30 de marzo de 2009

Auscultación prodigiosa

Hace algún tiempo, como quiera que viniese sintiendo unas pequeñas punzadas o molestias abdominales, tras solicitar previamente la cita correspondiente acudí a la consulta de mi médico de familia de la Seguridad Social, atendiéndome un doctor nuevo para mí, que, muy serio y parco en palabras pero a lo que observé, atento profesional me indicó que me desnudase descalzándome y quitándome los pantalones y me tumbase boca arriba en la camilla allí existente.
A otra indicación suya me recogí y sujeté sobre el pecho los faldones de la camisa. Y aquel doctor, con manos cálidas y firmes me presionaba, ora a un lado ora al otro todo el vientre, sobre los intestinos y alrededor del ombligo, deteniéndose sobre algún punto definido de hígado, bazo o apéndice en aquella especie de mezcla de presiones y masajeo. Lo que a mí me tenía expectante.
En un momento dado me pareció que el doctor presionaba con más fuerza e insistencia en un punto determinado de mi abdomen, acaso sobre el apéndice y, de pronto me espetó:
_ ¡Usted fuma mucho!.
Mi sobresalto fue tremendo. Como quiera que en aquella época yo fumaba casi dos paquetes de cigarrillos krüger blanco al día, el que sin decir yo nada al respecto lo descubriera tan solo con las palpaciones aquel hombre, me asustó. Y en tanto él continuaba con su suave toqueteo de reconocimiento de mis tripas yo empecé a imaginarme que algo muy grave y gordo debía de tener en ellas. ¡Acaso, una verdadera pelota de uno o varios kilogramos de peso que se me había estado formando en los intestinos, en el esófago, el estómago o yo que sé y que se me acababa de detectar!
Con mi angustia creciente, en silencio terminó el doctor sus expertas palpaciones; me indicó que me levantase de la camilla y me vistiese y calzase. Anotó luego algo en mi ficha médica que tenía ante sí y me dijo que ya podía marcharme, que las molestias que yo decía sentir se me pasarían y que carecían de importancia.
Cuando me marchaba, me atreví a preguntarle con un hilo de voz:
_ Y lo de fumar mucho... ¿Como,...como lo adivinó usted?... ¿Que es lo que encontró en su exploración?...
Y mi médico de familia, con una media sonrisa, me aclaró:
- Váyase tranquilo, que nada le encontré anormal. Lo supuse al verle las manchas de nicotina que tiene en sus dedos pulgar, índice y corazón, sobre todo los de la mano con que se sujetaba la camisa.

Carlos Platero Fernández
-+-

27 de marzo de 2009

S A B E R A P E A R S E

Hace ya algún tiempo, trabajando yo con los militares en el mantenimiento de aeronaves en la Base Aérea de Gando instalada al este de la isla de Gran Canaria, como quiera que el área o superficie de dichas instalaciones se iba agrandando ostensiblemente y los desplazamientos necesarios de unos a otros hangares, al ser más distantes entre sí suponían una apreciable pérdida de tiempo en las horas laborales, se habilitaron algunos vehículos ligeros para quienes estuviésemos autorizados a usarlos. Al mismo tiempo, el personal dispuso también de cierto número de bicicletas, para los más jóvenes, más ágiles o más "deportistas".
Yo, entonces ya sesentón y con bastantes kilos de peso de más, en principio opté por usar la bicicleta siempre que me fuera posible.
Así pues, cierto día, teniendo que desplazarme a otras alejadas dependencias, cogí uno de aquellos socorridos velocípedos, comprobé que la altura del sillín y la distancia a los pedales era la adecuada a mi rechoncha humanidad y ¡hala!, a pedalear alegremente, evocando acaso aquellos años juveniles en que mi pericia y destreza con la "bici" fueran bastante aceptables.
Pero, ¡ay!, hube de bajar de las nubes del recuerdo añorante del pasado pues en una de las muchas bifurcaciones de la pista o calle asfaltada que seguía, no vi a un automóvil de color café con leche que lentamente doblaba una esquina y antes de desaparecer fue la causa de que yo frenase mi transporte de dos ruedas con tal brusquedad que, inevitablemente dí con mi cuerpo en tierra, con la dichosa bicicleta entre las piernas, naturalmente.
