3 de septiembre de 2009

El perímetro de la ciudad de Las Palmas

Como ya es bien sabido, alrededor del día 24 de junio del año 1478, el capitán castellano Juan Rejón, después de haber desembarcado con sus tropas por la bahía del Confital y concretamente por el Puerto del Arrecife, haber oído mañanera misa en las playas de Las Isletas, recorrer los arenales bordeando las dunas y, en fin, después de haber pernoctado en la ladera oriental de la montañeta de San Francisco, atravesó el cauce del riachuelo Guiniguada y, se dice que milagrosa o sabiamente aconsejado, levantó lo que fue campamento militar fijo, cerca de la costa, en un altozano recubierto de profusa vegetación entre la que descollaban tres airosas palmeras, por lo que a aquel blocao hecho de tapiales y maderos, recinto atrincherado, con un torreón de defensa y almacén de armas y víveres se le denominó El Real de las Tres Palmas. Que desde el final de la conquista de la Gran Canaria, el embrión urbano del caserío formado fue la Villa del Real de Las Palmas y, a partir del año 1515, la Muy Noble y Leal Ciudad de Las Palmas, como rezó en el escudo heráldico oportuno y en los documentos fehacientes de la época que se conservan. Después de aquel comienzo, con el primer reparto de tierras y aguas efectuado por Pedro de Vera al finalizar la conquista, el incipiente casco urbano se fue desarrollando pronto alrededor de una sencilla ermita levantada en honor de Santa Ana y que muy pronto pasó a denominarse de San Antón, bajo la advocación de San Antonio Abad, al iniciarse los cimientos de la futura Catedral de Santa Ana o iglesia del Sagrario a la vera de la plazuela de Los Alamos, que con el tiempo ha desaparecido a causa de diversas reformas y urbanizaciones de la zona. Y la futura ciudad empezó a conformarse a ambos lados del Guiniguada, primero en la loma de las palmeras y luego por la vega adyacente que se extendía hacia la montaña de Santo Domingo y que se conoció como La Vegueta de Hernán de Porras, en donde pasó a residir la nueva nobleza o aristocracia de los conquistadores, los mercaderes y la curia eclesiástica, tales como los Fontana, Vega, Lezcano, Cerpa, Padilla, Mujica, Peñalosa, Pello, Riberol, Sotomayor, Vachicao, Vera, etc. Y, salvando el cauce del anchuroso barranco, ya a principios del siglo XVI, el nuevo barrio de Triana, más modesto, ocupado al principio tan solo por los religiosos y servidores del monasterio de San Francisco y un grupo de labradores y marineros que, parece ser, eran de procedencia andaluza.

