22 de diciembre de 2010

EL ANCIANO, EL NIÑO Y EL MOVIL

Un cuento de Carlos Platero

Primera parte

_ ¡Riiin, riiin, riiin!

Suena reiterativo el timbre de la puerta de acceso del zaguán, en el piso, excepcionalmente bajo, en esta zona de la barriada en la que los bajos o primeros suelen estar ocupados por locales comerciales u oficinas.

El anciano, que se mueve con lentitud, con un principio de prevención, antes de descorrer la manilla de la cerradura echa una ojeada a través de la mirilla insertada en la puerta de recios paneles de madera.

Desde hace ya algún tiempo vive solo, se arregla para ello como puede pues no quiere depender de nadie, a pesar de que, hallándose en situación de viudo desde hace bastante tiempo, ya cuenta más de ochenta años de edad. Pero todavía puede atender sin grandes problemas a sus necesidades personales más perentorias y no ha aceptado la oferta reiterada de que lo visite y atienda alguna persona componente de la Asistencia Social Municipal local porque todavía se siente capaz de vivir independiente sin pasar por grandes problemas.

No obstante, el anciano solitario paga religiosamente a una mujer ya mayor que, al menos una o dos veces a la semana le hace limpieza de la vivienda, se ocupa del lavado y planchado de su ropa y asimismo le atiende en alguna que otra emergencia que se le ofrezca. El, como funcionario del Estado ya jubilado se considera satisfecho y hasta en cierto modo afortunado con la modesta pero segura pensión que percibe, que le da para cubrir gastos, para vivir sin grandes alharacas pero también sin estrecheces.

Si hay algo que en verdad lo define, aunque él no quiera reconocerlo es que siempre ha sido hombre de genio pronto, lo que con el paso de los años ha pretendido domeñar, aunque no lo ha logrado nunca del todo y de cuando en cuando “se le enciende la sangre en las venas”, como él se dice a si mismo.

Por ejemplo, en este día de la Festividad de Reyes, como en fechas parecidas anteriores ha salido con su hijo y su nuera a comer en alguno de los restaurantes de las afueras de la ciudad, invitado por ellos como viene siendo, si no habitual si de cuando en cuando y en fechas festivas.

¡Que calzonazos es Adrián, el hijo y como lo domina y hasta humilla Marta, su esposa!

Lamentablemente para el anciano que en los últimos tiempos sobre todo ha añorado la existencia de algún nieto, heredero de su carne y de su sangre, la pareja no ha logrado tener hijos, lo que, según piensa el anciano aún ha agriado más si cabe el mal carácter de que ella suele hacer gala cuando quiere.

Y ha convertido en más mansurrón y acomodaticio a Adrián que en la actualidad, alrededor de los cincuenta años de edad parece pasar ya de todo en esta vida. Antes, cuando todavía vivía la madre, el solo y a veces los dos solían acudir de cuando en cuando a visitar a los ancianos y viajaban algo, pero ahora, ni visitas ni viajes y tan solo, de pascuas a ramos lo hacen, aunque si siguen invitando a padre y suegro el seis de enero. Adrián, empleado de banca, en los ratos de ocio, más que a visiteos se dedica a la colombofilia, la cría y cuidado de unas cuantas palomas mensajeras que mantiene en un rústico palomar en el ático de su vivienda; y Marta, criticona de todo y contra todo, lo mismo acude con asiduidad al cine de la vecindad y parece disfrutar con su soledad, que se queda en su casa, sin apenas rozarse con los conocidos o vecinos, pasando horas y horas ante la televisión viendo alguna rancia película o escuchando la radio hasta que se queda dormida pues, desde luego, apenas si tiene trato con alguna persona amiga o familiares cercanos que la aguanten impertérritos.

Y dado el carácter fuerte y arisco de nuera y suegro, bastantes han sido las trifulcas verbales entre ellos, en cuanto ha surgido la más mínima chispa de discordia, siempre ante la pasividad del hijo y marido, aunque últimamente han sido menos.

La doctora del Centro Médico de la Salud que atiende al anciano le ha recomendado reiterativa que procure evitar todo acto de violencia reprimida, de enfurecimiento contenido y aún de simple enojo con los demás si no quiere sufrir alguna mala consecuencia puesto que tiene el corazón algo debilitado. Que sin quererlo le puede sobrevenir una angina de pecho, un ataque cardíaco o una isquemia, por lo que debe de huir de hacer mucho ejercicio, de pasar frío, de tensiones emocionales o de comidas copiosas.

Es por lo que el anciano evita también él el contactar con el matrimonio pese a que a veces sienta un tanto entristecido la soledad de viudez en que vive. Por tal motivo aunque a regañadientes accede a salir con ellos a comer; “aunque sea una sola vez al año”, se dice al claudicar. Como ha ocurrido en la presente ocasión en la que el anciano evoca un tanto enternecido aquellos tiempos cada vez más lejanos pero presentes en el recuerdo en los que la madre, ahora ya difunta y él invariablemente, después de la Noche de Reyes agregaban a los posibles regalos de los Magos entre los tres, un almuerzo o en la ciudad o en las cercanías. Padres e hijo alrededor de una mesa bien surtida de variadas viandas, con lo que, a su manera se sentían felices y contentos en aquellos momentos.

Pero Adrián, siendo ya algo mayor, al fin se casó con una compañera de tareas laborales,... un poco a disgusto de sus padres que nunca congeniaron con la novia, la prometida y al fin nuera que se les adentró en sus vidas y que pronto se descubrió como una mujer adusta, de fuerte y agrio carácter, de mal genio constante que se acrecentó cuando la pareja supo que no podrían tener hijos: que motivaba más y más enfrentamientos y discusiones, lo que inevitablemente alejó a los dos ancianos, pues nunca hubo posibles avenencias entre nuera y suegros.

Aunque ocurrió que como única concesión a la costumbre paterno filial establecida desde años atrás, el Día de Reyes, un matrimonio unas veces y el otro otras se invitaban a comer y pasar el mediodía juntos, en un almuerzo comunal que pretendía ser referencia de mutuo buen querer. Y sucedió que la esposa, madre y suegra en una pieza, falleció en plena madurez y el matrimonio joven por una u otra causa se fue distanciando del viudo, por lo cual tan solo de cuando en cuando el hijo lo llamaba por teléfono para saber como se encontraba de salud. Marta no lo llamó nunca y de tal modo tan solo el vínculo del rito establecido de la comida conjunta en el Día de Reyes los unía al mantenerse a través de los años.

Pues todo lo expuesto es el motivo de que el matrimonio y el anciano se hayan encontrado esta tarde en el interior del automóvil conducido por Marta al tiempo que, como casi siempre discute con su marido acomodado a su lado en el asiento delantero derecho.

Detrás, un tanto encogido sobre si mismo, apoyando las sarmentosas manos en la empuñadura del bastón que ya es su habitual sostén como necesaria ayuda de cualquier tipo de movimiento corporal, el anciano, callado, parece dormitar como aletargado pero sintiendo en su interior como una ligera molestia, localizada en el plexo del tórax y siguiendo como sin querer la discusión, una más desatada entre Adrián y Marta, que masculla:

_ ¡No me digas más!... Siempre serás un derrochón y un Simplicio... No tenías que haberle dado esa propina al camarero.

_ Pero, mujer, -trataba de defenderse él – Que no fue para tanto, tres euros más o menos...

- ¿Que no fue para tanto...? Ni siquiera tuvo la delicadeza de ahuyentar aquella mosca pesada que nos estuvo rondando, que no me dejaba en paz.

_ Bueno; la dichosa mosca se alejó zumbando en cuanto yo levanté la servilleta, ¿no? Y el camarero, uno solo para los clientes que allí estábamos, yo creo que hacía lo que podía...

_ ¡Si!... Metiendo el dedo en la tacita del consomé, que yo bien que lo ví.

_ Pues yo no ví nada. – y medio volviendo el rostro hacia su padre, -Papá, ¿Qué dices tú del camarero?

Pero antes de que el aludido respondiera, volvió a la carga la enojada Marta

_ Hacía lo que podía... Tampoco supo traer otra servilleta para tu padre cuando le estaba cayendo la baba...

Aquí, el anciano se consideró activo para intervenir a su vez, e hizo como que se despertaba del sopor.

_ ¡Oye, Marta!... Que yo no me babeé, contra... Me salió algo de saliva de entre los labios, nada más.. ¡Pues no me falta más que me llamen baboso!

Y la mujer, espoleado su natural genio, insistía en tanto seguía aferrada al volante, conduciendo:

_ Si; baboso... No lo niegue. Que bien que se babea usted...Y se orina en los pantalones, que bien que se le notaba cuando regresó del cuarto de baño...

_ Bueno, bueno... _ intentó contemporizar el pazguato de Adrián.- Deja a papá en paz. Que bastante tiene con sus achaques.

¡Eso!... Tú llevándome la contraria siempre... Eres igualito que él... Pero es que tú, encima no tienes amor propio alguno..., _ y hubo de interrumpir su perorata al tiempo que daba un giro brusco con el volante para esquivar a otro coche que venía en dirección contraria.

El marido la reprendió:

_ ¡Mira como conduces ¡.. Casi nos atropellan.

El anciano, sobresaltado, sintió de nuevo como una aprensión, un molesto malestar en la caja del pecho. También notaba como se iba enardeciendo a medida que discurría el ambiente de crispación entre los tres pasajeros. No pudo contener un taco y una exclamación.

¡Carajo, Marta!... No sé como han podido darte a ti el carnet de conducir. – y aún reflexionó, nervioso – Si queréis discutir los dos y pelearos todo lo que os apetezca, para el coche para yo bajarme aquí mismo y así librarme de tamaño peligro a que me estáis exponiendo.

La conductora frenó con brusquedad el vehículo y se volvió hacia su suegro, el rostro encendido por la ira.

_ Si no le gusta como conduzco, quédese aquí, viejo estúpido.

El anciano, también enfadado de veras iba a decir algo pero su hijo, tratando de apaciguar a los dos contendientes verbales, quiso ser contemplativo.

Anda, anda... Arranca y sigamos que ya no falta mucho para dejar a papá en su casa... Y tú, papá, contén un poco tu lengua, por favor.

La mujer continuaba despotricando entre dientes, enrojecido el semblante, al tiempo que reiniciaba la marcha del coche. Y murmuraba entre dientes:

_ Tu padre se salva de que es un viejo decrépito y achacosos porque sinó, bien que me cagaba yo en todas sus barbas, por imbécil.

Y el aludido temblando ya de ira e impotencia, de rabia apenas contenida se reclinó más para atrás en el asiento, murmurando como para sí un audible “¡Vete a la mierda!” en tanto que a la vez se tocaba el tórax dolorido.

¡A la mierda se va usted y el alma que tiene!... ¡Pues, habrase visto!. – y sin dejar de conducir se volvía hacia su marido - ¿Lo has oído, Adrián?... A mi nadie me manda a eso y menos un viejo grosero y malcriado.

Pero el anciano ya no se apercibió con claridad de que el vehículo continuaba la marcha ni veía ni oía las gesticulaciones y los exabruptos que la mujer continuaba lanzando al tiempo que profería diatribas, insultos y palabras malsonantes en catarata, sin al parecer atender a su marido que, a su vez, trataba en vano de calmarla y no se atrevía a volverse para mirar a su padre.

Y así, procurando respirar y espirar con lentitud el anciano observaba que iba cediendo aquella molestia más que dolor interno del tórax y que acabó por suponer, ya más relajado que bien podía ser algo de indigestión por todo lo que había comido en el almuerzo.

Ya en la barriada residencial, el vehículo se detuvo ante la puerta del zaguán, apeándose el anciano que tras una apenas murmurada despedida cruza a la acera y accede al portal de su vivienda y a ésta, recostándose al fin, fatigado, en uno de los sillones de la sala de la entrada, todavía molesto de la discusión habida con su nuera.