En tal ocasión, más que alguna de las así maltratadas partes blandas de mi cuerpo, me dolió mi amor propio. Y, levantándome como mejor pude, sacudiéndome el polvo y la arena, miré en derredor mío para saber si alguien había sido testigo de mi tonta caída. Pero como no percibiera a nadie, arrimé la malhadada máquina a una pared, con idea de recogerla a la vuelta y, renqueando un poco, aun dolorido del porrazo, continué a pie hacia mi destino inmediato, decidido a no volver jamás a subirme a uno de aquellos trastos, sintiéndome al mismo tiempo aliviado de que nadie me hubiera visto en tan ridícula situación. Y, por lo tanto, en el resto de la jornada procuré olvidar el ingrato episodio.
Pero, justo a la mañana siguiente, un buen amigo, militar él y propietario precisamente de un coche de color café con leche, cuando estaba yo departiendo con un grupo de compañeros en nuestra cantina, se me acercó y con su ligero tartamudeo, que a veces para nuestro regocijo exagera como en aquella ocasión, me puso una mano en el hombro y dijo, "mirando al tendido" y con tono entre sentencioso y paternal:
_¡O..., oye, macho! Cua,... cua,... cuando quieras aprender a,...a bajarte de la bi,... bici, ¡me lla... llamas a mí o,...a quién sepa! .
Carlos Platero Fernández

¡EL "NIÑO"!

Estábamos Margarita y yo en Grecia, en el transcurso de unas cortas pero intensas vacaciones que por fin pudimos disfrutar, salvando de una u otra forma los varios inconvenientes que hasta entonces se opusieran a ello.
Habíamos llegado a Atenas en una calurosa jornada veraniega, el día anterior. Y, ciñéndonos lo más posible a las consabidas ofertas de excursiones opcionales que la Agencia contratada nos propuso, después de la inicial "visita a la ciudad", en la que pudimos admirar entre otros puntos el Estadio panaténeo y los exteriores del ex-palacio real custodiado por unos soldados uniformados a la antigua usanza, la Academia y la Biblioteca Nacional, las ruinas del Arco de Adriano, Templo del dios Zeus, Teatro de Dionisio, Odeón de Herodes Ático, etc., con la culminación de un amplio recorrido por el Museo Nacional de Arqueología y la sin par Acrópolis en el Partenón, sabiendo que nos esperaban unas apretadas jornadas en visita al Oráculo y Templo de Apolo en las faldas sagradas del Monte Parnaso, gira completa, tras el cruce del golfo de Lepanto por la arcaica península del Peloponeso, Olimpia, Trípoli, Micenas, Nauplia y Corinto incluidos y luego un corto pero intenso crucero por el Mar Egeo con arribadas a Efesos, Casa de la Virgen y Kusadasi en Turquía y visitas a las islas de Rodas, Creta y el Minotauro, Mikonos y Santorini, etc., decidimos asistir a una típica "noche griega" en Kasapi, región famosa por sus viñedos, en las afueras de Atenas.
La guía que nos tocó y conducía al contingente de turistas de habla hispana, en el trayecto y al tiempo que como es norma en estos casos nos iba ilustrando un tanto de costumbres griegas, hizo un especial hincapié en que atendiéramos a unos niños que al llegar a nuestro circunstancial destino nos iban a obsequiar con algún licor típico del país, pues las propinas que nosotros les diésemos servirían para continuar fomentando, manteniendo vivas las costumbres griegas de cara al turismo que tanto agradecían, como eran las de agasajar de alguna manera a todo cuanto les visitara.
Después de recorrer unos buenos veinticinco kilómetros primero por avenidas, luego por autopista y más tarde por una carretera local, terminado haciéndolo por una estrecha pista entre fincas agrícolas llegamos a una casa de campo al estilo del país, en cuyos jardines se nos ofreció una copiosa cena regada abundantemente con vinos blancos y tintos, al tiempo que pudimos admirar un amplio repertorio de danzas folclóricas griegas, con oportunidad de participar en ellas, cosa que mucha gente joven del grupo de turistas hizo, pero no precisamente nosotros, los menos jóvenes.
Por cierto que fue Margarita la que me comentó a media voz que uno de los músicos que tañía un instrumento de cuerda típico, con entusiasmo pero cara triste, era tal cual nuestro popular reportero deportivo José María García; lo que oído por algunas parejas españolas jóvenes y bullangueras que nos acompañaban en la alargada mesa lo asumieron; y los aplausos y bravos al "Butanito" fueron estruendosos en todo el transcurso de aquella cena-espectáculo.
Pues bien; cuando entrábamos en la finca restaurante y después de negarnos de forma amable Margarita y yo y algún que otro matrimonio mayor a hacernos fotos al lado de una gruesa, rubicunda y sonriente campesina y un gigantesco mozo ataviados ambos con los trajes típicos, dejamos unos billetes de dracmas en la bandeja que se nos pasaba y como se nos había indicado que sucedería.
