20 de marzo de 2010

Un viaje a La Palma

MI PRIMER VIAJE Y ESTANCIA CIRCUNSTANCIAL EN SANTA CRUZ DE LA PALMA , por Carlos Platero Fernández

La isla canaria de San Miguel de La Palma, la Benahoare prehispánicas, La Palma isla bonita, isla verde por excelencia del archipiélago canario anclada ya para siempre en medio del sonoro Atlántico, desde que la conocí ha ejercido sobre mí una especial atracción.

Yo estuve por primera vez en La Palma por el año de 1958, a finales del verano cuando, en cumplimiento de tareas laborales profesionales hube de residir cerca de dos meses en ella, desguazando y recuperando con un equipo especializado un avión militar modelo Junker y de procedencia alemana aunque al servicio del Ejército español, que se había salido de la reducida pista terrera de aterrizaje en el pequeño Aeródromo de Buenavista, por la comarca y ayuntamiento de Mazo. Por alguna falsa maniobra del piloto se había desviado bruscamente hacia su derecha y acabó su recorrido cayendo a un terreno de labranza adyacente, empotrándose entre las ramas de un copudo castaño cargado de fruto ya maduro a la sazón. ¡Aquella corta pista sin asfaltar que, recortada por su parte norte con el tajo impresionante y profundo de Juan Mayor y por el sur con el menos agreste y de menor recorrido, aunque mucho más interesante e historiado de La Zarcita, el de los numerosos petroglifos aborígenes, que, asimismo bordeaba al pequeño cementerio correspondiente a la parroquia de San Pedro por la Breña Alta!

Debo de indicar aquí que las tareas de desmontar en el veterano avión trimotor y separar las alas del fuselaje, los timones de dirección y altura del empenaje de la cola, el maltrecho tren delantero de aterrizaje, las hélices y los motores así como los instrumentos de vuelo de la cabina de pilotaje fueron realizadas con presteza y a conciencia aunque hubo que cavar sendos túneles para poder usar los pesados gatos mecánicos e hidráulicos necesarios para parte de la operación de rescate. Luego, pasaron algunos días de holganza total esperando las órdenes pertinentes para preparar para su transporte todo aquel material.

Hubo dos hechos, a cada cual mejor para mí, al menos en el transcurso de aquellos días.

Días que nosotros, los dos o tres civiles de mi equipo y yo por un lado y por otro los soldados obreros, revoltosos y naturalmente fogosos e inquietos por otro, nos dedicamos a leer, a conocer y reconocer la recolecta villa más que ciudad del entonces, a recorrer gran parte de la isla, a saludar a algunos conocidos que teníamos en localidades como Tazacorte en donde aún se acuartelaba un batallón de Soldados de Infantería en el que había servido hacía ya años aquel Pepe Varela el de Inocencia, como me recordaba nostálgico cuando me topaba con él en la aldea de Chaín, El Paso del Sagrado Corazón de Jesús en donde todavía se podía admirar una estatua del mismo en lo alto de la iglesia parroquial o Los Llanos de Aridane, etc.

Por una parte, el Cabildo de La Palma puso a nuestra disposición y durante las veinticuatro horas del día, como mínimo dos vehículos, con los que nos desplazábamos de uno a otros lados, lo que aprovechamos para los mencionados recorridos isleños.

Visitamos el celebrado santuario de Nuestra Señora de Las Nieves, yo las cuevas con los interesantes y enigmáticos petroglifos prehispánicos de La Zarcita, unos en los perdidos barrancos de Garafía y del Francés, recorriendo la zona de Las Manchas en donde todavía eran bien visibles las huellas de la última erupción volcánica de la isla en el año de 1949, visitando las localidades de San Andrés y Sauces y en el otro extremo de la isla subiendo al roquedo de El Time, acercándonos al recóndito lugar de Tijarafe, donde esperaba encontrarme con unos viejos amigos de Gando, pero lo que no logré, aunque sí algunos de los expedicionarios nos encontramos con otros asimismo camaradas de tiempos del cuartel, en Tazacorte con los que tuvimos que formar parte de alguna pequeña juerga dominguera, etc., etc.

Y por la otra, el oficial de Aviación que entonces estaba al frente del reducido destacamento de dicha arma en La Palma, el teniente Enrique Cuyás, amigo por cierto del alférez ingeniero aeronáutico José Bringas que comandara la expedición en el ámbito militar, que por hallarse alojado

temporalmente en el Hospital General de la ciudad nos cedió gentilmente a los civiles especialistas

su propia vivienda en el mismo aeródromo para que guardásemos nuestras ropas de calle, nos ducháramos y aseáramos y aún reposásemos en sus dependencias lo que quisiéramos pues la casa, un moderno chalecito, salvo las habitaciones o dormitorios cuyas puertas estaban cerradas estaba a nuestra entera disposición.