En rincón de la estancia, sobre una mesita auxiliar, la oscura y brillante pantalla vertical de un ordenador parece estar haciéndole rítmicos guiños en fugaces destellos.

“¡Vaya, hombre!, - se dice para sí el anciano – Otra vez me he dejado encendido este trasto”

Porque, a pesar de su edad y de pertenecer a la mayor de las generaciones vivientes, hace algún tiempo que en su intento de modernizarse algo y a pesar de ya disponer repartidos por el piso, televisores, diversos reproductores de música y grabadores y aparatos de radio a pilas y eléctricos cuando falleció su mujer y para convencerse a si mismo de que podía y sabría estar actualizado en la novedosa era de la informática adquirió un ordenador compuesto de teclado, pantalla y torre y después de la precisa instalación por un técnico, poco a poco acabó entrando en la para él todavía intrincada y novedosa era de la más rabiosa electrónica.

Pues bien, cuando se disponía a levantarse para apagar la instalación del aparato, fue cuando sonó insistente el timbre de la puerta desde el zaguán.

_ ¡Riiin, riiin, riiin!



­­Segunda parte

Antes de descorrer el pestillo de la cerradura, el anciano, como tenía por costumbre, echó una ojeada al zaguán a través de la estratégica mirilla de la puerta y en principio no vio a nadie, pero luego si alcanzó a ver la parte superior de la pelambrera oscura y rizada de quien estaba oprimiendo el botón del timbre y sonrió para si al tiempo que franqueaba la entrada puesto que acababa de reconocer de inmediato al niño, hijo de la pareja que vivía en uno de los terceros pisos del inmueble.

Un arrapiezo de unos nueve o diez años de semblante simpático y sonriente, de tez morena y pelo rizado, ojos vivaces de escrutador mirar a través de los cristales de unas gafas cuyas patillas estaban unidas entre si por un cordón trenzado que habría de evitar cualquier pérdida por despiste de su usuario. Aunque más bien de constitución rolliza, bien se advertía que estaba en la plena edad infantil del crecimiento.

Aquel niño era amigo del anciano pues solía hacerle esporádicas visitas y al que, pese a su ansiada soledad, parecían no molestarle y, siempre que hubiese un natural respeto no le desagradaban aquellas muestras infantiles amistosas. En la actualidad era el único menor de las viviendas que daban al zaguán lo que le facilitaba una cierta impunidad en sus infantiles confianzas, siempre y cuando se atuviese a las normas elementales de convivencia.

El niño, muy modosito al principio, como solía proceder, se sentó en otro de los sillones que componían el tresillo de la sala de entrada y muy pronto le preguntó al anciano si los Reyes Magos y Papá Noel se habían portado bien con él. Luego, con la volubilidad propia de la infancia le mostró un aparato de fonía móvil de lo más moderno del mercado, a lo que parecía; aclarando que si se lo habían dejado los Reyes, aunque ya estaba algo usado pues su madre lo había pisado sin querer y al considerarlo medio estropeado para su función de comunicaciones se lo dio al niño para que jugase con él y practicase su uso, explicándole someramente como podía sacarle provecho y aún llevarlo al colegio como ya lo estaban haciendo otros condiscípulos suyos que de alguna manera le enseñaran a manejar tan provechoso juguete.

Y el niño, siempre dispuesto y espabilado explicó allí como con aquel móvil podía contactar inmediatamente con sus padres y aún con sus profesores, con algunos de sus compañeros, “más camaradas”, etc., etc. Y aún, contactar con la mismísima policía si lo precisase o él se propusiese, apretando así uno de los botones del artilugio como él hacía, estaba haciendo, ... Si alguien malvado se portara mal con él, queriendo abusar de su candidez e inocencia. Y al mismo tiempo que tanto decía, no cesaba de apretar botones, encender y apagar el aparato para mejor demostración gráfica y práctica, lo que acabó cansando de tanta verborrea un poco a su oyente que, con una medio sonrisa le indicó que reconocía que sí, que aquel pequeño trasto que se podía mantener o guardar en un puño era algo importante, pero que tanta “erudición infantil” acabaría por marearle.

Suave amonestación que al niño por un instante no pareció agradarle pero que, modoso al parecer, de inmediato abandonó aquella especie de juego. Luego, poniéndose de nuevo en pié se dirigió decidido al rincón en donde todavía permanecía encendido el ordenador y, sin más se sentó ante el teclado de mesa, dispuesto a manipularlo. Aunque, sin volverse, previamente interrogó:

_ ¿Tu sabes encontrar aquí una calle cualquiera que quieras conocer? ... Con el Google Earth, que el otro día me dijiste que tienes instalado, podemos ver como desde el aire nuestra calle, nuestro `parque...

_ Si; ya lo sé, chico. Pero, deja el ordenador quieto... ¿Vas a saber tú más que yo, porras? – hubo de amostazarse un tanto el anciano.

_ Es que yo encuentro la calle mejor que tú. En el colegio,... Y en mi casa lo hago siempre que quiero.

_ Puede que sí, pero aquí, no...¡Deja eso, te digo!... Caramba con el mocoso. – Decididamente, el anciano aún seguía de mal humor, como si todavía le quedasen dentro de sí algunos flecos de la desagradable discusión con su hijo y nuera en el coche.

Y entonces ocurrió lo más sorprendente del insólito episodio.

Aquel niño en apariencia modoso, obediente y educado se volvió a sentar decidido en el sillón que hasta entonces había ocupado. Se caló bien las gafas sobre la nariz chata, abrió una vez más la tapa del móvil que en todo momento conservara entre los dedos de una de sus manos y, por un instante pareció que se ensimismaba, que se reconcentraba en si mismo.

Luego, de repente el niño miró con fijeza al anciano y exclamó:

_ Tu me has insultado. Y con ésto así se lo voy a decir a mi padre... Y a la policía, que me protegerá.

El anciano que una vez más después de la ligera reprimenda pareció aburrido, se sobresaltó. Y vio estupefacto que la mirada del niño a él dirigida ya no era la de un travieso pero sumiso infante sinó la dura, cínica y reconcentrada de un adulto encolerizado, de un ser maligno y cruel por lo que sintió como si un frío estilete le atravesara la espalda; como un repentino escalofrío de aprensión y miedo que le recorría todo el espinazo, desde lo más bajo de la rabadilla a lo más alto del cerebro en el cráneo, como un ramalazo de verdadero pánico cerval. No obstante, todavía intentó reaccionar, barbotando:

_ ¿Que es lo que dices tú, crío del hinojo?...

Y el niño, serio frío y con acento resolutivo aún repitió:

_ Si; tu me has insultado y maltratado. Me he puesto en comunicación con mi padre y con la policía que vá a venir a por ti.

_ Pero, pero,... ¡Habrase visto! – ya iracundo, levantándose y señalando la puerta de entrada, bramó – Anda... ¡Lárgate, lárgate ahora mismo y que yo no te vea más!

Por un momento, el niño pareció titubear y como si se deshiciese de una máscara borró de su faz el gesto maligno por el del infante de tez morena recubierta de cabello negro rizado y trató de contemporizar sonriente.

_ Es un a broma,... Yo no quería asustarte.

_ Pues lo has conseguido, majadero – reconoció todavía enojado del episodio el anciano, que continuó, serio. – Anda, vete; Piérdete para tu casa ya y déjame en paz.

Y él mismo abrió la puerta que daba al zaguán por la que el niño con su móvil apretado en una mano pasó muy modoso y comenzó a subir por la escalera que lo conducía a la vivienda de sus padres en el tercer piso .

En aquel mismo momento sonó con insistencia el timbre de la calle y el anciano, sin cerrar la puerta de su vivienda pero ya dentro de ella preguntó por el telefonillo interior:

¿Quién es?

Y ante su repentinos sobresalto y asombro le contestaron:

­_ ¡Abra!... Somos la policía.

El pobre hombre con ademanes temblorosos y sin creérselo del todo, franqueó la puerta de la calle a una pareja, hombre y mujer uniformados de azul mahón y con el distintivo bien visible de la Policía Nacional. Luego, aún oyó como le llegaba desde lo alto de la escalera comunal el sonido de la risa de tonos diabólicos del niño que jugaba con el móvil su intrínseca, congénita maldad, antes de caer pesadamente al suelo por un mortal y repentino ataque cardíaco, ante el desconcierto y asombro de quienes allí acudieran por haberse recibido a través de un satélite de comunicaciones, apremiante llamada de auxilio a la Comisaría.

Las Palmas de Gran Canaria, marzo 2010





22 de noviembre de 2010

Algunas nociones acerca del apellido en España

(fragmento del libro “LOS APELLIDOS EN CANARIAS” de Carlos Platero Fernández



Puede afirmarse que, en términos generales, el conocer el origen del apellido que ostentamos, así como, en muchos casos, el linaje o familia de que provengamos, satisface tanto curiosidades afectivo-culturales como a nuestra particular e innata vanidad.

El apellido, que viene del vocablo "apellidar" o llamar, usado sobre todo en los tiempos antiguos para ir a la guerra, es el nombre de familia con que nos solemos distinguir unas personas de otras. Al respecto, es conveniente saber que el origen lingüístico de los apellidos nada tiene que ver con el étnico de las gentes que lo lleven.

Este sobrenombre ya fue usado en la antigüedad por judíos, griegos y romanos; a pesar de que en Europa no se generalizó su uso hasta principios de la Edad Media, en donde su iniciación o extensión no fue solo latina sino de otras procedencias cuales vasca, céltica, ibérica, indoeuropea, germánica y árabe. Hacia el final de la época medieval europea los sobrenombres empleados se hicieron hereditarios y el empleo del apellido terminó siendo obligatorio. Aunque, por lo general y durante mucho tiempo se siguió usando de forma completamente arbitraria y anárquica.

En la naciente Castilla comenzó a usarse del apellido en el transcurso del siglo IX, haciéndose inicialmente por las montañas y valles de Cantabria y norte de Burgos y fue agregándosele, al hasta entonces empleado nombre personal o propio, un patronímico con termina­ciones en "az", "ez", "iz", "oz" y "uz", por ejemplo Díaz, de Diago o Diego; Fernández, de Fernando; Ruiz, de Rui; Muñoz, de Muño y Ferruz, de Fierro. Además de aplicarse motes o apodos, gentilicios, metonímicos, patronímicos, nombres hagiográficos, etc. Ya los judíos, mozárabes, muladíes y mudéjares solían adoptar nombres de temas religiosos, toponímicos o de lugar y también tomados de la misma Naturaleza.

En los siglos XV, XVI y XVII, el indiscriminado y anárquico uso de los apellidos aumentó el sentimiento nobiliario de las estirpes y los linajes de grandes familias que se habían venido conformando y consoli­dando. Y con ello se generalizó en España el estado y figura del hidalgo. Luego, los procedimientos de la llamada "limpieza de sangre" promovidos por la Inquisición imperante, para poder distinguir, diferenciar a los cristianos viejos de los nuevos conversos, de pureza de raza entre los de sangres mezcladas e impuras, contribuyeron en mucho al reiterado cambio o alteración de apellidos. Cristianos viejos fueron aquellos que no contaban en sus ascendientes ni con judíos, ni moros, moriscos o renegados, ni siquiera protestantes, aunque hubiesen abjurado de sus religiones y se bautizasen católicos o hiciesen pública apostasía de sus anteriores creencias. Fue necesario el probar la limpieza de la sangre con documentos diversos para poder ingresar en Ordenes Militares o Religiosas, en tribunales de la Administración, en Colegios Universita­rios y Academias Militares de Guardias Marinas, así como, aún en muchos casos, para poder emigrar a las Américas. Y el ser cristiano viejo llegó a considerarse como una segunda nobleza, libre de pechos y otros tributos. No obstante, con el establecimiento efectivo de la disposición que ordenaba la inscripción en los libros parroquiales de bautismos, bodas y defunciones, establecida a mediados del siglo XVI, parecieron por fin adquirir los apellidos españoles fijeza para su transmisión hereditaria; a pesar de que se siguió por bastante tiempo con la libertad de elegir el que más acomodase, hasta que, ya en el siglo XIX aquella disposición se reforzó y encauzó con la implantación del Registro Civil en el año 1869. En la actualidad, si no hay algún muy especial motivo, no se pueden cambiar así como así, alterar o sustituir los apellidos que por ley a cada individuo correspondan.