Luego yo, intrigado, le pregunté a la guía nuestra y que en todo momento nos acompañaba y atendía, que donde estaban lo niños, el niño que ella había dicho.
Y ella, sonriente, me aclaró:
_ ¿El niño?... El niño es este joven. Se llama Dimitrius Stratus (o algo parecido me sonó a mí) y es el que dirige a todo el Grupo Folklórico que esta noche va a actuar para ustedes.
Y llamó al interfecto, para presentárnoslo. Y el "niño" que estaba sentado en un rústico banco allí cerca, sonriente y deferente se levantó,... ¡se fue levantando!, porque, lo juro, el niño aquel medía más de dos metros de altura, tenía brazos y piernas como gruesas ramas de un árbol, vestía el traje típico de Grecia, con su rojo fez y colgante borla, camisa blanca y chaleco azul oscuro rebiteado de rojo profusamente bordados, faldellín también blanco como almidonado, con pantys o medias blancos y calzaba esos curiosos zapatos rojos con un enorme pom-pom en la punta, que serían, digo yo, lo menos de la talla cincuenta.
Carlos Platero Fernández
-+-

Una mañana con Juan Felipe

Dedicadas estas dos diferentes versiones de un mismo episodio vivencial a mi buen amigo y en esta ocasión co-protagonista Juan Felipe Ruiz.

La relación pormenorizada
(Como al autor le acomoda el hacerlo, en exposición espaciosa y detallada, en la que se incluya todo cuanto con el tema se relacione y acuda a la mente, por más que a causa del tamaño y de la "frondosidad literaria" en más de una ocasión se divague con el peligro de "desbarrar" un tanto pero buscando con ello la complacencia íntima de la propia expansión y, desde luego, un posible entretenimiento, tanto para quien escribe como para quien le lea.)
Diga yo aquí como introducción o exordio que Juan Felipe Ruiz es un buen y veterano amigo, que en cierto modo ha sido en nuestro pasado común por bastantes años compañero de tareas laborales compartidas en la Base Aérea de Gando. Y escribo en cierto modo porque él fue, después del paso por una Escuela de Especialistas del Ejército del Aire, de profesión militar, perteneciente al cuerpo de Especialistas, mecánico de radio me parece, con destino creo que ya fijo en el 802 Escuadrón de Salvamento, de donde, en su debido momento se retiró del "servicio activo" pasando a la estatuida Reserva Activa con el grado de capitán, estando ahora ya jubilado. Y yo, después de haberme formado profesionalmente en la Escuela de Aprendices de Aviación de León, perteneciente luego al personal civil dependiente de los Establecimientos Militares, con la especialidad primero de montador de aviones y luego de Verificador con destino único y fijo también en la Base Aérea de Gando, jubilado al cabo de los años con la categoría de jefe técnico operativo.
Él militar, destinado en el SAR y yo civil en el Escuadrón de Mantenimiento Unificado perteneciente al Ala Mixta 46, que por nuestras respectivas profesiones y en el transcurrir de los años allí nos hubimos de encontrar en reiteradas ocasiones.
Me parece recordar ahora que él mismo fue quien, hace ya bastante tiempo y andando yo escribiendo un amplio reportaje periodístico sobre Gando y su Lazareto sucio me puso en la pista y en contacto con aquel ya anciano Sr. Cruz, Pepe "el Cantinero" que yo conociera en la cantina que hubo en el Lazareto, en donde también recuerdo haber posiblemente visto por allí a unas niñas, una de las cuales es hoy en día la esposa de este mi amigo.
Aunque nuestra mutua y cordial amistad proviene más de los comienzos de esta nuestra etapa vivencial en la que nos desenvolvemos, como personas ya "otoñales" que somos y de lo que abiertamente presumimos.
Otros motivos, no por sencillos menos interesantes son los que propician el que nos veamos con relativa frecuencia cuando nos lo permiten mayormente los sencillos "mandados domésticos" (los de "la bolsa" como jocosamente les denominamos), lógicas atenciones a esposa y suegra y los distintos eventos sociales imprevistos, algún viaje vacacional además de la dedicación precisa a la propia salud en unos casos y en otros los propios de un esposo, padre y abuelo con familia a la que atender (compras domésticas, salidas de colegios de nietos, contactos con la prole propia, necesarias vacaciones, etc.)
