4 de junio de 2010

AIRES Y MEMORANZAS GALICIANOS

de Carlos Platero Fernández



Mi intención es que este comentario sea a modo de contestación al que "Princesa" insertó tan gentil y amablemente al mío sobre rapsodias y rapsoda. Antes de nada, mi más sentido pésame por el fallecimiento de aquella adorable persona tan querida de su familia y de la mía y de sus amistades de siempre entre los que me encontré yo

Mis dos amores platónicos han sido siempre la Galicia eterna en que nací y Las Canarias tropicales que tan bien me acogieron y a ellas como bien se haya ya podido observar dedico siempre toda mi obra de aficionado a escribir.

Hoy, el prefacio e intención de mi novela inconclusa "La torre del odio" que se desarrolla a orillas del rio Ulla, junto al Puente de Mourazos y la adyacente ermita de Sanxurxo y que voy enviando, capítulo a capítulo a mis hermanos Elena y Alberto. Otro día, irá, si Dios quiere el preámbulo de la novela publicada hace ya muchos años "Un episodio de los tiempos celtas" desarrollado entre Chaín, La Esparela y el castro de A Roda y la Zarra Nova, así como el borrador inicial de "Flavio el romano" novela desarrollada en una sola jornada entre La Vila y Quinzán junto a una villa romana conocida como Vidualde. Todo a su tiempo puesto que tiempo, de momento y gracias a Dios tengo. Gracias por tu comentario, "Princesa".



Los prolegómenos de "La Torre del odio"

Escribía yo lo siguiente, y debió de ser después del verano del año de 1970 y ya en Canarias, de regreso de haber disfrutado nosotros los canarios unas estupendas y aunque cortas, intensas vacaciones, parte de las cuales, como no podía ser menos transcurrieron en Chaín, padres-abuelos y hermanos-tíos en la entonces acogedora casa de La Vila.

(En una serie de reportajes, escritos y publicados allá por los años 70 y 80 del pasado siglo, en el III de la serie, titulado "Ruinas evocadoras y atrayen­tes monumentos" referente a mi siempre evocadora tierra nativaaires de Galicia)

... Como colofón a esta especie de sencillo glosario de la Galicia históri­co - monumental vuelta a encontrar, doy la descripción de un cautivador paraje que tuve la satisfacción de recorrer, localizado en el centro geográfico de la comarca de La Ulloa, por zonas rurales apenas conocidas desde el exterior. Un paisaje de monte, completo verdor variado, prados, río y piedras musgosas que parecen querer hablar de la Galicia milenaria, de la Galicia de muy movida historia, de la Galicia amada que permanece todavía bastante sepultada en el desconocimiento y el olvido.

En tierras confines de la provincia coruñesa, circundadas sus faldas por las aguas del río Ulla, álzase prolongado montículo rematado en dos pequeños oteros singulares, de los cuales el uno y debido a su configuración da idea de pretérito castro y en donde hoy hay una sencilla capilla con rústico crucero como único exterior, estando cercano un penedo, una curiosa roca labrada en dos concavidades simétricas conocidas en el contorno por as pilas donde bebían os cabalos dos mouros y que muy bien pudieran ser receptáculos para prácticas religiosas, para celebraciones rituales de litaciones a las divinidades célticas. Entre yedras y matorrales se adivinan curiosos restos de ciclópeos terraplenes. El otro extremo de tan singular montículo, separado de el que se adorna con la ermita por unos centenares de metros, con laderas que descienden en rápido declive hasta el río y unos fangosos prados regados por aguas ferruginosas provenientes de un pequeño manantial, es un importante yacimiento arqueológico con restos de tosca cerámica, en donde se localizan fácilmente numerosos trozos de teja gruesa, de cantería granítica presumiblemente labrada. Al conjunto del montículo se le conoce con el topónimo sugeridor de La Torre.

