonzalo Torrente Ballester, el Nacional de las Letras Hispanas en 1991 y el Cervantes de 1993. Para mí y, desde luego para muchos otros millares de lectores suyos, Miguel Delibes está considerado como uno de los mayores talentos de las letras castellanas contemporáneas, yo díria que formando triunvirato con Camilo José Cela y el citado Gonzalo Torrente Ballester, más que bien merecedor del Premio Nobel de Literatura, que es en realidad el único e importante galardón de reconocimiento que falta en su extenso palmarés de honores, premios y merecimientos.

Y después de haberme explayado con esta especie de exordio, vaya lo de mi personal y fugaz contacto con tan notable literato.

Debió de suceder la anécdota en los primeros años de la década de los años setenta del pasado siglo, puesto que como punto de referencia citaré el que todavía estaba en las librerías de Las Palmas del entonces mi libro "La historia de Canarias en episodios", que se editó en 1971 y fue de rápida venta entre el público canario.

Un día, a últimas horas de la tarde, y debía de ser en época otoñal p acaso ya por el invierno porque si recuerdo que ya estaban encendidas las luces de iluminación del local, entré en la librería, hoy ya desaparecida, "Hige Life" de la calle de Triana, regida por un Sr. Martínez muy atento con el público. No sé ahora el motivo exacto de aparecer yo allí, pero el caso es que como me conocían tanto empleados como dueño, después de los fugaces pero cordiales saludos habituales el dependiente de turno me presentó a un señor que me pareció de mediana edad, muy educado y pulcro en palabras y ademanes que, no sé bien porque yo interiormente asocié con gente campesina, acaso un tanto influido, lo que me chocó, por la chaqueta de pana con refuerzos en los codos que vestía.

Al yo entrar, aquel cliente, por lo visto acababa de solicitar alguna lectura informativa sobre Canarias, que tuviese que ver con sus gentes, su geografía o su historia, por lo que acaba de mostrársele un ejemplar del ya citado libro mío. Por lo que con la presentación se hizo brevemente un benévolo panegírico indicando al desconocido aquel que yo era precisamente el autor del libro que tenía en las manos, hecho que pareció sorprenderle gratamente. Me felicitó con cordialidad y aún me rogó si no tenía inconveniente en dedicárselo.

Y cuando para poder atenderle encantado le pregunté su nombre y me dijo sin asomo de posible vanidad o presunción Miguel Delibes Setién, casi me quedo como mudo y petrificado por la impresión, pues hacía poco que había leído o quizás releído sus "Diarios" y "La hoja roja" y alguna otra obra suya, además de varios enjundiosos artículos periodísticos, lo que verdaderamente entusiasmado supe comunicarle a tropezones al tiempo que le manifestaba mi felicitación por aquellos sus escritos.

Recuerdo, si, que aún permanecimos un buen rato charlando allí, en el mismo local de la librería con el Sr. Martínez como testigo. El ya laureado escritor castellano nos confió que el motivo de encontrarse aquellos días en Gran Canaria era que había viajado aquí con otros familiares con el fin de asistir a la boda de un hijo o hija suyos que se desposaba en tales fechas con su pareja, residente por Tafira.

No tuve oportunidad de hablar nuevamente con Miguel Delibes pero he seguido admirándolo como autor, leyendo la casi totalidad de su obra y alegrándome de saber de sus premios y distinciones, que en este caso siempre he considerado muy merecidos.

En la tarde noche que lo presente escribo, al ver a Miguel Delibes en una entrevista que le hicieron en la televisión he querido evocar con la pluma y el papel, bueno, con el ordenador, aquel fugaz pero para mi intenso y grato momento de circunstancial encuentro, hace ya bastantes años.

3 de septiembre de 2009

Los nombres o rotulados de las calles de Las Palmas de Gran Canaria

Por Carlos Platero Fernandez



Aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, durante siglos, posiblemente desde el mismo momento de la fecha de fundación de la ciudad y al menos hasta bien entrado el siglo XIX, el nomenclátor callejero era establecido simplemente por los mismos vecinos y por la costumbre; el "amado pueblo" las bautizó por lo general basándose, por ejemplo y muchas veces en algún destacado edificio, en una hermosa balconada, el oficio de un vecino destacado, una prosapia o un linaje, etc.

