29 de agosto de 2010

"Gran Canaria",una novela inglesa

por Carlos Platero Fernández.



"Gran Canaria", de A. J. Cronin es una típica novela inglesa, de ambiente y personajes anglosajones, aunque el título pueda inducir un tanto a error al principio, pues parece como si sonase más a una obra geográfico descriptiva, como así a veces estuvo catalogada en alguna Biblioteca Pública de Las Palmas de Gran Canaria, quizás por el título, (naturalmente, en inglés "Canary Island"), que en realidad es como el punto de partida de una íntima añoranza que la protagonista principal femenina evoca en determinado momento del relato.

Y es una interesante novela, si nos atenemos a este género literario, pues su trama posee gran fuerza dramática, el estudio psicológico de sus personajes más destacados está trazado con destreza y maestría y el tema en sí es ameno y desarrollado con fluidez, en lo que se nota el buen oficio y quehacer de su autor, doctor en medicina y cirugía y que como tantos otros excelentes médicos acabó siendo uno de los novelistas más leídos de su tiempo, al menos en la primera mitad del siglo XX.

Archibald Joseph Cronin, médico y escritor inglés, nació en Cardross, Dumbartonshire, al Oeste de Escocia, el 19 de julio de 1896.Como posible premonición, a los trece años de edad ganó una medalla de oro en una competición nacional que premiaba el mejor ensayo histórico del año.

Apenas iniciados sus estudios de medicina, al estallar en 1914 la Primera Guerra Europea, incorporado al Ejército pasó a prestar servicios de Sanidad en la Armada Británica como subteniente cirujano.

Tras aquel obligado paréntesis de su vida, en 1919 se graduó como médico y, en 1924, con Matrícula de Honor obtuvo el doctorado en Medicina, Cirugía y Psiquiatría por la Universidad de Glasgow. Pero antes, en 1921, A.J. Cronin se había casado con Agnes Mary Gibson, al igual que él doctora en medicina y cirugía; ejerciendo la pareja por algún tiempo la profesión en las zonas rurales del Sur de Gales. Poco más tarde, al doctorarse, pasó él, primeramente a ocupar algunos importantes cargos de Sanidad como médico inspector de minas de Gran Bretaña y luego como médico superintendente del Hospital General de Glasgow. Y algún tiempo después, su afán de aventuras le llevó a ejercer en la India. De vuelta a Inglaterra trabajó algún tiempo en el hospital del ministerio de Pensiones de Bellahonston y luego, otra vez, en el Hospital Lightburn de Glasgow, destinado al tratamiento de enfermedades infecciosas. Más tarde, al final de la década de los años veinte, el joven matrimonio se instaló en el West End londinense; y el ejercicio de la carrera, robustecido por una cierta fama bien ganada entre sus conciudadanos pronto les granjeó un bienestar social halagüeño. Y fue en aquella época cuando, siendo en realidad su verdadera afición el ejercicio de la literatura, comenzó A. J. Cronin la aventura de ser novelista.

Porque, sucedió que, con tan agitada vida profesional, el ya afamado doctor acabó perdiendo la salud, y aunque en breve la recuperó, hubo de abandonar por algún tiempo sus quehaceres de médico y pasó la convalecencia prescrita en su tierra nativa, siempre añorada, en las West Highlands de Escocia, en un gran grado de serenidad de espíritu y gozando de una paz casi absoluta. Lo que le dio pie para que en aquel interin de obligado reposo y alejamiento de su absorbente práctica de la medicina y la psiquiatría, se animase a escribir un libro, que, como casi toda novela primeriza, habría de contener, además de el claro reflejo de sus experiencias profesionales, trozos de su propia biografía.

Lo de primerizo, se refiere esencialmente a la novela allí compuesta, porque, ya con anterioridad, A. J. Cronin iniciara sus primeros brillantes pasos como escritor y psiquiátrico con su tesis doctoral titulada "Historia del aneurisma".

La novela de A. J. Cronin titulada "El castillo del odio", que, según alguna crítica literaria de la época ofrecía grandes similitudes, reminiscencias o regusto a obras de Charles Dickens, publicada prontamente en 1931 obtuvo un éxito fulminante y con posterioridad fue traducida a hasta cinco idiomas, vendiéndose con el tiempo más de tres millones de ejemplares de la misma. Lo que, como es de suponer, determinó la futura trayectoria literaria de su autor, que se fue apartando paulatinamente de su profesión médica para terminar dedicándose por completo a la apasionante de escritor.