En una de aquellas dependencias había una dedicada como a escritorio y sala de lectura y en ella una reducida biblioteca, repleta de obras de tema canario pues no en vano el suegro del oficial militar era un destacado intelectual canario. Allí leí o tomé prestadas en aquellas libres jornadas para leerlas en nuestro alojamiento que era en el acuartelamiento instalado en la costa, por las afueras de Santa Cruz de La Palma, creo que por donde le decían El Refugio de más allá del Túnel, en donde poco después se alzaría el actual y coquetón Aeropuerto de Mazo.

Recuerdo que por aquellas fechas nos llegó la noticia del fallecimiento del Papa Eugenio Pacelli Pío XII.

Y una anécdota que ahora me viene a la mente fue que, estando yo en mis labores profesionales en Gando cuando lo del accidente del aterrizaje forzoso en La Palma del avión Ju-52, de fabricación alemana y al que conocíamos familiarmente como “La palomita” pues en lugar del color gris estandarizado de la Fuerza Aérea española estaba pintado totalmente de blanco inmaculado, adecuado para transportar pasaje y hacía el servicio de avión estafeta en lo que por entonces se conocía como la Escuadrilla del Cuartel General del Aire, siendo el empleado en los desplazamientos aéreos de la Jefatura. En aquella ocasión, el avión llegara a Gando procedente de Madrid y sin apenas repostar hubo de emprender vuelo a Tenerife y a La Palma, en donde sufrió el percance del accidente reseñado. Pues bien, en la misma mañana en que se me comunicó que dada mi profesión de entonces de montador de aviones con categoría de jefe de equipo debería de trasladarme con el urgentemente conformado, sin más demora allá a la para mí más remota isla occidental del archipiélago.

Pues ocurrió que en un momento dado se me acercó con el mayor sigilo un cabo de primera especialista que me confesó que en viaje de la Península a Canarias de “La Palomita”, venía una buena partida de excelentes chorizos de Mérida curados y convenientemente envasados en unas latas adecuadas, como regalo de alguien para el entonces jefe de la Zona Aérea de Canarias y Africa Occidental Española, de la que al desembarcarlas en el aeródromo de Gando los pillastres de los mecánicos habían logrado distraer dos que ocultaron por algún recoveco de la parte trasera del fuselaje del avión. Que, si por favor las localizábamos y se las trajésemos, mucho nos lo agradecerían. Cosa que al comunicarla al equipo de la expedición, mucho regocijó a todos, puesto que, ya desde el principio nos confabulamos para que tan apetitoso producto pasase a nosotros siguiendo el axioma o refrán popular de que “Quien roba a un ladrón, tiene cien días (o años) de perdón”. Pero la inicial búsqueda no dio el resultado apetecido por más que alguno de los más ligeros y ágiles de nosotros se metió por el estrecho fuselaje hacia atrás rebuscando afanoso entre cables, muelles y poleas grasientos de mandos, gruesas barras de duraluminio con las que se accionaba todo el empenaje de la cola, cables eléctricos para las luces de situación, etc., etc.

Sin embargo yo seguía creyendo en la ingenua confesión del delito cometido y persuadí a otros que se sumaran a la búsqueda. Y en tal ocasión, uno de los compañeros, conquense él, que parecía tener singular olfato cual si de un perro de presa se tratara, se adentró entre el amasijo de mandos, llegando a un especial recoveco que se conocía en el argot mecánico como “el del paquete de muelles” y allí estaban las dos codiciadas latas con los chorizos.

Me parece recordar que fue la madre de uno de los dos empleados civiles con que entonces contaba el aeródromo militar, que nos preparó con aquel producto porcino y algún potaje canario acompañado de queso curado y alguna pella de gofio una pantagruélica comida seguida de cafés, ron o coñac y sabrosos puros palmeros que remataron con una alborotada y tumultuaria visita al singular galeón de piedra de un apacible placita y a lasa altas murallas defensivas allí cercanas.

Claro que yo me dediqué también a visitar la historiada iglesia de El Salvador, al museo etnográfico y a la biblioteca con algo de hemeroteca locales, fruto de todo fue al final el escrito que me parece que algún tiempo más tarde se publicó en la prensa grancanaria y que, por conservar el texto ahora transcribo aquí:

“De mi estancia en La Palma, puedo decir que bien pronto hice amistad con amables gentes palmeras y, merced a ello tuve la oportunidad de recorrer la isla en gran parte, siempre admirado de lo que contemplaba y aún, a veces, añorante puesto que en muchos aspectos me recordaba a mi Galicia nativa, tanto en su clima y en sus frondas como en su ciudad de la capital, en sus villas, pueblos y caseríos tanto de costas como del interior y de la montaña.

Santa Cruz de La Palma, el santuario de Nuestra Señora de Las Nieves, los saltos de agua y los grandes depósitos de Los Silos o de los Tilos, San Andrés y Sauces, El Paso del Sagrado Corazón, Los Llanos de Aridane, Tazacorte, Puerto Naos, Las Manchas del volcán de San Juan, Fuencaliente, Las Breñas, San Pedro, Mazo y el mirador de La Concepción... Evocaciones que quedaron reflejadas mal que bien en algún tosco artículo mío de la época y en las páginas de un novelón de juventud titulado “La Sima” y que yace inédito por alguna parte entre mis muchos papeles escritos.