No obstante, en casos excepcionales y a petición expresa paterna o materna si se puede alterar tanto en libros parroquiales como de los Juzgados el orden de imposición matronímico por patronímico.

Nuestro Código Civil y La Constitución vigentes contemplan y ordenan que el apellido en España sea objeto de tutela jurídica, lo que se amplía y refuerza en el Reglamento del susodicho Registro Civil español.

28 de octubre de 2010

La casa de los coroneles en La Oliva,Fuerteventura

por Carlos Platero Fernandez

(publicado en el periódico “Canarias7” el domingo, 24 de marzo de 1991)



Una buena parte de la agitada historia de Fuerteventura es la comprendida entre los siglos XVII, XVIII y XIX, un período de casi doscientos años de dominio total, absoluto ejercido sobre el resto de la población majorera por unas pocas familias que en sucesivas alianzas de una clara endogamia impusieron y mantuvieron por largo tiempo su poder.

Fueron unos clanes familiares de verdaderos señores o administradores de la isla, dueños de vidas y haciendas en un feudalismo anacrónico o, si se quiere, en una forma de caciquismo absolutista como el que en parecidas épocas, más o menos acentuado imperaba en el resto de España, como característica política y social más destacada en el entonces todavía imperante antiguo régimen.

Para conocer con el máximo de detalle y rigor crítico histórico este retazo tan importante en la historia de la isla, preciso se hace el recurrir, al menos, a los estudios genealógicos del decimonónico genealogista lanzaroteño Francisco Fernández de Bethencourt, “Nobiliario de Canarias”, ampliado y puesto al día por una Junta de Especialistas, tomo II, “Casas de Cabrera y Manrique de Lara”, La Laguna, 1954; a las investigaciones del historiador actual Agustín Millares Cantero en su articulo “Sobre la gran propiedad en las Canarias Orientales” ( para una tipificación de la terratenencia contemporánea) , en el tomo V de la “Historia General de Canarias”, de Agustín Millares Torres, Las Palmas, 1977; y a los escritos del erudito profesor Vicente Martínez Encinar reunidos bajo el título de “La endogamia en Fuerteventura”, Las Palmas 1980, entre otros autores, no muchos, que se han ocupado del tema. Y un resumen de lo que estos investigadores dejaron escrito y divulgado es, poco más o menos lo que aquí he resumido para componer el presente trabajo.

A partir de la conquista bethencouriana, en 1405 la isla de Fuerteventura pasó a ser posesión o señorío, primero del propio normando Juan de Bethencourt, que acabó compartiendo con su sobrino Maciot como administrador, después de algunos avatares de oscuras ventas y herencias, de Diego García de Herrera y más adelante, por medio de diversos enlaces matrimoniales, dela poderosa familia Arias Saavedra , siendo en principio la residencia habitual y casa solariega del linaje en la villa de Betancuria. Cabecera administrativa, política y militar, que luego se trasladó a La Antigua y que, además, radicó mucho tiempo en La Oliva ya bajo la impuesta tutela de la dictatorial Casa de los Coroneles hasta su traslado definitivo a la costa oriental, en la naciente y pronto pujante población denominada de siempre como Puerto de Cabras, topónimo que en el año1957 se sustituyó por el más eufónico y actual de Puerto del Rosario.

Pues bien, desde el año de 1675, que fue la fecha en que abandonó de forma definitiva la isla su Señor por derecho hereditario, el caballero Fernando Matías Arias y Saavedra, quien desde entonces y al igual que su descendencia pasó a residir en la isla de Tenerife, el señorío efectivo de Fuerteventura recayó en manos de las poderosas familias isleñas siguientes: Desde el indicado año de 1675 hasta el de 1698 lo ostentó la familia Trujillo-Ruiz y desde entonces y hasta el año de 1708 la familia Sánchez-Dumpierrez cuyos miembros, tanto de la una como de la otra, en ausencia del señor territorial que era además el juez supremo militar de la isla con el título de Capitán a Guerra, le sustituiría en función de Sargento Mayor, que era así el jefe también supremo militar, contando al mismo tiempo con poderes políticos en toda ella.

El señorío de Fuerteventura como tantos otros en aquella situación jurídico-militar del Antiguo Régimen, fue abolido de derecho por el Decreto de 6 de agosto del año 1811, firmado por los componentes de las Cortes de Cádiz y se extinguió de hecho en el año 1836 aunque, doña Elena Sebastiana Benítez de Lugo Arias de Saavedra y Urtusáustegui, esposa del marqués de La Florida siguió ostentando el título de señora jurisdiccional de Fuerteventura hasta su muerte acaecida en el año 1887.

En el año de 1708 se creó el Regimiento de Milicias de Fuerteventura y con ello el cargo de Coronel, que así se constituyó en la máxima autoridad isleña dependiente tan solo del Capitán General de Canarias vigente.

Desde entonces estuvieron ejerciendo tan dicho importante cargo, además de los miembros de la familia indicada de los Sánchez-Umpierrez, que lo hicieron hasta el año 1742; a partir de entonces y hasta el año 1833 fueron los de la familia Cabrera Bethencourt y desde tal fecha hasta 1870 la familia Manrique de Lara-Cabrera.

Es decir, que en un período de tiempo que abarca exactamente ciento noventa y cinco años, estas indicadas cuatro familias majoreras notables ostentaron el poder más absoluto, como verdaderos señores de la isla, ocupando no solo los primeros puestos militares como capitanes y gobernadores de Lanzarote, regidores, etc. y de poder político, sino también de gran influencia en lo político-religioso en la Inquisición, con alguaciles del Santo Oficio, en lo meramente administrativo y religioso puesto que algunos de los vicarios de Fuerteventura eran miembros colaterales de tan importantes familias.

Fue el primer coronel, a partir de 1708 don Pedro Sánchez Umpierrez, que estuvo casado con su sobrina nieta doña María Trujillo Umpierrez; el segundo, desde 1734 don José Sánchez Umpierrez casado con doña Josefa de Cabrera Matheo; el tercero, desde 1745 don Melchor de Cabrera Bethencourt Umpierrez, casado con doña Ana de Cabrera Bethencourt; el cuarto don Gines de Cabrera Bethencourt desde el año 1764, casado con doña Sebastiana Sánchez Dumpierrez; el quinto, a partir de 1766 don Agustín de Cabrera Bethencourt Dumpierrez casado con su prima doña Magdalena de Cabrera y Cabrera; el sexto, desde el año1829, don Francisco de Asís Lorenzo Manrique de Lara y del Castillo Olivares casado con doña Sebastiana de Cabrera Bethencourt Dumpierrez, gentil dama conocida en su tiempo como “la madre de los pobres”; y el séptimo y último, desde el año 1834, don Cristóbal María de los Dolores Manrique de Lara y Cabrera, casado con su sobrina carnal doña María de las Nieves Agustina del Castillo Manrique de Lara. El día 5 de septiembre del año 1870 falleció en su casa solariega de La Oliva el citado don Cristóbal extinguiéndose por tal motivo el Coronelato ya obsoleto de Fuerteventura.

Valga el añadir aquí como una especie de epitafio a esta estirpe poderosa majorera lo que en el pasado siglo XIX, con referencia precisamente al ultimo de los coroneles de la isla dejó dicho la musa popular en letrilla o pareado de alguna conocida canción local:

“Después del Señor y de la Virgen Pura,

usía es el Dios de Fuerteventura”

En cuanto a la denominada “Casa de los Coroneles” de Fuerteventura no mucho puede facilitarse aquí como noticia historiada puesto que apenas existe bibliografía al respecto que la detalle o, cuanto menos, la cite. Salvo la que se pueda obtener últimamente de antiguas cartelas, de los pies o notas adjuntas a su reproducción gráfica de estos últimos años, cuando su ruina es notoria. Y hoy en día, cuando este texto se está componiendo sigue siendo sin duda uno de los monumentos históricos más importantes de la isla, englobado acaso con las torres de vigilancia varias veces centenarias de El Tostón en El Cotillo y la de Caleta de Fustes, además, claro está de las venerables ruinas del convento franciscano de Betancuria y su adyacente iglesia parroquial. y alguna que otra antigua ermita.

Se dice de la señera Casa de los Coroneles que data del siglo XVIII, de construcción sólida y robusta cual si de una verdadera fortaleza roqueña se tratara, con mezclas arquitectónicas de influencias mudéjar, barroco y colonialista, además de ofrecer un cierto aire de pazo gallego solariego y fortificado dieciochesco, con su conjunto de la edificación principal flanqueado por una especie de torres almenadas y de la que se dice también que tiene, entre huecos de puertas y ventanas y balcones en cantidad de exactamente trescientos sesenta y cinco, tantos como días tiene un año.

Hoy en día ya han desaparecido los techos artesonados de influencia mudéjar de sus numerosas y espaciosas estancias, las pinturas y murales que adornaron y recubrieron algunas paredes, la totalidad del antiguo mobiliario y menaje doméstico allí reunido y concentrado al paso de los años y de los siglos; y aún mucha de la madera de pisos, puertas y ventanas, las nobles, talladas y torneadas de contraventanas y balcones y hasta las tejas rojizas de los tejados.

En el frontis de la principal entrada de acceso a la imponente casa, aquella que, según se cuenta solo era abierta para que bajo su dintel pasase en sus salidas o entradas el coronel en activo y en el que todavía campea, apenas reconocible por el gran deterioro sufrido por la constante fricción del viento y la arena, el escudo de armas del linaje, labra heráldica que, según ya dejó dicho el preclaro genealogista y heraldista Fernández de Bethencourt, es la de los Cabrera isleños: “...De plata dos cabras pasantes de sable cargadas de tres bandas de oro puestas 1 y 1. Así se ostentan al público sobre la puerta principal de la casa solariega de los coroneles de Fuerteventura en La Oliva de aquella isla y esculpidas en mármol en el panteón y enterramiento de esta familia en la iglesia parroquial del mismo pueblo”.

Como apostilla final aquí vaya mi particular comentario de que yo estuve por primera vez en Fuerteventura allá por la década de los años 50 y que, debido a cierta oportuna casualidad visité La Oliva y me llamó marcadamente la atención la entonces aislada, solitaria Casa de los Coroneles, pintarrajeada entonces de rojo y gualda y de cuya fugaz visita conservo una ya rancia fotografía, precisamente de la puerta principal y en la que ya apenas si se aprecia, por lo corroído y desgastado de la piedra cimera la labra heráldica linajuda que allí hubo y cuyos vestigios, al examinar con lupa la fotografía, me hacen dudar un poco de que fuesen exactamente las armas allí esculpidas en el pasado, las descriptas `por el genealogista acabadas de transcribir. Pero es tan solo una duda, sin certeza de lo contrario.

Opino, no obstante, que si se quiere reconstruir adecuadamente este histórico monumento isleño deberán de ser las indicadas armas de los Cabrera las que en este frontis se vuelvan a colocar. O, en todo caso, las de los Manrique de Lara y Cabrera del Castillo y Bethencourt que pintó el séptimo y último de los coroneles de Fuerteventura.

(Cabe el añadir aquí que, actualmente, este importante monumento histórico majorero ha sido convenientemente restaurado)

CORRALEJO

Vaya hoy y aquí este amplio texto prometido más de una vez a mi buen amigo el majorero Juan Felipe Ruíz




Creen la mayoría de las personas que conocen o saben de esta localidad majorera, una de las situadas más al norte de la isla de Fuerteventura, que no es muy antigua que digamos su existencia, y suelen referirse a sus orígenes suponiéndolos poco más o menos a principios del pasado siglo XX ya que resulta muy difícil, cuando no completamente imposible el localizarla geográficamente en alguno de los escasos mapas en que de alguna forma pueda aparecer señalada. Y, ni mucho menos, documentación referida a ella en los siglos pretéritos.