A aquella su primera novela le siguieron, "Tres amores" en 1932 y "Gran Canaria" compuesta por entonces, publicada por vez primera en 1933 y traducida ya al español por Joaquín Urnieta en 1946.

Luego, como en una cascada continua fueron sucediéndose con regularidad otras obras salidas de su estilizada y fértil pluma. En 1937 volvió a alcanzar otro gran éxito con "La Ciudadela", novela que alcanzó muy pronto gran difusión siendo traducida asimismo a distintos idiomas. En 1940 probó fortuna en el teatro con la comedia "Júpiter Laughs" y, dos años más tarde publicó "Las llaves del reino", en la que trató del tema del catolicismo combativo en los países orientales, sobre todo en China y que sería llevada al cine con enorme éxito comercial; lo mismo que ocurrió cuando apareció en las librerías su "Los verdes años", obra que incidía sobre la juventud, con clara intención pedagógica e idealista. Y a las que siguieron, entre otras, "La dama de los claveles", "Kaleidoscopio", "El jardinero español", "Aventuras de un maletín negro" y "El árbol de Judas", publicada en 1961.

Con importantes distinciones y galardones en su haber, en posesión del grado de Doctor en Sanidad por la Universidad de Londres, miembro del Royal College of Physiciens, nombrado doctor honorario de las universidades de Bawdon y de Lafayette, figura mundialmente consagrada de la literatura moderna inglesa, A. J. Cronin falleció nonagenario en Suiza, el 6 de enero de 1981.

En una nota biográfica suya, leí cierta vez que, a un periodista que le interrogó acerca del por qué de haber abandonado el ejercicio de la medicina por el de la literatura, él contestó algo así como que la pasión de su vida fue siempre el escribir y que, cuando uno está obsesionado por algo es inútil el querer o intentar apartarlo de ello; que las estúpidas prevenciones sociales obligan a los padres a desviar a sus hijos de camino natural que éstos elijan. De ahí que él pasase por la Universidad y saliese de ella con el título de doctor. Lo que parece que desdice de una primera impresión que pudiera suponérsele, por el inicio de su obra, una vocación tardía del escritor.

Entre otros muchos países, viajó por España en alguna ocasión y estuvo también en las islas Canarias.

Pues bien; del conocimiento temprano de A. J. Cronin del archipiélago canario, salieron buena parte de las páginas de aquella su posiblemente tercera novela que tituló precisamente "Gran Canaria", aunque el escenario principal de la acción desarrollada en el archipiélago canario no es precisamente en esta isla, a la que dedica tan solo unos cuantos párrafos, entre ellos una nemorosa exclamación de Mary, la protagonista femenina, que pudo sugerir luego el título, sino en Tenerife. Isla que, valgan verdades, no salió muy bien parada en cuanto a la fidelidad paisajística de sus descripciones, como bien se puede advertir en la profusión de datos equivocados, fantasiosos y erróneas o inexactas noticias geográfico-históricas, etc. Todo lo cual hizo escribir en su día al crítico literario Sebastián Padrón Acosta después de enjuiciar como interesante la trama del tema, desarrollo y desenlace de la acción novelesca así como los acertados retratos de los principales protagonistas, el irónico comentario postrero de que "con datos tan exactos muy bien pudiera escribir el Sr. Cronin una magnífica Guía de Tenerife". Y se entretiene en enumerar los más destacados fallos del novelista británico, cuales la definición pintoresca del gofio, la localización de una fantástica aldea llamada Hermosa, a la que riega caudaloso riachuelo, al sur de La Laguna, la cita del conquistador Alonso Cortés de Luego que dice que fue herido en la Plaza de Las Matanzas, el escudo de los Lugo, un cisne en vuelo, la Catedral que está en Santa Cruz, el Puerto de La Luz en La Orotava y allí un hipotético Hotel San Jorge, que se necesita un día para llegar por mar desde Las Palmas a Orotava y otro para arribar a Santa Cruz y, en fin, que el Teide se ve mejor desde Santa Cruz que desde Las Palmas.