En los sectores ciudadanos más antiguos, por La Vegueta y por Triana, todavía existen o se conocen nombres de calles y callejones cuya toponímia es bien definidora: Herrería, el Artillero, Enmedio, La Marina, Arena, Salsipuedes, Las Lonjas, el Reloj, Los Balcones... A partir de mediados del siglo XIX y, para ser exactos, hasta el año de 1833 no existió la rotulación oficial de las calles públicas de la ciudad de Las Palmas, pero, a partir de entonces siguiendo con ello modas ultramarinas y traídas de la metrópoli, a las calles más representativas se las comenzó a aplicar los nombres de la monarquía reinante, de los políticos del momento, de personajes destacados en el mundo local, etc. Y ya con la expansión del perímetro de la ciudad en vertiginoso crecimiento, con la creación de nuevas urbanizaciones, se estiló el aplicar al callejero que continuamente se ampliaba nombres de personajes históricos y, naturalmente, de personajes distinguidos locales en rendido homenaje popular, casi siempre a título póstumo, que es cuando en esta nuestra patria parece ser que empiezan a reconocerse los méritos del que en vida apenas si se le aplaudió o destacó su por otra parte demostrada indudable valía. Para ello, y, desde luego siguiendo al menos un buen criterio, los ediles municipales solicitaban por lo general el asesoramiento de gentes cultas, principalmente de los cronistas locales o provinciales, tanto oficiosos como oficiales. El médico, político, escritor y cronista oficial de la ciudad de Las Palmas Carlos Navarro Ruiz, autor del único Nomenclátor o callejero de la ciudad hasta ahora existente,salvo alguna desafortunada pretensión, ya dejó dicho que "La nomenclatura de las calles es función interesante de los municipios, que debe ser mirada con el mayor detenimiento para evitar errores de dificil y enojosa rectificación". Cosa que, por cierto, en estos nuestros últimos tiempos democráticos se ha olvidado por completo y suelen rotularse nuevas calles o tratando de anular los nombres anteriores que no agraden a determinados sectores de la población, con nombres estrafalarios que nada dicen a la mayoría de los ciudadanos, solicitada la rotulación por alguna asociación de vecinos, grupo de personas y aún a veces a título individual proponiendo a nombres de cosas o personas que tan solo ellos conocen, o por las que sienten simpatía o por algo que en determinada ocasión realizaron, pero que en ninguno de los casos ha trascendido al ciudadano en general, lo que luego se refleja, si, en algún escrito que es toda la documentación pertinente que se halla en los correspondientes expedientes, si es que llegan a hacerse y que, al cabo de tan solo unos cuantos años, ya nada dicen a quien quiere saber al menos quien fue y por que se llamó así la calle en donde vive. En todo caso, es de advertir que el compadreo de cariz político tiene mucho que ver con esto de las rotulaciones callejeras. Ejemplos de esto que aquí digo, lamentablemente, a montones.

Pero, no siempre ha sido así como lo acabo de interpretar. Al menos hasta el año de 1940, en cuanto al callejero palmense, se puede advertir el buen quehacer del teldense Carlos Navarro Ruiz. Y a continuación la presencia de alguna manera del culto cronista y periodista conocedor como pocos de su ciudad natal que fue Eduardo Benitez Inglott y al que hubo de seguir el no menos culto e intelectual Luis Doreste Silva, que sin duda por muchos años fueron los asesores idóneos de concejales y alcaldes del Ayuntamiento.

Como salvedad, aunque no desdiga mucho de lo que hasta aquí escribí al respecto, leí yo en un acta del Ayuntamiento capitalino correspondiente al 25 de enero de 1962 que se proponían dos nombres "por atender las peticiones de los señores Navarro Rodríguez y González Vera que, igualmente interesan se rotule alguna calle con los nombres de Teniente Coronel don Antonio Castillo Olivares y Dr. Apolinario respectivamente, por los méritos contraidos por los extintos con la ciudad". Que luego fueron incluidos en una extensa, casi completa nómina callejera de Escaleritas.

Supongo que entre los asesores, hubo de haber poetas isleños, pues bien se colige del anónimo suelto aparecido en la prensa local, creo que en Diario de Las Palmas por el año de 1953 que conservo entre mis papeles y que decía: "¡Que hermosos nombres tienen las calles de LÑas Palmas! Nombres de poetas, de personajes novelescos, de individualidades notorias de nuestra vida, y nacionales y extranjeros. A Galdós le hemos pagado nuestra parte alicuota de renombre universal haciendo residir a sus personajes en las esquinas de todas las calles, del barrio más soleado de los altos y que habrá de gustarles a cuantos salieron de las páginas de don Benito porque lleva el nombre del santo que nos envía la primera verbena. (Aquí el anónimo gacetillero se refería al barrio de San Antonio, que fue por su parte alta por donde aparecieron rotuladas algunas calles con personajes galdosianos, que luego se trasladarían a las de la barriada de Schamman.) "Pero los nombres más hermosos son, sin embargo los que pueblan el silencio de la Ciudad Jardín, que fue un proyecto urbano realizado por nuestros más prosaicos convecinos y es hoy lugar encantador de la población. Lugar en donde salen a nuestro encuentro, como las amapolas en el campo, pintores y poetas... "No pensamos citar a ninguno; no queremos que alguien se considere olvidado de la nómina y arremeta contra nosotros, aun cuando de algo habría de valernos esta parte de inmortalidad que nuestras calles les proporcionan con tan generosdo ademán. "¿Es que esos nombres surgieron en las esquinas por caso de generación espontánea? Ni que hablar de eso. Surgieron porque un hombre, que era concejal, pero además poeta, empezó a jugarse un solitario de nombres excelentes sobre el tapete de la Ciudad Jardín, y acertó en el juego ganándolo todo para los demás. "Su acierto nos honra a la comunidad, mas cuando ese jugador de la poesía perdió la baza de su existencia, ¿quien se acordó de él ni de su excelente poesía? ¿Donde está la calle de este poético bautista?". Algún comentarista posterior ha insinuado que en el suelto trascripto se están refiriendo, más que a Saulo Torón, el gran poeta de la escuela lírica de Telde, a su hermano el intelectual Julián que fue también concejaldel ayuntamiento capitalino así como a algúno de los componentes de la saga de los Benitez Inglott, además del cronista y periodista Eduardo, el músico Miguel o el poeta Luis. Aunque bien es verdad que entonces en Las Palmas de Gran Canaria había otras varias personalidades descollantes en la cultura de la época y que muy bien pudieran haber asesorado al Consistorio capitalino, como el asimismo laureado poeta Montiano Placeres, al que se le ha achacado la atinada siembra de las gentes del mundo fabuloso galdosiano por el nomencátor callejero palmense.