Sin embargo, Corralejo, como entidad de población si es mencionado, por ejemplo en el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz de 1845-1850, que, en la voz “Fuerteventura” dice que, “...Sobre el lado más meridional de la isla está la ensenada de Corralejo que sirve de abrigo a los que hacen el comercio de cabotaje”. Y se le vuelve a citar en otras voces de entrada cuales la de La Oliva, en donde se añade que una de las radas principales del término es, “... la de Corralejo, que se comunica con Lanzarote”

Según el Diccionario de Olive, por el año de 1864 ya se describía así al lugar: “Corralejo.- Caserío situado en el t.j. de La Oliva, p.j. del Arrecife, isla de Fuerteventura. Dista de la c. Del d.m. 16 km. 100 mts. Y lo componen 15 edif. de un piso habitab. 12 const.por 11 v., 45 a. Y 3 tem”.

Aunque, al parecer, entonces y por mucho tiempo los contactos de humanos con otros caseríos de la zona eran efectuados casi siempre por mar con los barquillos a vela empleados en la pesca por los lugareños hasta tanto que no se trazaron algunos caminos para transitar bordeando las costas y luego por el interior para comunicarse con los pagos de Majanachico, el faro de el Tostón en la zona de La Bocaina, el Cotillo y Lajares, todo ello a finales del siglo XIX y principios del XX.

En principio, para disertar algo aquí sobre los reales orígenes de Corralejo, decir que, en cuanto a su singular topónimo, como se vá a comprobar yo tengo mis dudas al respecto cuando de estudiarlo se trata.

Corralejo, (en singular, que en más de una ocasión se ha estado escribiendo impropiamente “Corralejos”, en plural), el vocablo, como diminutivo de “corral” y usado aparentemente en un tono in tanto despectivo, parece provenir precisamente de “corral”, de “corro” que, entre otras acepciones del castellano es el sitio cercado y descubierto, adosado o no a la casa de campo como establecimiento para recoger en él el ganado cabrío y lanar, (¿también de camellos?) y, además de corral se le puede llamar “corraliza”, “encierro”, “majada”, “ovil” y “redil” y “toril” si es para el ganado vacuno.

Ciertamente, también se le llama “corral” en pesca y marinería al cercado instalado generalmente en la costa en las desembocaduras de los ríos al mar y que se hace de piedras, cañizas, redes diversas, etc., que aísla un trozo o porción de mar con el fin de que en el queden retenidos los peces. Por otro lado, en América, una “corraleja” es una barrera, una valla.

Pero, sorpresivamente, esta palabra de “corralejo” en sí, es decir, en singular, no aparece reflejada en los diccionarios al uso.

Y es aquí donde surge mi duda. ¿Se refiere dicha voz y en este caso concreto a un corralillo que sirve para guardar el ganado por la noche o al corral o cercado marinero citado, dado que corresponde, aunque en genuino tono de familiar menosprecio, a un poblado de pescadores?...

El investigador y arqueólogo canario Sebastián Jiménez Sánchez, hace años, al describir la cerámica neolítica de las islas de Fuerteventura y Lanzarote hallada por él en prospecciones efectuadas por el año1946 citó ciertas vasijas que fueron encontradas, la una en las cuevas de “Coto del Coronel” y la otra en el pueblo y término de La Oliva, en el yacimiento de “Corral del Consejo”, sugeridor término, si se contrajese o deformase por el uso.

Pero, lo cierto es que, en realidad, a Corralejo, como localidad majorera se le ha venido citando tal cual ya desde los mismos albores de la conquista bethencuriana.

Según relató el ingeniero e historiador italiano Leonardo Torriani por el año de 1405 poco más o menos, el conquistador Juan de Bethencourt (que el autor escribe Letancort) ...”desde Lanzarote pasó a conquistar la isla de Fuerteventura, llevando consigo al obispo de San Marcial (del Rubicón) y a muchos lanzaroteños junto con su propia gente, que el año anterior había hecho venir de España

Desembarcó en Corraletas (luego Corralejo), que está frente a Rubicón, a treinta millas de distancia de la villa. Allí mandó edificar con rapidez una torre a causa de la resistencia que encontró por parte de los isleños”. Y recorrió el término costero, teniendo enfrente a la isla de Lobos.

Varios centenares de años después ya se desconocía por completo la real situación de la mencionada torre de defensa y vigilancia, como bien hicieron notar autores cuales Elías Serra Rafols en su artículo “Castillos betancurianos de Fuerteventura” publicado en 1951 y en la cartela de una vista de Santa María de Betancuria que acompaña al texto, en que se cita textualmente a “Corralejos”. No obstante, otros autores contemporáneos o posteriores señalaron que el indicado primer desembarco fue más al sureste de la isla, exactamente por lo que hoy es Gran Tarajal.

El historiador fray Juan Abreu Galindo que publicó su importante obra por el año de 1632, al describir a la isla, hace también mención expresa de Corralejo al indicar que: “...Estaba dividida esta isla de Fuerteventura en dos reinos, uno desde donde está la Villa hasta Jandía y la pared de ella; y el rey de esta parte se llamó Ayoze; y el otro desde la Villa hasta Corralejo, y éste se llamó Guize”. E indicó que, ...” el conquistador Juan Betancur pasó con sus hombres a la isla Fortuite, en el mes de junio, año de 1405, y desembarcó gente en un valle que llamaron Valtarahal por los muchos tarajales que en el hay”. Aunque tal precisión en la fecha indicada y el lugar del desembarco han sido muy discutidas por los investigadores e historiadores posteriores.

Es bien sabido de los investigadores del tema que fue por el año de 1593 cuando el sanguinario Xaban , Arraez, con sus corsarios berberiscos entró de lleno en la isla de Fuerteventura, arrasándola, quemando viviendas, caseríos, ermitas, asolando pagos costeros completos...

El cronista portugués Gaspar Fructuoso, hacia 1598 y en su obra de viajes titulada “Saudades da terra” al escribir de Fuerteventura dejó dicho que, “...tiene cuatro poblaciones pequeñas: la Villa (se refiere a Betancuria), Oliva, el Puerto y Curralejo”, añadiendo que “los moradores de la isla son criadores de ganado menudo y de camellos; y son como los españoles con quienes casan sus hijos e hijas” y que los autóctonos, ...” son grandes de buena estatura, casi morenos, bien dispuestos y derechos; y ellas blancas y bien formadas y hermosas, porque guardan bien el rostro del sol y del aire; son leales a portugueses y castellanos y enemigos de los moros de la Berbería, a donde van a hacer muchos asaltos y traen mucha presa de ellos. Entre los moradores de esta isla hay hidalgos de los Perdomos y Saavedras y de otros apellidos”.

Entre otros autores, cronistas o historiadores del pasado insular, cuando José de Viera y Clavijo, en su meritoria por muchos aspectos Historia de Canarias da noticia o idea de la población de Fuerteventura, al referirse alrededor del año de 1768 al lugar de La Oliva como dependiente de La Villa o Betancuria, cita como barrios, pagos o caseríos adyacentes o dependientes suyos a Tostón, Tindaya, Manta, Mastilla, Valdebrón, Lajares, Roque (donde suponen los historiadores que estuvo el antiguo y primitivo castillo o fortaleza de Rico Roque de los conquistadores bentencurianos), Caldereta, Peña erguida y Villaverde, algunos ya desaparecidos y, entre los puertos naturales, radas y caletas del contorno cita a Corralejo.

Varios siglos después, por el año de 1937 y en relación pormenorizada del investigador ya citado Sebastián Jiménez Sánchez, en su libro “Viaje Histórico-Anecdótico por las islas de Lanzarote y Fuerteventura”, con motivo de una visita oficial a Fuerteventura, decía el autor que, para trasladarse desde el caserío de Lajares al costero de Corralejo era preciso el hacer el viaje en camello, con duración de unas dos horas a través de terrenos recubiertos de malparís y dunas de arena pues no existía ni carretera, ni siquiera camino de herradura alguno, al tiempo que hacía el autor un canto al servicial y allí insustituible camello o dromedario majorero, y cito textualmente: “Después de un andar movido de nuestros camellos al que llaman en las islas “caminar al garete” nos encontramos frente a la playa de Corralejos. Desde se divisa en medio del estrecho de la Bocaina, la silueta negruzca del islote de Lobos y más cerca de nosotros, en la playa, el blanco caserío de pescadores de Corralejos, rodeando a su ermita de Nuestra Señora del Carmen. En este templo se dice misa muy de tarde en tarde y en él tienen lugar las bendiciones nupciales y la administración de bautismo y demás sacramentos de la Iglesia Católica en tandas y de modo especial, en la solemnidad de la Patrona de la marinería.

La población pesquera de este apartado pago, de gente sana y tez bermeja como las tierras de la isla, se eleva a unas doscientas cincuenta personas. Por su playa larga y de doradas arenas y junto a un pequeño malecón que hace de muelle cuando las mareas lo permiten, se embarcan en lanchas personas y mercancías para luego ser trasbordadas al velero que las conduce a Lanzarote o a otro puerto o desembarcadero de Fuerteventura.

Nueva emoción experimentamos al pronunciar el camellero las consabidas palabras: “¡trúchate, caamellu!”. Ya echado el animalito, nos encontramos en tierra firme.

El vecindario, sobre todo los niños, nos rodean. Pagamos a los camelleros unos buenos duros con sus propinas, que han agradecido mucho y nos fotografiamos nuevamente. Dos lanchas nos conducen a remo al velero “Bartolo”, que se hallaba a unos quinientos metros distante de tierra, no sin antes el señor Benítez tirar con su “Leica” varias fotografías en el preciso momento en que teníamos un pie en tierra y otro en la lancha.

Venciendo el oleaje de un mar bastante rizado, llegamos al célebre “Bartolo”, ascendiendo de la lancha a aquél por una escalerilla de sogas, en medio de la impresión de cada cual. Al poco rato la costa norte de Fuerteventura y el islote de Lobos, de recuerdos históricos van quedando atrás para dar paso a una nueva silueta, cada vez más `pronunciada, de la costa meridional de Lanzarote, antigua Tite-roigatra. El mar siguió movido y hubo quien se mareó de lo lindo a pesar de sus valentías náuticas. En medio de esta travesía y como cosa de visión se agolpaba en nuestra mente la idea de zozobra de la embarcación y el recuerdo de una conversación sostenida con un buenísimo amigo de excursión sobre el discutido naufragio de un velero que llevaba en el cruce de esta misma travesía, en épocas lejanas, a un obispo de Canarias”

Entonces no se le daba importancia alguna al extenso “jable” de blancas arenas que en numerosas dunas movidas y trasladas a capricho por el viento reinante en la zona se extendían por aquellas costas de sotavento, desde el mismo Corralejo y en varios kilómetros en dirección a Puerto Cabras.

A más abundancia de datos, en un “Censo de la población de España de 1940” se dan para Corralejo 351 habitantes de derecho y 342 de hecho; que en los años inmediatamente siguientes fueron a menos debido a la sangría de la sempiterna emigración que soportaba este apartado caserío de pescadores como la casi totalidad de la desafortunada Fuerteventura, causada por unas ingratas condiciones de vida físico-económicas. Hasta que, ya en la segunda mitad del siglo XX se inició la etapa del turismo de masas, lo que por ser actual ya forma parte de la historia insular más moderna.

Porque, apenas tres décadas después, fue el asimismo escritor grancanario Claudio de La Torre que en su obra de encargo oficial “Las Canarias Orientales: Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote”, publicada por Ediciones Destino, Barcelona 1966, el que describió el lugar de la guisa siguiente: “Corralejo es, sin duda, uno de los rincones más bellos de la isla. Está a la orilla de La Bocaina, el estrecho de mares profundos que separa a Fuerteventura de Lanzarote.