Y uno de esos motivos es, desde luego es el que ambos residimos con nuestras respectivas familias en la misma barriada, considerada desde hace tiempo modélica por sencilla y acogedora, comprendida en el sector urbano denominado de La Ciudad Alta, Escaleritas; como diría el actual cronista palmense y veterano amigo Luis García de Vegueta, "a unos cuantos tiros de boliche" de distancia entre la una y la otra vivienda.
De hecho, en estos últimos tiempos, cuando se nos ocurre, unas veces a él, otras a mí, solemos llamarnos por teléfono por cualquier fútil motivo, sobre todo motivados por nuestra recíproca y perenne inquietud del "saber cultural". Juan me solicita alguna información escrita, algún posible material gráfico o determinado apunte, algún libro de mi bastante bien surtida biblioteca que pueda versar sobre éste o aquel determinado tema o específica materia. Y yo le pido asimismo información acerca de como sacarle más y mejor rendimiento a mi PC, si me puede facilitar cierto disquete o recabarme determinados datos del servicio para mí todavía mágico de "Internet" que yo no me he atrevido a instalar, etc., etc.
Y por estas o parecidas causas, teniendo todo el tiempo del mundo por delante, que para eso estamos ya jubilados de largos años de tareas laborales nos llamamos por teléfono y nos citamos, generalmente o enfrente del portal de su vivienda o ante la entrada principal de acceso al bullicioso Mercado Municipal de Altavista, junto a una cabina telefónica o un bar-cafetería de la zona en donde, no con frecuencia pero si de vez en cuando podamos entrar a tomar un café solo, cortado o, en algún caso como "carajillo". Y en dos o tres minutos suelo ponerme allí yo en tales casos, rapidez que sorprendía al principio a Juan Felipe Ruiz, pero que no es de extrañar conociendo que el trayecto a recorrer es tan solo como un corto lateral de la plaza Obispo Frías y, además, "cuesta abajo".
Por cierto que, esta misma mañana, después de hace unos días haberme llamado el amigo Juan Felipe para comunicarme el regreso de sus vacaciones disfrutadas con gran parte de la familia en su nativa isla de Fuerteventura y quedar de vernos, esta vez en el portal de su vivienda, portando yo la consabida bolsa de plástico con algunos objetos que atañían a la dicha cita y dispuesto a oprimir el botón correspondiente al piso 6ª, letra D en el portero automático, salía él del portal, también con su bolsa prevista.
Puestos a caminar despacio y en mutua charla, como ya el sol de la mañana septembrina de finales del verano calentaba lo suyo aprovechamos la sombra facilitada por algunos de los altos edificios de viviendas colindantes.
Antes de nada, yo hice entrega a Juan Felipe de un puñado de folios en los que estaban escritos varios cuentos y relatos "de mi última cosecha" que él no conocía y los que, como es lógico dada nuestra mutua amistad dediqué con una pequeña anotación al frente de mi puño y letra.
¡Pues primera reconvención amigable del receptor del mamotreto! Yo había dedicado los dichos escarceos literarios míos a un Juan Felipe "Lima", apellido proveniente de mote o apodo, cuando su segundo apellido no personal o patronímico, de sobras lo sé, es el castizo Ruiz. Ocurrió que me traicionó la memoria puesto que aquellos apellidos corresponden a otra persona, buen amigo mío también y asimismo también majorero, pero que por lo demás nada tiene que ver con éste. Pedí disculpas, se me dieron entre risas, quedó él de enmendar aquel entuerto borrándolo con cuidado, ¡y ya está!
Luego, ambos allí, a pie firme en la acera pero, repito, a la gratificante sombra, una vez solventado el error, dimos comienzo a otro tema, especie de disquisición, exposición más o menos rigurosa de algo, que, como casi siempre, nosotros a una acabamos convirtiendo indefectiblemente en una disgresión, que es la desviación en el hilo de un tema o relato, en este caso acerca del antiguo torreón de defensa de El Cotillo, en Fuerteventura y que con, por ejemplo, los todavía existentes de Caleta de Fustes en la misma isla, el de Gando y el ruinoso de San Pedro Mártir en Gran Canaria formaron parte del conjunto de fortificaciones que se construyeron como sistema de defensa en el archipiélago canario allá a mediados del siglo XVIII.