El perímetro de la ciudad de Las Palmas

Como ya es bien sabido, alrededor del día 24 de junio del año 1478, el capitán castellano Juan Rejón, después de haber desembarcado con sus tropas por la bahía del Confital y concretamente por el Puerto del Arrecife, haber oído mañanera misa en las playas de Las Isletas, recorrer los arenales bordeando las dunas y, en fin, después de haber pernoctado en la ladera oriental de la montañeta de San Francisco, atravesó el cauce del riachuelo Guiniguada y, se dice que milagrosa o sabiamente aconsejado, levantó lo que fue campamento militar fijo, cerca de la costa, en un altozano recubierto de profusa vegetación entre la que descollaban tres airosas palmeras, por lo que a aquel blocao hecho de tapiales y maderos, recinto atrincherado, con un torreón de defensa y almacén de armas y víveres se le denominó El Real de las Tres Palmas. Que desde el final de la conquista de la Gran Canaria, el embrión urbano del caserío formado fue la Villa del Real de Las Palmas y, a partir del año 1515, la Muy Noble y Leal Ciudad de Las Palmas, como rezó en el escudo heráldico oportuno y en los documentos fehacientes de la época que se conservan. Después de aquel comienzo, con el primer reparto de tierras y aguas efectuado por Pedro de Vera al finalizar la conquista, el incipiente casco urbano se fue desarrollando pronto alrededor de una sencilla ermita levantada en honor de Santa Ana y que muy pronto pasó a denominarse de San Antón, bajo la advocación de San Antonio Abad, al iniciarse los cimientos de la futura Catedral de Santa Ana o iglesia del Sagrario a la vera de la plazuela de Los Alamos, que con el tiempo ha desaparecido a causa de diversas reformas y urbanizaciones de la zona. Y la futura ciudad empezó a conformarse a ambos lados del Guiniguada, primero en la loma de las palmeras y luego por la vega adyacente que se extendía hacia la montaña de Santo Domingo y que se conoció como La Vegueta de Hernán de Porras, en donde pasó a residir la nueva nobleza o aristocracia de los conquistadores, los mercaderes y la curia eclesiástica, tales como los Fontana, Vega, Lezcano, Cerpa, Padilla, Mujica, Peñalosa, Pello, Riberol, Sotomayor, Vachicao, Vera, etc. Y, salvando el cauce del anchuroso barranco, ya a principios del siglo XVI, el nuevo barrio de Triana, más modesto, ocupado al principio tan solo por los religiosos y servidores del monasterio de San Francisco y un grupo de labradores y marineros que, parece ser, eran de procedencia andaluza.

Según el primer plano que se conoce de la ciudad de Las Palmas, confeccionado por el ingeniero italiano Leonardo Torriani alrededor del año 1590, el perímetro urbano de entonces era, poco más o menos, delimitado por una línea imaginada que, arrancando en la zona de Triana desde la entonces salida al mar de la calle hoy conocida como de Constantino en la costa este, siguiera hacia el sur por lo que actualmente es la calle de Francisco Gourié y, cruzando la desembocadura del barranco girara levemente hacia el SE y llegara a un antiguo reducto de defensa localizado por donde hoy es la zona oriental del Mercado de Vegueta, siguiendo la actual calle del Alcalde Díaz Saavedra y entrando en la Avenida Marítima del Sur hasta llegar al final de la muralla este del Colegio de los Jesuitas, doblando allí hacia el oeste, hasta donde está la clínica de San Roque y luego, otra vez hacia el sur y suroeste hasta la calle de Diego A Montaude, a seguir en todo su recorrido, doblando al final en dirección norte hasta la confluencia de las calles de Hernán Pérez con la de Toledo y desde allí, por la parte trasera de la iglesia de Santo Domingo, hasta la confluencia de la calle actual de Sor Brígida Castelló con la de Sor Jesús, por la Portadilla de San José y, girando una vez más pasando por donde se alza el Hospital de San Martín y lo que es la calle Jordán salir al Guiniguada por el extremo oeste de El Toril con nuevo giro aquí hacia el este y, poco antes de llegar a la calle de Doramas, cruzar otra vez el cauce del barranco frente al Terrero, a la altura de la actual calle del Párroco Artiles, llegándose hasta la bajada de San Nicolás y descender hasta más abajo de San Justo para girar una vez más a mitad de la calle aproximadamente en la misma dirección que la calle del Doctor Déniz, bordear el campanario del antiguo convento de la iglesia de San Francisco y por los terrenos del actual Conservatorio llegar a la calle Maninidra, girar hacia la de General Bravo y seguirla hasta pasar San Bernardo y entrando en la de Pérez Galdós descender por lo que es actualmente la calle de Perdomo y con breve giro hacia el sur acabar enlazando con la calle Constantino en su extremo occidental. Perímetro que ciertamente muy poco se alteró en las centurias siguientes, hasta mediados del siglo pasado. En principio, tan solo dos murallas defendían a la incipiente ciudad. La de la parte norte, que, arrancando de un torreón con pequeña plataforma para la posible artillería, que bajaba desde la montaña de San Lázaro al oeste, hasta el mar, por lo que se conoció como el Charco de los Abades, con un trazado igual a la actual calle de Bravo Murillo, con una gran portada de acceso a la altura del comienzo hoy del Parque de San Telmo, rematada en un torreón que se denominó luego como de Santa Ana. Y la muralla del sur, levantada por orden del Gobernador Melgarejo alrededor del año 1530 y fue reconstruida en 1565 por el Capitán General Alonso de Avila y Guzmán, que arrancaba en lo que hoy se conoce como Placetilla de los Reyes, en Vegueta, conocido al principio el paraje como el Campo del Quemadero y también alguna vez como el de La Cruz de la Horca y que acababa en la marina pedregosa, aproximadamente a la altura del terreno en que se enclava el cementerio Municipal de Las Palmas, con las Portadillas de Los Reyes y de San José donde se iniciaban los tortuosos caminos de herradura que conducían al sur, posteriormente, aquella muralla se llegó hasta la Montaña de Santo Domingo al oeste. Y aquellas dos toscas murallas de apenas tres metros de altura y no mucho grosor fueron durante varios siglos las que en verdad marcaron a uno y otro lado los límites urbanizados de la ciudad. Además, desde finales del siglo XV, construido entre los años de 1492 y 1494 bajo el mandato del general gobernador Alonso Fajardo, a unos cinco kilómetros al norte de la ciudad existía un pequeño fuerte de planta cuadrada con plataforma para la artillería y cerca del cual había unas cuantas casas conocidas como las del Corral de Henriquez. Allá por el año de 1599, la ciudad de Las Palmas estaba conformada por unas 53 calles, callejas, callejones, plazas y plazuelas, de las cuales más de un 10 por ciento, aunque identificadas, han ido desapareciendo por mor de diversas ampliaciones y reformas urbanísticas.



