Por su parte, el erudito Miguel Santiago Rodríguez allá por el año 1955, al incluir la citada novela en una reseña bibliográfica dejó dicho que ya el título era arbitrario, porque, en realidad, no se refería a la isla que citaba: que era tan solo la meta de algunos personajes de la novela. Y algunos años más tarde, volviendo sobre el mismo tema tildó a esta obra de A. J. Cronin como que pretendía ser una novela histórica o descriptiva pero que resultaba completamente fantástica y nada arreglada con la realidad.

Lo que, ciertamente, se contradice con otro juicio emitido por entonces, que afirmaba que los caracteres secundarios de la novela completaban un cuadro lleno de interés, al cual se sumaba el atractivo particular de tan gran autor de enormes dotes de observador y narrador. Que las descripciones de ambientes y escenas que dejan en el espíritu del lector una huella profunda y duradera, tenían siempre la precisión, la vida y la poesía que dieran al novelista su destacada fama.

La trama de la novela "Gran Canaria" en la que los personajes, además de los protagonistas, son múltiples, en apretada síntesis es la siguiente:

El protagonista, un afamado hombre de ciencia, doctor Harvey Leith tras largas investigaciones inventó o, mejor dicho, descubrió unos sueros, de los que se esperaba mucho para poder combatir cierto tipo de enfermedades infecciosas. Pero, todavía en período de experimentación, al ser inyectados a tres pacientes, no produjeron la deseada eficacia por encontrarse los individuos inoculados en la fase terminal de aquella enfermedad, ya en estado comatoso, por lo que, desgraciadamente fallecieron al poco tiempo, siendo inútil todo cuanto se hizo para evitarlo. Lo que a su vez produjo en el ánimo del doctor, además de un sentimiento de culpabilidad, un profundo sentido de íntima humillación, porque, a la postre fue despedido del laboratorio en que realizaba los estudios y experimentos. Fracaso que iba a amargarle de por vida y que lo impulsó a abandonarlo todo, emprendiendo una especie de huía de si mismo en el vapor "Aureola", crucero que desde Inglaterra llegaba a las Islas Canarias.

En el transcurso del viaje marítimo el frustrado doctor conoce a Mary Fielding, joven dama de elevado rango social, cuya delicadeza de espíritu la impulsa a revelarse contra el ambiente de lujo y frivolidad en que su aburrida vida se desenvuelve. Durante la travesía, después de una mutua simpatía, surge el amor entre Harvey y Mary, un amor que ambos saben imposible por ser varias las causas que lo vetan. Hay un brote de fiebres palúdicas en un supuesto lugar de Tenerife, que contagian a Mary y es Harvey quien con amorosa entrega la atiende hasta vencer a aquella maléfica fiebre amarilla. Más amores, simples, románticos y espirituales unos y tormentosos, apasionados e ilícitos otros, brotan entre algunos de los restantes personajes, dígase secundarios que se mueven al compás de la trama de ficción de la novela. Alguno de ellos como la vieja marquesa descendiente del conquistador ¡Alonso Cortés de Luego! resultan estereotipados y por lo general, todos los españoles, muy tópicos.

Con el mar y las islas Canarias bastante pintorescamente descritas como telón de fondo, la acción se desarrolla entre crisis y más crisis hasta llegar al desenlace, que se presiente predestinado, puesto que los amores de los protagonistas parecen estas señalados de antemano por el destino que se proclama así como mucho más fuerte que la voluntad humana.

Una vez de regreso a Inglaterra los principales protagonistas, en tal ocasión en hidroavión, el doctor Harvey fallece al fin a causa de un fallo del corazón, cuando ya se creía regenerado en su desesperación íntima y amargura, por el amor, que comprueba imposible para él. Y Mary retorna a su marido, a su mundo social, a su aburrida vida vacía de contenido, con la muerte en el alma.



















"GRAN CANARIA", una novela inglesa. (y II)



En lo tocante a la Gran Canaria de los años treinta del pasado siglo, los párrafos descriptivos en la novela, que, insisto una vez más, creo que no es ni mucho menos la mejor de este afamado escritor inglés, pero que aquí interesa dejar reflejados, son éstos:

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(capitulo IX) "El sábado llegaron a Las Palmas; una mañana de recalada, sin viento. Entraron con la salida del sol en un puerto que dormía, pasaron junto a barcos silenciosos en los que brillaban todavía las luces de situación. Finalmente, el "Aureola", con su casco cubierto de salitre, atracó al muelle.