Según el primer plano que se conoce de la ciudad de Las Palmas, confeccionado por el ingeniero italiano Leonardo Torriani alrededor del año 1590, el perímetro urbano de entonces era, poco más o menos, delimitado por una línea imaginada que, arrancando en la zona de Triana desde la entonces salida al mar de la calle hoy conocida como de Constantino en la costa este, siguiera hacia el sur por lo que actualmente es la calle de Francisco Gourié y, cruzando la desembocadura del barranco girara levemente hacia el SE y llegara a un antiguo reducto de defensa localizado por donde hoy es la zona oriental del Mercado de Vegueta, siguiendo la actual calle del Alcalde Díaz Saavedra y entrando en la Avenida Marítima del Sur hasta llegar al final de la muralla este del Colegio de los Jesuitas, doblando allí hacia el oeste, hasta donde está la clínica de San Roque y luego, otra vez hacia el sur y suroeste hasta la calle de Diego A Montaude, a seguir en todo su recorrido, doblando al final en dirección norte hasta la confluencia de las calles de Hernán Pérez con la de Toledo y desde allí, por la parte trasera de la iglesia de Santo Domingo, hasta la confluencia de la calle actual de Sor Brígida Castelló con la de Sor Jesús, por la Portadilla de San José y, girando una vez más pasando por donde se alza el Hospital de San Martín y lo que es la calle Jordán salir al Guiniguada por el extremo oeste de El Toril con nuevo giro aquí hacia el este y, poco antes de llegar a la calle de Doramas, cruzar otra vez el cauce del barranco frente al Terrero, a la altura de la actual calle del Párroco Artiles, llegándose hasta la bajada de San Nicolás y descender hasta más abajo de San Justo para girar una vez más a mitad de la calle aproximadamente en la misma dirección que la calle del Doctor Déniz, bordear el campanario del antiguo convento de la iglesia de San Francisco y por los terrenos del actual Conservatorio llegar a la calle Maninidra, girar hacia la de General Bravo y seguirla hasta pasar San Bernardo y entrando en la de Pérez Galdós descender por lo que es actualmente la calle de Perdomo y con breve giro hacia el sur acabar enlazando con la calle Constantino en su extremo occidental. Perímetro que ciertamente muy poco se alteró en las centurias siguientes, hasta mediados del siglo pasado. En principio, tan solo dos murallas defendían a la incipiente ciudad. La de la parte norte, que, arrancando de un torreón con pequeña plataforma para la posible artillería, que bajaba desde la montaña de San Lázaro al oeste, hasta el mar, por lo que se conoció como el Charco de los Abades, con un trazado igual a la actual calle de Bravo Murillo, con una gran portada de acceso a la altura del comienzo hoy del Parque de San Telmo, rematada en un torreón que se denominó luego como de Santa Ana. Y la muralla del sur, levantada por orden del Gobernador Melgarejo alrededor del año 1530 y fue reconstruida en 1565 por el Capitán General Alonso de Avila y Guzmán, que arrancaba en lo que hoy se conoce como Placetilla de los Reyes, en Vegueta, conocido al principio el paraje como el Campo del Quemadero y también alguna vez como el de La Cruz de la Horca y que acababa en la marina pedregosa, aproximadamente a la altura del terreno en que se enclava el cementerio Municipal de Las Palmas, con las Portadillas de Los Reyes y de San José donde se iniciaban los tortuosos caminos de herradura que conducían al sur, posteriormente, aquella muralla se llegó hasta la Montaña de Santo Domingo al oeste. Y aquellas dos toscas murallas de apenas tres metros de altura y no mucho grosor fueron durante varios siglos las que en verdad marcaron a uno y otro lado los límites urbanizados de la ciudad. Además, desde finales del siglo XV, construido entre los años de 1492 y 1494 bajo el mandato del general gobernador Alonso Fajardo, a unos cinco kilómetros al norte de la ciudad existía un pequeño fuerte de planta cuadrada con plataforma para la artillería y cerca del cual había unas cuantas casas conocidas como las del Corral de Henriquez. Allá por el año de 1599, la ciudad de Las Palmas estaba conformada por unas 53 calles, callejas, callejones, plazas y plazuelas, de las cuales más de un 10 por ciento, aunque identificadas, han ido desapareciendo por mor de diversas ampliaciones y reformas urbanísticas.



















.- LOS PUENTES SOBRE EL GUINIGUADA

En el extremo más occidental de la naciente ciudad del Real de Las Palmas, la abundante corriente de agua del que al menos hasta el siglo XVII se llamó Río Guiniguada, se dividía en dos acequias destinadas a suministrar el preciado líquido por toda la vecindad, siendo el remanente de tal servicio aprovechado para el riego de las numerosas huertas dedicadas al cultivo de verduras y frutales.

Ya a finales del siglo XV y junto a la orilla izquierda del río-barranco, el Gobernador Valenzuela mandó levantar una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora la Virgen de Los remedios, allá sobre el año de 1515. De aquella ermita partía una escalera de piedra que conducía al cauce siempre cenagoso cuando no caudaloso del guiniguada y sirvió en principio para el cruce del mismo saltando de piedra en piedra hasta que fue construido un rudimentario puente de madera, piedras, barro y cantería, de un solo ojo, que aguantó los aluviones que en determinados años y en épocas otoñales o invernales hacían rugir en furiosas turbulencias al torrente arrastrando con cuanto se topaba a su paso.