.- LOS PUENTES SOBRE EL GUINIGUADA

En el extremo más occidental de la naciente ciudad del Real de Las Palmas, la abundante corriente de agua del que al menos hasta el siglo XVII se llamó Río Guiniguada, se dividía en dos acequias destinadas a suministrar el preciado líquido por toda la vecindad, siendo el remanente de tal servicio aprovechado para el riego de las numerosas huertas dedicadas al cultivo de verduras y frutales.

Ya a finales del siglo XV y junto a la orilla izquierda del río-barranco, el Gobernador Valenzuela mandó levantar una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora la Virgen de Los remedios, allá sobre el año de 1515. De aquella ermita partía una escalera de piedra que conducía al cauce siempre cenagoso cuando no caudaloso del guiniguada y sirvió en principio para el cruce del mismo saltando de piedra en piedra hasta que fue construido un rudimentario puente de madera, piedras, barro y cantería, de un solo ojo, que aguantó los aluviones que en determinados años y en épocas otoñales o invernales hacían rugir en furiosas turbulencias al torrente arrastrando con cuanto se topaba a su paso.

En el año 1599, una de aquellas repentinas crecidas se llevó entre remolinos al puente hasta la cercana costa. Pero, al poco tiempo el gobernador Martín de Benavides ordenó construir otro más sólido, también de un único ojo y enclavado un poco más arriba de donde había estado el anterior, con más fábrica de cantería azul unida con argamasa y sobre cuya obra de ingeniería dispuso que se colocasen las estatuas de Santa Ana y san Pedro Mártir, patronos de la ciudad, además de una cartela con una leyenda alusiva a su generosa disposición; leyenda o soneto laudatorio que le acarreó unos cuantos sinsabores y que hubo de ordenar se retirase. El eximio historiador Rumeu de Armas, apuntó que según sus indagaciones documentales, a principios del siglo XVII la comunicación entre los barrios de Vegueta y de Triana se hacía por medio de dos puentes, el de cantería de nueva fábrica y otro mas rudimentario, de madera, tipo pasarela, ubicado más a la orilla de la mar. El acceso desde Vegueta hacia Triana era desde la calle de la Herrería y la plazuela de la Cruz Verde por el sendero amurallado que lindaba con el barranco y se entraba en Triana junto al convento de Santa Clara por la calle del Perro, poco más o menos por donde ahora está la calle Muro y en comunicación casi inmediata con la calle de Los Remedios. Y arriesgándose a cruzar sobre las aguas por el bamboleante puente de madera, se salía de la Plaza del Mercado o calle de Las Carnicerías y se desembocaba en las gradas que conducían a la iglesia y ventas de Los remedios, frente a lo que fue luego la bajada de San Pedro.

En el año de 1615, que según algunos cronistas fue el de 1517, una gran avenida del Guiniguada se llevó una vez más a los puentes, partes de las murallas de contención a ambos lados del cauce así como casi toda la zona de La Recova por un lado y las ventas de Los remedios por el otro, como dejó dicho el padre José de Sosa. Después, parece ser que durante mucho tiempo, solo existió una especie de rudimentaria e improvisada pasarela de madera para salvar el Guiniguada, porque no hay noticias de que se volviese a construir ninguno estable de cantería o sillería hasta el año de 1673 en que dispuso la construcción de uno más el corregidor Juan Coello de Portugal, en el mismo o cercano sitio del desaparecido medio siglo atrás y que, a su vez, durante largos años fue el único que allí hubo.