Brillan al fondo los caseríos... Hay ya pequeños hoteles particulares. Gente bien avenida con esta paz, lejos del mundo.”

Ya comenzaba a llegar el turismo de calidad a las islas...

Pues, asì fue poco más o menos como yo alcancé a ver por primera vez el pueblecito pesquero de Corralejo, allá en la costa nordeste de la isla de Fuerteventura, con las siluetas, más cercana de la mítica isla de Lobos separada por el brazo de mar llamado por los lugareños El Río y en el horizonte norteño, más allá del estrecho de La Bocaina la costas en parte escarpadas, en parte llanas de la isla de Lanzarote.

Recuerdo que entonces, todas las casas del poblado eran terreras, de planta baja al igual que lo era el edificio más destacado que albergaba a la Cofradía de pescadores local y tenía adosada una reducida taberna y fonda cuando se precisaba y que daba a una minúscula plazoleta a la que llegaban los cascajos y la arena de una playa rematada por un espigón oi muelle chico y donde parecía que se iban descuajaringando los restos de un casco de algún viejo barco con la quilla de madera al aire, no sé ahora yo si como proyecto de construcción o reparación puesto que tenían fama allí los carpinteros de ribera apellidados Hierro, creo, que trabajaron o trabajaban todavía en las curvadas cuadernas del paquebote o acaso meritorios restos de uno de los dos Bartolo I o II famosos entre la marinería que por aquellos mares, goletas de dos palos, a vela y a motor que navegaron costeando o entre islas con fletes continuos transportando cal o cargas diversas de víveres y agua potable. En un cercano altozano, con apariencia más de faro-guía como a mí en principio me lo pareció, se alzaba, un típico molino de viento, todavía en activo. Bueno, en realidad era una molina, como se me aclaró, o sea, asi llamada en la comarca porque la torre con el aspa estaba separada de cualquier otra edificación.

También alcancé a ver, ya en estado ruinoso pero todavía abierta al culto la humilde ermita, no muy antigua, dedicada a la Virgen del Carmen, de gran devoción local, cubierta en parte con chapas metálicas o de Uralita, con una especie de minúsculos campanario y campana procedente según se me dijo de alguno de los barcos encallados o hundidos por los acantilados cercanos y en su interior, creo recordar que alcancé a vislumbrar un cuadro, lienzo, tabla o simple lámina coloreada o estampa con la imagen de la Virgen del Carmen alumbrada por una lamparilla de cera encendida en un recipiente de cristal con aceite.

Uno de mis primeros actos en estando allí fue el buscar, para presentarme a ellos a los hermanos Rafael y Chano a los que se me había recomendado, aunque éste último andaba entonces a la pesca por la costa en el tradicional banco canario-sahariano.

Rafael, que resultó ser una excelente persona, que había hecho el servicio militar obligatorio precisamente en Gando, en los acuartelamientos de el Lazareto por lo que guardaba una cierta íntima animosidad hacia aquellas rancias instalaciones que habían sido penal o cárcel cuando lo de la guerra civil e inevitablemente le recordaron el caso de la penitenciaría de Tefía en el interior de la isla majorera y de lo que algo de lo que se decía de ella me contó. El corralejeño como se intitulaba sonriente, no obstante lo dicho, conservaba un buen recuerdo de aquel período vivencial de militar y fue el que con su actitud y su noble forma de ser pronto me hizo comprender que tanto las gentes marineras como sus cotidianas labores de los marineros de Corralejo eran calcados, tal cual de identidad con los del pueblecito de Gando que por aquellas fechas ya estaban siendo desterrados de la zona para ampliar las instalaciones militares del obsoleto aeródromo y convertirlas en la moderna Base Aérea actual.

Aún alcanzó Rafael en aquella mi primera y corta estancia en Corralejo a presentarme a algunos de sus moradores entre las pocas familias o clanes familiares allí entonces residentes y que, según anoté en algún trozo de papel en su día se apellidaban Hierro, como los dos hermanos, pescadores excelentes y más excelentes todavía carpinteros de ribera y otros apellidos que había de recordar en el futuro cuando andaba confeccionando fichas para mi libro publicado mucho más tarde titulado “Los Apellidos en Canarias”, de León, Trujillo, Perdomo, Carballo, Figueroa, Agustín, Estévez, González, Fuentes, Fajardo, García, Leal, Calero, Morera, Vera, Umpierrez, Dumpierres, Martín, Cabrera, Berriel, Santana, etc. Algunos de ellos intrépidos patrones o tripulantes de los barquillos que tanto se estuvieron distinguiendo por aquellas calendas en sus periódicas “pegas” o competiciones reñidas con sus contrincantes de Puerto Cabras y de otros puertitos de la isla en la práctica de las regatas de la vela latina canaria.

Aquellas gentes marineras, que vivían de y para la pesca casi exclusivamente, aun no absorbidas y casi aniquiladas ni de una u otra forma adoctrinadas para atender al turismo de masas que estaba al llegar, eran la mayoría analfabetas, vestían modestamente con ropas muchas veces astrosas y anticuadas; la mayoría tenían los pies callosos y de epidermis endurecida pues andaban por lo común descalzos o, en todo caso, calzando o botas de grueso cuero o sencillas alpargatas con piso de goma o de esparto. Los niños de uno u otro sexo correteaban por el lugar semi desnudos o con sus ropitas remendadas y emporcadas, andaban a su libre albedrío si no tenían algún mandado que cumplir ni acudían a la habitación de una de las casuchas que hacía de escuela mixta, cerrada casi siempre por falta de maestro o maestra. Y triscaban por la pequeña playa del lugar o sobre el marisco rocoso y resbaladizo, pulpeando, recogiendo burgados y entreteniéndose, siempre de cara al mar, junto al mar que era todo el ámbito de sus infantiles existencias

En la primera noche pasada en una pequeña habitación por la parte trasera de una típica taberna casi adosada al carismático local de la Cofradía de pescadores me gocé el espectáculo fascinante de varias luces que parecían bailar misteriosas y como rítmicas danzas en la oscuridad nocturna y eran en realidad los fanales encendidos de los barqueros faenando con sus barquillos

Aquel rudo y a la vez exquisito cicerone amante apasionado de su tierra majorera y sobre todo y más concretamente de su rincón isleño de Corralejo y sus inmediatos contornos, me propuso el que nos desplazásemos a la sugeridora y frontera isla de Lobos de mítica memoria histórica, leyenda viva de oscuros episodios de barqueros locales, de marinos, de piratas y aún de posibles tesoros en ella y sus grutas naturales escondidos en el pasado, pero una mar mas que rizada, picada en demasía frustró la realización del sugestivo proyecto, y además, en realidad yo no contaba con el tiempo espaciado para ello.

En su lugar hicimos una corta excursión por tierra, caminando por el “malpeis de los campesinos, el “malpais” isleño, por desérticos y agrestes terrenos jalonados de pequeñas montañetas de origen volcánico y sin apenas vegetación, hasta los acantilados de la Punta de la Tiñosa y el Bajo de Piedra Vera, los puntos terrestres más septentrionales de la comarca y de la isla que daban al mar de La Bocaina, los llanos de El Purgatorio con dunas de arena cubiertas de escasa y raquítica vegetación de tipo desértico en el paisaje de tierras eminentemente volcánicas de aspecto lunar rematadas por un “jable” de arenas

ululantes por la acción del viento continuamente variantes en el paisaje. Yo iba apuntando en mi pequeño bloc de notas los topónimos que Rafael me repetía entusiasmado ante mi manifiesta curiosidad y así llegamos hasta la recóndita playita y poblado de Majanicho, en donde vivían varias familias de pescadores y algún labrador en unas acogedoras cuevas naturales y alguna que otra choza, que pronto dejamos regresando entonces por una especie de rudimentario camino de herradura en el que nos tropezamos con la estampa para mí surrealista de varios dromedarios, “camellos” de muy pausado caminar y continuo rumiar.

Aquel día creo que fue cuando tuve por primera vez conocimiento del misterioso y aún supersticioso episodio de la luz de Mafasca por las cercanías del pago central de dicho topónimo . Especie de combustión espontánea, aunque en aquella ocasión mi informante, con manifiesto repeluzno lo aplicó al pueblo de Lajares, cerca de La Oliva, diciéndole “la luz del carnero”, y que era como una llama oscilante y andariega de fuego en medio de la oscuridad, que como un fuego fatuo se aparecía de noche a labriegos o marineros, a caminantes y a conductores de algún vehículo de tracción animal o mecánica y que nadie sabía dar explicación racional al fenómeno.

Pasado el tiempo, llegué yo a conocer mejor la célebre leyenda tradicional majorera que dice que en cierta ocasión hallándose un pastor por la zona del caserío que le dio el nombre, en tiempos de intenso frío buscó por el paraje donde guardaba el ganado en un típico redil de piedra algunos ramajes secos para hacer fuego, asar su diario tasajo de cordero y calentarse, pero nada más encontró un solitario y abandonado cementerio con varias tumbas cuyas carcomidas cruces de madera arrancó y usó como combustible de calefacción. Por tal sacrílega acción es aun hoy en día que el alma en pena del pastor que murió sin confesión vaga en la tierra, siempre a ras del suelo e ilocalizable. Todos los lugareños aseguran haberla visto alguna vez, pero nadie quiere hablar de ello,

También me contó aquel simpático majorero otras leyendas, tradiciones y consejas tanto de la tierra como de la mar profunda que teníamos a nuestra izquierda en el regreso de la excursión y cuyo recuerdo y evocación posteriores habrían de servirme para componer como mínimo algún borrador que me darían pie para algún que otro cuento,.inéditos por lo general.

Siempre he guardado en mi ánimo el recuerdo de gratas vivencias de aquella para mí primera pero corta estancia en Fuerteventura, sobre todo en el Corralejo de los años cincuenta del recién pasado siglo. Y merced a ello he vuelto a la norteña localidad majorera en posteriores ocasiones, ya con parte de mi familia, residiendo en el Corralejo moderno y cosmopolita dedicado de lleno al turismo y he efectuando desde allí reiterados desplazamientos tanto a lo que es actualmente renombrado parque natural de dunas, como a la isla de Lobos, al faro de El Tostón, al pueblo pesquero de El Cotillo con visita obligada a la Torre de defensa de El Tostón, a la llanura de Lajares para fotografiar alguno de sus imponentes molinos de viento y a La Oliva en sí con amplio recorrido por la afamada Casa de Los Coroneles de lo que en su día escribí y se me publico en la prensa isleña el reportaje titulado “Los Coroneles y su Casa de Fuerteventura”.

Pero, y lo lamentaré siempre, ya nunca más pude contactar con los barqueros Rafael y su hermano y tampoco nadie, ni siquiera de los asociados o directivos de la carismática Cofradía de Pescadores local, me ha podido dar razón de ellos que, supongo, sin más familia en el pueblo debieron de emigrar a otros lugares, absorbidos por la moviente marea de la vida, sobre todo a raíz o como consecuencia directa de la pérdida siempre llorada de los tradicionales caladeros de pesca del banco canario-sahariano.

27 de octubre de 2010

acerca de la calle CEBRIAN

Contestación de Carlos Platero Fdez. a don Ramón Cebrián



Acerca del nombre de la calle CEBRIAN en Las Palmas de Gran Canaria.

Calle en el Distrito III de Arenales, en la barriada de Canalejas.

Fue trazada en las últimas décadas del siglo XIX, cuando se urbanizaron y parcelaron los terrenos conocidos como de "fuera de la Portada" y que eran propiedad entonces de Rosa Quintana Llarena. Según informaciones orales, debe su nombre a un vecino de los que primero vivieron por allí.

Lamento no poder facilitar más datos al respecto de los que que conservo en las fichas que estuve recabando para escribir mi libro “Calles y Plazas de Las Palmas con Historia”, todavía inédito en su mayor parte.

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A título de curiosidad le adjunto los datos de onomástica de este apellido que conservo en la ficha correspondiente usada por mí cuando anduve recogiendo datos para mi libro “Los Apellidos en Canarias” publicado en Las Palmas de Gran Canaria en 1992.

