19 de diciembre de 2008

LA BATALLA DE ACENTEJO

Por Carlos Platero Fernández

Hace ahora veinticinco años, poco más o menos compuse el texto que sigue, que formaba un capítulo de "La Historia de Canarias en Episodios", que por aquel entonces se publicó; libro escrito por mí, impregnado de la visión romántica de la historia de un pueblo que iba conociendo, tanto a través de sus gentes como de la lectura y de caminar por sus tierras tanto cuanto pude. Impresiones que quise contar a los demás con charlas, artículos en la prensa y libros como el que acabo de mencionar.

Porque, concretamente el tema del episodio de la batalla de Acentejo entremezcla­do con los supuestos amoríos de la princesa Dácil y el capitán Castillo, al igual que a muchas otras personas, me atrajeron de siempre, me sedujeron y entusiasmaron.

De hecho, en el libro citado dediqué otro capítulo completo a novelar el romance de la gentil guanche con el bizarro castellano.

Yo entonces, ya conocía las obras del padre Espinosa y de Antonio de Viana que, por orden histórico cronológico fueron los que contaron a su manera el episodio de la Matanza de Acentejo, reflejado luego en las noticias históricas de Leonardo Torriani, Abreu Galindo, Núñez de la Peña, Marín y Cubas, etc. hasta llegar al gran polígrafo de las letras isleñas Viera y Clavijo, que lo adornó y embelleció a placer.

Aunque, ninguno de ellos, a mi parecer, rayó a la altura del poeta tinerfeño Antonio de Viana que, a los 24 años de edad, es decir, alrededor del año de 1602 compuso su celebérrimo poema "Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria. Conquis­ta de Tenerife y aparescimiento de la ymagen de Cande­laria". Obra poética de la que, por cierto hizo un concienzudo estudio crítico hace ahora algo más de dos décadas Alejandro Cioranescu.

Y es en el "Canto octavo" de esta "opera prima" en donde se hace el relato, la descripción romántica del episodio de Acentejo y del entorno en que se desa­rrolla; que luego copiaron, de forma más o menos fantasiosa o realista cronis­tas, historiado­res, escritores en general.

Por cierto que el vocablo "acentejo" o "centejo", significaba en la lengua aborigen, según los filólogos, "agua, vertiente", con referencia al barranco allí formado y topónimo que se ha venido escribiendo con las variantes, entre otras, de Acantejo, Asentejo, Centego, Centeio, Centejo, Centexo, Sentejo, Sentexo y Zentejo.

Y es también por lo que yo, recogiendo un poco de todos, escribí lo que al principio enunciaba, que sitúa el episodio en el tiempo y el espacio y decía así:

"La indómita Achinech, la patria de los guanches valientes y nobles, rebeldes a toda idea de sumisión, está en peligro.

Son los años finales del siglo XV, el de las conquistas y descubrimientos que van a cambiar el destino de pueblos ancestrales y da paso a la Edad Moderna de la llamada civilización occidental.

Los navíos portugueses y castellanos son dueños de los mares. Los mercade­res del Mediterráneo comercian en varios continentes y los ingleses y los franceses, además de sostener entre sí luchas agotado­ras, cimientan sus futuros imperios.

A raíz del descubrimiento del Nuevo mundo, naves de todas las naciones importantes tocan en el archipiélago canario, avanzada en el Atlántico de la preponderante Castilla.

Y una sola isla de este archipiélago se resiste año tras año, tanto a las incursiones de piratas que en rapaces razzías se llevan ganados y esclavos, como a ejércitos bien equipados que llegan a sus costas con afán de conquista y dominio.

Tenerife, la del mítico, majestuoso Echeyde, es irreductible.

El General Alonso Fernández de Lugo, a las órdenes de los Reyes de Castilla, lo está comprobando desde que un en un día del mes de mayo del año 1494 desembarcó esperanzado, bien pertrechado de víveres y tropas en las playas de Añaza, del término de Anaga. Durante este mes de mayo, los avances castella­nos en la conquista de Tenerife se limitan a la captura de algunas manadas de ganado y a robar abundante forraje. Fernández de Lugo ha conseguido la alianza del mencey de Güimar, bautizado cristiano con el nombre de Juan de Candelaria.

Por fin se decide el general a mover el ejército a sus órdenes, avanzándolo hasta las vegas de Aguere, sin ser inquietada tan numerosa hueste por los guanches. Viera y Clavijo describe así tan encantadores parajes:

"La Laguna, en aquellos tiempos, en que no se le había dado todavía desagüe y en que los aluviones y avenidas de los cerros circunvecinos no habían elevado su lecho, era un hermoso lago, cubierto por muchas partes de un espeso bosque, entre cuya variedad de árboles sobresalían las mocaneras y los madroños y a cuya fres­cura acudían diferentes bandas de aves africanas y del país."

Puesto al frente de las tropas invasoras, Lugo decide ir a atacar al poderoso Bencomo en sus territorios de Taoro. Piensa el castellano que en venciendo al caudillo guanche, las otras tribus serán más fácilmente domina­das.

La columna armada atraviesa las tierras del menceyato de Taco­ron­te. Por Los Rodeos, al divisar a algunos isleños que huyen presurosos, Fernández de Lugo teme momentáneamente algún posible ataque a sus costados pero la marcha no se interrumpe y los guan­ches no aparecen, confiándose así los soldados.

Los guanches están prevenidos. Sus espías han comunicado con tiempo los movimientos del invasor; pero permanecen quietos, camu­fla­dos en el boscoso terreno, esperando las oportunas órdenes de Bencomo.

Bencomo, tan buen estratega como valiente y corajudo adalid, al tener noticias del decidido avance castellano prepara adecuadamente a sus numero­sas huestes.

Los guerreros de Anaga y Tegueste quedan en Los Rodeos, procu­rando no hacer notar su presencia.

El famoso Tinguaro, hermano de Bencomo, héroe entre los héroes guanches, aquél que según el poema hubo amores célebres con la bella Guaxara, marcha raudo por los altos montes, seguido de tres­cientos hombres para apostarse sobre el barranco de Acentejo, paso obligado a quienes deseen llegar al incomparable valle de Arautúpa­la, en el término de Taoro.

El escenario para la gran batalla que se perfila está dispues­to. Los actores colocados. Unos, en el centro de la escena, avan­zando confiados, capturando tranquilamente rebaños de ganado aban­donado precisamente como cebo; otros, encaramados en las rocas, en los árboles frondosos, o agrupados, numerosos, en el valle.

Y la acción, cruda, sangrienta da comienzo.

Alonso Fernández de Lugo para mientes en el profundo silencio que reina, tanto en el barranco como a la entrada del hermoso valle, al fondo del cual, el pico Teide milenario alza su imponente belleza. Y, como buen soldado, teme traiciones. Da pronta orden de tornar al campamento de La Laguna, satisfecho del botín de ganado que sus hombres arrean; y de haber explorado sin tropiezos las zonas del Oeste de la isla.

De repente, cuando los castellanos en descuidado tropel avanzan por el barranco de Acentejo, aparecen el gran Tinguaro y sus gue­rreros emboscados en aquel intrincado terreno rodeado de precipi­cios, cubierto de arboleda y erizado de peñascos fragosos, saltando aullantes, agresivos y feroces cual perros rabiosos.

Los primeros momentos son de una confusión indescriptible para las confia­das tropas invasoras. Nadie parece saber reaccionar contra aquella avalancha humana que cae de las rocas y de los árboles sobre ellos. El ganado se despa­rrama sin que haya quien cuide de encarrilar­lo.

Después del inicial desconcierto en que son heridos o muertos numerosos castellanos, solo se piensa en la huída. Y todos a una luchan, no en defensa de los ideales que en conjunto persiguen sino para salvar individualmente sus vidas, perdido por completo con el terror del repentino ataque el sentimiento de la dignidad.

Alonso Fernández de Lugo, empinándose sobre los estribos de su caballo, la espada alzada, trata de contener la estampida humana:

- ¡Ea, amigos míos! ... ¡Aquí del valor castellano! ... ¡Ninguno desfallezca ni tema hacer cara a este corto número de infieles desarmados que nacieron para servirnos! ... Defendámonos con el favor de Dios y adquiriremos una victoria digna de nuestro nombre.

Hay reacción al fin entre algunos de los invasores de la isla tinerfeña. El capitán Diego Núñez, hombre de gran valor, pero muy presuntuoso y pagado de sí mismo, responde a voces:

- ¡Voto a Dios! ... Que sin necesidad de su auxilio, pienso salir vencedor de tan vil canalla.

Esta blasfemia, se encarga pronto de castigarla el propio Tinguaro quien, después de atravesar el cuerpo del impío capitán con un dardo de tea, lo derriba de su caballo y le hunde la cabeza con una maza, partiéndole la lengua entre los dientes, que dice fray Espinosa al comentarlo.

Sigue contando Viera y Clavijo en ocasión de tan terrible batalla:

Aunque fue más famoso el dicho que se le atribuye al valiente Pedro Manini­dra, canario sumamente estimado de los españoles por sus proezas. Consideran­do este isleño el grave conflicto en que se hallaban nuestras tropas, empezó a estremecerse y a dar diente con diente, como sucede en el rigor de una tercia­na. El general Lugo, que lo observó y conocía su intrepidez, le dijo:

- ¿Que es esto, Maninidra? ... ¿Tiemblas de miedo? ... ¿Es ahora tiempo de acobar­darse? ...

Y el canario le respondió:

- Este, señor, no es miedo, ni jamás he dado entrada en mi pecho a semejante pasión. Tiemblan las carnes atendiendo al peligro en que el corazón las va a poner.

La carnicería que los guanches hacen en las tropas castellanas es espanto­sa. Aún no repuestos de la sorpresa producida por el repentino ataque, no pueden los invasores hacer más que formar círculos aislados de defensa.

Los dardos de tea, los banodes y las piedras se abaten mortífe­ros en el barranco que acaba de servir de trampa y cuyo topónimo aún es hoy en día La Matanza de Acentejo.

La sangre se confunde abundante con las rocas volcánicas y la tierra rojiza pronto se empapa. Aún, ... El general Lugo, viéndose acosado de los isleños, que lo distinguían de los demás por un vestido rojo que llevaba, tuvo la adverten­cia de cambiarle con el de Pedro Mayor, y este buen soldado la gloria de morir en lugar de su jefe, a manos de diez guanches, no sin haber hecho sentir su muerte a cuatro de ellos que dejó malheridos en el campo, escribió Núñez de La Peña.

Ya van transcurridas más de dos horas de batalla cuando acude Bencomo, con tres mil hombres de retén, a concluir la obra de aniquilamiento total del invasor. Y así, continua implacable la mortandad entre los castellanos al ser engrosadas las filas guan­ches.

... El general Lugo corre arrebatado de ira tras Bencomo, que andaba con una espada en la mano; hiérele en el pecho; pero Sigoñe, capitán valiente y denoda­do, viendo maltratado a su príncipe, arroja a nuestro general una piedra con tanta fuerza que, aunque solo le alcanzó al soslayo parte de una mejilla, le hizo saltar algunos dientes. Todavía no había vuelto Alonso de Lugo del desmayo que le ocasionó este dolor, cuando se halló rodeado de cincuenta guanches y vio muerto a su caballo debajo de sí, sin tener a su lado otro defensor que su sobrino Pedro Benítez, llamado "El Tuer­to".

Entonces fue cuando, habiendo invocado al Arcángel San Miguel, según Viana, o a la Virgen de Candelaria, que se le apareció en el aire, según el padre Gándara, se oscureció repentinamente la atmós­fera con un nublado tempestuoso y se empezaron a sobrecoger los isleños de no sé que terror pánico improviso. La verdad es que los pocos cristianos que se salvaron de esta batalla no consiguieron retirarse sino por una especie de prodigio. Treinta güimareses auxiliares socorrieron al general y le sacaron del choque sobre un caballo. Lope Hernández de la Guerra, que estaba maltratado con dos heridas y muchas contusiones, fue llevado por sus tres sobrinos atravesado sobre otro. Final­mente, cuantos fugitivos escaparon de la derrota partieron por los montes de La Esperanza y salieron al campo de La Laguna, de donde bajaron a curarse de sus heridas al cuartel de Santa Cruz. Es constante que, si se hubiesen retirado por el camino de Los Rodeos, hubieran caído sin remedio en manos de los guanches de Tacoronte, que los esperaban el paso.

"Otra partida de treinta españoles que en Acentejo habían tenido modo de retirarse por el barranco abajo, aunque perseguidos de un cuerpo de quinien­tos isleños, se alojaron en cierta cueva que divisaron en lo alto de una colina, donde se atrincheraron y defen­die­ron con vigor. La noche suspendió los ataques en que los guan­ches se empeñaban, bien que continuaron el bloqueo, esperando volver a la carga con el día, lo que hubieran ejecutado sin darles cuartel, a no haberse compadecido Bencomo de su triste suerte. La generosidad alternaba en aquellos bárbaros con la fiereza. El mencey les despachó a Sigoñe con orden de que les prometiese en su nombre la libertad y la vida, si abando­nando el puesto, entregaban inmediatamente las armas. No pudieron oír los españoles sin enter­necerse, tan benigna proposición, y, fiándose de la real palabra se rindieron gustosos. Cuando comparecieron en presencia de Bencomo, fueron recibidos con indecible afabilidad. Este príncipe mandó se les pusiera bien de comer y los restituyó a nuestro general, escol­tados de cien guanches taorinos, al mando del capitán Sigoñe."

Un grupo de castellanos y canarios consigue llegar en su fati­gosa huída a la costa occidental y tras muchas penalidades, ponerse a salvo nadando, en una roca que semeja minúsculo islote en el mar. Los acosadores guanches, por más que lo intentan, después de aho­garse unos cuantos, no logran aprisionar a los náufragos.

Y un navío, advertidos de su crítica situación los acampados en Santa Cruz, puede, costeando en la noche, tras muchas horas de hambre, frío y sed, por fin salvarlos.

Viana asegura que ... “en medio del mayor calor de la anteceden­te refriega se apostaron unos seis ballesteros españoles sobre cierto peñasco, desde donde incomodaban notablemente a los isleños, y que no creyeron éstos poder desalo­jarlos de otro modo que tras­tornando el risco, excavaron tanto sus fundamen­tos, que consiguie­ron derribarle”.

Y aún añadiremos un hecho que descrito también por Viera y Clavijo, nos pinta la bravura indomable de aquellos guanches que sin apenas otras armas que piedras y palos y su valor, vencieron a quienes querían dominar­los. Y también se añade así a las proporciones enormes del desastre de Acentejo:

"Gonzalo Fernández de Saavedra, que por este mismo tiempo andaba con dos carabelas portuguesas asaltando las islas para adquirir honra, era tan fantástico y valeroso que se dice "jamás quitó gorra a castellano". Así, no queriendo pasar a Tenerife bajo las órdenes de Don Alonso de Lugo, entró con su gente por otra parte de la isla, poco después de la batalla de Acentejo y atacó furiosamente a los guanches. Los antiguos aseguraban que tenía rozados con su espada tres almudes de sembradura en el sitio donde le hallaron muerto y a su lado dos isleños, que había ahogado por la garganta, después de estar caído y atravesado con gran número de dardos de tea. En torno a su cadáver se encontraron también otros diecisiete hombres, muertos por su mano y un poco más distante a Baca, su escudero, con algunos portugueses algarabios." El balance de la derrota sufrida por los castellanos en Acente­jo arroja cifras de más de 500 peninsulares y unos 300 nativos de Canarias. Fue tal vez el mayor desastre sufrido por Castilla en la conquista de las islas.

Las tropas de Lugo tardaron bastante en rehacerse y hubieron de recibirse nuevas aportaciones de quienes financiaban la operación, para que ésta pudiese continuar hasta la victoria final.

El mencey Añateve de Güimar, haciendo honor al pacto y alianza establecidos, socorrió con ganado, cebada, gofio y leche a las abatidas huestes refugiadas en Santa Cruz.

El mencey de Anaga, que el año anterior prometiera mantenerse neutral, instigado por Bencomo, atacó a las fortificaciones caste­lla­nas, pero la tropa allí acogida, a pesar de los descalabros sufridos en Acentejo supo rechazar con vigor aquel postrer ataque guanche, lográndose dar muerte al mismo mencey ... Y como los guanches se vieron sin su jefe, trataron de levantar el sitio y de retirarse con gran celeridad.

Después de celebrar un consejo de capitanes en el cual se deliberó sobre la situación tan precaria por que atravesaba la aventura de la conquista, el parecer de Lugo tuvo mayoría.