A finales del siglo XVIII, dice Domingo J. Navarro en su "Recuerdos...", que, "Los barrios de Vegueta y Triana se comunicaban por un puente viejo de madera carcomida que amenazaba ruina", por lo que se supone que ya había sido arrasado o arruinado el anterior puente. Y, a continuación informa que gracias al ingenio de un activo canario, Agustín José Betencourt y al mecenazgo del virtuoso obispo grancanario Manuel Verdugo,ya a principios del siglo XIX,..."no solo se hizo el sólido puente de cantería que poseemos sino toda la fuerte muralla del norte del Guiniguada, terraplenando lo que antes era cauce del barranco y hoy Plazuela, la apertura, arreglo y formación de la calle que desemboca en la Plaza de Santa Ana y la colocación de las cuatro estatuas que decoran el puente". La calle a que se hace mención, conocida entonces como la Calle Nueva, es la actual rotulada como del obispo Codina.

Auspiciado por el alcalde constitucional Antonio López Botas, en el último cuarto del siglo XIX se construyó entre la plaza del mercado y el arranque de la calle Mayor de Triana el puente de madera, Puente de Palo o palastro que acabó siendo el refugio de los últimos bohemios de la ciudad. Ya adentrados en el siglo XX, el puente de Verdugo de tres ojos y cantería azul fue en el año 1927 reemplazado por el de uno solo, de hierro y cemento armado que ha subsistido hasta el año de 1971 en que, ante la curiosidad ciudadana pero sin pena ni gloria cayó vencido por taladradoras y martillos pilones eléctricos, hidráulicos y automáticos. Poco después, con violentos estertores desapareció también el puente de madera bautizado oficialmente como de López Botas, último rincón conservador del sabor romántico decimonónico de la ciudad. Y con ellos se esfumó, se sepultó el barranco Guiniguada, el más simbólico y tradicional paraje urbano canariense.

Los callejones Palmenses

Por Carlos Platero Fernández



Entre otras acepciones del idioma, si calleja y callejuela son diminutivo de calle, -del latín "callis", senda, cañada; vía entre edificios o solares en una población- al aumentativo de calleja se le dice callejón que es el lugar o paso, por lo común estrecho y largo, a veces angosto y sinuoso, a modo de calle, con sendas paredes a los lados, o hileras de casas, o solares, o deslizándose simplemente entre elevaciones del terreno.

Y, por lo general, sobre todo en Andalucía y Cuba al igual que en Canarias, se le llama así también a la calle corta aunque a veces no sea precisamente estrecha.

Con respecto a los típicos y entrañables callejones existentes en el nomenclátor o callejero de Las Palmas de Gran Canaria, se dice que fue por el siglo XVII poco más o menos cuando con un movimiento o ligera tendencia demográfica de expansión de la población, al principio fuera de las murallas defensivas de la parte norte y con focos localizados en los riscos o faldas de las montañas que cerraban el perímetro de la ciudad por el oeste, comenzaron a poblarse deforma paulatina las numerosas cuevas naturales por allí existentes y de nuevo adecentadas para viviendas o en humildes chozas de madera, piedras y barro con gentes por lo común marineras y menestrales o de servidumbre; creándose así los barrios de San José, San Juan, San Roque, San Nicolás, San Francisco, San Lázaro y San Antonio, en algún caso al amparo o en derredor de las respectivas ermitas de la advocación de los citados santos y en otro del añoso e historiado convento franciscano.

Por mucho tiempo considerados arrabales marginales de la ciudad, al igual que ocurrió en El Pambaso y La Matula junto al Guiniguada, por el norte con las Cuevas de Mata y del Provecho y por el sur, más allá de la muralla y Portadilla de Los Reyes con Las Tenerías y el barrio marinero por excelencia de San Cristóbal. No obstante, las callejas, callejones y travesías de las cada vez más populosas barriadas de los riscos y de las afueras de la ciudad amurallada casi nunca fueron reflejados en los documentos de la época.

En un manuscrito anónimo de mediados del siglo XIX se informó que la ciudad de Las Palmas, además de contar con cuarenta y tres calles repartidas entre los barrios históricos por antonomasia de Vegueta y Triana, tenía diez y nueve callejones en el uno y doce en el otro, escalonados por los riscos y laderas montañosas, oficialmente innominados, conocidos sin embargo entre sus moradores más bien y exclusivamente por el nombre de algún vecino notable vivo o difunto, por alguna profesión u oficio gremial y otras distintas características aceptadas y acomodadas al uso por el pueblo en sí. Famosos fueron, entre otros el de la Barranquera Alta, por San José, el de Las Cruces, en San Juan, el conocido como Pasaje del Molino, de San Roque, el de La Matula, el de El Pambaso, el Callejón del Burro, de San Nicolás... A los que a finales del siglo XIX se vinieron a sumar los de San Lázaro, San Antonio, alguno de Los Arenales, los de Guanarteme y La Isleta. Luego llegaron los modernismos, las nuevas normas de rotulaciones de las vías urbanas de Las Palmas y, por alguna razón y sin mucha imaginativa, se estuvieron aplicando como si fueran un tanto a boleo nombres tomados sin más de algún diccionario manual o, ya más sensibilizada la autoridad competente,nombres del folclore canario, de danzas e instrumentos musicales, de peces, de animales terrestres y de aves, de flora diversa, de signos del zodíaco, etc. Típicos callejones por donde hasta no hace mucho tiempo, además del discurrir continuo de ancianos, jóvenes y niños, perros, gatos, gallinas, asnos, cabras, etc., descendían de mañanita, un día sí y otro también los clásicos cabreros con su ganado lechero pregonado por el alegre tintinear de las esquilas y que vendía de puerta a puerta la recién ordeñada leche de cabra en los "cacharros" o "medidas".