"Tres horas después, con el estrépito de montacargas y cigüeñales, Harvey se despertó. Por primera vez en muchas noches, había dormido bien y, con sus miembros distendidos, permaneció tumbado, observando como el sol irradiaba la blancura de la pared de la cabina. Se sentía ágil de cuerpo y su espíritu no quería creer que fuera cierto un alivio tan considerable. También era extraña la solidez de su litera, tan carente de la flotante irrealidad de los últimos días. Y al oír un campaneo lejano, comprendió que el barco estaba en puerto. Con una curiosa excitación, se levantó, se puso una bata y salió a cubierta.

"La frescura de la mañana cayó sobre él como rocío. El cielo estaba azul, el aire parecía radiactivo. El sol, elevándose sobre los montes, llenaba el mar de resplandores. Ante él, se extendía la bahía, bordeada por una cinta de espuma y, más allá, la ciudad trepaba con notas multicolores hacia las amarillas alturas. Había una profusión cálida: los rojos, los verdes y los blancos se combinaban en una belleza tropical llena de vida. Y encima de todo, transcendiendo de la ciudad y la bahía, triunfando sobre las cumbres que le rodeaban, se elevaba un pico distante, en cierto modo evasivo y misterioso como un espejismo, con su cono cubierto de nieve sobresaliendo sobre el algodón de las nubes, como algo suspendido entre la tierra y el cielo.

"Maravillado, Harvey quedó contemplando el Pico, inmóvil. Bella como algo celestial, la visión se apoderaba de su ser y le provocaba una aguda y sutil angustia. ¿Que le impresionaba de tal modo? ¿Era el significado de la visión o la simple belleza del cuadro? Atónito, contenía el aliento; no podía soportar el cuadro y, al mismo tiempo, no podía apartar la vista.

"Con un esfuerzo, dejó de mirar, fue al lado de tierra y observó el muelle amarillo y polvoriento, que ahora se estaba llenando de una especie de vida lánguida. Sobre las soleadas piedras, unos veinte peones descalzos y con pantalones de percal descargaban sacos de harina con pintoresca indiferencia. No tenían prisa. Charlaban, fumaban, escupían, quedaban inmóviles y ponían accidentalmente las manos en los sacos, como si el terminar fuera lo último que desearan. Uno de ellos, con una camisa ocre muy ajada, cantaba con voz aguda una tonada de irritante dulzura. Harvey escuchó contra su voluntad.

"El amor es dulce

Y el que lo desprecia un loco."

"Aunque sabía poco español, el significado de la palabras le resultó claro.

"Con impaciencia, como si buscara un antídoto para aquel dulzor, dirigió la vista a un punto algo lejano del muelle, donde había varios carros de altas ruedas tirados por unas mulas esqueléticas y melancólicas. Estaban a la espera de la carga. Una de las mulas tosió como un ser humano y agitó su corona de moscas, antes de tumbarse casi de pura debilidad. Pero el conductor, instalado en el pescante, no se alarmó en lo más mínimo; con las manos cruzadas sobre el vientre y una flor colocada tras la oreja, roncaba plácidamente.

"Bruscamente Harvey dio media vuelta; no podía soportar el espectáculo de aquellos miserables animales. En un instante, se contemplaba la belleza de la costa y la sublimidad del misterioso Pico; un instante después, surgía el sórdido cuadro de aquella vida ínfima.

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"Continuó paseando por cubierta, con el calor del sol en sus hombros, sintiendo tras él, casi furtivamente, la presencia de aquel sublime pico. Tuvo que detenerse un momento para volver a mirarlo. Y mientras permanecía así, oyó a su lado la voz de Renton:

"_ Una noble vista, Doctor Leith. Es el Pico de Teide, en tenerife. Y puede creérmelo, está a setenta y tres millas al oeste. Domina estas islas. Lo verá más de cerca en Santa Cruz.

"Juntos, ambos contemplaron la montaña. En esto, Harvey dijo lentamente:

"- Así es, una noble vista. - Después, rápidamente, ridiculizando su propia impresión, agregó -:¡Una visión de paraíso!