Abandonar Tenerife, reintegrarse a Gran Canaria y, una vez recabados los auxilios y reposiciones necesarios, insistir con un desembarco en gran escala.

"Y el 8 de junio de 1494 entraban las naves, cargadas de tropas heridas y derrotadas, en el puerto de Las Isletas".

Lo que acabo de transcribir lo compuse, como antes indiqué, al principio de la década de los años setenta. Pero ya previamente había yo leído unos exce­lentes trabajos de la escritora tinerfeña María Rosa Alonso; el uno como prólogo y notas de una muy intere­sante "Comedia de Nuestra Señora de La Candelaria," edición de 1944 y el otro "El Poema de Viana", en los cuales la docta investigadora hacía acabada crítica de ambas obras y citaba reiteradamente a la comedia de Lope de Vega titulada "Los Guanches de Tenerife o La Conquista de Cana­rias".

Me interesó el tema y pronto leí los jui­cios que de tal obrita asimismo había hecho, entre otros, el polí­grafo Marcelino Menéndez Pelayo en su "Antología de poetas líricos castellanos". Y, naturalmen­te, procuré leerla.

Dijo al respecto la citada María Rosa Alonso que la comedia que Lope de Vega imprimió en la parte décima de sus obras es del año 1618 y fue, naturalmente, inspirada en el poema del bachiller Antonio de Viana "Antigüedades de las Islas Afortunadas" que se publicara en el año de 1605 en Sevilla, en donde, posible­men­te ambos vates se conocieron, siendo Lope por entonces unos diez y seis años mayor que el tinerfeño; aunque se supone que aquél no debió de leer en su totalidad, al menos entonces, el largo poema sino algunos de sus cantos, que él utilizó como, por ejemplo, el Canto octavo, que es en donde se menciona a Acentejo, a la Matanza de Acentejo. Dijo María Rosa Alonso que los personajes que inter­vienen en la obra de Lope están, unos, tomados de Viana, con idén­ticos nombres y otros, alterados al gusto de Lope: Alonso de Lugo, Lope Fernández, Trujillo, Castillo, Bencomo, Dacil (su hija), Tinguaro, conservan los nombres; pero Sigoñe, el capitán guanche de Viana, Sileno, etc., son nombres cambiados muy a propósito para su función según la época de Lope.

En el primer acto Lope sigue exactamente a Viana: Don Alonso quiere con­quistar Tenerife. Dacil pinta a su padre Bencomo las bellezas de La Laguna y pide permiso para bañarse en ella. El agorero anuncia la venida de los españo­les en "aquellos negros pájaros de España". Encuentro de Dacil y el capitán Castillo, aunque desprovisto de la emoción poética que le imprime Viana y Castillo parece aquí mas bien un fanfarrón de comedia y Dacil una salvaje que repite las frases como un papagayo. Castillo, añade la escritora, que debía ser el galán, el personaje heroico, serio, enamorado, quiebra la concepción de lo que el mismo Lope entendía por teatro al ser la figura del protagonista una mezcla de figura de donaire, contra lo preceptuado. En definitiva que Lope de Vega hace un contraste muy de la época, entre el salvaje y el civiliza­do. Y que en el segundo acto inventa un artificio que atribuye al complejo salvaje de los indígenas, que toman el alma por un objeto concreto desconocido.

Lope, en estos casos que enfrenta el salvaje con el civilizado, tenía el propósito de ahondar las diferencias, conforme al credo de su época. Tinguaro, hermano del rey isleño, quita la espada al español Trujillo, recurso que toma de Viana, aunque no con exacti­tud. Ganan los indígenas la batalla que corresponde en Viana a la Matanza de Acentejo. Recobra Trujillo la espada y vánse los españo­les a Gran Canaria.

El propósito que sin duda animó a Lope de Vega no fue otro que el de hacer una de las tantas obras de circunstancia y aprovechar un argumento para hacer una obra más, que apenas cuida y que poco debió interesarle, a juzgar por la prisa que tiene en plantear y acabar unos actos tan flojos y precipitados. La conquista de Teneri­fe era un hecho español y el "monstruo" tenía que regis­trarlo en su haber poético, termina su juicio al respecto la escritora.

Pues bien; pasados unos años, supe por la prensa isleña que en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, el 15 de diciembre de 1962 y por la compañía Lope de Vega, bajo la dirección de José Tamayo se estrenaba "Los Guanches de Tenerife", comedia en tres actos, divididos en doce cuadros, de Lope de Vega, en versión libre del escritor grancanario Claudio de La Torre, a cuya función, por mor de diversas circunstancias y la distancia, no pude asistir. Pero cuyo texto fue publicado por Ediciones Alfil en 1963, en un pequeño librito, que yo adquirí en cuanto tuve oportunidad. Que ha sido él el motivo central de todo este comentario. Y en donde el numen extraordinario del Fénix de las Letras Castellanas, en ver­sión muy ajustada del indicado Claudio de La Torre, en el Cuadro Cuarto del Acto Segundo, relata así el episodio, origen de la actual villa de La Matanza de Acentejo y su término municipal:



CUADRO CUARTO



Don Alonso de Lugo delibera con sus capitanes.



VALCAZAR. El bárbaro señor, amedrentado

estará por sus riscos escondido

pues apenas se ve ningún soldado.

DON LOPE. El no habernos la entrada defendido

muestra que su temor, que desconfía

le hará sin vacilar pedir partido.

C. TRUJILLO Cuando por riscos ásperos venía

con Valcázar ayer, reconociendo

que gente el rey, que ejército tenía,

oímos de armas belicoso estruendo,

como de gente a la defensa puesta

que así el ataque iba previniendo.

Esto pensamos: que a salir se apresta

o, por lo menos, resistir el paso.

C. CASTILLO. Sería ese rumor de baile o fiesta,

o invocar sus ídolos acaso.

DON ALONSO. Estos no tienen ídolos, Castillo,

y son sus fiestas en el campo raso.

C. TRUJILLO. Y de que tal penséis me maravillo

que muy poco sé yo lo que es el miedo.

C. CASTILLO. ¿Quien os lo niega, capitán Trujillo?

C. TRUJILLO. Mayor prudencia aconsejaros puedo.

DON ALONSO. No haya nueva discordia, es lo que quiero.

Cada cual a sus Reyes ha servido

y que los sirva en adelante espero.

Trujillo dice bien, que haber venido

sin resistencia a parte tan estrecha,

no sin sospecha de peligro ha sido;

y Castillo también, pues no sospecha

que hay peligro mayor. No nos cansemos

en lo que al Rey no sirve ni aprovecha.

Para la santa causa que emprendemos

todo recelo llevaré conmigo.

Ya que tan dentro de la tierra vamos

que a combatir no sale el enemigo.

VALCAZAR ¡Un bárbaro del monte al llano baja!

Seguirle en su carrera no consigo.

DON LOPE. ¡Para llegar aquí, la senda ataja!

¡Dios querrá que se rindan a partido!

DON ALONSO. ¡Hola! No suene más trompeta o caja.

C. CASTILLO. El llega valeroso y atrevido.



(Aparece SILEY)



SILEY. Oidme bien, españoles,

vosotros que las Canarias

ganasteis a vuestros Reyes,

trayendo por la mar casas

cargadas de hechicerías,

de rayos, truenos y espadas;

vosotros, que a tenerife

venís con tanta arrogancia,

como si los guanches fueran

hijos de vuestras esclavas;

vosotros, que por dos veces

habéis vuelto las espaldas

y vuestros pájaros negros

tendido en el mar las alas;

Bencomo, Rey de esta isla,

y Rey sin oro y sin plata,

sin aparato y grandeza,

sin palacios y sin guardas;

hombre que, como nosotros

por estas laderas guarda

cabras monteses y ovejas

silvestres, toros y vacas,

dice que, ya que venís

a conquistar desde España

un campo lleno de piedras,

un monte cercado de agua,

luchéis como caballeros

y peleéis con las armas

a lo que nobleza obliga,

ya que blasonáis de tanta.

Porque valerse de enredos,

de invenciones y mañas,

desdice de aquel valor

que os dio tan honrada patria,

pues de algunos nos dijeron

que nuestras montañas andan,

a escondidas de los hombres,

dando a mujeres almas.

¿No os bastan las invenciones

de relámpagos y espadas

para que hechicéis los pechos

metiendo en los pechos almas?

A esto, pues, mi Rey me envía;

a deciros que os aguarda

en la falda de aquel monte

para daros la batalla;

que no ha querido impediros

de Tenerife la entrada

para poder, con holgura

desnudaros en su casa.

C. CASTILLO. ¡Así Dios te dé victoria,

déjame, por Dios, que yo haga

lo que merece, en respuesta,

ese guanche y esa infamia!

DON ALONSO. No, Castillo, no es razón.

Débese a las embajadas

el guardar su privilegio.

C. TRUJILLO. ¿Que embajada o calabaza?

Diérale yo un torniscón,

así, la mano cerrada

con que le hiciera tortilla

las narices en su cara,

y fuera a quejarse luego

de que Trujillo no guarda

al embajador las leyes.

DON ALONSO. ¡Guanche...!

SILEY ¡Español...!

DON ALONSO Oye.

SILEY Habla.

DON ALONSO. Dile a Bencomo, tu Rey,

de quien no son tus palabras,

que yo no vengo a sus islas

ni por oro, ni por plata.

Vengo a obedecer no más

lo que mis reyes me mandan,

que convertiros desean

a la ley de Cristo santa.

A Fernando y a Isabel,

que así mis Reyes se llaman,

no obliga humano interés,

obliga piedad cristiana,

puesto que no han menester

tierra, sobrándoles tanta

en Castilla y Aragón,

y sin contar la de Italia.

A obedecerle venimos,

sin enredos ni marañas.

Estas armas que traemos,

en todo el mundo son armas;

que dar almas a mujeres

son amorosas palabras

que los bárbaros no entienden.

SILEY ¡Basta, español, eso basta!

Eso le diré a mi Rey,

que donde digo os aguarda.



(Vase SILEY)



C. CASTILLO. ¿Que aguardáis?

DON ALONSO. ¡Ea, señores,

ya la ocasión es llegada!

Hoy es día de mostrar

el valor que os acompaña.

C. TRUJILLO. ¡Acomete, que son pocos!

C. CASTILLO. ¡Y son tan pocos, que faltan

para Castillo otros tantos!

DON ALONSO. ¡San Miguel, y cierra España!



(Salen todos. Oscuro.)



CUADRO QUINTO



(Danza guerrera del combate entre guanches y españo­les. Los españo­les acaban retirándose acosados por los isleños. Cesa la música. Quedan como fondo de la escena con intermitencias, algún cañonazo lejano y las descargas de los arcabuces. Entran DON ALONSO DE LUGO Y LOPE FERNÁNDEZ.)



DON LOPE. ¡Retírate, señor!

DON ALONSO ¿Y está bien hecho

que yo no muera aquí, lugar famoso,

viendo todo mi ejército deshecho?

DON LOPE. Sería, señor, un caso lastimoso.

Si de este monte por lo más estrecho

el rey Bencomo puso, belicoso,

más de siete mil hombres en celada,

¿que harían el brío y la española espada?

Mil soldados no más, aunque gallardos,

a esos miles de guanches se opusieron.

Con tantas flechas y tostados dardos,

ni con fuegos ni aceros los vencieron.

DON ALONSO. Lope, en la resistencia fueron tardos

por nuestro mal.

DON LOPE. ¡Y que animosos cortan

con las mismas espadas que trajimos

las vidas que tan caras les vendimos!



(Entra VALCAZAR)



VALCAZAR ¡Oh, valeroso general! ¿Que haremos,

si apenas de mil hombres hay cincuenta?

Mira que al no salvarte nos perdemos,

pues que tu muerte su victoria aumenta.

Permite que en las naves embarquemos.

Vuelva siquiera un hombre que dé cuenta

de esta desdicha a nuestra madre España.

DON ALONSO. ¡Y no sería morir más justa hazaña?

DON LOPE ¿Que ganas en morir, si con la vida

puedes aún recobrar lo que has pedido?



(Entra el CAPITÁN TRUJILLO)



C. TRUJILLO. Cobré mi espada, aunque con tanta herida,

que vengo poco menos que vencido.

DON ALONSO. ¡Trujillo!

C. TRUJILLO. ¡Don Alonso!

DON ALONSO La perdida

batalla, no el honor, que no lo ha sido,

pues que de mil soldados no hay cincuenta,

nos obliga a morir.

C. TRUJILLO. ¡Fuera eso afrenta!

Yo soy de parecer que a la ribera

del mar retires esta poca gente

que se libró de la batalla fiera,

escondida en la cueva de esa roca.

DON LOPE. Y yo, que aunque esta vez fue la tercera,

puesto que nueva sangre nos provoca

vengamos otra vez a Tenerife

DON ALONSO. ¿Con que? ¿Sin un soldado ni un esquife?

DON LOPE. Volved a Gran Canaria, que mi hacienda,

mis ingenios de azúcar y otras cosas,

haré que en plaza pública se venda.

Y armaremos dos naves valerosas,

y valerosa gente que así emprenda

En Tenerife hazañas generosas.

DON ALFONSO. ¿Valdrá la hacienda...?

DON LOPE. Nueve mil ducados,

que bastan para naves y soldados.

DON ALONSO. Solo el volver a Tenerife anhelo.

¡Amigos, reunamos nuestra gente,

que no hay que obrar precipitado y ciego!

C. TRUJILLO. ¡Vamos al mar!

VALCAZAR. ¡Hacia la mar!

DON ALONSO. ¡Detente!

DON LOPE. ¿Que quieres?

DON ALONSO. ¿Y Castillo?

DON LOPE. No hay sosiego

con su temeridad. Indiferente

a los dardos y flechas, muerte halló.

DON ALONSO. ¡Dios recoja la vida que le dio!



(Salen. Se oye la música de "El canario". Entran BENCOMO, MANIL, SILEY, TINGUARO y otros guerreros.)



BENCOMO. ¡Gracias al divino Sol

por la victoria ganada!

SILEY. ¿Y a esto le llaman espada?

BENCOMO. Es su nombre en español;

que de la espada sospecho

nombre el de España tomaron.

SILEY. ¿Luego ellos la inventaron?

TINGUARO. Mas no les fue de provecho.

MANIL. A esto llaman un sombrero,

y a esto ropilla o jubón.

TINGUARO. Y esto aquí, los rayos son

Probar a soltarlos quiero.

MANIL ¡Ten cuidado! ¡Quita allá!

TINGUARO. No salen.

BENCOMO. Pruébalo, a ver.

TINGUARO. No acierto.

MANIL. (Mostrando una bota de vino)

¿Y que puede ser

esto que aquí dentro está?

Un español lo traía,

y huyendo por una roca

se lo ponía en la boca

y no sé que le decía.

Quiero esconderlo y después

veré lo que dentro tiene.

TINGUARO. ¡Que triste la infanta viene!



(Entra Dacil. Cesa la música)



BENCOMO. ¿Día de tristeza es

el de tan alta victoria?

DACIL. No estoy yo triste, señor.

BENCOMO. Merezco yo, gran favor,

que te alegres de mi gloria.

Mira tantos enemigos

por esas laderas muertos,

y de sus galas cubiertos

nuestros guerreros y amigos.

Las almas que os habían dado,

a morir con ellos fueron;

la riqueza que trajeron,

en esta tierra han dejado.

Lo hemos, pues, de celebrar.

¡Ea, mis gentes! ¿Que hacemos?

SILEY ¡Ni una prenda les dejemos!

TINGUARO ¡Desnudos han de quedar!



(Salen todos menos DACIL y MANIL.)



DACIL. ¡Ay, Manil, y cuantas veces

te dije que me buscases

aquel español que adoro!

MANIL Lo busqué, y el Sol lo sabe.

Pero había tantos muertos

que me fue imposible hallarle.

DACIL. ¿Luego es muerto?

MANIL. No lo dudes.

DACIL. Entonces he de matarme.

MANIL. Sería gran necedad.

DACIL. Dicen que las almas parten

al punto, cuando se mueren

los cuerpos, a un reino grande.

Si se ha muerto mi español,

luego, con que yo me mate,

iré al reino donde está.



La comedia de Lope de Vega prosigue, ahora centrada más en el romance entre Dacil y Castillo para terminar con la aparición y milagros de la Virgen de Candelaria; pero todo ello, no por menos interesante ya se aparta del propósito presente.

Aquella batalla de la Matanza de Acentejo hizo famosa a la comarca. Topóni­mos como la Baja y la Punta de Juan Blas, la Baja de los Cristianos, Punta de El Sol, Bubaque, etc. todavía recuerdan el hecho.