Yo, tan solo por llevarle la contraria a Juan Felipe he venido discutiendo con él que el también conocido como Castillo de el Tostón tenía un puente levadizo y era de planta oblonga o cuadrada, no igual pues en su configuración externa al resto de los que acabo de indicar; Juan Felipe, muy metido él en su papel de informante y enaltecedor de las cosas de su tierra nativa, aprovechando su estancia veraniega en la isla majorera muy pronto me remitió un cuidado folleto turístico referente al pueblecito costero de El Cotillo en el término municipal de La Oliva, en el que aparece en nítida reproducción colorista el susodicho "castillo" o torreón, "de planta redonda", "puerta levadiza" y no puente, etc.
Y yo, erre que erre, con mi "puente levadizo" en el que, por haber estado Margarita y yo en más de unas mini vacaciones pasadas por tierras majoreras, a comer en el mesón afamado de Mariquita Hierro, aportando "como prueba" una fotografía de hace años en la que ¡estoy precisamente a la entrada de la tal construcción defensiva o de fortificación!; foto en la que se observa que, ciertamente, es Juan el que tiene razón.
Naturalmente, riéndonos de mi pretendida tozudez "de gallego" también reconocí allí mi evidente postura festiva negativa. El me regaló una preciosa estampa con la imagen de la Virgen de La Peña, que le agradecí sobremanera puesto que algo tengo pergeñado sobre esta advocación majorera se acabó el tema.
Luego, en distendida charla Juan Felipe me habló de sus recientes plácidas vacaciones familiares y, de pasada, como no podía de ser menos citó a su familia, a su esposa y a sus seis hijos, unos casados y otros célibes y de sus varios nietos y nietas, etc., etc. Yo de los últimos desplazamientos diversos de Margarita y yo con el coche por la isla, de las esporádicas visitas de mis hijos, de la longeva edad de mi suegra,...
Al fin como el que no quiere la cosa, reanudamos la marcha iniciando, como en anteriores ocasiones un corto y pausado paseo por las cercanías, buscando esta vez, dado lo caluroso de la mañana de finales de verano las apetecidas sombras, bien de los edificios colindantes, bien en las zonas más umbrías de la ajardinada plazoleta conocida como de Los Juegos Olímpicos de México, referidos a 1968.
Allí nos detuvimos una vez más, justo al lado de esa bonita estatua o conjunto férrico, obra del escultor Santiago Vargas sobre dibujo del gran artista Cirilo Suárez y que tiene como motivo a dos fornidos luchadores en el momento de efectuar "la levantada", movimiento característico de la ancestral Lucha Canaria.
Estábamos inmersos en un pasear distendido, diríase que sin rumbo fijo en cuanto a la caminata; aunque en principio, creo que yo sugiriera que podíamos acaso acercarnos hasta el cercano Parque Hermanos Millares, no solo en demanda de sombras acogedoras y del posible ozono desprendido de palmeras, fícus y demás arboleda sino también del continuo rumor refrescante de las saltarinas aguas en los surtidores de su fuente central, además del reposar en alguno de sus bancos de hierro y madera.
Pues bien, nosotros hacia allá que nos encaminábamos en un bla, bla, bla ameno e incesante, buscado por los dos, pero paseo que, como digo, de momento una vez más interrumpimos.
El amigo Juan Felipe, como militar perteneciente al Ejército del Aire que ha sido, siente verdadera devoción por todo lo que a la milicia y a Gando donde pasó casi por entero su etapa más completa de profesional, concierna. Y entre sus recuerdos dispone, y acrecienta cuanto puede, de unas interesantes colecciones de material gráfico, fotografías y diapositivas a dicha especialidad concernientes.
Sabiendo él de mi bastante surtida biblioteca y ya conocedor de mis numerosos escritos, publicaciones en prensa y material vario guardado que en su día me ha servido para escribir libros como "GANDO" y "LEÓN, GANDO, LA AVIACIÓN Y YO", gran parte de cuyos contenidos ya ha sido editado en distintas publicaciones, en esta ocasión me pidió que le facilitase todas las fotografías que me fuese posible acerca de Gando y de la Aviación en Canarias en general, aparte de las que ya le haya conseguido con anterioridad.
Yo le prometí prestarle el libro "LA TORRE DE GANDO", que me dijo no conocer, para que él pudiese escanear las numerosas fotografías que en el aparecen, la mayoría inéditas en otras publicaciones, alguna facilitada por mí, a quien me las cediera a su vez un personaje de la aviación civil de antaño en Canarias, hoy ya fallecido, alemán que perteneció a la Lufthansa, Leo Curt.; material aportado en gran número para la edición del indicado librito que yo "casualmente" confeccioné en su día, hice su portada y maqueté, llevé a la imprenta, corregí pruebas, etc. bajo la dirección de sus editores el Mando del Estado Mayor de la ZAC y el teniente coronel Jefe de Mantenimiento de la Base Aérea de Gando y luego coronel Jefe del Sector Aéreo de Lanzarote, Juan Federico Casteleiro Licetti.