“CEBRIAN”. Apellido de origen aragonés, con la casa solariega del linaje en las cercanías de Jaca, prov. de Huesca, de donde una rama pasó a Valencia, creando nuevo solar. Luego se extendió por todo España.

Son las armas del linaje: En gules un ciprés al natural y dos leones de oro empinados al tronco; bordura de plata. Otros traen: En oro un lobo de sable surmontado de un castillo de gules.

Entre otras personalidades que ostentaron este apellido figuró D. Pedro Cebrian y Agustín, Conde de Fuenclara (1687-1752), notable diplomático español que en 1742 viajó a México y allí fue Virrey de Nueva España desde dicha fecha hasta 1746, regresando luego a la Patria, desde donde fue destinado como embajador a Viena aunque luego retornó a Madrid donde falleció. Parece ser que en el Nuevo Mundo dejó descendencia que allí perpetuó el apellido.

Otros Cebrián, cuatro hermanos, extendieron también el patronímico en aquellas tierras coloniales.

Deseando que se cite siempre la fuente u origen de la información, reciba un afectuoso saludo de Carlos Platero Fdez.

26 de octubre de 2010

ALGUNAS NOTAS REFERENTES AL “HOTEL QUINEY” EN LAS PALMAS

contestando Carlos Platero Fdez. a una solicitud:



ALGUNAS NOTAS REFERENTES AL “HOTEL QUINEY” EN LAS PALMAS

En el año de 1884 se abrió al público isleño un nuevo o, al menos remozado, Hotel Inglés, muy posiblemente sustituto o continuación del anterior allí mismo radicado, en el número 13 de orden de viviendas de la Plaza de San Bernardo, pero ya propiedad del súbdito británico residenciado en Las Palmas, Charles Quiney, pues, según noticia que recabó al respecto la investigadora ya citada González Cruz, el 14 de enero de 1884,... “Mr. Charles Baker Quiney comparece junto con el dueño de la casa don Domingo Navarro y Pérez ante el notario Vicente Martínez para firmar la escritura de inquilinato de una casa de planta alta situada en esta ciudad, barrio de Triana y plaza de San Bernardo, sin tener número de gobierno..., tiene huerta y jardín accesorios y ocupa una superficie de novecientos treinta y ocho metros cuadrados”. Añadiéndose en la noticia que el alquiler que se firmaba por un lustro al precio de 600 pesos o 2.250 pesetas anuales a satisfacer en mensualidades de 50 pesos o 187´50 pesetas, incluía el jardín y un gallinero, ambos a la espalda de la propia casa, “pero no la huerta”, se especificaba aún. Días después, concretamente el 5 de febrero, se anunciaba en la prensa local la inauguración del nuevo hotel “Inglés”, que, en realidad fue una especie de fonda de lujo con todas las comodidades posibles de la época y estuvo dirigido por el matrimonio Quiney, aunque, a deducir por los relatos y noticias de entonces, quien llevó siempre el timón del negocio fue la esposa, atractiva y gentil “relaciones públicas”.

Instalación hotelera entonces modélica, de elegancia de formas, con veinticinco confortables, espaciosas y bien iluminadas habitaciones, jardín interior, baños adecuados y unas despejadas azoteas desde las que se podían contemplar magníficas vistas de la ciudad, de la amplia bahía y del incipiente puerto. En la propaganda escrita y en la prensa de la época este brillante e interesante hotel, atraía a los ingleses, germanos y franceses viajeros y en especial a los componentes de la colonia británica ya establecida en la isla; indicandose, además, que allí podía almorzarse, comer por el precio de ocho o diez chelines, las bebidas aparte.

Según el cronista grancanario Eduardo Benítez Inglott, aquel establecimiento, más conocido primero como la Fonda Quiney fue acogido en Las Palmas del entonces con las mismas muestras de sorpresa que pudieron causar un Astoria o un Castellana Hilton en el Madrid de a mediados del siglo XX. Porque, además ya contó con bar y local de administración que los jóvenes isleños pronto denominaron “comptoir” y aunque en el comedor se seguía haciendo uso de la amplia y tradicional mesa redonda u ovalada, se instalaron y avituallaron mesitas individuales o, a lo más, para una o dos parejas.

También se recordó que fue entonces cuando hizo aparición en su restaurante la carta de vinos y aún, posteriormente, fue en tal cosmopolita establecimiento donde se dio a conocer por estas tierras el novedoso whisky.

El éxito de aquel entrañable hotel de la Plaza San Bernardo fue ya desde el principio rotundo entre la sociedad grancanaria y terminó por ser señal de suma distinción y buen gusto el ir a comer o cenar “a Casa de Quiney”, donde la belleza, cultura y afabilidad de trato de la Sra. Administradora fue proverbial. El contrato de aquel inquilinato fue renovado varias veces con la viuda del propietario, que era doña Adela Díaz y luego con sus herederos, hasta el mes de julio del año 1907, fecha en que el establecimiento, que estaba a pleno rendimiento y ya había tenido algunas reformas y ampliaciones pasó a ser administrado por un M. Otto Netzer que iba a continuar explotándolo, pero ya con el nombre de Hotel Continental.

(fragmento de mi monografía DE LA FONDA AL HOTEL de próxima publicación)

Por favor y por estética, cítese siempre la fuente que informa

ALGUNAS NOTAS REFERENTES AL “HOTEL QUINEY” EN LAS PALMAS(contestación a Adurne)

contestando Carlos Platero Fdez. a una solicitud, la de Adurne :



ALGUNAS NOTAS REFERENTES AL “HOTEL QUINEY” EN LAS PALMAS

En el año de 1884 se abrió al público isleño un nuevo o, al menos remozado, Hotel Inglés, muy posiblemente sustituto o continuación del anterior allí mismo radicado, en el número 13 de orden de viviendas de la Plaza de San Bernardo, pero ya propiedad del súbdito británico residenciado en Las Palmas, Charles Quiney, pues, según noticia que recabó al respecto la investigadora ya citada González Cruz, el 14 de enero de 1884,... “Mr. Charles Baker Quiney comparece junto con el dueño de la casa don Domingo Navarro y Pérez ante el notario Vicente Martínez para firmar la escritura de inquilinato de una casa de planta alta situada en esta ciudad, barrio de Triana y plaza de San Bernardo, sin tener número de gobierno..., tiene huerta y jardín accesorios y ocupa una superficie de novecientos treinta y ocho metros cuadrados”. Añadiéndose en la noticia que el alquiler que se firmaba por un lustro al precio de 600 pesos o 2.250 pesetas anuales a satisfacer en mensualidades de 50 pesos o 187´50 pesetas, incluía el jardín y un gallinero, ambos a la espalda de la propia casa, “pero no la huerta”, se especificaba aún. Días después, concretamente el 5 de febrero, se anunciaba en la prensa local la inauguración del nuevo hotel “Inglés”, que, en realidad fue una especie de fonda de lujo con todas las comodidades posibles de la época y estuvo dirigido por el matrimonio Quiney, aunque, a deducir por los relatos y noticias de entonces, quien llevó siempre el timón del negocio fue la esposa, atractiva y gentil “relaciones públicas”.

Instalación hotelera entonces modélica, de elegancia de formas, con veinticinco confortables, espaciosas y bien iluminadas habitaciones, jardín interior, baños adecuados y unas despejadas azoteas desde las que se podían contemplar magníficas vistas de la ciudad, de la amplia bahía y del incipiente puerto. En la propaganda escrita y en la prensa de la época este brillante e interesante hotel, atraía a los ingleses, germanos y franceses viajeros y en especial a los componentes de la colonia británica ya establecida en la isla; indicandose, además, que allí podía almorzarse, comer por el precio de ocho o diez chelines, las bebidas aparte.

Según el cronista grancanario Eduardo Benítez Inglott, aquel establecimiento, más conocido primero como la Fonda Quiney fue acogido en Las Palmas del entonces con las mismas muestras de sorpresa que pudieron causar un Astoria o un Castellana Hilton en el Madrid de a mediados del siglo XX. Porque, además ya contó con bar y local de administración que los jóvenes isleños pronto denominaron “comptoir” y aunque en el comedor se seguía haciendo uso de la amplia y tradicional mesa redonda u ovalada, se instalaron y avituallaron mesitas individuales o, a lo más, para una o dos parejas.

También se recordó que fue entonces cuando hizo aparición en su restaurante la carta de vinos y aún, posteriormente, fue en tal cosmopolita establecimiento donde se dio a conocer por estas tierras el novedoso whisky.

El éxito de aquel entrañable hotel de la Plaza San Bernardo fue ya desde el principio rotundo entre la sociedad grancanaria y terminó por ser señal de suma distinción y buen gusto el ir a comer o cenar “a Casa de Quiney”, donde la belleza, cultura y afabilidad de trato de la Sra. Administradora fue proverbial. El contrato de aquel inquilinato fue renovado varias veces con la viuda del propietario, que era doña Adela Díaz y luego con sus herederos, hasta el mes de julio del año 1907, fecha en que el establecimiento, que estaba a pleno rendimiento y ya había tenido algunas reformas y ampliaciones pasó a ser administrado por un M. Otto Netzer que iba a continuar explotándolo, pero ya con el nombre de Hotel Continental.

(fragmento de mi monografía DE LA FONDA AL HOTEL de próxima publicación)

Por favor y por estética, cítese siempre la fuente que informa

1 de octubre de 2010

Algunas calles y callejones de la ciudad de Las Palmas de G.C. que empiezan con la letra T

TABAIBA

Es un estrecho callejón en el Distrito I de Vegueta, por la Barriada de San José.

Con respecto a esta voz, "tabaiba", dicen los filólogos que es muy posiblemen­te de origen prehispánico.

Es el nombre genérico de varias plantas de la familia de las euforbiá­ceas, de madera muy ligera y poco porosa. Y se le llama así al látex de esta planta, viscoso y de color blanco. El látex de la "tabaiba amarga" es venenoso y se empleaba por ello para capturar peces en los charcos.

Es topónimo muy común en Gran Canaria.



TABAIBAL

Calle localizada en el Distrito V de La Isleta, en la Barriada del mismo nombre.

El "tabaibal" es el terreno poblado de tabaibas. Topónimo co­rriente en toda la isla de Gran Canaria.



TAGOROR

Calle localizada en el Distrito VI de Schamann, en la Urbaniza­ción de Los Tarahales.

Según los antiguos cronistas, así se le decía, entre los aborí­genes canarios, al lugar de reunión del Sabor o Consejo, general­mente localizado en sitios adecuados, al aire libre, en Gran Cana­ria.



TAJARASTE

Calle localizada en el Distrito II de Triana, por el Barrio de San Roque.

Según los filólogos, es voz de origen prehispánico que puede referirse a una pandereta, aro revestido de piel y con cascabeles alrededor, que se usaba como acompañamiento con el baile.

Es la danza colectiva de parejas sueltas en tenerife y de pare­jas enfrentadas en La Gomera, que se caracteriza por el ritmo que impone el tambor y los saltos que dan los bailadores, hacia adelan­te y hacia atrás y apiñándose en el punto central de la rueda.

Es sinónimo del "baile del tambor".



TAJINASTE

Es un callejón localizado en el Distrito I de Vegueta, por la Barriada de San Juan.

Comúnmente escrito "taginaste", es voz de origen prehispánico y es el nombre genérico con que se conocen varias plantas o arbustos en Canarias. Es un arbusto borragináceo, de hasta dos metros de altura, con hojas lanceoladas, el haz con espinas cortas equitati­vamente distribuidas y el envés con el nervio central y espinas en los bordes. Su inflorescencia es grande, densa y en forma cónica, con la corola blanca con listas azul pálido.