Cuando la isla fue conquistada dos años más tarde, el Adelanta­do Fernández de Lugo premió a varios de sus hombres de armas con datas de tierras y aguas en Acentejo, siendo de los primeros con­quistadores y colonos pobladores del término gentes como Diego y Martín de Agreda, Diego de Cieza, Fernando de Talavera, Pedro Baez, Pedro Esteviánez, Alonso y Bartolomé Benítez, Juan el Borgoñés, Pedro Camacho, "natural de la Gran Canaria", etc. etc. Se fueron alzando ermitas como la dedicada a San Antonio, se dice que muy cerca del lugar principal de la famosa batalla entre guanches y castellanos, la de San Diego, la conocida popularmente como de la Cruz del Camino, dedicada a San José y la del Salvador, convertida en parroquia, incendiada y vuelta a reconstruir en la década de los años treinta del presente siglo.... Pero, claro, eso serían otras historias.

Las Palmas de Gran Canaria, abril de 1996.

28 de noviembre de 2008

De Celtas y comics

por Carlos Platero Fernández.

_Papá, ¿Quiénes fueron los címricos?...
Esta un tanto sorprendente pregunta que por teléfono y desde su domicilio de La Laguna tinerfeña me hizo Margot, motivó el presente comentario al despertar o reavivar en mí esa sempiterna y como en vigilia constante, a veces íntima necesidad de contestar, bien sea oralmente o por escrito al interrogante surgido. Es decir; encender en mí de alguna manera la llama de la curiosidad por algo determinado y ya al instante pretender apagarla buscando los datos precisos, bien sea en la memoria o en mi bien surtida biblioteca y si preciso fuese en las bibliotecas públicas locales para reunir el material preciso, aderezarlo y sentarme a escribir, que ello solo ya representa un gran disfrute.En definitiva es un poco como practicar el juego intelectual de tirar de un hilito que asoma por cualquier sitio y, pretendiendo saber de que es, tirando, halando descubrir el misterio, hacer un ovillo o madeja, componer una historia, escribir un comentario, hacer un reportaje, conseguir así una narración más o menos larga.
Pero, sin divagar más, que bien se observa con lo escrito que me va la marcha de lo del ovillo, de enrollarme, como se suele decir, vayamos al tema, por demás interesante.

LOS CELTAS.
A pesar de ser los celtas muy probablemente mis ancestrales antepasados siendo yo nativo de Galicia, la verdad es que en mis infancia y adolescencia ni supe de ellos ni me preocupó la cosa en demasía cuando alguien o algo me informaron muy por encima al respecto.
Y es que, en los años inmediatamente siguientes a la fratricida y sangrante guerra civil española apenas supe yo algo del celtismo surgido a finales del siglo pasado y principios del presente, leña de combustión muy adecuada para el regionalismo o galleguismo, que no independentismo aflorado con auge en tiempos de la Segunda República pero proscrito en el siguiente régimen franquista.
En mi Coruña natal se me habló algo de la fundación legendaria de la ciudad, de la mítica torre de Hércules aunque se dijera más de los fenicios como sus constructores, del castro de Elviña todavía sin explorar, de los Castros, topónimo precisamente del barrio ciudadano en donde viví mis primeros años...
En Chaín, aldeíta perdida por el interior de la región, cabe el río ulla muchas veces correteé por los castros de la Roda, de Colmedo, de Campos y otros muchos de la toponimia aldeana. Y oí hablar de unos raros monumentos pétreos cuales el dòlmen de lo alto del monte Bocelo que vine a conocer años más tarde. Y escuché caminando entre frondosos pinares o robledales los cuentos de la abuela Concepción acerca de mujeres que transportaban enormes rocas en la cabeza al tiempo que "batían o leite dunha ola", de la aparición de misteriosas gallinas seguidas de "unha rolada de pitos" en el tenebroso pinar de Parafita, sitio de "meigas" y fantasmas por excelencia. Y jugué a escondites y salté sobre ellas con los demás niños cuando en los montes cercanos encontrábamos entre tojos muchas de las mámoas profanadas, sin saber, naturalmente, que eran enterramientos ancestrales celtas. Y mientras estuvimos por aquellas tierras del Ulla que fue tanto, como mínimo, como la duración de la guerra pude contemplar diariamente en el horizonte montañoso del contorno los picos del Bocelo, de Coba da Serpe para Lugo, del pico del Sol o Marcelín que marcaba perfectamente las doce del mediodía, del pico Sacro, de Brántega, etc.
En las altas y frías tierras de Curtis, en donde residimos algún tiempo, no recuerdo yo que hubiese por allí huellas palpables del celtismo pero sí las conocí cuando al compás de los destinos profesionales de "pater familiae" pasamos a vivir durante varios años en la hermosa y riente villa marinera de Santa Eugenia de Riveira y residiendo, precisamente en el lugar de La Mámoa, que, por cierto nadie supo darme razón exacta allí del porqué del topónimo, aunque si me enseñaron alguna vez unos próximos determinados amontonamientos de enormes piedras, monumentos megalíticos sin duda pero que en aquella época de mi adolescencia, por lo demás fantasiosa, no lograron despertar mi interés.
Naturalmente, en los libros escolares, en los textos colegiales ni se mencionaba a los celtas. Y, en todo caso, cuando los estudios eran algo avanzados, solo se indicaba que un grupo denominado celta vivió por la cornisa cantábrico-astúrico-galaica.Yo entonces solo conocía de nombre y eso porque coleccionaba los cromos "Esfera" y similares al Real Club Celta de Vigo, el de las camisetas de sus jugadores de color azul claro con la cruz de Santiago bordada en rojo detrás de un heráldico escudo como insignia. Bueno, cuando me metí en la larga, larguísima aventura del vicio de fumar, fumé muchos cigarrillos de tabaco negro de hebra liados en papel anaranjado, que denominábamos "celtas".
Siendo uno de los muchos miles de gallegos transterrados más que inmigrados o emigrados, salí muy joven de Galicia, sin haber cumplido todavía los dieciséis años, mucho más aficionado a la lectura de novelas, cuentos y tebeos que a los estudios, permanecí internado en una Escuela de Aviación en León por dos largos años, con una constante morriña que se atenuaba en los períodos vacacionales veraniegos y de Navidades.
fue ya fuera de Galicia cuando empecé a interesarme por su historia, que desconocía completamente. Y supe algo más, bastante más de Galicia y su interesante pasado histórico. En un viejo y maltratado tomo con un compendio de Historia de España y que alguien que no recuerdo pero que debió de ser algún condiscípulo me regaló, que aún conservo con abundantes anotaciones de mi puño y letra y algunos dibujos a tinta, muy malos, en los márgenes de muchas de sus páginas. Como le faltan las primeras y las últimas páginas nunca he podido saber quien fue su autor ni donde ni cuando se editó, aunque mi hermano mayor Alberto, que lo anduvo manejando en su época estudiantil supuso su edición de l año 1905 o 1906, lo que se colige por algunas de las muchas notas a pie de página que amplían el texto, pero ni él mismo se aventuró a tratar de identificar al autor, y el libro es muy interesante, la verdad.En él leí bastante más acerca de los celtas en Galicia.
Después, estando ya en Canarias, al principio a través de los historiadores clásicos castellanos que, realmente poco parecían interesarse por Galicia y sus ancestros, su prehistoria y su historia, que, como reino independiente en los albores de la edad Media la tuvo y muy interesante. Más tarde, profundicé en los estudios célticos, con creciente entusiasmo.
Conmigo ha ocurrido lo que con otros muchos gallegos; que comenzamos a querer de verdad a Galicia y deseamos conocerla mucho más y mejor, cuando ya estamos fuera de ella. Y, en mi caso la vine a conocer físicamente también cuando en sucesivos períodos vacacionales, primero aún soltero y luego, ya casado y con hijos, disponiendo de vehículo propio. Y recorrí la región una y otra vez, de norte a sur y de este a oeste y viceversa, buscando unas veces la Galicia marítima, la marinera, la de las costas del amplio litoral que transcurre entre apreciables rías y hermosas, dilatadas o recónditas playas o farallones, altos acantilados y mortales espolones rocosos sobre los que brillan providencialmente los haces luminosos de los faros en noches de galerna o vendaval. En otras ocasiones recorrí, recorrimos en raudos o pausados viajes el interior del país, el de las montañas de cumbres redondeadas o escarpadas, de los hondos y extensos valles verdes y feraces, de los montes y bosques frondosos y de los numerosos ríos y riachuelos serpenteantes... Paisajes muchas veces con huellas perceptibles de un pasado indudablemente celta. También, como no, la Galicia monumental, de los castros convertidos en ocasiones en santuarios o cementerios rurales, de las pequeñas ermitas góticas y románicas, de los castillos y fortalezas medievales, de las catedrales, iglesias y oratorios pétreos, de los cruceros musgosos y de los pazos rurales señoriales...Y, siempre, destacando acá y acullá los restos innegables de la cultura céltica.
Y, como no podía ser menos, comencé a interesarme de verdad en el celtismo. De alguna forma cayó en mis manos una Historia de Galicia de Vicente Risco. Luego, en forma esporádica pero constante fui leyendo lo que mis hermanos iban reuniendo sobre el tema en la biblioteca familiar de Chaín, en donde mis padres ya se habían radicado.Y leí con fruición al sesudo Murguía, marido por cierto de mi siempre admirada Rosalía Castro; al fantasioso pero documentado Vicetto; a los sabios galleguistas que escribieron "Terra de Melide"; a Otero Pedrayo...
También comencé a leer algo sobre los celtas galos, los de la península Armórica bretona, los que se enfrentaron a Julio Cesar, leyendo para ello su "Comentario a la guerra de las Galias" o como se diga, etc., etc. Y un libro muy curioso de la biblioteca paterna, del decimonónico Eugenio Sué sobre una historia de veinte siglos, los hijos del pueblo o algo parecido, en uno de cuyos episodios de los primeros se hablaba en extenso del mundo galo o céltico y de los druidas, del múerdago, de la segur de oro, del roble sagrado, etc.
Todo lo que motivó que en mi mente fuese tomando cuerpo la idea de escribir algo sobre los celtas de Galicia.
En uno de los periódicos período vacacional, estando en Chaín, en una veraniega tarde, yo solo, con la vieja carabina del 22 al hombro y amartillada por si aparecía algo digno de ser cazado me acerqué hasta los pinares de la Zarra Nova, ascendiendo hasta lo alto del castro de A Roda que una vez más recorrí caminando entre tojos, helechos, zarzas y demás hierbajos y pinos nuevos, deseando encontrar algún resto arqueológico como, por ejemplo, trozos de cerámica o coladas de hierro fundido que mis hermanos Alberto y Fernando habían topado allí tiempo atrás. Y que por cierto, en más de una ocasión, en otros recintos castreños del contorno encontramos otras veces, como aquella en que los cuatro hermanos varones exploramos el castro de Serantes y Alberto encontró delante de nuestras narices una perfecta "fusaola" celta, que es como un disco de piedra, pequeñito, agujereado en el centro que se usaba, se supone, para colgar las telas que se estuviesen tejiendo.
Aquella tarde que digo, bajé del castro a La Esparela, un muy ameno y pequeño frondoso bosque en el que se mezclan los ancestrales robles con alcornoques, pinos, castaños y eucaliptos y crecen profusos los helechos y los tojos. En un pequeño y tapizado calvero me senté, más bien me recosté sobre algunas musgosas piedras que por alguna parte rezumaban agua y, fumando espaciado, dejé vagar la imaginación como uso y costumbre. La hora de la tarde era serena y apacible y el paisaje, también lleno de paz, impresionante en su sencillez. Extensas "leiras", agros de siembra delimitados por muros bajos de piedra o estacadas de madera, prados, pequeños bosques, el curso del río serpenteante marcado por los abedules y los sauces, oteros recubiertos de enmarañada fronda, aldeitas diseminadas, perdidas entre la vegetación y montes agrestes y montañas de siluetas redondeadas que se difuminaban en la lejanía con vahos caliginosos...
Yo pensaba que sin duda así había sido, que apenas había variado con los siglos el mundo localizado allí mismo, el de los autóctonos antepasados aborígenes, el de los oestrimnios y el de los celtas de las cien tribus y gentilidades que viniendo del este y del norte en sucesivas oleadas allí se establecieran y allí vivieran en épocas, unas veces tranquilas, en las que aquellos seres prehistóricos se dedicaban esencialmente a las labores agrícolas y pastoriles de subsistencia y otras recorriendo el país en cuadrillas asoladoras, peleando unas veces entre sí y otras contra quienes intentaban sojuzgarlos, cuando no exterminarlos.
Posiblemente llegué a ver allí en mi imaginación a hombres feroces y guerreros o cazadores, a mujeres de albas vestiduras en faenas agrícolas, a niños pastores alborotadores y a ancianos parsimoniosos que acudían a La Esparela a adorar un "nemeton" o monumento a sus dioses alzado en la encrucijada de caminos...Druidas de luengas barbas y sacerdotisas viejas y sabias que recogían el muérdago sagrado en los seculares robles para adornar con ellos las procesiones de los cantos rituales en las claras noches lunares... Y entre todo aquel conglomerado de personajes destacaba uno que era el héroe local al que veneraban, al que adoraban representado en alguna espada, algún hacha u otro cualquier tipo de arma o en un martillo de herrero...
Creo que fue allí donde surgió en mi mente la idea de escribir algo de todo aquello que estaba visionando en la tarde tranquila veraniega, cabe el castro de A Roda.
Estando ya de nuevo en Canarias, sin olvidar del todo aquella íntima decisión o inicial proyecto, pedí a mi hermano Alberto me facilitase más información acerca del mundo celta en Galicia y él me remitió en cuanto pudo la obra de Florentino López Cuevillas "La civilización céltica en Galicia, que leí, recuerdo que estando en cama con una buena gripe, con verdadera fruición una y otra vez, impresionado por lo que iba descubriendo. Y compuse de un tirón el borrador o esqueleto de lo que iba a ser "Un episodio de los tiempos celtas", novela corta que luego de compuesta fue publicada aquí en Canarias aunque mayoritariamente vendida su reducida edición en Galicia y que, al ser conocida allí supuso el que en algún momento se me clasificase como un escritor que pretendía de alguna manera hacer resurgir una literatura gallega celtizante como así se dejó constancia en algún comentario al respecto aparecido tiempo después en la Gran Enciclopedia Gallega al hablar del celtismo en Galicia.
Me parece que, en realidad, al escribir "Un episodio de los tiempos celtas" yo tenía el proyecto de seguir el ciclo iniciado, con otras novelas, novelas cortas o cuentos que se fuesen escalonando en el transcurso de la por demás interesante historia de Galicia. Y, por cierto, ahí están como muestra de mi por aquel entonces enxebre propósito el borrador manuscrito de "La torre del odio" de tema desarrollado en el siglo XIII y el esbozado de "Las Fervenzas" del siglo XV y los amplios reportajes o artículos ya publicados de "Las guerras hirmandiñas" y "La batalla de Porto de Bois". Pero, de momento, parece que me haya estancado en tal aún no bien madurado proyecto, a lo que se ve y que voy arrinconando, como otros de parecida índole, "para cuando me jubile"...
Con posterioridad, hace ya bastantes años, escribí dos amplios reportajes para la revista "Aturuxo" de la Casa de Galicia que por entonces dirigía yo y en los que procuré volcar todos los conocimientos adquiridos por mí acerca de la cultura céltica en Galicia. Y, ya no he vuelto a escribir más sobre el tema, aunque el tema siga interesándome. Igual que me sigue fascinando la idea, cada vez más firme, de que, antes de los celtas, antes de sus antecesores los oestrimnios o ligures, antes aún que los egipcios, los asirios y los babilónicos hubo por el Occidente, acaso en tierras del Atlántico hoy anegadas, una civilización importantísima, cuyos restos ostensibles serían las pirámides egipcias, el círculo pétreo de Carnac, los menhires de Stonehenge. Y es que, entre otros muchos libros de enigmáticas noticias, hay uno galés, muy curioso, el de los "Mabinogioon" en el que se habla de unos ogros y gigantes, en especial de uno conocido por Bendiget Vran.En fin...