En el retazo de conversación subsiguiente, siempre detenidos o caminando muy despacio, "a la sombrita", evocando ambos escenas, tipos y paisajes de cuando anduvimos años y años en Gando y el Estado mayor de Aviación ligados de una u otra forma a la Aviación, yo, amigo como bien se sabe de estas charlas, a veces monólogos de evocaciones pretéritas le expliqué a Juan Felipe el episodio de cuando, movido por las circunstancias hube de ser "negro" o gregario, que se dice del que sirve más o menos voluntario o forzosamente las ideas ajenas y de lo que no me avergüenzo ni me arrepiento, con respecto a la total recopilación, confección y edición de los dos mil ejemplares de que constó la indicada obrita, por cuenta del Estado Mayor de la Zona Aérea de Canarias cuyo mando ostentaba entonces el general Arias Alonso, titulada LA TORRE DE GANDO. Y aún retrocedí, a la evocación del episodio, a un anterior contacto o conocimiento mío con el que creo que fue el verdadero motor o iniciador de la idea, el general de Aviación Querol de Müller que en determinada ocasión me llamara a mi destino en la Base Aérea para que pasase cuando pudiese a visitarle a su, para mí en aquellas calendas sacrosanto despacho de Estado Mayor en Las Palmas de Gran Canaria. Allí, aquel todopoderoso "jefazo", que me resultó ser un simpático hombre ya mayor, aficionado a escribir y a lo que supe historiador de cierto renombre. Me trató con gran deferencia diciendo que sabedor de mis escritos aparecidos por el entonces en la prensa local referentes a temas del Gando histórico, no solo quiso felicitarme personal y cordialmente sino que, en compañía de su atento ayudante que resultó ser un comandante piloto llamado Juan Federico Casteleiro y paisano mío, de El Ferrol como luego había de indicárseme, aquella mañana se me mostraron hasta un total de veinte gruesos volúmenes o grandes carpetas archivadoras con la rotulación genérica de ANALES DE LA Z.A.C. y A.O., donde pude comprobar admirado que se conservaba perfectamente clasificada toda la documentación habida acerca de la creación y evolución, de la historia de la Aviación en Canarias, entre la que, como se me mostró figuraban debidamente ordenados los recortes de mis artículos periodísticos que serían los específicos titulados "Las Torres de Gando" publicados por el año de 1972 y algunos otros referentes a la historia de Canarias que se me venían publicando en aquellas o parecidas fechas. También se me pidió que si me fuese factible les facilitase copias del material que yo poseyese al respecto; lo que ciertamente hice con algunas fotografías inéditas del Gando de los años 50 y diversas notas que conservaba.
De aquellas fechas y de aquella amena entrevista, nació el conocimiento con mi paisano Casteleiro Licetti, que como me habría de confesar, recién llegado de permanecer destinado cierto tiempo por el entonces territorio español de África Occidental Española estaba especializándose en la investigación de aquellas extrañas o enigmáticas enormes siluetas de "moscas" o mariposas trazadas en el pedregoso terreno cuyas extraordinarias fotografías aéreas me mostró; que luego fue teniente coronel Jefe del Escuadrón de Mantenimiento Unificado de la Base Aérea de Gando en el que yo estaba encuadrado. Amistad y respeto mutuo que ha perdurado al paso de los años.
Y, de paso, también el encargo de llevar a cabo el proyecto aquel de publicar un libro con motivo de haber por fin los militares reconstruido el viejo y ya ruinoso torreón o "castillo" de Gando y convertido en atractivo Museo Aeronáutico de la Zona. Yo, como simple gregario mecanografié en limpio los distintos artículos, creé los pies de foto, confeccioné la portada, maqueté el libro que muy artesanal y bastante deficiente fue impreso en una impresora local. ¡Menos abonar el trabajo, que fue pagado diligente y directamente por el Estado Mayor, yo lo hice todo! Y el posible agradecimiento por el dichoso trabajo, debido por lo visto a algunas sugerencias estrictamente castrenses no se reflejó en letra impresa, nada más que la indicación de confección y maqueteado, aunque sí de forma manuscrita y del puño y letra de Casteleiro Licetti en el ejemplar que se me regaló, ¡Faltaría más!.