¿Vestigios de una fortificación, acaso de la Edad Media?... ¿Huellas casi inapreciables de solariega vivienda demolida, arrasada en las cruentas épocas de continuas luchas entre feudales señores rivales?... ¿Posibles restos, consecuen­cias de la frustrada revolución de Los Hermandiños del siglo XV...

Difícil, por no decir imposible será el pretender esclarecer el enigma allí planteado; el secreto encerrado o enterrado, porque todo ha quedado sepultado bajo el absoluto silencio de varios siglos oscuros y decadentes en la apasionante historia del país. Queda tan solo abierto el camino para la imaginación.



Tema el de "el prado de la torre" en el que, sin acordarme por el momento del texto anterior que andaría archivado en alguna de las carpetas que ya iba hinchando con notas varias, incidí años después, supongo que ya con más soltura estilística, si vale aquí la expresión; al menos con más práctica en esto de escribir y en lo de describir, que no es lo mismo.

Porque, lo que si es seguro es que ya entonces había surgido en mi mente la idea de escribir algo sobre la posible fortificación que supuse que pudiese haber existido en aquel recóndito paraje cuyo nombre, conocido de generación en generación por los lugareños de la zona, me resultaba en verdad sugeridor. Y del que, por aquellas fechas, puedo asegurarlo, ni Alberto con sus estudios de Geografía e Historia ni Fernando con las notas que solía tomar de todo cuanto llamara su atención, conocían nada, si bien es cierto que Alberto, catedrático de la materia, ya barruntaba algo.

Lo cierto fue que yo en uno de mis muchos escritos años después volví sobre el tema, lo que demuestra que no lo había olvidado, ni mucho menos. Y, la nota, manuscrita, rescatada hace poco de entre multitud de otras decía así:

El prado de la torre.

Así se le llamaba y así supongo que se le seguirá llamando a un determinado lugar campestre localizado a orillas del río Ulla, en los límites sureños territoriales y administrativos del concejo o ayuntamiento de Santiso situado casi en el centro geofísico de mi tierra nativa, Galicia.

Topónimo sugeridor donde los haya, para localizar alguno de los innúmeros episodios que jalonan y conforman la historia de la región, de lo que fue en el pasado el Antiguo Reino de Galicia.

El prado de la torre,... La torre, la atalaya, la fortaleza de vigilancia de la comarca, de recogimiento de la tropa nativa o foránea, más o menos voluntaria o mercenaria, cuando los tiempos románico-góticos...

Hace ya bastantes años, con mi hermano mayor Alberto, profesional él de la Historia y aficionado yo a las historias de la tierra, de nuestros mayores, de nuestro ancestro y, en definitiva de nuestro pueblo, estando por aquellos días disfrutando de unas placenteras vacaciones ambos con nuestras respectivas familias y proles en la casa paterna de Chaín, en una veraniega tarde cálidas temperaturas al sol y algo refrescantes ambientes a la sombra, en tanto que emprendíamos un agradable paseo buscando, eso sí las sombras de la fronda arbórea del entorno, nos propusimos ambos llegarnos hasta las proximidades de la pequeña aldea de Sanxurxo con la intención de reconocer un cierto "prado de la torre" del que se me había hablado, cuya toponimia nos llamaba poderosamente la atención y que, cierto era, Alberto ya localizara y reconociera de forma muy somera tiempo atrás.

Yo me colgué del hombro la vieja y traqueteada carabina "remington del 22" como la llamábamos, para tratar de tirarle, no digo ya a un muy hipotético conejo o a una escurridiza perdiz o a un "pombo", iluso de mí, sinó a alguna de aquellas oropéndolas de brillante plumaje que no hacían daño a nadie, que ni siquiera eran aprovechables como vianda, pero que con los mirlos y los estorninos resulta­ban casi siempre el único blanco fácil para los pésimos seudo cazadores como yo. Pero daba gusto llevar el arma de caza al hombro.

(Al presente comentario manuscrito en folio satinado le falta el resto del texto que sin duda debí de escribir. Tan solo pude localizar cuando indagué entre mis muchos papeles el párrafo que debió de ser el postrero y que agregaré aquí al final para complementar el todo.)