"_ Un paraíso que tiene de cuando en cuando sus inconvenientes - replicó Renton. Hizo una pausa y miró a Harvey -. Hay un asuntillo bastante feo en las alturas detrás de Santa Cruz. Recibí ayer el cablegrama. ¡Están con la fiebre amarilla!

"Hubo un silencio repentino.

"_ La fiebre amarilla... - repitió Harvey.

"_ Sí. Hay un brote en Hermosa (sic), una aldea en las proximidades de Laguna (sic). Por fortuna, está confinado.

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"¡Fiebre amarilla! ¿Había algo siniestro en el esplendor de aquella bahía, algo duro en aquellos vivos colores? No era nada, absolutamente nada. Algún enfermo a sesenta millas de distancia, nada más.¡Que intuición más exagerada para la calamidad!. En todo caso, nada le importaba. Nada podía importarle nada ahora.

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"_Robert y yo tenemos una invitación - dijo Susan con firmeza -. Tenemos amigos norteamericanos en Arucas. Son gente muy cariñosa. Tienen una villa muy agradable. es agradable hasta de nombre. Se llama Bella Vista. ¿Quiere venir?

"Harvey movió lentamente la cabeza.

"_ No. No iré.

"Los ojos de Susan no podían abandonar el rostro de Harvey.

"- Sería una gran cosa que usted viniera - insistió la joven en voz baja -. El paisaje es muy bonito. Son gentes cristianas y muy amables. Será usted allí el bienvenido. Se sentirá usted en su casa.

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"Harvey no les vio partir. Estaba en su cabina, comiendo con remilgos la fruta que Trout le había traído para desayuno. Naranjas de Teide (sic), de cáscara delgada y deliciosas, y guanábanas (sic) traídas aquella mañana del mercado. Todo riquísimo.

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"Después, volviéndose bruscamente, dijo:

"- Nos vamos a la playa. Usted y yo vamos a pasar la mañana en la playa.

"Harvey miró risueñamente al viejo boxeador.

"_ ¿De veras, Jimmy? ¿Está usted seguro?

"_ Completamente seguro.- Recalcó su certidumbre golpeando con el puño la palma de su otra mano. Vamos a la bahía de Las Canteras. Acabo de hablar con el capitán. Nos bañaremos y tomaremos algo en el restaurante que hay allí. Hay una arena finísima donde usted estará en la gloria.

"La idea de sentirse en la gloria en una arena finísima hizo sonreír levemente a Harvey. Pero, de un modo extraño, dijo:

"_ ¡Muy bien! Iremos a la playa, Jimmy.

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"Salieron de la cabina a la líquida luz del sol, bajaron por la plancha y caminaron por el polvoriento muelle. Con los pulgares en los sobacos y un palillo en los labios, Corcoran asumió derechos de propietario sobre el puerto, se lamentó de la indolencia de los obreros, filosofó acerca de las mujeres, adquirió un manojo de violetas para su ojal a una vieja inválida, dio un puñado de rapé a un mendigo infestado de moscas y, finalmente, se vio ante una "tartana" destartalada tirada por un caballo.

"_ ¡Ajá! - exclamó -. Aquí está el billete para la sopa, compañero. El caballo se tiene de pie y este trasto tiene ruedas.- Se volvió hacia el cochero-. ¿Cuánto para ir a Las Canteras, amigo?

"El cochero hizo con los hombros un gesto indicativo de una labor ímproba y extendió cuatro dedos de uñas amarillas.

"- Cuatro chelines ingleses, señor.

"- ¡Cuatro tomates ingleses! Es demasiado. Le daré dos pesetas y un puñado de rapé.

"- No, no, señor. Mi "tartana" es muy bonita. Muy rápida.

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"- Bien, le daré entonces un par de chelines - dijo dubitativamente -. Dos chelines ingleses, amigo.

"El rostro del cochero fue todo él una sonrisa. Con aires de gran señor, abrió la desvencijada portezuela, subió al pescante y mostró complacido su conquista al mundo. ¡Dos chelines ingleses! Era exactamente el quíntuplo de sus derechos legítimos. "- Este es el modo de tratar a estos muchachos - dijo Jimmy, hablando por el colmillo -. Es el instinto del negocio. Si no está usted atento, le vacían el bolsillo.- Y se acomodó en su asiento, mientras la tartana daba tumbos por la calle llena de surcos.