Fuentes de inspiración para diversos artistas, poetas y rapsodas, escritores costumbristas excepcionales cuales los hermanos Millares Cubas, "Pancho Guerra", Pepe Castellano en su papel de Pepe Monagas y Victor Doreste, folcloristas como Sebastián Jiménez Sánchez, Juan del Río Ayala y Néstor Alamo y cronistas cuales Luis García de Vegueta o Martín Moreno... Venero asimismo y musa de pintores como Jorge Oramas, Colacho Massieu, Felo Monzón, Santiago Santana, Cirilo Suarez, el recordado acuarelista Comas Quesada y el veterano y activo Vinicio Marcos Trujillo.

Los motivos de estos callejones singulares que los pintores canarios han recreado plenos de colorido en luminosos óleos y bellas acuarelas suelen ser recogidos, sugerentes y solitarios rincones de callejas laverínticas que se entrecruzan a distintos niveles, a veces adornados de piteras y tuneras por entre las que corretean y hurgan diversos animales domésticos y, en otras ocasiones con empinados accesos de polvoriento piso de tierra apisonada que se enfanga con las lluvias y regadas, mal que bien empedrados, con toscos escalones de cemento más que de cantería de trecho en trecho y que casi siempre terminan en pequeñas explanadas con grupos de casas por lo general terreras orientadas hacia el este, mirando al mar y con la ciudad en sí a sus plantas.

Sitios apacibles y evocadores, tanto de la vida que ya pasó como de la actualidad que allí parece discurrir sin grandes altibajos, sin prisas ni agobios.

Fue el ya citado pintor Vinicio Marcos el que describió lo que hace algún tiempo ha estado pintando, como "ladera abierta del barrio ocupada por espaciadas casas y chiqueros de cabras o cerdos que ofrecían una estampa campesina llena de estridencias y rumores. El callejón de la iglesia cercana disponía de un pilar público donde gran parte de la vecindad discutía con frecuente algarabía y golpeo de cacharros su lugar en la fila. Gozosa impresión de la ladera en los días festivos o mañanas de domingo, donde ningún sonido era más alegre que las campanas del templo". Añadiendo el artista que el callejón viene a ser para el urbanismo moderno algo así como un garabato para la caligrafía, un guiño que hace la historia al presente de las poblaciones.

Los callejones son enigma para quien le es ajeno y poesía y añoranza comprimida para quienes en ellos han vivido.

VEINTE CALLES Y CALLEJONES QUE EMPIEZAN POR "M" EN LA PALMAS DE GRAN CANARIA

por Carlos Platero Fernández



MADERA

Callejón en el Distrito II de Triana, Barrio de San Nicolás.

En términos generales la madera es la parte del tronco, ramas y raíz de árboles y arbustos, situada debajo de la corteza y resultante del crecimiento en grosor. O sea; la sustancia dura de los árboles debajo de la corteza. Y se dice de cualquier trozo de esta sustancia, labrado.

Madera, en el original portugués "Madeira", es una isla de Portugal en el Atlántico, al oeste de Marruecos, cuya capital es Funchal. En Canarias se le llama así a una mata pequeña ramificada y leñosa, de dos a cinco centímetros de alto, hojas ovales, estipuladas, verde grisáceas y flores de color amarillo que se desprenden fácilmente.



MADRESELVA

En el Distrito VII de Escaleritas, Urbanización de Las Torres.

Arbusto trepador de la familia de las caprifoliáceas, con flores olorosas, cultivado como ornamental. Y así se le llama a su flor.



MADROÑO

Callejón en el Distrito II de Triana, Barrio de San Nicolás.

Es un árbol propio de la laurisilva canaria, de hoja perenne, corteza marrón rojizo, hojas oblongas con bordes dentados y fruto de dos a tres centímetros, comestible, de color anaranjado cuando madura.



MAESTRO RODO

En el Distrito VII de Escaleritas, por el Barranquillo de Don Zoilo

Gabriel Rodó Vergés nació en Barcelona en 1904 y falleció en Bogotá, Colombia en 1963. Músico, compositor y director de orquesta. Cursó sus estudios en la Escuela Municipal de Música de Barcelona, realizando entre 1923 y 1925 cursos de especialización en París, pensionado por el Ayuntamiento barcelonés. En 1932 fue nombrado profesor de violonchelo del Conservatorio del Liceo y poco después catedrático de música de cámara y director de la orquesta del mismo. Contratado para dirigir la orquesta de la Filarmónica de Las Palmas de Gran Canaria, el Maestro Rodó, ya casado con la también violoncelista Lupe Sellés y con dos hijos llegó a esta ciudad en el otoño de 1951 y aquí residió y trabajó durante once años, en el transcurso de los cuales, además de dirigir, compuso seis valiosas obras orquestales.

El maestro Gabriel Rodó con su esposa partió para Colombia en la primavera de 1963. En octubre del mismo año, ya radicado en Bogotá falleció de forma repentina a causa de un infarto cuando contaba 49 años de edad.