Los címricos y el galés.
Para disertas, para informar de lo no mucho que yo he leído acerca de los címricos, conveniente resultará el anotar previamente aquí algunas consideraciones al respecto, tipo enciclopédico, como las siguientes:
Los celtas eran un conjunto de pueblos de igual civilización que ocuparon una buena parte de la antigua Europa y cuyo elemento más conocido estaba constituido por los galos, en territorios de la Galia, la primitiva Francia.
El gentilicio de celtas se dice que proviene de una tribu de sangre real que impuso su predominio en un momento histórico dado. En realidad, los celtas no tenían una verdadera unidad étnica, sino una unidad de civilización como dijeron algunos estudiosos del tema. Entre otros atributos se les reconocía por el aspecto que daban, por ejemplo, a sus cabellos que teñían o descoloraban a voluntad con una especie de jabón, por sus numerosos tatuajes, sus ropajes peculiares y, desde luego por sus lenguas parecidas entre sí y emparentadas en un grupo lingüístico italo-celta. Pero no existía una pertenencia rigurosa a determinado grupo étnico.
Por ejemplo, el grupo de los denominados belgas que es el que aquí y ahora va a interesar conocer, decía ser, pertenecer a un pueblo germánico aunque formaba parte integrante con los galos.
Se supone que allá por los 10.000 años a. de C., en plena Edad del Hielo, las tierras de lo que hoy conocemos como Islas Británicas emergieron de las aguas y se deshelaron, siendo unos 4.000 años después cuando convertidas en islas debido al ascenso progresivo del nivel del mar, se conformaron como tales separándose del continente. Los más primitivos habitantes de Inglaterra, los considerados realmente como autóctonos y que serían los recolectores de lapas y ya conocedores del fuego y que llegaron a la gran isla alrededor de los 3.000 años a. de C., aparte de cualquier otra raza tan solo sospechada actualmente, fueron dominados por el grupo llamado goidelo por los historiadores, lingüísticamente diferenciado, que se supone llegó a las islas Británicas procedente del cercano continente y, más exactamente de cerca de la desembocadura del Rhin, en el II milenio a. de C. y que, según comúnmente se cree, fue el que introdujo la civilización o cultura de los túmulos redondos, los "round borrows" de los eruditos, con tumbas y vasijas de barro muy características, los vasos campaniformes, y que allá por el año de 1.750 anterior a la Era cristiana posiblemente erigieron lo que todavía hoy se conserva como un enigma megalitico de los menhires que conforman Stonehenge. Por cierto que, actualmente se sabe que en aquellos tiempos ya los fenicios que anduvieran por las costas portuguesas y gallegas llegaran a comerciar con las tribus ribereñas del noroeste de Inglaterra, en demanda del estaño de las fabulosas islas Casitérides.
Y, aproximadamente allá por el año 1.000 a. de C. algunas tribus de la gentilidad celta conocida como de los britanos, en su momento principal de expansión invadieron y en el transcurso de unos siete siglos dominaron por completo a Gran Bretaña, pasando luego alrededor del año 300 a. de C. a Irlanda.Es decir, que, desembarcados después de los goidelos, de los pictos y los escotos y finalmente los bretones, los belgas contribuyeron a su vez a la celtización de las Islas Británicas. Y en aquel momento histórico fue cuando hicieron su aparición, entre aquellos belgas, los cimris o kimris, que tal era el gentilicio de unos pueblos que habitaran en principio al norte de lo que luego fueron Francia y Bélgica, lugares que abandonaron para, cruzando el Canal de la Mancha establecerse en el País de Gales. Después de la invasión, Gales, que en inglés es Wales, de walas o wealas, es decir, "extranjeros" y en galés, precisamente "Cymru", quedó para siempre como el centro étnico de aquella raza aunque, valgan verdades, más tarde el tipo se modificó por cruzamientos con ingleses e irlandeses. A mayor abundancia en la información, según informó uno de los primeros historiadores ingleses, que escribía por el siglo XII, cuando la invasión de la tribu belga, "a Cambro (hijo del conquistador troyano Bruto) le tocó el país que se extiende más allá del río Severn llamado ahora Gales y que por mucho tiempo se conoció como Cambria, del nombre de su soberano; todavía hoy se llama Cambroes a los galeses en lengua británica."
Debo de aclarar aquí que tanto por la semejanza de sus caracteres físicos como por lo parecido del gentilicio cimri con el de cimbri o los cimbros ha sido causa de que en numerosas ocasiones se les haya confundido a unos con otros. Y, en realidad, los cimbros, del latín "cimber" o "cimbri" fueron un pueblo, también celta, que habitó en la Jutlandia septentrional y que se hizo famoso al mediar el siglo VII en Roma surgiendo casi de improviso unidos a los teutones en lo que hoy se conoce como Estiria, lugar en el que derrotaron a todo un ejército de legionarios romanos que se les enfrentó, y del que no quisieron coger ningún botín, que arrojaron a un cercano río, por haberse así comprometido con un ritual juramento.
Vale el indicar ahora que, al conjunto de los pueblos que ocuparon la isla Británica los romanos los llamaron precisamente britanniae a causa de que sus individuos tenían la costumbre ancestral o atávica de pintarse el cuerpo y así, los llamaron "britani", del celta "brith", pintado.
En sus costumbres, los britones o galeses conservaban una casta sacerdotal análoga a la de los druidas que dominaba al pueblo junto con reyes y jefes. Conocían la ganadería, la caza, la minería, el cultivo de cereales y el comercio de cambio. El cristianismo se introdujo entre ellos a finales del siglo II, por lo que el druida cedió su sitio al bardo; aunque al principio el cristianismo dificultades, acabó por instalarse definitivamente en aquel mundo céltico, si bien, durante mucho tiempo, por ejemplo el abad, convertido en jefe de un clan monástico, era muchas veces reclutado en el mismo clan o familia que su predecesor y se le otorgaba una autoridad considerable, mayor que la de un obispo. Los monasterios se construían con tablas siguiendo así la técnica céltica; y la tonsura de los monjes era en forma de media luna, igual que la druídica. Eran los monjes eruditos que copiaban admirables manuscritos del címrico al latín y, sobre todo, apóstoles activos y viajeros entre los que destacaron San Brandán, precisamente el San Borondón de las leyendas fabulosas y piadosas canarias, San Columbano y San Avito, aquél que dijo misa en la cueva de Santa Agueda, por Arquineguín, en la Gran Canaria prehispánica. Monjes y abades que hicieron fundaciones monásticas convertidas al poco tiempo en faros del cristianismo más ferviente.
Pero, volviendo al devenir cronológico de la historia, fue entre los años 55 y 54 a. de C. cuando se sucedieron las primera y segunda campañas de Julio César en Britania aunque fue en realidad ya en la era cristiana, por el año 43 cuando se intentó nuevamente la conquista romana de la isla, que se vino a culminar en el 84 con la derrota de los caledonios en el Monte Groupo o algo parecido; aunque, allá por el año 122 se hubo de construir la luego famosa Muralla de Adriano y en el 142 la de Antonino en la parte sur de las tierras escocesas para contener a los indígenas pictos, supuestos descendientes de los celtas que no aceptaron la dominación romana y atacaban una y otra vez desde el norte.
Pero, incidiendo en la información de los cimris o kimbris como también se les llamó, se dice que constituyeron un pueblo relacionado, según algunos historiadores, con los germanos y según otros, la mayoría, con los celtas, llegando a afirmarse que eran de la misma raza de los gaels, que en sus emigraciones más occidentales llegaran hasta la Galia y muchos de ellos pasaran en frágiles barcos el Canal de La mancha, de manera que hubo población cimrica, no solo en las costas occidentales de la antigua Francia por bretaña, sino también en las surorientales de la Gran Bretaña de entonces y a lo que parece la toponimia de una parte de la isla parece indicar un indudable parentesco existente entre las tribus de uno y otro lado del canal. Y, según diversos investigadores, eran también de tal gentilidad los que vivían junto a la desembocadura del ya indicado río Savern, los pictos del nordeste de Escocia y los habitrantes del este de la antigua Hibernia.
Ya dominadas y posteriormente cristianizadas las islas, a principios del siglo V las legiones romanas abandonaron Britania y durante los siguientes cincuenta años reinó la anarquía más absoluta entre sus pobladores, hasta que, al fin, el jefe de una de las tribus britanas llamado Vartigern hubo de pedir ayuda a los jutos, tribu normanda de Jutlandia, cuyos componentes desembarcaron pronto por Kent. Luego, en el año 477 llegaron los sajones que desembarcaron por Sussex y en el 540 los anglos, también normandos, que desembarcaron a su vez por la Anglia Oriental.
Al sucederse las invasiones anglosajonas los cimris se refugiaron en las montañas galesas, donde se mezclaron con sus hermanos de raza y mantuvieron por mucho tiempo su independencia frente a los conquistadores germanos.
Hasta finales del siglo VIII se sucedieron los reinos feudales y la iglesia católica logró consolidarse en la gran isla que, al mismo tiempo y a partir del año 787 sufrió una y otra vez los asoladores ataques de los feroces vikingos.
El país de Gales entonces se encontraba dividido en varios estados, algunos de ellos fronterizos de los anglosajones y en continua guerra con ellos, peleando también muchas veces entre sí lo que los debilitaba ante sus enemigos.
Algunas de las escasas noticias que se tienen de tan calamitosos tiempos están contenidas en los dos únicos libros que hoy se conocen de aquella confusa pero movida etapa de la historia inglesa, escritos primero en lengua británica y luego en latín y fueron los titulados "Excidio Britanoiae" de Gildas, compuesto por el año 550 y la "Historia Eclesiástica de la nación inglesa", de Beda, el Venerable, en el año 731.
A mediados del siglo XI un ejército inglés invadió el hasta entonces indómito país de Gales, tratando de imponer la soberanía de Guillermo el Conquistador, lo que por entonces no se consiguió, hasta llegar al año 1284 en que se completó la conquista del territorio y se logró su incorporación a la corona inglesa; aunque el espíritu nacionalista de la raza de ancestro címrico continuara siendo alimentada por los bardos y las tradiciones, surgiendo de cuando en cuando cruentas insurrecciones castigadas y sofocadas muy duramente, aunque, por fin Gales en 1536 fue incorporado a Inglaterra recibiendo sus habitantes todos los derechos y privilegios de los ingleses.
Debo de añadir a estas notas que en los últimos años del presente siglo ha surgido en Inglaterra un importante movimiento nacionalista galés, en forma de cultivo de las antiguas lengua y literatura címrica, el dialecto adormecido pero no extinguido, lengua autóctona del País de Gales, de claro origen céltico y que, por lo tanto tiene afinidades con el latín que, además ya a su vez le ha prestado muchas palabras de ciencia y religión y que puede clasificarse entre el irlandés y la lengua hablada en Cornualles, aunque se dice que su pronunciación es más dura, pero muy musical pues, por ejemplo, si sus guturales y lls aspiradas
suenan ásperas, es varonil y rica en sus vocales. Eso dicen.

EL CICLO ARTÚRICO
El tema del Ciclo Bretón en la literatura europea, en el que es figura central el mítico rey Arturo, su corte de Camelot, su Mesa de la Tabla Redonda y el Santo Grial, además de la legendaria figura del mago Merlín, nunca ha sido uno de los preferidos míos, a pesar de hallarse incluido de lleno en el de las novelas de caballería medievales. Pero lo cierto es que a mí en particular nunca me han llamado demasiado la atención esas dichosas novelas de la Caballería Andante, tan en boga en el pasado y a pesar de, para mi galleguismo, saber que uno de los más famosos caballeros que en la tierra han sido y en este caso del ciclo español fue Amadis de Gaula, se supone que gallego y por gallego se tuvo a su, quiérase o no, anónimo autor. Pues ni con esas me han gustado a mí las novelas de caballería por parecerme muy complicados y fantásticos y aún descabellados muchos de los episodios narrados. Es más; yo soy uno de esos muchos españoles que no una sino varias veces he tenido en mis manos el voluminoso Quijote y nunca lo he leído completo, no he sido capaz de terminarlo aunque, eso sí, en alguna ocasión espigase de acá y acullá para tener una idea de conjunto de su contenido. Naturalmente que tengo entre mis libros esta obra de Miguel de Cervantes, y en diferentes ediciones, que una cosa no quita la otra, como se suele decir.
Pero, retornando a lo del ciclo de Arturo, añadiré que de su muy dudosa, por no decir clara irreal existencia, fue el clérigo Goeffrey de Monmourth, que según parece era galés o bretón y escribió su obra allá por el siglo XII, el que inventando o reforzando el mito dio noticia de él así como de su coetáneo el mago Merlin en una "Historia de los Reyes de Britania", obra en la que se propuso trazar el devenir histórico de los britanos a lo largo de un período de mil novecientos años, desde el asimismo mítico Bruto, bisnieto del troyano Eneas allá por el siglo XII a. de C. hasta su último rey histórico Cadvaladro que reinó por el siglo VII de nuestra Era y, cuyos datos, según informó el autor en una especie de prefacio a él le habían ofrecido contenidos en "cierto libro antiquísimo escrito en lengua británica" y en prosa muy cuidada.
El autor de la crónica de los Reyes de Britania escrita en latín pero de la que pronto hubo versiones galesas, logró convertir a un personaje borroso del folclore británico como el mítico Arturo en un deslumbrante monarca en una no menos deslumbrante corte feudal.
Los siluros, en latín "silures" fueron los componentes de un antiguo pueblo de Gran Bretaña afines a los cimrios y que ocupó el sureste de gales, sometidos por el romano Frontino en los años 74 y 78 de la Era Cristiana lo que originó un campamento de legionarios que se estableció en la localidad de Isca, cerca de donde otra población romana importante fue Venta Silurim, la actual Caerwent. Y a su vez, Arturo, Arthur o Artus fue un héroe, rey, jefe o "penteyin" de los siluros de Caerleon o Caertón. Personaje célebre, principalmente en las novelas de la Edad Media, que luchó enérgicamente contra los sajones a los que venció en numerosos combates, especialmente en Radon Hill, hacia el año 520. Se le supuso hijo de Igerne, esposa de Gorloes, duque de Cornuailles; pero su verdadero padre, según otras tradiciones fue el caudillo bretón Uther Pendragón, "Cabeza de Dragón", al que sucedió en el año 516, entablando enseguida la lucha contra los sajones que habían invadido el país. Vencidos los invasores se dirigió Arturo hacia el norte para liberar a su sobrino Hoel sitiado en Dumbriton por los pictos y los escotos aliados de los sajones.
Arturo restituyó el culto cristiano que los idólatras del norte habían destruido y casó con Genoveva, Guanhumara o Ginebra, hija del duque de Cornuailles. Se dice que después conquistó Escocia, Irlanda, Noruega, Dinamarca, Islandia, Goetlandia, etc., gobernando por algún tiempo en paz sus estados hasta que las rebeliones de las tribus bretonas por una parte y su esposa que huyó con su sobrino Medraldo por otra, turbaron la tranquilidad de los últimos años de su vida. Para vengar su honra corrió tras los fugitivos que se refugiaron en el país de los sajones, cayendo el héroe mortalmente herido en un combate. Trasladado a la isla de Avalón, murió poco después, por el año de 542.
Su pueblo no creyó nunca en su muerte afirmando que solo estaba dormido en la isla guardado por nueve hadas y que de allí habría de volver algún día para vengar a los britones. El fuera, además el fundador de la orden de los caballeros de la tabla redonda.
En cuanto a Merlin, según la tradición fue un mago legendario que vivió en Inglaterra a principios del siglo VI. Personaje galeico, poeta, encantador y profetas al mismo tiempo y que en las leyendas aparece como el auxiliar más importante del rey Arturo. En algunos poemas galeses de los más populares Merlín era una especie de Anticristo, creado por el infierno y que terminó por servir a la religión que debería de derrocar. Había sido engendrado por un incubo en el seno de una virgen siendo bautizado y consagrado a Dios por su madre a la que aún niño de pecho salvó del suplicio de una calumnia confundiendo a sus acusadores y, de adolescente realizó diversos prodigios, asombrando a todos con el relato de sus profecías, llegando con el tiempo a ser famoso mago favorito de reyes como Pendragón y Uter-Pendragón padre de Arturo, al que consiguió que fuese reconocido como rey de los siluros o bretones y después de la muerte de aquel se retiró a lo más intrincado de un bosque, seducido por la hermosa Viviana a la que instruyó en la magia al enamorarse de ella, que terminó por encerrarlo para siempre en un círculo mágico que el mismo mago céltico le había enseñado a trazar.
La leyenda del rey Arturo tuvo por base las baladas de los trovadores irlandeses y los bardos del país de Gales en Inglaterra, así como los trovadores y juglares de Bretaña en Francia. El "Ciclo de Arturo", sustituyó al de Carlomagno, cuya popularidad había decaído, porque el sentimiento de fidelidad del vasallo al señor, que lo inspiraba, no respondía por completo al espíritu de la época. Por eso, los primeros poemas del ciclo se inspiraron en el heroísmo guerrero y en los amores caballerescos y en ellos aparece la mujer como figura en primer término; de aquí las creaciones de la hermosa y altiva Genoveva, o Ginebra, de Grisélida, de Isolda la encantadora rubia apasionada de Tristan, de las hadas Viviana y Morgana y de otras muchas figuras femeninas que surgieron de la poesía juglaresca de la edad media. Aquel ciclo arturiano siguió incrementándose lo menos hasta mediados del siglo XIII, comprendiendo gran número de poemas y entre los que figuraron, en primer término, además de la vida y profecías de Merlin, la leyenda del Santo Grial, especie de proemio teológico a los poemas de la tabla redonda; así como las novelas de caballerías de Perceval, Lanzarote,, El Caballero del León, Ivan y Tristán de Leonnis, que luego prosiguieron algunos autores alemanes y casi todos ellos compilados en el siglo XV por el escritor inglés Thomas Malory.
Diré como compendio que, en realidad, en el rey Arturo se simbolizaron las esperanzas de la raza britana, como glorioso representante de la resistencia céltica contra los sajones. Algunos cronistas de la Edad Media dicen que en el año 1189 se encontró el sepulcro del rey Arturo en la isla Avalón y que por sus dimensiones el héroe bretón debió de ser de gigantesca estatura. También ha sido afamada la tradición inglesa que menciona que este héroe guerrero fue convertido en cuervo, por lo cual durante muchos años se prohibió en la Gran Bretaña matar a dichos animales, fundándose en una de las oscuras profecías del mago Merlin que decía que un día el rey Arturo dejaría su envoltura de cuervo para volver a tomar la figura de hombre con lo cual daría el triunfo de los ingleses sobre todos sus enemigos.
Como más arriba indiqué, los alemanes incorporaron parte del ciclo de Arturo a sus mitos germanos, cuales el de Parsifal. Y, tomándolo por asunto, en España el maestro Amadeo Vives escribió una ópera en tres actos titulada "El rey Artus", que fue estrenada en Barcelona. En Francia se hizo lo mismo con "Le roi Arthur" del maestro Chausson. Y, en fin, en la biblioteca familiar de los Platero en Chaín está "Camelot", de T. H. White, en versión española de F. Corripio y edición de 1968 en Barcelona y en donde se hacen brillantes descripciones de la fantástica ciudad fortaleza y del mundo medieval arturiano y caballeresco.