Por lo que se colige de lo escrito hasta aquí, se ahora que aquel evocado paseo de reconocimiento del dichoso prado ocurría en el verano del año 1970, como al principio indiqué. ¡Con lo que ha llovido desde entonces!. Casi cuatro lustros. Y sin embargo, al tratar de concentrarme lo mejor y más posible en la evocación, una vez más me es dado el comprobar que recuerdo el episodio perfectamente. Y al mismo tiempo observar que soy una perfecta nulidad para recordar nombres de personas o números. Soy una verdadera calamidad y confieso que ni me acuerdo de las matrículas de los coches de mis familiares más allegados, ni de los números de los DNI de mis deudos y, desde luego de ningún número de teléfono y aún el de casa, debo de llevarlo anotado en cualquier papel, nota o tarjeta. (¡Véanse sino la cantidad de notas, de "chuletas" que llevo conmigo encima, en la carterita del monedero, en la cartera, entre la documentación del coche y permiso de conducir, etc., etc.!).

Pero, en cambio, en cuanto a recordar y evocar con bastante precisión paisajes, panorámicas, detalles geográficos de cualquier lugar en que haya estado y si es que en su momento llamó mi atención, a pesar de que hayan pasado los años tengo una memoria casi fotográfica,

Y es por ello que, en la evocación de la visión retrospectiva me veo perfecta­mente a Alberto y a mí salir de la casa de la Vila de Chaín, entonces toda llena de vida, rodeada de flores y verdores diversos. Era al comienzo de una tarde algo bochornosa, de verano y hasta me parece advertir que en algún momento nublada y por lo que, aunque a "priori" me sedujese el que por fin fuésemos los dos hermanos a reconocer determinada zona interesante del contorno aldeano, seductora para nuestras comunes aficiones de los hermanos Platero de intentar conocer cada vez mejor la comarca de nuestros mayores su historia, su geografía y su toponi­mia, la verdad es que a la hora de partir, solo en pensar en la caminata que me esperaba ya me entró en el espíritu cierta vagancia, por lo demás congénita en mí. Y eso que aún no habías adquirido estos muchos kilos de grasa que me sobran pero que no consigo echar fuera de mi rechoncho cuerpo.

Pero en aquella jornada, Alberto una vez más logró convencerme. Y héteme allí con la vieja y comunal carabina al hombro pasando por Pazos procurando no hacer ruidos que alertasen a los perros ladradores que reposarían jadeantes en algún alpende o debajo del hórreo en la era. Buscamos las sombras de La Esparela, cruzamos en agro de Santalla, pasamos ante las ruinas de una casucha en Mariño, junto a la Fuente Fría, por los alrededores de la aldea de Casasnovas y nos adentramos, primero por un pinar y luego por el fragoso monte de El Serrapio, que recorrimos hasta las cercanías del río Ulla, buscando el sitio exacto en que se localizaba la Fuente Santa tan popular en el contorno, la de las consejas y las leyendas. Fuente que no dimos con ella aquella vez, por lo que fuimos bajando de entre aquellos roquedales y tojos y por alguna amplia "corredoira" descendimos hasta las proximidades del río, por allí remansado, en lo que sería en un futuro próximo, si no lo era ya, la cabecera del gran embalse de Porto de Mouros. Dejamos a nuestra izquierda el reducido caserío de la aldea de Vide y tomamos la dirección de la de Sanxurxo, pero, antes de llegar a ella, nos encontramos en el para nosotros ya famoso "prado de la torre" y los dos montículos que lo separan del río, cuya descripción mal que bien hecha encabeza el presente reportaje.



Ya de regreso de la corta pero gratificante excursión, expedición de reconoci­miento al llamativo y recóndito paraje, donde sin duda ya surgió en algún rincón de mi mente, en el campo de mi imaginación el embrión de lo que más adelante iba a intentar convertir en el tema de una posible novela con el título ya concebido casi desde aquellos momentos de "La torre del odio" y que, muy posiblemente, como suelo hacer en casos análogos fuí allí mismo imaginando y comentando con Alberto, pensando ya en desgranar la idea sobre el papel.