TAJO

Callejón localizado en el Distrito II, en la Barriada de San Lázaro. Es un río de la Península Ibérica que nace en la Sierra de Albarra­cín, en Teruel, pasa por Aranjuez, Toledo y Talavera de la Reina, penetra en Portugal y forma en su desembocadura el estua­rio del "Mar de Paja", con un recorrido total de 1008 km, de los cuales 910 son por España, contando su curso con varias centrales hidroe­léctricas.

En el año de 1979 se inauguró en España el llamado "trasvase Tajo-Segura", obra que permite que las aguas del primer río lleguen a la cuenca del segundo para irrigar las provincias de Alicante y Murcia.



TALIARTE

Calle localizada en el Distrito V de La Isleta, por la Barriada del mismo nombre.

Taliarte es topónimo supuestamente aborigen, aunque bien es cierto que no hay, o yo no he encontrado su posible etimología canaria en la biblio­grafía consultada al efecto. Se le denominan así a unas lomas, acantilados, punta y playa o pequeña ensenada abierta al mar, muy próximos al puerto y playa de Melenara, en la costa este del término municipal grancanario de Telde.

El nombre de Taliarte a la recóndita playa le viene también de una cueva que en el lateral de ella allí hubo, bastante amplia y acogedo­ra, que solían ocupar, al menos en la primera mitad del siglo XX algunas familias teldenses cuya propiedad usufruta­ban, para pasar la temporada de los clásicos baños de mar, por el verano.



TAMADABA

Calle localizada en el Distrito V de La Isleta, por la parte más alta de la Barriada homónima.

Es la voz de un topónimo en Gran Canaria, de origen prehispánico.

Se refiere al extenso y frondoso pinar que a 1.450 m sobre el nivel del mar, ofrece la muestra de lo que debió de ser la mayor parte de esta isla, antes de su conquista, que en alguna crónica de navegantes que la visitaron en algún periplo de fortuna la llamaron "la de las selvas tenebrosas". Los pinos que en este paraje crecen son árboles de la familia de las abietá­ceas, que en este caso algunos ejemplares suelen tener cerca de cuarenta metros de altura y un metro y medio más de diámetro el tronco que es erecto y cilín­drico, con la corteza gruesa de color gris pardusco, hojas de hasta treinta centímetros de largo, en grupos de tres, conocidas por el vulgo com "pinocha", flores masculinas en amentos oblongos de hasta veinte centímetros de largo de color pardo rojizo.



TAMARAN

Es una calle localizada en el Distrito V de La Isleta, por la Barriada del mismo nombre.

Voz aborigen, con el significado de "lugar de palmas" y con la que los isleños designaban a lo que parece, o bien a una zona determinada o, más posiblemente, a toda la isla de Gran Canaria.



TAMARINDO

Calle localizada en el Distrito VII de Escaleritas, por la Urbanización de Las Torres.

Árbol papilonáceo de la familia de las leguminosas, de tronco grueso y flores amarillas, cuyo fruto, de sabor agradable, se usa como laxante. Y así se le llama también a este fruto.



TAMBOR

Pasaje o travesía localizado en el Distrito IV de Santa Catalina, por la Barriada de Las Canteras-Parque.

Además del instrumento músico de percusión, de forma cilíndrica, hueco, cerrado por dos pieles tensas y que se toca con dos pali­llos, en Canarias es también una especie de nasa cilíndrica de tela metálica con fondos en forma de "guinchos" o embudos, utilizada como arte de pesca para capturar anguilas y morenas. También el cubo, la pieza central en las ruedas de los carruajes. Y se le llamó así a una cubierta de madera que se ponía sobre la piedra del molino.



TANAUSU

Calle localizada en el Distrito V de La Isleta, Barriada del mismo nombre.

Voz aborigen benahoarita que se ha traducido por "el testarudo" y así se le llamó a un poderoso príncipe y sacerdote del culto isleño en La Palma prehispáni­ca, del que se dijo que, hecho prisio­nero y embarcado para la Península Ibérica, exclamó dolorido: "¡Vacaguare!" y se dejó morir de hambre antes que seguir siendo un preso de los caste­llanos.



TANGANILLOS

Travesía localizada en el Distrito IV de Santa Catalina, por la Barriada Santa Catalina-Parque.

Es el plural de un tipo de seguidilla de período melódico más amplio, con un estribillo muy característico y en el que las pare­jas se van cambiando con otras a medida que van girando en círculo; y se suele combinar con el "santo Domingo" y el "tajaraste".



TANQUETA

Callejón localizado en el Distrito I de Vegueta, por la Barriada de San José.

En Canarias la "tanqueta" suele ser el abrevadero, la pila donde beben los animales. También se le llama así al estanque pequeño y a alguna pileta o poza.



TARAHALES

Calle localizada en el Distrito VI de Schamann, por la Urbaniza­ción de Los Tarahales.

En este vocablo, que es el plural de "tarajal", la aspiración ha propi­ciado la escritura con h.

Los tarajales son unos arbustos tamariscáceos que crecen a orillas de los barrancos o en los lechos de valles secos, de corte­za negra o púrpura, con flores sésiles, color rosa claro o blancas. Como "tarjal", "los tarajales", "tarajalera" y "tarajalillo" es topónimo abundante en Gran Canaria.



TARRAGONA

Calle localizada en el Distrito I de Vegueta, por el Polígono de San Cristó­bal.

Tarragona es una ciudad y puerto del nordeste español, capital de la provincia homónima y de la comarca del Tarragonés. Arzobispado. Escuelas técnicas. Univer­sidad. Monumentos cuales murallas cicló­peas, acueducto, circo y anfiteatro romanos, necrópolis cristiana y catedral gótica. Industrias. Comercio. Vinos. Turismo.



TARTAGO

Callejón localizado en el Distrito I de Vegueta, por el Barrio de San José.

El "tártago", es el ricino, planta euforbiácea de tallo ramoso de color verde rojizo, hojas muy grandes, pecioladas, flores en raci­mos axilares o terminales y fruto capsular, esférico, espinoso, con tres divisiones y otras tantas semillas, de las cuales se extrae un aceite purgante.



TARTANA

Calle localizada en el Distrito II de Triana, por el Barrio de San Roque.

La "tartana" es un carruaje ya en desuso, de dos ruedas, tirado por una caballería, descubierto o con una cubierta o toldo extensi­ble y con asientos laterales, usado en las ciudades y pueblos más notables de las islas en tiempos pasados.





TAURO

Calle localizada en el Distrito V de La Isleta, por la Barriada del mismo nombre.

Como "Tauro Alto", "Barranco de Tauro", "Montaña de Tauro" y "Playa de Tauro", es un topónimo en el sur del municipio de Mogán en la isla de Gran Canaria. De estos parajes ya se ha escrito que después de las Desamortiza­ciones habidas en el siglo XIX, el Barranco de Tauro y sus contornos inmediatos pasaron a ser propiedad del Estado y el conjunto fue catalo­gado como monte público, salvo una reducida zona de la playa. A partir de los años setenta del siglo XX todo el conjunto se ha estado cubriendo con urbanizaciones y alguna finca de monoculti­vos. La playa, muy mejorada, hoy en día, cuenta con una serie de esta­blecimientos dedicados con integridad al turismo.
Carlos Platero Fernández.

28 de septiembre de 2010

La "cuarta" ermita de Santa Catalina en Las Palmas de G.C

(fragmento de la obra "SANTA CATALINA EN CANARIAS", obra inédita de Carlos Platero Fernández



En los planos que de Las Palmas se estuvieron confeccionando a lo largo de los siglos XVIII y XIX, cuales el de José Ruiz de 1773, a los dilatados terrenos que se extendían al norte, más allá de las murallas de la ciudad se los estuvo denominado, además de Vega o Huertas de Santa Catalina, también de forma genérica como de Los Arenales

Y en algún lugar entre las huertas, solitaria aparecía señalada con una crucecita la ermita de Santa Catalina, bastante alejada del castillo de su nombre aunque relativamente próxima a unas fuentes, manantiales o pozos de aguas medicinales que también se conocieron como de Santa Catalina, que llegaron a gozar de fama y originaron un balneario muy concurrido en su tiempo, sobre todo por los ingleses que ya estaban acudiendo a las islas en demanda de salud y que supieron pronto apreciar la categoría excepcional de sus aguas termales, localizadas al sureste de las vega y playa de Las Alcaravaneras.

Aquella cuarta ermita ya conocida en el pleno siglo XIX y de la que hoy en día sabemos como era entonces gracias a una magnífica fotografía tomada alrededor del año 1890, fue de la misma traza sencilla que las otras muchas extendidas por la geografía de las islas, localizadas en pleno campo, alejadas de poblados y por lo general anexadas con otra reducida edificación que era la residencia habitual del santero y ejercía de almacén para los donativos en especie que los campesinos llevaban a ella en la festividad patronal respectiva para pagar promesas hechas en momentos de tribulación o desgracia. La ermita, según las referencias que existen, estaba en medio de fincas de labranza y era punto de encrucijada obligada de senderos y caminos vecinales del contorno.

¿Cuando y por qué fue trasladada, "trasplantada" la cuarta y última ermita desde su anterior y mal que bien identificada localización al poniente del tiempo ha ya desaparecido castillo o bastión fortificado por sus inmediaciones en su día construido?...

El específico tema de la ermita de Santa Catalina en concreto y de las ermitas canarias en general, salvo algún meritorio intento, no ha sido tratado aquí en profundidad, sobre todo en estos últimos cien años que, por otra parte han sido pródigos en distintas investigaciones de canariólogos y canariófilos, que de ambas especialidades ha habido.

Si de las ermitas canarias, de alguna de ellas o de un determinado grupo en particular algo ha aparecido en libros, en revistas o en la prensa local y acaso señalado en algunos planos y mapas de las islas, no es desde luego de la sencilla, humilde y aparentemente olvidada de Santa catalina en Las Palmas de Gran Canaria.

Lo que, muy posible ha sido causa de que, sin pararse mientes en la incongruencia que se comete o por real falta absoluta de bibliografía, los autores canarios que han citado de pasada a la ermita destruida por los corsarios holandeses en el siglo XVI la confunden con la actual, como si esta hubiese sido reedificada en el mismo lugar que las anteriores. Dato que resulta erróneo a todas luces y, máxime si se tomó como referencia la vecindad de lo que fueron la Punta de La Matanza y el Castillo que por allí se alzó, que distan más de un kilómetro de la actual.

En los "Anales" manuscritos e inéditos que yo sepa de Agustín Millares Torres, en una concisa anotación correspondiente a los del año de 1723, más bien a sus meses finales, llamada al margen con la palabra "ermita", se lee: "Continúa la construcción de la Ermita de Santa Catalina en los Arenales de Las Palmas por haber invadido las arenas la que antes estaba frente al castillo de su nombre, fabricada en 1613 sobre las ruinas de otra más antigua".

Por tales fechas era obispo de Canarias, con residencia casi fija en el convento de los franciscanos de Santa Cruz de Tenerife, Lucas Conejero de Molina, que lo fue desde el año 1714 al de 1724 y, sin duda, hubo de ordenar o autorizar la nueva construcción.

Bien es verdad que, según se ha podido comprobar en más de una ocasión las anotaciones de los "Anales" de Millares Torres, a veces no han resultado muy dignas de crédito. Y, además, si bien se mira, la datación de la información encontrada contrasta un tanto con lo que en el año de 1775 escribía el ya citado cronista Romero y Ceballos en el texto más arriba transcripto.

Pero, abundando en el tema, cabe también el suponer que lo que quiso decir en realidad aquel minucioso cronista local fue que vio a la otra ermita, la tercera, ya medio sepultada por las arenas e inservible para el culto. Que es lo que parece indicar, acaso más certero el doctor Chil y Naranjo al informar sobre el lugar, como también hemos visto ya.

El asimismo mencionado Domingo J. Navarro dijera a su vez del terreno en que se alzó la primitiva ermita de Santa Catalina pero sin mencionarla explícitamente y al informar al viajero que en su tiempo, principios del siglo XIX se atreviese a recorrer el trayecto de Las Palmas al Puerto o viceversa: "Vas a atravesar una legua de desierto de arena que tiene como el africano sus movibles montañas, sus llanuras y sus depresiones; a veces también su calor infernal y hasta su símil de su horrible simoun si soplan fuertes vientos del sur, sin camino ni vereda" ...