JOHN STEINBECK
Unos renglones más arriba he mencionado al escritor inglés del siglo XV Thomas Malory, compilador afortunado de las obras que giran alrededor del ciclo de Arturo. Pues con él, aparece en escena de este amplio y desahogado comentario su congénere profesional, en este caso norteamericano y del presente siglo, el Premio Nobel de Literatura del año 1962, John Steinbeck.
Como lector, conocí a este gran escritor nacido en Salinas- California el 27 de febrero de 1902 ("Piscis" como yo, que diría el cursi) a través de una de sus obras más representativas, "Al Este del Eden" que luego vi llevada al cine en una muy buena película y aún en una mini-serie de televisión, creo. Después leí "Las praderas del cielo", "Las uvas de la ira", "El ómnibus perdido" y "La Perla", relato que tanto me impresionó que habría de servirme de inspiración para mi leyenda canaria "Aridaman y Guanarima", incluida en el libro de relatos " ...De la isla redonda", publicado hace años.
He paladeado con verdadera fruición todo lo que con el tiempo he conseguido ir leyendo y algunas veces releyendo de este autor, maestro indiscutible en el arte de novelar y, desde luego uno de mis favoritos, yo que por lo general y aunque le pese a muchos de los que me conocen soy admirador incondicional de la literatura norteamericana.
Posteriormente leí sus amenos reportajes "Un americano en Nueva York y Paris", "Por los mares de Cortés", "Hubo una vez una guerra" y el delicioso cuento "El poney rojo" que luego he visto también en película de televisión.
Pero no conocía, por ejemplo "La Copa de Oro" que fue su primera novela; y ello me extraña a mí mismo un poco puesto que siempre ha sido para mí muy sugestivo el leer la obra primigenia de los grandes autores, además de, a ser posible seguirlos en su proceso evolutivo de creatividad novelística, pero la verdad es que yo desconocía esta novelita suya.
Tampoco había leído "Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros", uno de sus últimos trabajos literarios puesto que falleció el 20 de noviembre de 1968. En 1962, después de varios fallidos intentos, recibió con todo merecimiento el Premio Nóbel de Literatura de aquel año.
Pues bien; con su llamada telefónica Margot, al indicarme que le interesaba saber algo sobre unos címricos que se citaban en una novela de Steinbeck sobre la vida del corsario inglés Henry Morgan, despertó mi amor propio de celtófilo, por lo que indagé algo en mis libros y luego, al siguiente día y merced a mi tarjeta de lector e investigador de la Biblioteca Insular tuve en mis manos, no solo la novela "La Copa de Oro" sino también el libro "Los hechos del rey Arturo, etc..."
La novela primeriza y muy laborada del galardonado autor norteamericano me gustó mucho y la leí casi de un tirón, pese a hallarme en período de convalecencia y recuperación de visión del ojo derecho tras haber sufrido una necesaria operación de catarata que me ha dejado "afásico" diestro.
Realmente, contando Steinbeck tan solo 27 años de edad cuando escribió "La Copa de Oro" en paisaje helado de Sierra nevada a orillas del lago Tahoe en tanto que ejercía como empleado de administrador, en ella ya deja despuntar sus dotes, su tremenda facilidad para la narrativa, consiguiendo con el bien trabajado texto u a mezcla de obra biográfica, de novela de aventuras, de novela picaresca y de novela poética al narrar la vida del famoso Henry Mórgan; su niñez en las montañas de Gales, su aprendizaje en el mar, su cautiverio, sus hazañas de bucanero y principalmente la fantástica toma de Panamá, su amistad con Corazón gris, su venerable ancianidad y su muerte solitaria. En el transcurso de una vida turbulenta, trató en vano el personaje cual un Parsifal sin grandeza el lograr el Santo Grial de sus sueños, la mujer ideal, primero su novia adolescente Elisabeth, luego la legendaria Santa Roja, descubriendo al fin que no era más que una sombra, un espejismo o, al menos un ideal tan inaccesible como la copa de oro de la luna. Bonita biografía novelada, si señor.
En cuanto a la versión actualizada y novelada que John Steinbeck hizo muy poco antes de fallecer, de la compilación que en el siglo XV realizara de todas las leyendas hasta entonces conocidas del rey Arturo y sus caballeros y del mago Merlin el escritor Thomas Malory, teniendo como sin duda tiene un gran valor literario, yo leí el libro más por encima una vez comprobado como se había desarrollado el trabajo. Trabajo que, por cierto, mi admirado autor hizo con sumo agrado puesto que no en vano tenía conocimiento del tema desde su más tierna infancia. Y es que, John Steinbeck, hijo de una institutriz, de soltera Olive Hamilton cuyos padres, irlandeses, emigraran del Ulster y de un americano de vieja cepa y lejano origen germánico, no en vano escribió en cierta ocasión: "Mi granero...De niño recuerdo haber escalado, atenazado por el sufrimiento, la brillantez de aquellos libros de lujo... Rincón seguro, maravilloso, cuando la lluvia cae a chorros y bate la techumbre. Y los libros, tocados de luz; libros; libros con estampas de criaturas desaparecidas hacía tiempo; serie de novelas de segunda mano; gran número de imágenes que inmortalizaban las manifestaciones del poder divino...El reino de los infiernos visto por Gustave Doré, con fragmentos intercalados de poemas del Dante; Christian Andersen y sus cuentos conmovedores; los de los hermanos Grimm, con sus violencias aterradoras y su crudeza; la muerte magnífica de Arthur ilustrada por Aubrey Beardoley, criatura malsana y perversa, lamentable selección para celebrar al grande, al viril Malory."

EL PRÍNCIPE VALIENTE
¿Cuando leí yo por primera vez algo del " Príncipe Valiente"?
Pienso ahora que debió de ser allá cuando yo contaba doce o trece años de edad, residente con mis padres y hermanos en Curtis, pueblecito montañoso en el interior agreste de Galicia. Acaso en unas tiras dominicales de viñetas, primero monocromas y luego a color o en cuentos, tebeos, historietas o comics de no consigo recordar con exactitud ahora que tipo de publicación infantil o juvenil similar a Flechas y Pelayos, Chicos, el TBO, etc. Luego ya lo leí en verdaderas historietas como las de Tarzán, El Hombre Enmascarado, Juan Centella, Jorge y Fernando, Roberto Alcázar y Pedrín, Cuto, Flahs Gordon, El Agente X, Carlos el Intrépido y luego El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, etc. que nosotros leíamos con entusiasmo creciente e intercambiábamos con nuestros amigos y camaradas.
Aquellas primeras noticias de la preciosista obra del norteamericano Harold Foster no creo que me impresionaran al principio sobremanera porque fueron escasas, sin una ilación secuencial atractiva.
Y, sin embargo, de atrás venía ya mi afición a los tebeos, que a veces llegó a ser desmesurada y aún hubo que ser contenida y refrenada por la severidad paterna puesto que se sobreponía a los necesarios y obligatorios estudios escolares.
Vaya aquí como inciso que allá por los años cuarenta en Galicia al menos, a las series o secuencias de viñetas o representaciones gráficas de dibujos con textos y bocadillos de finalidad narrativa que desarrollaban una acción, generalmente humorística o de aventuras se les llamaba simplemente historietas o tebeos. Y la aceptación del término inglés "comic strip" o tira cómica, data del año 1960 en que comenzaron a celebrarse los primeros congresos y a despertarse el interés de algunos intelectuales y de los medios de comunicación por encontrar el procedimiento idóneo para una forma más de expresión gráfica y que, además su nebuloso nacimiento se ha venido a situar en la fecha del advenimiento del arte cinematográfico a finales del pasado siglo. Y se empezó a tomar en serio el fenómeno del comic y a popularizarse el vocablo. Algunos estudiosos del tema han llegado a denominar este medio de expresión gráfico-literario como el Noveno Arte.
Retomando el tema en donde lo dejé, diré que contábamos mi gemelo y yo no más de cinco años, alejados de los escenarios de la fraticida contienda que a Chaín nos llevara cuando, en uno de sus necesarios viajes a La Coruña, mamá nos trajo algunos cuentos, entre los que se encontraban el primero que yo leí en mi vida que era el tebeo titulado "El Hombre Enmascarado en Londres" y que según supe mucho después había sido creado por el escritor Lee Falk y dibujado por Ray Moore, el primer ilustrador de la serie que luego continuarían, en 1958 Wilson McCoy y a partir de 1964 Sy Barry y cuya lectura siempre me agradó sobremanera.
Tanto me sedujo siempre este tipo de lectura que, hallándome en la Escuela de Aviación de La Virgen del Camino en León, con mi paisano de Santa Eugenia de Riveira Antonio Martínez Roibal llegamos a hacer dos o tres números completos de tebeos "de vaqueros", de los que yo escribí el guión y tracé el maquetado y Tucho, que era un estupendo dibujante hizo las viñetas a tinta china que eran una preciosidad y la admiración de todos los que pudieron verlos. Hace años, en el desván de la casa de La Vila en Chaín aún llegué a ver alguno de los pliegos, mezclado con malos dibujos míos, poesías juveniles y algunos manuscritos de cuentos escritos con letra color violeta. Y, además, ya aquí en Canarias, cuando escribí y luego publiqué "La Historia de Canarias en Episodios" ya dije que en realidad dicha obra la concebí como un detallado bosquejo para luego sobre él hacer los guiones pertinentes y convertirlos en comics, lo más parecido posible a los de El Príncipe Valiente, cosa que es obvio no se logró llevar a cabo como yo proyectara y deseaba. En mis viejas carpetas conservo alguno de los guiones que preparé. De hecho, una afición mía al dibujo, que de cuando en cuando despierta en mí y que hace que trace retratos de todo el que se me ponga por delante, se inició cuando pretendí ser yo el dibujante, ya que no encontraba al idóneo para mi proyecto.
Y, en definitiva, todo ello fue porque había trabado contacto afectivo con el Príncipe Valiente."Prince Valiant" en inglés, es una creación del artista norteamericano Harold Foster (1892 - 1982), dibujante publicista de profesión que, allá por el año 1937 y ya desde 1931 estaba dibujando las viñetas o tiras dominicales del "Tarzán" de Egdar Rice Burrougs y que dejó al aceptar la oferta de unos editores neoyorquinos para crear las aventuras del Príncipe Val, cosa que se tomó muy en serio, para lo cual no solamente se leyó todo lo que pudo del ciclo arturiano y bretón sino que viajó extresamente a Inglaterra para tomar apuntes del natural de los lugares en donde se iban a desarrollar las aventuras del legendario hijo de un rey nórdico de Thule que, de adolescente emprende el camino hacia la fabulosa Camelot para ponerse a las órdenes del rey Arturo. Las estupendas y variadas aventuras que jalonan la vida del joven príncipe serán publicadas en tiras de viñetas semanales con creciente éxito, no solo en Norteamérica sino también en otros paises, traducidas, entre otros idiomas, al español. Cada viñeta de los dibujos de Harold Foster es en realidad como un cuadro en miniatura, muy realista, en donde todos los detalles están minuciosamente tratados. Los textos, a pie de viñeta y sin usar jamas el socorrido recurso de los "bocadillos" fueron también de Foster y se ciñen siempre en mucho a las novelas de caballerías que los inspiraron.
Harold Foster dejó de dibujar a Valiente en el año 1971 pero continuó escribiendo los guiones y realizando los esbozos de cada página al menos hasta 1973. Con los dibujos, que realmente no desmerecen de los primeros, continuó Jhon Cullen Murphy, el creador gráfico, preciosista en el detalle y de la escuela del maestro Alex Raymond, del popular personaje del comic el boxeador Big Ben Bolt.
Por los años de 1970 y siguientes yo coleccioné toda la historia del Príncipe Valiente hasta entonces publicada en español, cosa que estuvo haciendo en fascículos encuadernables semanales y hasta lograr unos doce tomos, la editorial Burulan. Y que, tal como venía prometiendo desde hacía tiempo, un buen día hube de transferir a mi primogénita Margot, a la que por lo mismo posiblemente en su niñez y adolescencia inicié en la amena lectura de las aventuras de tan interesante héroe del comic como es este Príncipe Valiente.
Por mor de la pregunta que se me hizo y con la que comencé el presente, amplio y detallado reportaje, efectué alguna discreta averiguación en varias librerías y pude comprobar que se han estado editando más tomos con la continuación de la vida de Valiente y su familia directa. Creo que el último volumen publicado es el numerado como tomo XV y que corresponde a 1982. Pero yo ya no lo conozco.
Y aquí se remata el tema que incide en algo de celtas, címricos, ciclo arturiano, John Steinbeck y el Príncipe Valiente.
Las Palmas de Gran Canaria, julio de 1995.

8 de noviembre de 2008

Evocando a Canarias en Benasque

por Carlos Platero Fernández.