Y fue por cierto aquella tarde que a mí me acaeció un pequeño percance que luego sirvió para que tanto mis hijos como mis sobrinos y los mayores que lo escucharon se riesen a mi costa a más y mejor cuando Alberto lo contó a la hora de la merienda en la casa familiar de La Vila.

Al tiempo que yo por fin gasté alguno de los finos cartuchos de caza que llevaba, disparando a mansalva a todo vicho viviente, léase pájaro que se moviese entre las ramas de robles, castaños, pinos o sauces y aún algún imprudente sapo que saltase junto a los setos de prados y brañas que íbamos atravesando, pues ocurrió que al intentar atajar yo por uno de aquellos húmedos prados en declive, resbalé, trastrabillé y dí con mi oronda y rechoncha figura en tierra. Caí en tan ridícula postura que quedé perfectamente sentado, levantando los brazos con la escopeta en alto para que no se mojase y al tiempo procurar mantener el equili­brio lo más dignamente posible; que no fue posible pues me deslicé prado enfanga­do abajo como si de un divertido tobogán se tratase, recorriendo en vertiginosa carrera más de cincuenta metros sin poder valerme y con el habla cortada por el sobresalto inicial, ante la primero alarmada y asombrada y luego regocijada mirada de mi querido hermano mayor que caminando por terreno más firme y seguro, pegado a uno de aquellos setos vivos se reía a mandíbula batiente, lo que continuó haciendo al tiempo que por fin, ya frenado yo en mi imprudente carrera me ayudaba a incorporarme, con el pantalón empapado pegado al trasero y al dorso de las piernas y los calcetines también mojados y los zapatos que hube de descalzarme un momento para escurrir el agua y el barro que en ellos se introdu­jeran.

La anotación final del relato y hecha en su día añadía que al pasar de regreso a casa por las aldeas y lugares de Vide, Sarandeses, Casasnovas y Santalla, Alberto iba saludando cordial y alegremente a cuanta persona nos topáramos, demostrando con ello "conocer a aquella gente paisana de toda la vida". Y en cambio, yo que también saludaba, procuraba disimular lo mejor posible lo embarra­do que iba, y ponía verdadera cara de bobo por más que lo disimulara y cuando nos alejábamos terminaba preguntando por "lo bajines" con la consabida muletilla de ¿Y quién es?...; porque bien cierto es que, a pesar de haber pasado en mi infancia larga temporada en el curato, desde hacía muchos, muchísimos años residía como trasterrado, fuera de la región.

Luego,... Yo escribí el borrador casi completo de la novela "La torre del odio". Y en cuartillas manuscritas tuve el tema mucho tiempo.

Tanto me entusiasmé con la idea, que llegué a dibujar no solamente las figuras de Donsueiro y de Froila, la doncella sinó también de lo que yo imaginé fue aquella fortaleza, el paisaje en que se enclavaba, etc.

Cada vez que iba a Galicia, mi hermano gemelo se interesaba por la novela, quería saber si la había terminado, si estaba ya dispuesta para su posible publicación... Habló de ello a varios amigos de La Coruña que cuando me veían me preguntaban indefectiblemente por ella, etc., etc.

En el entre tanto, Alberto me facilitó datos documentales de la existencia de una torre, de "nuestra torre" en lo alto del montículo, a la vera del remanso allí formado por el río.

Y Fernando, mi gemelo también comenzó a interesarse de veras en el tema y, muy poco antes de fallecer, me envió un trabajo suyo de pormenorizada investigación que, complementando lo facilitado por nuestro hermano mayor ha sacado a la luz un importante episodio de la historia de la comarca.

Ambos trabajos eruditos van a ser el epílogo de la novela que yo escribí después de imaginarla, desconociendo la verdadera historia. Y que en cierto modo no desmerecen la una de los otros.