Años más tarde, esta vez en período vacacional y con mi familia al completo retorné a la isla de La Palma, en avión que aterrizó en el recién inaugurado Aeropuerto de Mazo y, con alojamiento en el céntrico Hotel Mayantigo capitalino efectuamos diversas excursiones, algunas a lugares que ya conocía. En un taxi conducido por un atento señor Concepción, al norte, pasando desde Barlovento hasta Garafía por pistas de tierra apenas trazadas que discurrían entre frondosos pinares, luego a Puntagorda, a Tijarafe, al Time para descender atravesando el cauce del barranco de Las Angustias a Los Llanos de Aridane y en ineludible fin de la excursión a gran parte de la impresionante Caldera de Taburiente y retornar a la capital de la isla por la amena ruta que atravesaba el prolongado túnel que yo en anterior ocasión recorriera con un compañero en medroso trotecillo engañados ambos por los resonantes sonidos de nuestras cada vez más aceleradas pisadas. En otra jornada, igual de interesante y con los mismos taxi y taxista, a recorrer la parte sureña de la isla, con la finalidad principal de poder contemplar con la curiosidad y asombro consiguientes los restos todavía humeantes de la entonces reciente erupción de los volcanes Teneguía y de San Antonio...

Pero también gozamos lo nuestro callejeando por la acogedora y recolecta, historiada ciudad en sí, visitando una vez más yo el interesantísimo museo de La Cosmológica”, los templos religiosos cuales el santuario de La Virgen de Las Nieves allá en la orilla del barranco y los de El Salvador, de Santo Domingo y su convento, de San José e iglesia del Hospital y las ermitas de San Sebastián y de La Luz. El palacio de Salazar y la solariega Casa de Cabrera. Los Teatro Chico y Teatro Circo de Marte, el Ayuntamiento, el castillo de Santa Catalina y acogedoras plazas cuales la del Mercado y la Alameda con su barco pétreo dedicado a la Virgen.. Y los populosos y típicos barrios cuales el singular de La Caldereta y sus aledaños y el amplio muelle del Puerto con su prolongado malecón de viviendas de fachadas acristaladas...

Parafraseando a algún para mí anónimo autor, vaya aquí como colofón al presente comentario el siguiente texto que describe muy bien a la Santa Cruz de La Palma que llevo en el recuerdo y el corazón:

“Por sus piedras pasaron lances de capa y espada; luchas de privilegios medievales contra los tiempos modernos; incruentas luchas entre frailes, entre cofrades; historias escabrosas; caballeros que se acogen en sagrado; atentado de valientes contra guapo y presuntuoso armador enriquecido en Indias; vida de guarnición, minués y rigodones; los productos de un campo sin plátanos; pacotilla y contrabando.”

Igual o muy parecido a cualquiera de las muchas ciudades de España en tiempos del Antiguo Régimen.

Cuando la conocí, la recoleta ciudad de Santa Cruz de La Palma me sedujo, me tentó más de una vez a indagar en la historia de su creación, de su movido pasado para escribir algo sobre ello.

Además, y ello ocurrió también hace ya unos cuantos años, por parte de la dirección de la revista mensual “Aguayro” de la cual era yo colaborador más o menos habitual, se me solicitó un artículo o reportaje que incidiese en los primeros tiempos históricos de la histórica ciudad palmera.

Y frutos, tanto de los recuerdos de mis contactos vivenciales con la isla como de diversas lecturas e indagaciones bibliográficas, que haberlas “haylas” que dicen en mi tierra nativa, fue lo que se me publicó por el mes de abril de 1993.

Y es que, además, para gozo de cualquier investigador o documentalista, esta ciudad isleña al igual que otras principales en el archipiélago, tiene el privilegio de poder sabérsele con plena certidumbre la época, la fecha de su fundación como villorrio, de su origen más o menos remoto como núcleo poblacional.

Añadiré aquí como colofón que no hay actualmente, o quizás yo no la localicé en su totalidad, mucha bibliografía sobre los principios históricos de Santa Cruz de La Palma. Acaso porque los más antiguos documentos escritos en los que se pudiese indagar, salvo algún caso excepcional, desaparecieron, fueron incinerados por piratas y corsarios franceses ya mediados del siglo XVI y otros se esfumaron, se inutilizaron con el paso del tiempo y la incuria de quienes debieron de haberlos protegido y salvaguardado. No obstante y de forma excepcional, algunos lograron salvarse como por ejemplo ha sucedido con diversos escritos posteriores sobre todo al año de 1534 el del pirateo y la mayoría fechados a partir de 1553, fecha nefasta pues fue cuando el día 21 de julio de dicho año la ciudad fue tomada por sorpresa por gentes piratas francesas al frente de las que figuraban el temible Francois Leclerc, “Pie de Palo” y su lugarteniente Jacques de Sore que ocuparon el lugar de la población hasta el siguiente 1 de agosto en que se retiraron con cuantioso botín y dejando tras de sí muertes, incendios, feroces saqueos y ruina total.