¿UN ANCIANO POLITICO ACTUAL EN EL ANETO?
Ciertamente, una noticia enteramente falsa o tergiversada puede ser aceptada como verdadera y, de hecho lo es casi siempre por un público lector o audio-visual ignorante del tema o predispuesto a creerla. Este es el riesgo que se corre cuando el informador obra con ignorancia supina o con malicia más o menos disimulada "arrimando el ascua a su sardina"; es decir, en propio beneficie, sobre todo si de la cosa política se trata en esta nuestra España, en estos actuales tiempos de democratización más o menos total, pura y beneficiosa para las mayorías al menos, que estamos viviendo.
Un ejemplo claro de esto que estoy apuntando es la noticia facilitada por casi todos los medios de comunicación social españoles, que dice que en estas pasadas fechas el Honorable Pujol, Presidente de la Generalidad de Cataluña, anunció la inminencia de las elecciones generales de dicha Comunidad.
Hasta ahí, a mí al menos el hecho no me interesó ni poco ni mucho, que hace ya tiempo procuro "pasar" de todo tema político. Y si alguna vez "entro al trapo" en alguna conversación entre familiares o amigos lo hago con muy poco entusiasmo y ninguna fe en el sistema.
Pero sí despertó mi curiosidad el hecho de que esa nota de carácter político, esperada ya parece ser desde tiempo atrás, tanto por la mayoría de los catalanes como por diversos políticos de distintos signos y una parte del pueblo español en general, fuese emitida y divulgada precisamente desde las cercanías de Benasque, localidad oscense del Alto Aragón. Y más me llamó la atención el que se dijese que fue dada a conocer desde el mismísimo pico Aneto, el punto geodésico culminante de los Montes Malditos pirenaicos y el de mayor altitud de la Península Ibérica, el segundo de España, después del Pico Teide de Tenerife, en las islas Canarias.
Así dada, la noticia debe de ser falsa, una mentira encubierta pero políticamente interesante. Porque al Honorable, con sus setenta y pico de años a cuestas, no sobrado de salud y agilidad corporal y con taras físicas visibles, propias de la edad desde luego, es presumible que le resultaría materialmente imposible el realizar una ascensión hoy día a lo más alto del Pico de 3.404 m.; la más factible, de ser verdad, desde el Refugio de La Renclusa o el campamento de Llosás, en las que se requiere, aún en pleno verano un buen conocimiento y experiencia de montañismo y son indispensables la cuerda, los crampones y el piolet y un mínimo de cinco horas de ascensión y escalada, donde no hay instalaciones eléctricas con tele-sillas, como si existen por cierto al otro lado del Macizo, en la vertiente de Cerlés, moderna Estación Invernal de esquí.
Dicen las guías que de ello se ocupan, que el pico Aneto es de ancha cima y vertientes escarpadas, de rocas graníticas y que desde lo alto se puede divisar, si no hay nubes, un amplio panorama de dilatados horizontes, pues con la erizada cresta de las Tempestades al este y la del Medio al oeste, hace muy interesante cualquier excursión hasta allí para poder admirar los circos lacustres de desolado aspecto, las masas de rocas, de distintos glaciales y nieves sueltas, con grandes panorámicas por ambos lados del Macizo.
Pues yo sigo sin creer que no estuvo en esta ocasión el destacado político catalán en el Aneto sinó, ni tan siquiera en sus agrestes faldas de la parte noroccidental; que es preciso efectuar, para lograrlo, unas largas marchas a pie con el complemento de arduas ascensiones al ir subiendo de nivel incesantemente. Y todo ello, no precisamente en terreno leridano, catalán, sinó oscense, aragonés por el amplio, encajonado y bello Valle de Benasque que se puede recorrer en coche tan solo hasta el denominado Plan del Hospital, (plan en Aragón es "altura" o "nivel") donde hay desde hace años una zona de acampada y en las cercanías, a la derecha, según se va ascendiendo, las ruinas de dicho Hospital en la ladera de la allí boscosa montaña. Un poco más arriba se acaba la carretera asfaltada aunque hay una pista de tierra, antiguo camino de herradura que bordeando al macizo de la Maladeta sigue hasta el Plan D`Estan donde termina, con un recorrido desde Benasque de unos escasos 18 kilómetros. Desde el siguiente Plan de Besuta o Besurta hay una senda ascendente entre escarpaduras que pronto se bifurca y una parte, la de la izquierda sigue hasta el sugestivo y agreste paraje del Plan de Aiguallut; y el de la derecha con una o varias horas de caminata conduce al Refugio de La Renclusa (a 2.140 m.) que es propiedad del Centro Excursionista de Cataluña, en el Macizo de La Maladeta de 3.308 m. de altitud.
Nada; que no me creo que el Honorable Pujol estuviese hace unos días, en pleno mes de agosto, en lo alto del Aneto, de 3.404 m. de altura, como dice la nota de prensa.

EN BENASQUE
Y es que resulta que yo, como ya indico en los datos precedentes, conozco perfectamente esos hipotéticos recorridos y he hecho parte de ellos hace algún tiempo. Porque, va ahora para más de 14 años estuve allí y efectué gran parte del itinerario señalado por los medios de comunicación social. Y bien que me cansé con la excursión, aunque fue llevada a buen término.
Tenía yo entonces 53 años y pesaba mis respetables 80 kilos que para una oronda talla de 1`60 son muchos pero que entonces no fueron óbice la una y los otros para que con Margarita y acompañados de un oficioso y eficaz guía local efectuara aquella ascensión de montañismo, exactamente el día 16 de junio de 1985.
Estábamos mi esposa y yo disfrutando de unas cortas pero intensas vacaciones veraniegas y en tal ocasión habíamos elegido el hacer parte de ellas en el Pirineo Aragonés.
Ocurría que unos cuatro o cinco años antes mi buen amigo y joven compañero de tareas laborales el maestro industrial delineante y hábil heraldista, el conquense Luis Guerra Cruz, con su esposa la canaria Rosy y sus pequeñas hijas pues aún no les viniera al mundo Luis el benjamín, habían pasado unos días de vacaciones en el pueblo pirenaico de Benasque y tan bien supo pintarme luego aquellos parajes, insistiendo en lo bien que se descansaba y dormía arrullados por las aguas susurrantes del río Esera que discurrían exactamente bajo las ventanas de su habitación en el Hotel Aneto, entre otras lindezas paisajísticas, que no dudamos Margarita y yo en elegirlo a la hora de plantearnos futuras vacaciones. Y el momento fue llegado; y previa reserva telefónica de habitación en determinadas fechas allá nos fuimos en el mes de junio de 1985. En realidad, en aquella ocasión hicimos un itinerario muy interesante que luego yo me cuidé de detallar sobre el papel y de dejar constancia con fotos, postales, recortes de folletos y revistas, etc., pues hicimos uso de diversos medios de transporte desde el vehículo propio, avión, taxis, metro, autobuses urbanos, ferrocarriles, autocares, tranvías y funiculares además de lo mucho recorrido a pie y que sumaron exactamente 7.489 kms. en 20 días, con estancias o detenciones, desde Las Palmas de Gran Canaria, Gando, Prat de Llobregat, Barcelona. De Barcelona y en tren y luego en diversos autobuses por Monzón, Fraga, Barbastro y Benasque. Estando en Benasque recorrimos y visitamos Ancil o Anciles, Cerler, Ampliu, Puente de Nieve, Besaurri, El Ribagorzana, túnel de Viella, Valle de Aran, Baqueira Beret, Les, Santuario de la Virgen de Guayente, alrededores de Benasque, Baños de Benasque, Plan D`Estan, Glacial de La Maledeta, Fuentes del Garona, Laderas noroccidentales del Aneto, el Hospital de Benasque, etc. Y Barbastro, Huesca, Jaca, Canfranc, Candanchú, Antún, Sabiñánigo y, por Tardienta en tren de nuevo a Barcelona. También fuimos en autocar, ida y vuelta en el día a Andorra y en una excursión múltiple, de varios días fuimos a Gerona y estuvimos en Figueras, Rosas, Ampuria, Cadaqués, Palafrugell, Palamós, S`agaró, Playa de Aro y San Feliu de Guixols. Desde Barcelona, en tren a Tarragona y en distintos autobuses nos llegamos a Salou y Cambrill y sus playas, a Reus y por Tarragona regresamos a Barcelona otra vez en tren. De Barcelona al Prat de Llobregat y en avión y vuelo directo a Gando y de Gando a casa en el coche nuestro que nos aguardaba cubierto de polvo, como no podía ser menos.
Pues bien; en Benasque, alojados en el "Hotel Benasque" porque el frontero "Aneto" del que Luis Guerra me diera en su día razón estaba entonces cerrado por reformas, pasamos Margarita y yo unos días estupendos.
Para entendernos y diciéndolo de forma enciclopédica, Benasque es un municipio de España, provincia de Huesca, partido judicial de Boltaña y subárea comarcal de Pont de Suert, con unos 233 km2. y por la época en que nosotros lo visitamos contaba con unos mil y pico de habitantes semi concentrados. Localizado en el centro de un valle, el caserío de Benasque se concentra al pie del macizo de La Maladeta. Es centro turístico termal y montañero disponiendo de más de 300 plazas hoteleras. Y desde el año de 1970 había sido el Valle considerado oficialmente como Paraje Pintoresco.
Su iglesia parroquial, dedicada a Santa María, aunque el patrón de la villa es San Marcial de Limoges, también peregrino jacobeo, parcialmente reconstruida en la actualidad, es de traza románica, posiblemente del siglo XIII, de una nave con bóveda de cañón y remodelaciones del siglo XVIII en la cabecera. La arquitectura local civil de este pueblo pirenaico del Alto Aragón se clasifica como típica montañesa contándose con algunas casas fortificadas cuales la renacentista propiedad de los condes de Ribagorza de la Calle Mayor que da a la plaza principal y las solariegas de los Inllada y Faure con la tipo fortaleza de atractivo aire medieval de los Just.
Benasque, según los filólogos es un topónimo patronímico árabe, con referencia a una variación del nombre de pila "Ascanio" u "Oscar", que deriva del griego o asiático, de etimología y origen inciertos. "Ascanio", del latín "Ascanius", procedente del griego.No se trata, sin embargo de un nombre de origen griego, repito, sinó microasiático y, según los más sesudos filólogos, se opone aún a toda tentativa de interpretación, teniendo en cuenta que hay nombres con el elemento formativo "asca-" en Frigia, Pisidia y Lidia. Ascanio, personaje de la "Eneida", es el hijo de Eneas y con su sobrenombre de Iulius, Julio, fue legendario fundador de la "gens Iulia" de Roma. Por otra parte, es interesante el indicar que Asacanio también es apellido de origen navarro, que ya en el siglo XVI pasó a Canarias y luego a América.
Según los estudiosos este valle de Benasque debió de ser ya habitado por los hombres de las cavernas. Luego fueron las tribus celtíberas de los ilerguetes o "ilergetai" que habitaron desde los Pirineos hasta el río Ebro y desde él Segre hasta el Cinca, los que de alguna forma poblaron la comarca y erigieron una ciudadela que llamaron Vescelia, sobre cuyas ruinas surgió con el tiempo la actual villa de Benasque ocupada inicialmente por los romanos que con el paso de los siglos latinizaron el país, hicieron vías y puentes de comunicación y explotaron algunas minas de plata y hierro y fueron quienes erigieron los primitivos Baños de Benasque, abrieron el Portillo de la Villa y otros pasos fronterizos por donde estuvieron acaso entrada para los godos, los francos y aún, en cierta medida los invasores árabes; aunque éstos, en sus impetuosos avances de sur a norte de la Península Ibérica quedaron detenidos antes de llegar a la cuenca del río Esera.
En tiempos de La Reconquista, por algún tiempo la comarca fue feudo del imperio de Carlomagno, perteneciente al condado de Tortosa, aunque, ya por lo siglos X y XI lo fueron del Condado aragonés de Ribagorza y, más adelante, el territorio anexionado al poderoso reino de Navarra hasta que, a partir del de Ramiro I (1010 - 1063) pasó definitivamente a ser territorio aragonés. Benasque, desde los primeros tiempos jacobeos fue una ruta más pirenáica de peregrinos a Santiago de Galicia. Por su privilegiada y al mismo tiempo aislada situación geográfica, ya desde aquellos tiempos feudales la comarca disfrutó de fueros y privilegios y franquicias diversos, gozado de gran libertad administrativa y económica dentro de los fueros de Aragón, aunque, a partir del siglo XIX hubo de acoplarse a las normas centralizadoras del estado español.
Una vez nosotros en la localidad y para poder reconocer la comarca lo mejor posible y siguiendo las indicaciones de la atenta joven señora administradora del indicado alojamiento, optamos por requerir los servicios de un taxi de la localidad, creo que uno de los muy escasos si no el único entonces en el pueblo que resultó ser un bastante destartalado Seat 1400 un tanto traqueteante; pero su conductor, un aragonés jovial y atento nos resultó un guía excepcional, con el que trabamos pronto cordial amistad al poco rato de conocerlo.
El nombre de aquel benasqués creo que era Ramiro o algo parecido pero si sé que se apellidaba Barrabes o Barrabés, aparentaba tener entre treinta y cuarenta años, con dentadura superior postiza que cuando se entusiasmaba con algo se le movía de manera ostensible; nativo de la comarca, "maño" hasta la médula, por lo que parecía que no le hacían mucha gracia sus vecinos y paisanos leridanos, muy español y orgulloso de serlo cuando se presentaba la ocasión de demostrarlo de alguna forma. El fue el que nos impuso algo acerca del folclore local, de las antiguas danzas, del típico y llamativo "ball" o baile de verdadera raíz ancestral solo de hombres, de las danzas alrededor de las hogueras en las fiestas de San Juan y San Pedro y de la costumbre de regar con el mejor vino de la cosecha anterior los ardientes leños del lar en las Navidades; de la lengua vernácula del país, perpetuada sobre todo en topónimos por toda la comarca, etc.

CERLER, EL VALLE DE ARAN, ANCILES...
No recuerdo cifras pero sí se que nos resultaron muy económicas las tarifas que ajustamos por sus servicios con aquel providencial taxista-guía. Y tuvo muchos detalles y atenciones con nosotros en tanto nos acompañó con su taxi y haciendo de excepcional cicerone en las distintas rutas o excursiones efectuadas. Me quedó muy grabado en el recuerdo el detalle aquel de cuando, yendo camino de Cerler y teniendo allá abajo la vista panorámica excepcional de la villa benasquesa circundada en gran parte como por una semi circunferencia de frondosos chopos y hayas y en el otro extremo por la línea rotunda del río Esera, al saber que nosotros procedíamos de Canarias, el buen hombre se entusiasmó hasta el extremo de en un momento determinado llegar a emocionarse al hacer un canto especial a la composición musical favorita suya, que resultó ser el popular pasodoble "Islas Canarias", que le gustaba sobremanera oír desde sus años mozos, desde su época del cuartel, en los bailes y en las fiestas de los pueblos comarcanos y cuyos briosos compases conocía de memoria y tarareaba con frecuencia. Y en aquella ocasión rodando el coche por el camino ascendente a Cerler, ante nuestro disimulado temor de que pudiese despistarse en la maniobra de conducir, en un momento determinado frenó y con el rostro resplandeciente se volvió hacia nosotros que viajábamos en el asiento corrido posterior y ante nuestra sorpresa interpretó un espontáneo remedo de un solo de trompeta, el puño adecuadamente cerrado aplicado a los labios emitiendo con bastante afinamiento unas notas, un trozo del susodicho popular pasodoble canario. Y, emocionado, aquel buen hombre aún nos dijo que se le ponía realmente la carne de gallina al oír la interpretación de la pieza musical del catalán maestro Tarridas, ya fuera en la radio, por la televisión o en cualquier plaza o salón de baile de pueblo por aquellas tierras del Alto Aragón. Todo un "fan" de las Islas Canarias que, por cierto, lamentaba no conocer personalmente todavía.
Además de aquella primera excursión en coche a Cerler, nos llevó el taxista a la cercana aldea de Anciles, a la que luego habríamos Margarita y yo de volver en placentero paseo entre hayas, pinos, helechos y profusos matorrales bajos, caminata en la que en su transcurso nos tropezamos con una culebra de casi dos metros de largo que alguien acabara de matar a pedradas instantes antes. En Anciles y alrededor de su pequeña iglesia de típica traza pirenáica montañesa pude yo observar en aquellas viviendas todas de piedra y cubiertas de pizarra, admirar a placer y aún copiar en algunos bastante mal trazados bocetos que más adelante habrían de servirme para mi libro "Los Apellidos en Canarias", unos cuantos escudos heráldicos cuáles los correspondientes a Barrau y Surpian, de los que figuraban en piedras cimeras sobre el dintel de entrada a algunas viviendas y otras estancias que hacían actual servicio de cuadras para el ganado vacuno y ovino que por allí parecía abundar y que eran iguales o muy parecidos a los que figuraban en algunas fachadas de las viejas casas de recios muros que daban a la plaza principal, junto al ayuntamiento y la iglesia parroquial de Benasque.
Pues aquel atento taxista, insisto en que por unas tarifas ciertamente económicas, nos llevó a una agradable excursión de un día completo a tierras leridanas, a través del largo túnel de Viella en cuyo interior se filtraban constantes frías aguas que en algunos sitios anegaban la calzada y que al final, en una desviación también conducía a un hotel y un parador de Turismo, al atrayente Valle de Arán. Primeramente fuimos desde la localidad central comarcal de Viella por pueblecitos típicos como Uña o Tredós hasta la lujosa Estación Invernal, cerrada a la sazón, naturalmente, de Baqueira Beret y luego, de regreso, bordeando la vertiente oriental de los Montes Malditos, siguiendo el cada vez más caudaloso cauce del río Garona pasando por Les y llegando hasta, creo que Bausén, ya en la zona fronteriza con Francia, donde dimos la vuelta para detenernos y bajo la sombra de centenarios árboles comer unos fiambres, embutidos y pan y queso regados con vino con que nos obsequió el bueno de Barrabés, el mejor guía, taxista y compañero de excursión que por los Pirineos aragoneses nos hubiésemos topado.
Y fue allí, en aquel paraje boscoso junto a la carretera y teniendo el río Garona deslizándose delante de nosotros y al amparo de una ladera montuosa donde se abrían algunos manantiales de cristalinas y refrescantes aguas, que surgió la idea de efectuar la próxima excursión desde Benasque hasta las mismísimas fuentes de la izquierda del río Garona, que según Barrabés tenían su origen a menos de un kilómetro de las del río Esera.
¿Nos atreveríamos nosotros, pareja de sedentarios cincuentones a efectuar una marcha a pie con alguna posible ascensión pronunciada dentro del programa hasta alcanzar las faldas del mítico pico Aneto?, me pregunté yo, dudando si aceptar la oferta o no. Desde luego se nos garantizaba ya que era seguro que nos iba a impresionar el majestuoso paisaje comprendido entre aquellos Montes Malditos al pie de la cima de los Pirineos.
A Margarita pareció agradarle la idea, así es que aceptamos, siempre y cuando él nos acompañase desde donde dijo que deberíamos de abandonar el coche para proseguir caminando, lo que ya se daba por sentado, claro. Y ya en el camino de regreso, pasando por Los Paules y otros pueblecitos agricultores y ganaderos de alta montaña en los que sus habitantes se afanaban en las tareas del campo propias de la temporada veraniega, cruzándonos con rebaños de ganado, iba yo algo expectante pensando en como íbamos a responder en aquella otra marcha, aquella larga caminata que sería de varias horas entre ida y vuelta, muy diferente a las que en mis años mozos solía yo emprender, tanto en mi tierra gallega como por las volcánicas montañas canarias, parte de las que ya dejé reflejadas en aquel librito "Mis exploraciones canarias", publicado en 1970, edición agotada años ha pero que aún es hoy el día en que se me solicitan ejemplares de cuando en cuando desde alguna librería.