Además, y a indicación e instancias del susodicho mi jefe, yo que en el ínterin había estado publicando en el periódico "La Provincia" el artículo "El lazareto sucio de Gando" con determinada intención y en tres entregas o amplios reportajes "El hangar número uno de Gando" a los que iban a seguir en el tiempo y en el mismo diario "Prehistoria de la Aeronáutica en Canarias" y "Gardnier y los primeros vuelos de aviones en Canarias" efectué una amplia entrevista al promotor del reiteradamente citado libro, Sr. Casteleiro Licetti que con el título de "La nueva Torre de Gando, Museo Aeronáutico" se publicó con aquel motivo a principios del año 1982; artículo que también apareció poco después con material gráfico y texto ampliado en la revista semanal de carácter nacional "Antena Dominical".
Pues bien; de todo lo que antecede intenté informar al amigo Juan Felipe al saber allí una vez más de su interés, sobre todo en lo que a material gráfico se refiriese acerca de la Aviación y de Gando y que yo, como otras veces, pudiese conseguirle.
Pero no me dio tiempo a informar a mi acompañante con el detalle que pretendía pues, una vez más hubo interrupción momentánea del tema que era el motivo de nuestra conversación actual y que a veces, valgan verdades, yo, sin pretenderlo acababa por convertir en monólogo.
Hubo interrupción. Juan Felipe, cortó con un ademán mi monólogo. Y el motivo fue el que, presumiblemente, íbamos a ser testigos de una singular escena que, plástica y "con sonido y efectos especiales", cuyo acto comenzó a desarrollarse ante nosotros como si fuese de una película callejera del cine italiano de los años sesenta del pasado siglo.
Cerca de nosotros y enfrente, junto a unos coches aparcados, un vehículo de auto-escuela dispuesto a iniciar la respectiva clase y una moto de pequeña cilindrada, pintada de negro, medio inclinada o asimismo aparcada sobre un espacio de la calle asfaltada y allí señalada con blancas franjas de un "paso de cebra", dos individuos acababan de iniciar lo que parecía iba tomando giros de agria discusión, en la que el uno, a juzgar por sus gestos y palabras pretendía entregarle al otro un llavero o algo parecido, cosa que el otro rechazaba, a grandes y descompuestas voces. El que hacía el ademán de entrega era el más joven de los dos, un mozo vestido a la moda actual, muy informal, como los de los anuncios de "Seven-Up" y por lo tanto perfectamente "uniformado" como la juventud actual con una sudadera, un ancho pantalón hasta las rodillas y calzado deportivo "de marca". Su contrincante el de las destempladas voces, un tipo vulgar, grueso, panzudo, rubio o pelirrojo, de epidermis rojiza como el caparazón de algunos crustáceos, más que moreno, quemado por el mucho sol tomado al aire libre semidesnudo, calzando también zapatillas deportivas, llevando mal puestos unos flojos y amplios pantalones color azul marino tipo "bermudas" y que a lo que se juzgaba por los que lo contemplábamos de espaldas parecían querer resbalarle de las caderas que se confundían con el grueso torso, al estilo del popular Cantinflas.
Cuando en alguna de sus gesticulaciones el energúmeno aquel se dio vuelta, todos los que ya estábamos más o menos atentos al lance pudimos ver que llevaba colgando al cuello un descomunal collar con una gran placa colgante que ser, sería de brillante oropel amarillo, acaso de "oro alemán", o similor pero que a mí me pareció por un momento de auténtico oro macizo.
Fue una vez más Juan Felipe el que me hizo la observación de que me fijase en los extensos tatuajes de aquel hombre furioso e insultón, que desde los hombros y parte de la espalda le cubrían la parte superior de ambos robustos brazos. Con tono jocoso hizo indicación de que parecía mismamente aquel ser un verdadero carcelario de película americana.
Hubo allí algún que otro recio empujón, propinado por el bravucón y tolerado por el otro, de físico mucho menos apabullante aunque razonando con voz contenida, aunque si osar intentar contraatacar de forma física, a la vista estaba. El uno alargaba el llavero dando alguna explicación que el otro no aceptaba, negándose a recogerlo y alzando una y otra vez la amenazante voz. A aquel hombrón de epidermis requemada por algún solajero, en su exteriorizado enojo parecía importarle un bledo la curiosidad que estaba despertando entre la gente que atraída por aquel conato de pelea en plena vía pública se iba reuniendo en derredor. Y aún tenía tiempo para, sin apenas volverse ni abandonar su actitud furibunda y agresiva, amenazar gruñendo alguna frase entre dientes a alguna espectadora a la fuerza como la que, presumiblemente profesora sentada al lado del conductor en el interior del coche-escuela allí estacionado y sin poder salir por impedírselo la moto pintada de negro, que en determinado momento pareció recriminarlo por su evidente actitud agresiva con el vapuleado joven.