En el año 1599, una de aquellas repentinas crecidas se llevó entre remolinos al puente hasta la cercana costa. Pero, al poco tiempo el gobernador Martín de Benavides ordenó construir otro más sólido, también de un único ojo y enclavado un poco más arriba de donde había estado el anterior, con más fábrica de cantería azul unida con argamasa y sobre cuya obra de ingeniería dispuso que se colocasen las estatuas de Santa Ana y san Pedro Mártir, patronos de la ciudad, además de una cartela con una leyenda alusiva a su generosa disposición; leyenda o soneto laudatorio que le acarreó unos cuantos sinsabores y que hubo de ordenar se retirase. El eximio historiador Rumeu de Armas, apuntó que según sus indagaciones documentales, a principios del siglo XVII la comunicación entre los barrios de Vegueta y de Triana se hacía por medio de dos puentes, el de cantería de nueva fábrica y otro mas rudimentario, de madera, tipo pasarela, ubicado más a la orilla de la mar. El acceso desde Vegueta hacia Triana era desde la calle de la Herrería y la plazuela de la Cruz Verde por el sendero amurallado que lindaba con el barranco y se entraba en Triana junto al convento de Santa Clara por la calle del Perro, poco más o menos por donde ahora está la calle Muro y en comunicación casi inmediata con la calle de Los Remedios. Y arriesgándose a cruzar sobre las aguas por el bamboleante puente de madera, se salía de la Plaza del Mercado o calle de Las Carnicerías y se desembocaba en las gradas que conducían a la iglesia y ventas de Los remedios, frente a lo que fue luego la bajada de San Pedro.

En el año de 1615, que según algunos cronistas fue el de 1517, una gran avenida del Guiniguada se llevó una vez más a los puentes, partes de las murallas de contención a ambos lados del cauce así como casi toda la zona de La Recova por un lado y las ventas de Los remedios por el otro, como dejó dicho el padre José de Sosa. Después, parece ser que durante mucho tiempo, solo existió una especie de rudimentaria e improvisada pasarela de madera para salvar el Guiniguada, porque no hay noticias de que se volviese a construir ninguno estable de cantería o sillería hasta el año de 1673 en que dispuso la construcción de uno más el corregidor Juan Coello de Portugal, en el mismo o cercano sitio del desaparecido medio siglo atrás y que, a su vez, durante largos años fue el único que allí hubo.

A finales del siglo XVIII, dice Domingo J. Navarro en su "Recuerdos...", que, "Los barrios de Vegueta y Triana se comunicaban por un puente viejo de madera carcomida que amenazaba ruina", por lo que se supone que ya había sido arrasado o arruinado el anterior puente. Y, a continuación informa que gracias al ingenio de un activo canario, Agustín José Betencourt y al mecenazgo del virtuoso obispo grancanario Manuel Verdugo,ya a principios del siglo XIX,..."no solo se hizo el sólido puente de cantería que poseemos sino toda la fuerte muralla del norte del Guiniguada, terraplenando lo que antes era cauce del barranco y hoy Plazuela, la apertura, arreglo y formación de la calle que desemboca en la Plaza de Santa Ana y la colocación de las cuatro estatuas que decoran el puente". La calle a que se hace mención, conocida entonces como la Calle Nueva, es la actual rotulada como del obispo Codina.

Auspiciado por el alcalde constitucional Antonio López Botas, en el último cuarto del siglo XIX se construyó entre la plaza del mercado y el arranque de la calle Mayor de Triana el puente de madera, Puente de Palo o palastro que acabó siendo el refugio de los últimos bohemios de la ciudad. Ya adentrados en el siglo XX, el puente de Verdugo de tres ojos y cantería azul fue en el año 1927 reemplazado por el de uno solo, de hierro y cemento armado que ha subsistido hasta el año de 1971 en que, ante la curiosidad ciudadana pero sin pena ni gloria cayó vencido por taladradoras y martillos pilones eléctricos, hidráulicos y automáticos. Poco después, con violentos estertores desapareció también el puente de madera bautizado oficialmente como de López Botas, último rincón conservador del sabor romántico decimonónico de la ciudad. Y con ellos se esfumó, se sepultó el barranco Guiniguada, el más simbólico y tradicional paraje urbano canariense.

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