LA VIRGEN DE GUAYENTE
Antes de acometer la que se prometía interesante excursión a los mismos pies del pico Aneto en el macizo pirenaico de los Montes Malditos ocurrió el inesperado acontecimiento de "descubrir" a Nuestra Señora la Virgen de Guayente, sagrada imagen de la que no me recato ahora en decir que quedé fascinado, platónicamente enamorado, desde el mismo momento en que por primera vez la pude contemplar.
Sucedió que, al regreso de aquella estupenda y plácida gira por las hermosas tierras aranesas, en plena tarde veraniega, nuestro taxista nos obsequió con lo que yo dije luego que fue como el poner la ginda al pastel.
Una vez cruzado de este a oeste el río Esera, a la altura del pueblo y municipio de Sahun nos preguntó si sabíamos nosotros algo sobre una Virgen por aquellos contornos muy venerada, conocida como de Guayente; y al ser necesariamente negativa nuestra respuesta, en tanto que continuaba conduciendo con su habitual regularidad y destreza por más que tuviese la costumbre de volver de cuando en cuando la cabeza y la mirada hacia nosotros para comprobar posiblemente satisfecho nuestra atención a su relato, nos fue informando a su manera de que, en tiempos muy antiguos, unos caballeros que una noche veraniega pasaban por aquellos contornos oyeron asombrados unos cánticos y músicas como celestiales que, después de indagar presurosos comprobaron que salían de entre unas masas rocosas que había en lo alto, algo alejadas del camino, al otro lado del río, al que vadearon y tras lo cual pudieron observar un resplandor que brotaba como de entre las piedras y, suspensos, admirados del prodigio, en una oquedad de las mismas que daba acceso a una pequeña gruta encontraron una imagen de la Virgen, al lado de una fuentecilla de rumorosas, cristalinas y en aquellos momentos musicales aguas. Aquellas gentes, ante la milagrosa aparición a la que allí mismo veneraron por un rato de rodillas, terminaron llevando el sagrado hallazgo al próximo pueblecito de Sahun para que se le rindiese culto; pero, misteriosa y asombrosamente la imagen desapareció y al buscarla con afán se la encontró otra vez en la pequeña gruta de la fuentecita de musicales aguas. Y como quiera que dos veces más ocurriera lo mismo, los lugareños levantaron allí mismo una ermita y un santuario. El santuario, hoy muy transformado, se dedica a fines cívico sociales y la ermita que por cierto, se dice que fue erigida en cuestión de días por unos seres que debieron de ser ángeles y que desaparecieron luego sin dejar otra huella, todavía subsiste, bastante ruinosa pero a la que continúan acudiendo los habitantes de los contornos con gran devoción, sobre todo en el día de su fiesta que se celebra un muy animada y concurrida romería.
Diré aquí como inciso que, algún tiempo después de aquellas jornadas veraniego-pirenáicas, leyendo yo la obra del autor local Santiago Broto Aparicio pude saber que, según la leyenda, acaeció el suceso de la aparición a finales del siglo XIII, como así lo dejó reflejado en un rancio manuscrito el caballero Pedro Azcón y Abarca que firmó exactamente en el año de 1292 y que se conserva; y en el que, además se dice que el hecho lo protagonizó un antepasado suyo, Hernando de Azcón que tuvo su casa solariega en el cercano pueblecito de Liri y que fue el que mandó erigir a sus expensas la ermita que todavía subsiste.
Verdaderamente interesados, Margarita y yo seguimos al taxista que, antes de llegar al pueblecito de Eriste dejó al Seat junto a una arcaica fuente de labradas y musgosas piedras y una especie de ornacina vacía asimismo cubierta de musgo. Y tras unos minutos de ascensión pedestre entre frondosos árboles, hayas y castaños me parecieron, llegamos a un mirador de piedra de amplia panorámica del valle; junto a un edificio que parecía antiguo pero muy reformado, que se formaba en derredor de un amplio patio de piso empedrado y enarenado en parte y en uno de cuyos laterales se alzaba una vieja ermita que, aparentemente al menos, en su exterior no parecía merecer mayor atención. Su única puerta de acceso, de carcomidas maderas y desvencijados goznes, estaba malamente cerrada con tan solo unos trozos de ferrujiento alambre retorcido, que al soltarlo nos permitió la entrada. Por lo que al principio pudimos percibir, el interior de la ermita era tan sin interés como su exterior...
Pero, de repente, nuestras miradas captaron con sorpresa y creciente admiración la imagen de la titular y patrona del lugar. ¡Teníamos ante nosotros una magnífica y característica talla románica!
Era una talla de madera, policromada, de cuarenta a cincuenta centímetros de altura que representaba a una bella virgen juvenil, sedente y coronada que tenía en la mano derecha una especie de cetro, sosteniendo en la rodilla izquierda al Niño Jesús su hijo, también coronado y vestido con una túnica consular, que nos bendecía con la mano derecha levantada y sujetaba con la izquierda sobre su rodilla un libro en cuya contraportada aparecía insculpida una cruz gótica. Su policromía, bien extendida es indudablemente moderna y reciente, de colores un tanto chillones y adocenados. Aquel bello y para nosotros sorprendente conjunto escultórico de indudable traza románica estaba colocado sobre una especie de rinconera o repisa sin más adornos, sujeciones o ataduras. Me atreví a rozar con mis pecadores dedos al Niño y a la Madre, acariciarles el rostro, las manos, los pliegues de sus vestiduras...Y es que sentí interior emoción al hacerlo, igual que cuando rocé las manos y el rostro azabachinos de aquella Virgen negra que se venera en el santuario de lo más alto de la Peña de Francia en Salamanca. Vírgenes románicas, vírgenes Negras, Diosas-madres celtas de mi tierra gallega...
Yo, desde aquel excepcional instante me quedé completamente enamorado, platónica y metafóricamente hablando de tan hermosa escultura religiosa, que muy bien puede ser de los siglos XII o XIII o, al menos, una muy fiel copia. Talla y motivo, por lo demás bastante abundante y con muy distintas advocaciones, no solamente por el norte de Aragón y de Cataluña sinó aún presente, como acabo de recordar, en numerosas ermitas y parroquias rurales castellanas, figurando asimismo en museos diocesanos y provinciales de Bellas Artes y, desde luego en tiendas de anticuarios y aún en diferentes domicilios particulares y que se han ido adquiriendo en subastas públicas diversas. Lamentablemente, por más que alguna vez lo haya intentado, no me ha sido dable el disponer de alguna posible reproducción suya, aunque conservo como oro en paño una fidedigna postal a todo color. Hasta hace poco al menos, pues últimamente las modas de los nombres propios masculinos y femeninos en España van por otras direcciones, el nombre de Guayente fue muy común y corriente en todo el Alto Aragón.
En fin, que la imagen sugestiva y atrayente de la Virgen de Guayente me ha cautivado posiblemente tanto como en su día lo hizo la estatuilla de fundición de calamina pero de estudiado aspecto broncíneo, la diosa de la Astronomía Urania, que en cierto viaje adquirí en Francia y desde hace muchos años preside la sala-recibidor de mi casa canaria, desde lo alto de un mueble-librería.

ASCENSION AL PLAN D`ESTAN
Margarita y yo nos levantamos temprano en el día señalado para la excursión al Aneto; bueno, a sus faldas, claro está. Y casi al acabar de desayunar en el mismo hotel ya estaba el señor Barrabés ante la entrada del establecimiento, siempre sonriente, jovial y dicharachero que, no solamente nos iba a trasladar en el taxi hasta donde hubiese carretera sinó que, como nos prometió, nos acompañaría en la expedición pedestre explicándonos siempre con sano orgullo y entusiasmo de nativo amante de su terruño y, como en el día anterior, cuando estuviésemos allá en lo más alto nos iba a obsequiar con un tentempié de pan, chorizo y vino en abundancia y que allí íbamos a engullir y tomar complacidos, tal como luego quedó constancia de ello para la posteridad con algunas de las fotos que hicimos y que se conservan.
Salimos pues de Benasque temprano, en un día veraniego que presagiaba calor aunque de momento un compacto conglomerado de densas nubes que barruntaban tormenta coronaba las crestas de las montañas que nos rodeaban; luego, la tal presagiada tormenta no se dejó caer por todo el día. Pero sí, ciertamente durante la siguiente noche en que hubo unos momentos en que realmente las paredes de nuestra habitación en el hotel parecían vibrar a causa del casi continuo estampido de rotundos truenos, más estruendosos si cabe al desatarse el fenómeno atmosférico mismo sobre el encajonado Valle de Benasque cuyas montañas circundantes, según pude observar fascinado a través de los cristales de una de las ventanas de la habitación, se iluminaban con los sucesivos fogonazos lívidos de los rayos que eran de inmediato seguidos por el crepitar de las chispas eléctricas y el retumbar de los truenos y todo ello en medio de una intensa lluvia que por algunos momentos se degeneró en sorpresiva y repiqueteante granizada, ¡pero que granizada!, que pronto originó a su vez chorros y más chorros rugientes de agua, convertidos en repentinos riachuelos que a no tardar hincharon el cauce del río Esera y encharcaron patios, calles, calzadas y caminos de todo el pueblo. Todo ello en una noche veraniega, en pleno mes de junio.
No obstante, como antes indiqué, el día de la excursión a los Planes de las alturas y planicies de distintos y sucesivos niveles, no asomó el sol, debido a lo encapotado de las nubes, lo que nos beneficiaba aunque así ocultara el puro azul del cielo, pero tampoco llovió; aunque si que hubo, ahora recuerdo, allá arriba, como un amago de lluvia fina.
Llamaron mi atención unas ruinas en un montículo a la derecha, nada más salir del caserío de Benasque por la carretera comarcal que va a remontar la parte alta del valle del río Esera y junto a la que desde allí conduce a Cerler en continua ascensión y es periódicamente recorrida en alguna de las etapas de la Vuelta Ciclista a España, que yo aprovecho a través de la televisión pra recrearme una vez más en tan atractivos parajes. Aquellas ruinas eran un histórico monumento ya olvidado de casi todo el vecindario actual, que pertenecieron a una fortificación o castillo que allí hubo como defensa del acceso al valle río arriba o de el caserío, río abajo y que fue desmantelado a mediados del siglo XIX, existiendo algunas leyendas locales sobre él.
Siguiendo de forma casi continua el cauce cada vez más estrecho pero ya caudaloso del Esera que allí describe una amplia curva que es la que separa la cadena del macizo de los Montes Malditos y aún cruzándolo en dos o tres ocasiones, en el que bien se percibían o adivinaban las saltarinas truchas y los ágiles pero pausados barbos, ya en el puente de Cuera o de Cubero como nos dijo el taxista, después de dejar atrás el Plan de Senarta, el Plan de Baños de Benasque y en el Valle de Literola (topónimos que yo iba apuntando de forma apresurada en mi "bloc de campo") en demanda de un ramal de la carretera sin asfaltar ni entonces terminada y que se proyectaba llegar a través de un gran túnel por debajo de el paso fronterizo pirenaico conocido como El Portillón de Benasque hasta la localidad francesa de Luchón, cruzamos una vez más el río y pasamos por el Hospital de Benasque que, a sus 1.759 metros de altitud es un antiguo refugio y posada de viajeros pero que cuando lo contemplamos entre frondas arbóreas, estaba en ruinas. Y dejando a uno y otro lado de la ruta algunos para nosotros semi escondidos "ibones", pequeños lagos de transparentes aguas, llegamos por fin al Plan D`Estan o de Estanys, planicie en la que se terminaba la carretra comarcal, después de haber rebasado bien el lugar indicado para aparcamiento de vehículos, dejando aparcado allí el viejo 1400.
El terreno, en pequeños repechos que se iban escalonando, era pedregoso, la exuberante vegetación de redodendros, brezos y arandanos, entre rojizos conchales según puntual indicación del guía, propia de aquellas alturas y el agua que discurría entre rocas, saltando era fría, estaba como helada pero muy agradable al beber algún sorbo de ella. Naturalmente, animosos y todavía frescos continuamos de inmediato la ascensión, a pie. En aquellos terrenos rocosos y pedregosos, erosionados de manera continua y tenaz por las aguas provenientes de ventisqueros y glaciales y convertidos entonces en algunas partes en ocasionales arenales, cuando no con verdes praderas y siempre ascendiendo más y más, hubo momentos en que yo empujé como pude a Margarita que iba delante para poder así ascender unos metros más y el maño Barrabés me empujó a mí. Como en previsión llevábamos el calzado más apropiado que pudimos conseguir y nos abrigábamos con los anoraks que vestíamos, ni sufrieron mucho nuestros pies y toleramos muy bien el frescor que imperaba en aquellas alturas y ventisqueros. El paisaje era grandioso y sobrecogedor, caminando nosotros siempre en ascensión, pasando casi sin darnos cuenta de unos a otros niveles o planes, de unas a otras cotas, cuesta arriba por las barranqueras y luego siguiendo tortuosos pero nítidos caminos de herradura por los sucesivos llanos enclavados entre las altas montañas que a veces parecían descender desde la misma bóveda de grisáceas y persistentes nubes que se movían y renovaban al compás de los altos vientos y precipitarse sobre nosotros y otras como si momentáneamente se alejasen, abriesen camino en herbosas esplanadas y llanuras, pequeños prados, pinadas, mnantiales y arroyos para un mejor disfrute de la aventura en que estábamos metidos. Los Puertos de La Picada, Tuca y Coll de Bargas, según referencia toponímica del guía, por un lado y el en todo momento impresionante macizo del Pico de la Renclusa por otro, dejando a nuestra izquierda los pequeños lagos de Villamorta y ya caminando más en llano por el sendero que nos conducía, tras dejar a un lado las ruinas de una cabaña o refugio, al Forau de Aiguallut o del Toro, nuestro ya cercano destino, bordeando una vertiente y tomando luego, por la parte opuesta del paraje la senda menos transitada por el llamado Turo o Toro de la Pleta Renchura, versión de Barrabés, que nos condujo por un collado que bajaba en declive al impresionante llano en medio de las altas montañas circundantes y quedando a un lado otras ruinas, posiblemente de otra antaño cabaña o refugio de montañeros.
No tuvimos la suerte de alcanzar a ver alguna cabra pirenaica, la famosa "ibice" de los crucigramas, o quizás algún jabalí en aquel monte medio ni tan siguiera a los ágiles y por naturaleza huidizos rebecos que los nativos llaman "sarrios", ni conejos, liebres, ardillas o marmotas de los que por allí suele haber; ni, mucho menos, algún oso o lobo que dicen los lugareños que se han visto en ocasiones, tanto en lo más crudo del invierno como en época del cálido verano. Tampoco echamos la vista encima a alguna de las aves de presa y carroñeras que anidan en lo alto de los riscos, la perdiz nival propia de la alta montaña ni el urogallo que estaría lanzando acaso su característico canto amoroso en lo más profundo de los bosques de pino negro, pino silvestre o pino abeto. Pero si creo recordar que si pudimos observar el pausado o raudo vuelo de algunas palomas torcaces o zuritas, tórtolas y pequeños arrendajos.
Y después de unas buenas tres horas de marcha ininterrumpida por aquellas impresionantes alturas que se alternaban con algunas llanadas en las que ya la vegetación era más escasa llegamos al famoso e impresionante Forau que es un enorme pozo o sima por la que en una profundidad de más de cuarenta metros se introducen y desploman en estruendosa y rugiente cascada las aguas de la llamada Cuenca de los Barrancos, procedentes de los glaciales del Pico Aneto y del Pico de la Escaleta. Más allá, al final de lo que es la amplia explanada del Plan de Aiguallut se podía apreciar una cascada en forma de cola de caballo y sobre el torrente, en la distancia también lo que por lo visto era una afamada cueva en la que se conservaba la nieve todo el año. El taxista-guía, que parecía conocer perfectamente todo aquello, nos indicó que en lo alto del Aneto que estaba a nuestra derecha impresionante y omnipotente, por los años cincuenta del presente siglo se colocó una gran cruz de aluminio que es bien visible en días de cielo raso, sin nubes y sin brumas o nieblas y que pocos años después unos montañeros aragoneses agregaron a su vera una efigie de la Virgen del Pilar. Y observamos que para ilustrarnos lo mejor posible con nombres y datos, se ayudaba de un pequeño mapa o guía cartográfica de La Maladeta y el Aneto. El nos hizo prestar especial atención a aquel fenómeno geológico de que a una muy escasa distancia estuviesen las respectivas fuentes, el nacimiento de ríos como el Garona que después del Valle de Aran pasaba a ser francés y tras un largo recorrido desaguaba en pleno Océano Atlántico en tanto que el Esera lo hacía por tierras españolas como feudatario del Cinca y éste del Ebro que vertía sus caudalosas aguas en el lado opuesto al otro, por el Mar Mediterráneo.
Por lo visto había otra sima parecida, próxima a La Renclusa que se tragaba las aguas producidas por el deshielo de los glaciales de La Maladeta, de los Montes Malditos. Al preguntarle a Barrabés por que se les llamba así a aquellos macizos montañosos nos contó que, según tenía entendido y contaban los viejos del lugar aquel nombre quería decir "la montaña más alta" y que por muchos siglos, cientos y cientos de años fue una montaña inaccesible, misteriosa y ... maldita; porque, según viejas pero no olvidadas leyendas locales, en donde hoy hay solo hielo y peladas rocas, en lo antiguo fue un delicioso paraje de extensos prados de lozana hierba y regados por arroyuelos de frescas aguas en donde abundaban los pastos para los rebaños de caballos, vacas, cabras y ovejas cuidadas por grupos de pastores. Hasta que, en cierta ocasión pasó por allí un supuesto mendigo cansado, desfallecido de hambre y que al contemplar seres humanos pidió ayuda por caridad, ayuda que no le prestaron los nativos y entonces, el forastero, que unos dicen era el mismo Jesucristo cuando anduvo por el mundo y otros un mago poderoso, maldijo a personas, animales y montes y ríos quedando unos convertidos en piedra y otros en heleros, transformándose el paraje en inhóspito, agreste y desnudo de vegetación.
Después de escuchar aquellas y otras leyendas y tras admirar una y otra vez el paraje, sobre todo el Forau o gigantesco agujero en la tierra que tragaba las aguas circundantes, descansar un rato de la caminata anterior y reponer fuerzas con el tentempié previsto por el taxista con repetidos tientos míos y de él a la bota del vino que se iba enflaqueciendo reiniciamos la marcha, ahora para en el regreso desandar el camino que, como casi siempre ocurre en estos casos, a mí me pareció más corto que el de la ida. Y realmente cansados pero contentos de la excursión realizada, que si me lo hubiesen dicho días atrás me parecería imposible de que un cincuentón grueso y pesado como yo la llevase a cabo, siendo ya el atardecer nos acogimos Margarita y yo al merecido descanso del hotel, en donde, por cierto, comimos algunas especialidades gastronómicas del país, entre las que destacan, aunque nosotros no las pudiesemos catar en aquella ocasión, las truchas, la cecina, el cordero y las migas de pan con mantequilla y jamón, se nos dijo. Para rematar esta información de la cocina benasquesa, indicar que allí como postres no se puede dejar de citar a las mantecadas y el jarabe de frambuesas así como el muy típico hecho con uvas y almendras, el "respubullón" le llamó uno de nuestros amables informantes, una señora que atendía o regentaba un pequeño comercio dedicado a cosas turísticas, a la entrada del caserío.
Y así fue en definitiva como ocurrió hace unos catorce años y pico, nuestra increíble ascensión a las mismas faldas del alto Aneto en el Pirineo aragonés.