Por fin, si bien en algún crítico momento "las aguas no volvieron a su natural cauce en el río", después de algunos últimos amagos de atizar el uno alguna puñada que el otro muy prudentemente no hizo acción de devolver, aquel bravucón tiró el manojo de llaves del litigio al suelo con ademán rabioso y se alejó de allí amenazante, diciendo a grandes voces, poco más o menos:
_ ¡Chacho, chacho...! ¡Te salva el que estoy en libertad condicional,...que sino te estrallaba de una trompada!
Y pasó raudo junto a nosotros echando chispas por los ojos y barbotando algún que otro gruñido.
Como suele ocurrir en estos casos, dada la aglomeración de gente, a los pocos instantes pero cuando ya todo conato de pelea había pasado apareció por allí diligente una pareja de fornidos policías locales que ya nada tuvieron que solucionar, sino rogarnos a nosotros los testigos del hecho, que nos dispersásemos.
Así que, como habían transcurrido los minutos, después de comentar entre nosotros los pormenores de la imprevista y variopinta escena callejera ciudadana, Juan Felipe y yo decididos a interrumpir el proyecto de concluir el paseo nos dispusimos a despedirnos, no sin reiterarle yo el ofrecimiento de que para la próxima ocasión a citarnos facilitarle como préstamo el material gráfico referente a la Aviación Militar contenido en el ejemplar que poseo sobre la tantas veces aquí citada Torre de Gando, además de otro referente a la Fuerteventura de sus entretelas, lo íntimo de su corazón cuales el libro de Francisco Navarro Artiles y su hija titulado ABERRUNTOS Y CABAÑUELAS EN FUERTEVENTURA y mi obra inédita LAS ISLAS CANARIAS Y SUS PRIMITIVOS POBLADORES, en donde podrá saciar en parte su deseo de saber algo más de la isla Erbania, de su primer conocimiento y su conquista así como de su conquistador el normando Juan de Bethencourt y fotocopia de mis artículos, publicado hace ya la tira de años "Los majoreros en Fuerteventura y majos en Lanzarote" y "La conquista de Fuerteventura" con el más reciente reportaje de "Los Coroneles y su Casa de Fuerteventura”.
Lo que no he podido encontrar entre mi mucha correspondencia archivada es el dossier que en su día y por encargo de un funcionario del Ayuntamiento de La Oliva apellidado Nóbrega confeccioné para que se solicitase al Ministerio de Justicia el Escudo Municipal que ciñéndome a las leyes del blasón y de la Armería yo les hice, aunque luego, cuando fue aprobado, parece ser que se olvidaron de decir que yo fui su proyectista.
El amigo Felipe se comprometió a su vez a localizarme a través de Internet alguna convocatoria literaria de cuentos y relatos para el futuro más próximo y en especial una sobre Turismo y Sociedad para el cual ya tengo dispuesto un reportaje de una docena de folios mecanografiados a doble espacio versando sobre los más primitivos orígenes del turismo en Canarias.
Pero antes de despedirnos mutuamente, mi acompañante me hizo fijar la atención en el termómetro municipal por allí enclavado que estaba marcando justo 36 grados centígrados de calor al sol al mediodía.
Lo que dio pie para que aún, ambos evocáramos aquellos consejos e informaciones atmosféricos y climáticos de "El Calendario Zaragozano" , yo también de "El Gaiteiro de Lugo" y de los "tacos" de pared de el Corazón de Jesús que él Puerto Cabras de entonces y yo en tierras de Chaín en Galicia conocimos en nuestras respectivas infancias y por los que nuestros mayores solían ilustrarse en cuanto a temperaturas ambientales locales como de posibles cambios climáticos, merced también a aquellos característicos barómetros atmosféricos conformados por un fraile que se cubría o descubría con la capucha del hábito.
Entonces, si. Entonces nos despedimos mismo enfrente del Mercado Municipal de Altavista, comprometiéndonos como no podía ser menos a llamarnos telefónicamente pasados algunos días.
Y cada uno de nosotros nos encaminamos a nuestros respectivos domicilios, satisfechos del ameno paseo pero un tanto agobiados por el bochorno atmosférico y climático del cálido mediodía septembrino.

Carlos Platero Fernández
-+-
PASEANDO CON JUAN FELIPE(la versión corta)