MAESTRO SOCORRO

En el Distrito I, Vegueta, por el Barrio de San Juan.



MAESTRO VALLE

En el Distrito III, Arenales, por la Barriada de la Ciudad Jardín.

Luis Valle Chiniestra, nació en Villamayor, Zaragoza en 1849 y falleció en Las Palmas en 1928. Compositor y director de orquesta. Ya de niño fue llevado al Pilar de Zaragoza y ejerció de seise y discípulo de música y composición del maestro Domingo Olleta, aprendiendo también a tocar el órgano. Posteriormente se trasladó al Conservatorio de Madrid donde cursó estudios de violín, piano, órgano y composición con profesores de la talla de Emilio Arrieta y Valentín Zubiaurre, siendo condiscípulo de Chapí y Bretón.

A los 21 años Luis Valle fue nombrado maestro de partes y coro del Teatro de la Zarzuela y del Apolo, donde estrenó varias obras líricas, entre ellas la titulada "María", en colaboración con Bretón, componiendo por aquellas fechas su célebre "Serenata española" para orquesta y una "Misa pastorella" que luego agradó mucho en Canarias.

En el año de 1878 fue contratado el Maestro Valle como director de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas, donde ejerció su oficio durante medio siglo, componiendo en el interín unas trescientas obras de música al tiempo que ejercía con entusiasmo la enseñanza musical. Por sus relevantes méritos, hace años que el Ayuntamiento de Las Palmas le nombró hijo adoptivo de esta ciudad, con todo merecimiento.



MAGALLANES

En el Distrito V de La Isleta.

Fernando de Magallanes (148 1521), navegante portugués al servicio de España, que organizó y dirigió una expedición compuesta por las cinco naves "Trinidad", "Victoria", "Concepción", "Santiago" y "San Antonio" con las que salió el 20 de septiembre de 1519 de Sanlúcar de Barrameda y descubrió a finales de octubre del año siguiente el estrecho que lleva su nombre; y más adelante las islas Marianas.

Después de una penosa travesía del Pacífico, Magallanes llegó a las islas Filipinas, donde fue muerto por los indígenas de Mactán, Cebú. Elcano tomó entonces el mando de la expedición y con el navío la "Victoria" y tan solo 31 supervivientes consiguió retornar a España, siendo así el primero en dar la vuelta al mundo.



MAGISTRAL MARRERO

Calle localizada en el Distrito I de Vegueta, por la Barriada del presidente Zárate.

José Marrero y Marrero nació en Firgas el 5 de noviembre de 1874. Estudió la primaria en el colegio de Santo Tomás de Las Palmas e ingresó en el Seminario Conciliar el año 1885, cursando allí toda la segunda enseñanza y Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Ordenado sacerdote en 1902 fue destinado a la parroquia de Moya hasta 1915 en que pasó a Santo Domingo de Vegueta y en 1918 obtuvo la Canonjía Magistral de la Santa Iglesia Catedral Basílica. Licenciado en Sagrada Teología impartió clases en el Seminario y desempeñó la auxiliaría de la cátedra de Religión en el Instituto General y Técnico.

Buen orador, de palabra fluida e inteligente también escribió obras como "La Obra de D. Bosco en Las Palmas" y "Panegírico del Beato Juan Bosco" que se publicaron en 1925 y 1929 respectivamente. Inéditos dejó una "Biografía del P. Juanito" que fue cura de Moya en el año del cólera, "Historia de la Parroquia de Moya" aunque algunos capítulos vieron la luz pública en el diario "El defensor de Canarias"; y un conjunto de interesantes "Homilias".

José Marrero falleció en Las Palmas de Gran Canaria el 30 de abril de 1942.



MAGISTRAL ROCA PONSA

Calle localizada en el Distrito VII, Escaleritas, por la Barriada del mismo nombre.

José Roca y Ponsa, eclesiástico, nació en Vich en 1853 y falleció en Las Palmas en 1938.

Magistral de Sevilla, muy elocuente orador sagrado. Escritor fecundo, su obra se encuentra dividida entre finales del siglo XIX y pasado el primer tercio del XX con títulos como "Cuatro palabras sobre un reciente folleto del Licenciado J. Rafael Lorenzo y García titulado Estudios filosóficos sobre la especificación (sic) de los seres por la redención de El Gólgota", "El Señor Licenciado Lorenzo y García ante la Fe y la Razón", "El hijo prodigo", "Oración fúnebre del Dr. D. José Hernández", "¿Cual es el mal mayor y cual el mal menor?", "Vivamos alegres" y "Cristo víctima".



MAHON

En el Distrito V de La Isleta.

Ciudad española, capital de la isla de Menorca, en las Baleares.





MAJADILLA

En el Distrito V de La Isleta.

En Gran Canaria, la "majadilla" como diminutivo de "majada", en el argot propio de los pastores y gente del campo era el cerco provisional que servía para encerrar el ganado, comúnmente cabrío y ovino durante la noche; y donde también se recogían los propios pastores con sus perros. Es también un topónimo muy abundante en esta isla.



MALAGA

En en Distrito I de Vegueta, por el Polígono de San Cristóbal.

Provincia española componente de la Comunidad Autónoma de Andalucía,



MALAGUEÑAS

En el Distrito I de Vegueta, Barrio de San Roque.