EL HOMBRE DE BENASQUE
Cuando dimos fin a nuestra estancia en Benasque, sabiendo que deberíamos de rematar las vacaciones en Barcelona, regresamos en autobús por Creus y Barbastro, localidad ésta en la que pasamos unas horas de fuerte calor en tanto esperábamos nuestro enlace, el autobus de línea a Huesca, capital del Alto Aragón, donde nos detuvimos dos o tres días y uno de los cuales aprovechamos para tomar un estupendo y moderno tren electrificado que por Sabiñánigo y Jaca nos condujo a Canfranc. Alquilamos allí un taxi a una señora que resultó ser la conductora del mismo y que nos llevó a conocer las pistas de la Estación Invernal de Candanchú, un cuartel de la Guardia Civil de Alta Montaña y llegarnos hasta el túnel fronterizo que entonces estaba en obras y éstas interrumpidas indefinidamente.
En Canfranc recorrimos detenidamente la que fue gran estación de Ferrocarril y entonces estaba completamente abandonada, casi en ruínas. Y que a mí, en mi fogosa y siempre despierta imaginación, me pareció ideal para rodar en ella una película de esas de intrigas, de espías, de policías y contrabandistas y que se yo. Y en Canfranc, la parte más norteña de España vimos un coche con matrícula de Gran Canaria, hablamos con un guardia civil que era de la Vega de San Mateo o algo así y, después de comer en una cafetería, a la hora del café yo ví por primera y única vez un episodio de la famosa serie de televisión americana "Falcón Cress".
Pero aun hay algo más con respecto a aquellas vacaciones, parte de las cuales fueron disfrutadas en el pueblo de Benasque.
Porque, fue tanta la admiración que sentí por ese pueblo pirenaico que no solamente me ha agradado desde entonces y sobremanera el hacer merecida propaganda o canto de sus excelencias paisajísticas, de la amabilidad de sus gentes, de lo apacible que allí puede discurrir la vida y cada vez que tengo ocasión, sinó que cuando en la televisión, la radio o la prensa se cita o aparece este pueblo, este pequeño y compacto ayuntamiento pirenaico, presto especial atención a todo cuanto sobre él se diga, se comente, se visione o se escriba. Y entre mis libros tengo alguno específico de la comarca.
Cuando hace algún tiempo anduve recogiendo material para mi libro "Los apellidos en Canarias" publicado en 1992, hice especial incapié en documentarme lo mejor posible sobre una serie de apellidos originarios de Benasque y que todavía por allí se encuentran, iniciando la confección de uno o varios artículos específicos sobre su heráldica y genealogía. Y de hecho algo escribí conjuntamente con un joven natural de Huesca que estaba haciendo el servicio militar en la Base Aérea de Gando. Nunca llegué a saber si se publicaron aquellos trabajos en algún periódico de Aragón.
Lo que si es cierto es que, además de seguir una costumbre familiar, ya de regreso en casa confeccioné un álbum especial sobre aquellas nuestras Vacaciones 85 y que se conserva; con lo que mis recuerdos en este tema son siempre a su vista más refrescados o renovados.
Y, además, en aquellas fechas, influenciado por el apacible y a la vez sugerente ambiente benasqués, por unas vagas noticias recogidas "in situ" que atañían y envolvían en distintos y confusos sucesos a un médico, a un guardia civil, unos hermanos panadero y carnicero respectivamente o a un extraño personaje bohemio local, concebí la idea de escribir algo, un libro de viajes, una novela, un relato o un cuento a titular, eso sí, "El hombre de Benasque", que muy bien podría ser como una especie de historia novelada, del género policíaco al uso, cuya idea en embrión dejé ya abocetada en su día, en la que entraban acaso contrabandos, pero no de tabaco o sedas que se estuvieron psando por el Postillón de la Villa en el pasado sinó de drogas y desde luego en las que tuviese que ver gran cantidad de dinero negro que se deseaba blanquear, al tenor siguiente:
El protagonista del suceso a novelar o relatar es amigo de un escritor de temas históricos municipales. (Yo, por ejemplo, que estoy trabajando sobre anécdotas históricas de Pajares de los Oteros ¿?)
¿Un tesoro en billetes (y acaso algunas importantes monedas antiguas) que pueden ser libras esterlinas muy bien falsificadas y también grandes cantidades de francos o quizás dólares, pero de los en circulación cuando la segunda guerra mundial, que alguien trajera de Francia al Hospital de Benasque. También puede aparecer un alijo de droga importante, que se intentó pasar de un país a otro. Cocaína, hachis, grifa, etc. Y entre los restos del cadáver que el protagonista encuentra en las dependencias de jardinería del hotel Benasque, o en algún disimulado lugar junto al río en el camino de Anciles hay una nota referente al Hospital que ahora está en ruinas y que es la que da la pista para aclarar el tenebroso o intrigante asunto.
A raíz de aquellas fechas estuve reuniendo diverso material que me pudiese servir, parte del cual está archivado en una abultada carpeta de solapas tamaño folio, signada con el número 57 correspondiente a las más de 150 que tengo almacenadas con esbozos, apuntes, notas, fotografías, dibujos o bocetos de posibles escenas, fotocopias, páginas revisteriles o periodísticas y aún diferentes libros que he ido adquiriendo y juntando para algún día, (¿cuándo?) acometer en serio el trabajo sobre el tema ideado ya.
Otra forma que en algún momento he ideado para efectuar y desarrollar el tema novelesco puede ser el siguiente:
Yo relato en primera persona que estando paseando por los jardines y prados adyacentes del hotel Benasque, aunque muy bien puedo estar alojado en el frontero Hotel Aneto, al pasar junto a una especie de tanqueta de agua o pequeña piscina algo elevada, vacía de agua a la sazón, veo salir de su parte baja o asotanada, de una especie de cobertizo en que se almacenan troncos de leña para el invierno y carretillas de mano, útiles del jardinero, mangueras de plástico o goma, etc. todo almacenado en heterogéneo desorden, a un perro de esos de raza indefinida pero de mandíbula poderosa que lleva entre los dientes sujeto algo que hace que concentre en ello mi hasta entonces divagadora y distraída mirada.
Aquel perro sucio y gruñón lleva en la boca lo que parece o un brazo de una enorme muñeca,... o de un ser humano, mano y brazo sanguinolentos. Sin creer del todo en lo que veo, espanto al animal, amenazándolo con un palo que recojo a mis pies. El perro gruñe amenazador pero no quiere dejar su presa y yo le atizo con energía un estacazo que le hace aullar, dejando el despojo y gruñendo y ladrando hasta que por fin se da por vencido y se aleja, siempre gruñendo, orejas y rabo erizados.
Lo que el perro llevaba es efectivamente un brazo desgarrado a cuya mano le faltan las puntas de los dedos, pero como si hubieran sido cercenados limpiamente con un instrumento apropiado cortante.
Si sé enlazar la posible aparición de un gran montón de billetes de dinero que puede ser falsificado o auténtico, ya fuera de circulación o de curso legal todavía, con el despojo humano que el perro ha encontrado en aquella especie de semi sótanos alrededor de la piscina, ya puede empezar el argumento de la novela a titular, por ejemplo "El hombre de Benasque"
De libros para consulta e ilustración de este tema, tengo: "El Valle de Benasque" y "El Pirineo Aragonés" ambos de Santiago Broto Aparicio que es nativo de la comarca, editados por Everest; "Pirineo Aragonés. Maladeta y Aneto", de Editorial Alpina (con un mapa); "Aragón en el pasado" de José María Lacarra; "El enigma de las Vírgenes negras" de Jacques Huynen; mapa de la provincia de Lérida; fotocopia de "El día que Canfranc cumplió 60 años" en un reportaje de Juan Antonio Pruneda, me parece que en "Muy Interesante"; "Los apellidos oriundos benasqueses y los radicados en los Valles de Benasque en el año 1985", artículo mío, inédito; "Huesca y su Pirineo", mapa-guía; fotocopia de las voces toponímicas en el Espasa-Calpe y en el Diccionario de Madoz de "Benasque", "Boltaña", "Monzón", "Fraga", "Cinca", "Belver", "Pirineos", "Huesca", "Eriste", "Esera", "Estós", Saun" o "Sahun", "Chia", "Eresue", "Ramastue" y "Run" y varias fotocopias más cuales las de "La escultura románica peninsular" y de distintas páginas de "Origen de la Sede Ribagorzana de Roda" de Ramón Abadal y, en fin, el ya citado album titulado "Vacaciones`85" de fotos, postales y material gráfico de revistas y folletos sobre Benasque.


APENDICE.- Los apellidos oriundos benasqueses con los radicados en los Valles de Benasque en el año de 1985. Los que van en mayúscula son los considerados oriundos, por más que su origen, a veces, sea de otras regiones o Comunidades, que no de la de Aragón.
ABAD (castellano), ABADIA (cast.), ALMARZA (cast.), ANGLADA (aragonés), ARA (arg.), ARCAS (arg.), Archs, ARTIGA (vasco-nvarro), Aventín, AZCON (catalán),Badillo, BALLARIN (navarro), Barbay, Bardanza, Barrabés, BARRIO, (cast.), BARROSO (gallego), BELLIDO (nav.), BERNABE (arg.), BERNAD (franco-arg.), BANCO (cast.), Blas, BRAVO (cast.), CAMPO (cast.), CAMPS (catalán), Candell, Capella, Carmona (cast.), Carvedo, CASTAN, CASTEL (catl.), CERA, Codina (cat.), Cerezo (Cast.), CORONAS (asturiano), COSCULLUELA, (arg.), CORNEL (arg.), COSTA (arg.), Culebert, Chavre, DEMUR, ESPAÑOL (arg.), Esponera, Estarregui, ESTOR (vasco), FABREGAS (cat.), FARRE, Felez, FERRAZ (arg.), FERRE, FERRER (cat.), FONDEVILA (ARG.), GABAT (vsc.), GALLART (cat.), Gargallo (arg.), GARCIA (cast.), GARIE, GRUZ, GASOS, GIL (cast.), GIMENEZ (arg.), GOMEZ (cast.), GONZALEZ (cast.), Guardia (cast.), Guaus, Guerri, GUILLEN (arg.), JUAN (valeniano), JUSTE (arg.), Lacarte, Lacau, LANAU, Laperal, LASALA (navar.), LATORRE (arg.), LIMIÑANA, LOBERA (arg.), LLANAS (arg.), LLORET (cat.),Marion, MARTINEZ (gallego), Mayato, MORA (Cat.), MUR (arg.), Navarri, NERIN, PALACIN, Pallarvelo, PALLAS (arg.), PARDOS (gall.), PASCUAL (vasco), Pere, PEREZ (cast.), Perruc, Perrucho, Picardo (francés), PLANA (cat.), Portes (cast.), Puig (cat.), Puyal, Rambla (arg.), RAMI, Riba (cast.), Río (asturiano), RIVERA (gall.), Rodríguez (cast.), Román (cast.), Rubio (cast.), SAHUN (arg.), SALA (navarro), SALUDES (cast.), Sánchez (arg.), SANMARTIN (cat.), Snromá (cat.), SAURA, SERBETO, Sierco, SOBELLA, SOLANO (navar.), Sot, SUAREZ (cast.)SUBRA, TOMAS (arg.), Torrá (cat.), Urzola, Valero (valenc.), VERA (arg.), Vigo (genovés), VILASECA (cat.) y Villegas (cast.).

Las Palmas de Gran Canaria, septiembre de 1999.