En la ermita de nuevo enclave, como asimismo informó Millares Torres, predicó, entre otros aquel benemérito sacerdote grancanario nativo de Agüimes llamado Antonio Vicente González, párroco de la iglesia de Santo Domingo en Las Palmas y fallecido en plena juventud cuando lo de la mortal epidemia del cólera morbo que asoló a la isla de Gran Canaria en el año 1851.

Habiendo estado al cargo de este benemérito sacerdote el atender en tan calamitosos tiempos a los cultos católicos debidos en las ermitas de Los Reyes, San Juan y San Antonio Abad, procuró con gran celo apostólico y humanitarismo cristiano el solemnizar en ellas las festividades de costumbre. Y, después de haber colaborado siempre entusiasta en las misiones isleñas del famoso Padre Claret, fue nombrado por la Junta de Doctrina Cristiana del Obispado para explicar dicha materia en la iglesia de San Ildefonso y en la ermita de Santa Catalina de Los Arenales, en la de San José y en su propia parroquia de Santo Domingo, lo que estuvo realizando infatigable, pasando raudo de uno a otros templos en todos los días que comprendieron a La Cuaresma correspondiente al año 1849. Y aún, en la ermita de San Cristóbal reedificada por aquel entonces más allá del humilde barrio sureño de Las Tenerías en la que supo estimular a las prácticas religiosas a los hijos del popular barrio marinero que también se conocía como de Los Barquitos, estableciendo premios que él mismo aportaba.

Aquel animoso y activo sacerdote debió de ser de los últimos en practicar y fomentar el culto religioso en la ermita de Santa Catalina. Cultos que a partir de entonces y durante bastantes años se estuvieron celebrando en Las Palmas y de manera más o menos habitual en iglesias y ermitas como por ejemplo en la Catedral, San Antonio Abad, Santo Domingo, San Agustín, el Seminario Viejo, San José, San Roque, San Cristóbal, Espíritu Santo, Los Reyes, San Juan, San Martín, San Ildefonso, San Francisco, San Justo, San Nicolás, San Bernardo y San Telmo y luego en la ermita de Nuestra Señora de La Luz que se convertiría en iglesia parroquial a principios del siglo XX.

Como una confirmación más del nuevo emplazamiento de la ermita de Santa Catalina, en el "Diccionario Administrativo" de Olive, publicado en el año 1865, se especificaba: "Santa Catalina.- Ermita situada en el t.j. de Las Palmas, p.j. de idem, isla de Gran Canaria y dista de la c. del d.m. 2 km., 468 m.,". Lo que sitúa perfectamente a esta cuarta u "otra" ermita que es la que hoy se conoce.

En fin, ermitas desaparecidas, ermita actual de Santa Catalina, en principio solitaria entre huertas y eriales aunque, paulatinamente y, sobre todo, a raíz de ser abandonada del culto a mediados del siglo XIX, fue creciendo a su alrededor un conglomerado de fincas rústicas y algunas viviendas de labranza que ya más tarde se sustituyeron en hermosas mansiones para parte de la colonia extranjera, hasta tal punto que el núcleo urbano por allí surgido acabó conformándose en lo que hoy en día se conoce como la Ciudad Jardín palmense.

Por el año de 1957 se terminó de restaurar la ermita al encontrarse comprendida en el complejo arquitectónico del Pueblo Canario concebido por el pintor y proyectista Néstor de la Torre a la vera del Hotel Santa Catalina también reformado pero cuya inauguración arranca del año 1890 en que fuera construido en terrenos de los denominados Jardines Swanton.

En la actualidad con sus hermosos murales decorativos obra del pintor grancanario Jesús Arencibia ocultos tras unos paneles esta cuarta ermita de Santa Catalina de Alejandría subsiste dedicada a otros menesteres ajenos por completo a su objetivo inicial.

La "tercera" ermita a Santa Catalina en Las Palmas de G.C.

(fragmento de la obra de Carlos Platero Fernández "Santa Catalina Mártir en Canarias", todavía inédita

La robusta edificación almenada del Castillo de Santa Catalina levantado alrededor del año 1643 en la ya denominada popularmente como Punta de La Matanza hubo de ser durante mucho tiempo mudo testigo y solitario compañero de la nueva ermita de Santa Catalina, fabricada por el año de 1613 en terrenos localizados un poco más al oeste de los que ocuparan su predecesoras, en un pequeño altozano, dando frente al mar. El pequeño templo tuvo ya dos edificaciones anejas, la una que sirvió como vivienda del ermitaño o santero que la cuidaba y celaba y la otra como ocasional albergue de las gentes devotas que solían acudir con bastante regularidad para pagar alguna promesa hecha a la santa patrona en momentos de tribulación, así como a los numerosos romeros congregados en el día de su fiesta, en el mes de noviembre pues por ella parecía el pueblo de Las Palmas sentir especial devoción.

La situación casi exacta de aquella tercera ermita se puede apreciar con buena precisión en el plano correspondiente a la zona de los Arenales e Isleta levantado y trazado minuciosamente por Pedro Agustín del Castillo León Ruiz de Vergara o sus amanuenses a mediados del siglo XVIII.

Aparte del dibujo esquematizado y sencillo pero claro y definidor del indicado plano que resulta muy detallado, no se ha encontrado constancia gráfica o documental de como eran la planta y la estructura arquitectónica de dicha ermita, ni tampoco referencia cierta alguna acerca de que imagen o imágenes, representaciones en tabla o lienzo hubiese allí en su altar o interior para la veneración de los fieles.

Aunque es de suponer que existiría al menos alguna talla de madera, terracota o pintura de Santa Catalina de Alejandría, igual o parecidas a las que ya se estaban conociendo por el resto de la isla y aún por el archipiélago en general.

La construcción, la obra de aquella tercera ermita debería de asemejarse a aquellas otras que, en las afueras de las reducidas y desparramadas poblaciones isleñas o en determinados lugares estratégicos despoblados se habían estado alzando, se alzaban por toda la geografía isleña a la mayor gloria de Dios, de su Hijo, de la Virgen y de los Santos como símbolo perenne y manifiesta demostración de fe y las creencias del pueblo canario de entonces con raigambre tradicional religiosa cristiana.

En muy pocas ocasiones pues aparece la tercera ermita de Santa Catalina en Las Palmas representada en los dibujos y bocetos, mapas y planos de la época, por demás escasos e incompletos y que, en todo caso, se orientaban más a señalar las fortificaciones que hubiese con las poblaciones muy esquematizadas.

Algunas de aquellas muy reducidas referencias a la susodicha ermita de Santa Catalina situada entre la ciudad de Las Palmas y el Puerto de la Luz, como perdida en los páramos y junto a los arenales que ya se iban formando amenazantes en su torno, son las que dejó en su día el Padre José de Sosa, escritas alrededor del año de 1678: ... "En este mismo puerto de la Luz, una milla poco más apartado de este castillo está otro llamado de Santa Catalina. Tomó el nombre de una iglesia de la misma santa que está fabricada cerca de él, poco más o menos de un tiro de mosquete la tierra adentro, porque él está fundado en la misma ribera del mar sobre un marisco muy sólido".

Otra clara referencia se encuentra reflejada en un informe de la época pues a finales del siglo XVII, en los tiempos de la vacante del obispado de Canarias al haberse marchado el titular Bartolomé García Jiménez en el año 1690 y antes de ser nombrado para ella Bernardo de Vicuña y Zuazo en 1692, eran tales las tensiones habidas en el seno de la Iglesia en Canarias que hubo denuncias y protestas continuas a La Corte. Y una de ellas, según detalló el investigador jesuita Luis Fernández Martín los denunciantes se quejaban de que, entre otros casos,... "no había sermón en la ermita de Santa Catalina que está junto al castillo y playa donde siempre la han visto los pastores que asisten en la Isleta con sus ganados y los marineros y gente de mar pasajeros que están para embarcarse e ir a las islas y los devotos de la imagen en esta ciudad".

El viajero y comerciante George Glas, que recorrió las islas Canarias en la segunda mitad del siglo XVIII dejó anotada la siguiente descripción: "El lugar de desembarco (en Las Palmas) se encuentra en el mismo recodo de la bahía, en donde generalmente el agua está más tranquila, que un barco puede estar anclado de costado en la playa, sin riesgo alguno. En este punto hay una ermita o capilla, dedicada a Santa Catalina; y un castillo, armado con cañones, pero sin potencia alguna".

También facilitó noticia de la ermita el curioso escritor y cronista local que fue Isidoro Romero y Ceballos que escribía en el año de 1775: "El camino que hay desde aquí (la Isleta) a la ciudad es llano pero por medio de penosos arenales blancos, muy movedizos y llenos de montañas formadas de la misma arena, bien que ésta es como una faja que atraviesa a lo largo de la orilla del mar y a lo ancho como un tiro de mosquete y como casi desde el mismo puerto a una cadena de cerros que llegan hasta la ciudad cerca del mar; las faldas de éstos antes de unirse a las arenas ofrecen un espacio de tierra sin mezcla de arena, que por regarse con varias acequias y tener algunos árboles y casas de campo hacen muy divertido el camino. Los mencionados cerros son muy mal vistos, quebrados y llenos de tabaibas y piedras que suelen hacer mucho daño rodando a la llanura cuando hay aluviones. En la mitad del camino está una ermita, que llaman de Santa Catalina, algo desviada del mar, en cuya orilla enfrente de ella está un castillo muy fuerte de su mismo nombre. Los arenales llegan hasta los mismos muros de la ciudad y muchas veces los han forzado, entrándose dentro no poca proporción".

Lo que dichos autores estuvieron describiendo eran sin duda ya los restos o ruinosas edificaciones amenazadas con desaparecer bajo las movedizas dunas de arena en inexorable e incontenible acrecentamiento y avance.

Porque el erudito historiador Gregorio Chil y Naranjo, que componía su importante recopilación histórico-geográfica de las islas Canarias a finales del siglo XIX, hablando de los misioneros de cuando el tiempo de las exploraciones mallorquinas, informó que, "construyeron además dos ermitas, una en los arenales del Puerto de la Luz, a cuatro kilómetros aproximadamente de donde hoy está la ciudad de Las Palmas y cuyos restos se veían hasta muy entrado el presente siglo; pero que las arenas han cubierto en su totalidad".

Lo cierto fue que, por acumulación constante e intensiva de las arenas que estuvieron entrando libremente por el puerto del Arrecife y las playas del Confital y de Las Canteras, la tercera ermita de Santa Catalina desapareció poco a poco de la faz de la tierra isleña y, salvo algún comentario como los acabados de transcribir, también pareció por un prolongado período de tiempo desaparecer del recuerdo de las gentes, sin volver a hablarse de ella. Y quienes lo hicieron en los siglos inmediatamente pasados en forma literaria y sin darle mayor importancia la confundieron con la que posteriormente y en determinadas fechas se alzó, también solitaria al principio y humilde en medio de las huertas, los palmerales y las fincas agrícolas, aproximadamente por el centro de la zona denominada ya con el topónimo genérico de Santa Catalina, llegando aún a suponérsela comúnmente como la primitiva del siglo XIV o, a lo más como una posterior reconstrucción en el mismo solar.

La situación exacta de esta “tercera” ermita de Santa Catalina sería actualmente por la parte trasera de la iglesia de Nuestra Señora del Pino y el lado Este de los locales de El Corte Inglés.

El castillo de Santa Catalina, de cuyas ruinas si que existen testimonios gráficos, se alzó sobre el “marisco” de la costa, entre lo que son hoy en día las instalaciones del Real Club Náutico y el lugar de donde arrancó en su día el también ya extinto Muelle Frutero o de Martinón, en donde hoy desarrolla sus actividades el Arsenal de la Marina de Guerra.