Las "malagueñas" son un canto y baile introducido en Canarias en el siglo XVIII; en que se repite un estribillo de cuatro versos octosílabos o, en algunos lugares como en Lanzarote, en forma de quintilla, mientras que los bailadores alternan las danzas en grupo con trenzados, figuras, puentes y corros variados, como en la "isa", con episodios solistas en que la coreografía la realizan un hombre y dos mujeres.



MALFU

En el Distrito V de La Isleta.

Como Malfú a secas y barranco, cañada y montaña es un topónimo en el término municipal de Ingenio.

Algunos dicen que muy posiblemente sea un vocablo aborigen, pero ya corrompido en el transcurso del tiempo. Otros quieren deducirlo de la "mejorana" o "malfurada", una planta.



MALTA

Callejón en el Distrito II de Triana, Barrio de San Nicolás.

Además de llamársele así a la cebada germinada, para fabricar cerveza y, a veces, para hacer un sucedáneo de café y también a cierta cerveza negra, Malta es la isla principal de un pequeño archipiélago, del que forman parte también las islas de Gozo y Comino, en el Mediterráneo y entre Sicilia y Africa.



MALTESES

Así se llama una de las calles más antiguas de las localizadas en el barrio y distrito de Triana, que ya aparece trazada en los primeros planos de la ciudad de Las Palmas fechados a finales del siglo XVI y que, parece ser, ha sido una de las que menos alteraciones ha sufrido con el paso del tiempo.

Se decía de ella que era la que iba a San Francisco desde la Mayor de Triana o la que, "bajaba del monasterio del Señor San Francisco a la Real de Triana". No obstante, se ha escrito que hubo un tiempo en que a esta vía urbana se la denominó como "la del agua", o "de la Acequia" por una que corrió en su parte más occidental con el líquido elemento que antes habría corrido por las huertas y conventos, de monjas de Santa Clara y de frailes, de San Francisco. Es por ello que así lo indicó en su "Nomenclátor de calles y plazas de Las Palmas" Carlos Navarro y Ruiz diciendo al respecto que unos mercaderes de Malta, atraídos por la riqueza de la isla, por su excelente y saludable clima y por el buen carácter de sus habitantes, se establecieron tranquilamente en Las Palmas, adquiriendo sus negocios alguna importancia cuando la buena calle en que se instalaran recibió de ellos su nombre, conservado a través de los tiempos, "a pesar a haber desaparecido en una ocasión".



MALVASIA

En el Distrito VII de Escaleritas, Urbanización Las Torres.

En Lanzarote la malvasía es una clase de uva muy dulce y fragante. Y, por consiguiente, también se le llama así al vino que se hace con ella. Se dice que esta clase de uva es originaria de Monenvasie o Malvasie, en la costa griega de Laconia, por el Peloponeso o península de Morea. Hoy este tipo de uva es común a otros países mediterráneos y se ha aclimatado hace ya siglos en las islas Canarias.



MALVAVISCO

En el Distrito VII de Escaleritas, Urbanizxación Las Torres.

El malvavisco es planta malvácea cuya raíz se usa como emoliente.



MALLORCA

En el Distrito VI de Schamann, Urbanización de Los Tarahales.

Es una isla mediterránea española, la mayor de las Baleares. La capital de es Palma de Mallorca.



MANDOLINA

En el Distrito I de Vegueta, Barrio de San Roque.

Es un instrumento músico parecido a la bandurria, de caja abombada por debajo como el laúd, con 4 ó 6 cuerdas pareadas, dispuestas como las del violín; se toca con púa o plectro.



MANINIDRA

En el Distrito II de Triana.

Esta calle hasta hace poco considerada como callejón por su estrechez y que ha sido ampliada con una última remodelación de sus márgenes, en el pasado fue conocida de forma muy genérica como "el callejón del convento" o "de San Francisco" puesto que daba a la vetusta y ya desaparecida edificación o, mejor, a gran parte de su huerta contorneaba por su lado norte. Y se le conoció también como "el de Orihuela" u "Origüela" pues gentes de dicho linaje tuvieron lindando con él casas y huertas. Durante centenares de años parece ser que fue lóbrego y a veces enfangado camino que conducía de los riscos de San Francisco a Triana y a San Telmo, similar en algún tramo al de la Vica que solía discurrir más al noroeste, bordeando parte de las huertas del convento de las monjas bernardas.

Ya a principios del siglo XX, a esta calle, que como se ha indicado a finales de los años sesenta sufrió grandes transformaciones se le impuso el nombre de Maninidra, que fue un indígena de Gran Canaria, guayre del faycanato de Telde, que, se dijo, tuvo su residencia habitual en el poblado de Las Cuatro Puertas y el que, aunque en principio se opuso a la impuesta regencia de Doramas en el reino teldense, luego fue uno de sus más fieles colaboradores hasta la muerte del héroe en los campos de Arucas. Sobrino o, según algunos cronistas hermano del último rey de Gáldar Tenesor Semidán que se bautizó con el nombre de Fernando Guanarteme y con el que estuvo por Calatayud ante los Reyes Católicos. Como Pedro Maninidra comandó una compañia de indígenas de las islas ya cristianados cuando lo de la conquista de Tenerife, isla en la que luego recibió datas de tierras y aguas como conqistador y en ella se residenció.

Hace unos años se pretendió cambiarle la rotulación por el nombre del Doctor Juan Millares Bosch pero, ante la oposición vecinal, se dejó como está actualmente.