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(capítulo X) "Mary Fielding había ido a la playa de Las Canteras. También ella había oído hablar a Renton de la belleza de aquella playa poco conocida. Y ahora, en su traje verde de baño, estaba tendida sobre la soleada arena, dejando que aquel suave calor invadiera su cuerpo. Todavía brillaban en sus blancas piernas unas gotas de agua de mar. Su cuerpo, moldeado firmemente por las olas, estaba lleno de una vida vibrante. Las curvas de sus menudos senos eran bonitas como las de una flor, graciosas como las del vuelo de una golondrina. Sus ojos estaban cerrados, como para proteger el exquisito abandono de su estado de ánimo; sin embargo, podía verlo todo, todo aquel delicioso paisaje. Las amables ondulaciones de la amarilla arena, un mar más azul que el cielo, la espumosa blancura de la rompiente que salta atronadora sobre los arrecifes y el pico distante, reluciente, translúcido y omnipotente como un dios. ¡Oh, que contenta estaba de haber venido.

"Aquí podía respirar y, apretándose desnuda contra la tierra, ser ella misma. En su interior, brotaba, más blanco que la espuma y más brillante que el pico montañoso, un recuerdo".

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"_ Llaman a esta isla la Gran Canaria -murmuró Mary-. ¡Gran Canaria! Hay color y movimiento en el nombre. Cuando pienso en este viaje, lo pronuncio en mi interior. ¡Gran Canaria! Es un nombre que emociona.

"Las palabras, adquiriendo otro significado, llegaron tenuemente hasta Harvey, a través de la cegadora blancura de aquella luz secreta. Y Harvey preguntó:

"_¿Deja usted mañana el barco?

"_ Si, vamos a quedarnos en Orotava."

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"_Orotava es un pueblo muy tranquilo -continuó Mary-. Pequeño y al natural. Es lo que más me gusta. El señor Carr nos ha reservado habitaciones en el hotel... El San Jorge. Es el agente de mi marido en estas islas."

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"_¿Quiere usted almorzar hoy con nosotros? ¡Oh, diga que sí, por favor...! En ese sitio que llaman la "cabina". Es delicioso. Viene el señor Carr. Y quiero que venga usted también.

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"Diez minutos después entraron juntos al pequeño restaurante.

"Mary había empleado la palabra delicioso para describirlo y, en cierto sentido, era la palabra adecuada. Era pequeño y muy limpio, con piso de madera blanca fregoteada, con mesas cubiertas por manteles a cuadros azules y con un frente que daba al mar, al cielo y al lejano pico obsesionante. Al fondo, había un bar curvo, coronado por una hilera de botellas. Extrañamente, Harvey no se sintió atraído por aquel olvido que tanto había echado de menos. Tras el bar, un mozo en mangas de camisa estaba sentado, muy abstraído, sobre un alto taburete; estaba retorciéndose un bigotillo que parecía una ceja colocada fuera de su sitio. En un ángulo, de modo completamente incongruente, habían instalado un piano automático de color amarillo."

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"El capitán, adepto por lo general de las conversaciones animadas, había hablado poco. Su mirada se fijaba frecuentemente en Mary, a la que, de pronto, preguntó:

"_¿Va a pasar todo el tiempo en Orotava...? ¿En el hotel?

"Ante la afirmativa, vaciló, con una indecisión desusada en él. Después, dijo:

"_ Es un sitio muy bonito. Limpio y agradable. Un pueblo muy sano. Y el viento siempre sopla del mar.

"Y esto fue todo.

"Ahora, Harvey estaba de pie en la cubierta superior, satisfecho de la tranquilidad de la noche después de soportar el calor del salón. La efervescencia de la puesta del sol se había disuelto y hundido en el mar. Y, como un suspiro de consumación, todo era ahora sereno y claro: una noche blanca, con la fluida belleza de una pálida luz de luna. Todavía baja, surcada por el cordaje del barco, la luna, no plenamente formada aún, tenía un encanto levemente imperfecto, como el de la doncella a las puertas de la madurez. También eran tímidas las estrellas que se mostraban en el alto y translúcido firmamento. Por el lado de babor, desvaneciéndose, pero todavía más brillantes que las estrellas, las luces de Las Palmas tachonaban el claro borde del cielo con puntos luminosos."



por la transcripción, Carlos Platero Fernández.