3 de abril de 2011

BEN FARROUCKH Y LOS MAGHRUINOS.

Cuando el poderío musulmán se extendió tumultuoso por mas del medio mundo conocido entonces se tambalearon anteriores civilizaciones y los árabes absorbieron culturas arcaicas, inyectándolas con sus innovaciones religiosas, militares y culturales.

Ellos conocieron las Canarias, tanto a través de escritos legados por Grecia y Roma como merced a la proximidad real de sus costas. Y con frecuencia se ocuparon de las islas.

I n v a d i d a y conquistada la Península Ibérica, los musulmanes mantenían una fuerte escuadra armada capaz de defender sus dilatadas costas atlánticas y mediterráneas de saqueos de piratas, algaradas de cristianos y sorpresas piráticas de normandos.

Aquella escuadra también servía para estrechar los vínculos de raza, religión y costumbres entre los árabes españoles y los de África.

Febrero del año 999. El capitán árabe Ben Farrouckh se hallaba en el estuario de Lisboa vigilando con su potente navío los movimientos de los audaces piratas normandos y hasta él hubieron de llegar reiteradas noticias acerca de la existencia de unas islas llamadas Afortunadas, hacia las costas líbicas, por donde se levantaba el monte Atlas.

Deseando conocerlas y aprovechando un viento que sopló favorable, hizo rumbo en su dirección y a los pocos días descubrió la isla de Canaria, en cuya rada de Gando echó el ancla; afirmando los cronistas que citan y comentan el episodio, ser la dicha fecha cuando recibió este paraje canario su nombre actual que significó “roca” o “montaña rocosa”.

Al frente de ciento treinta hombres atravesó Ben Farrouckh la isla de Sureste a Noroeste, venciendo para ello los obstáculos casi insuperables que ofrecían el continuo,y enmarañado bosque desarrollado desde las mismas orillas del mar hasta las más elevadas cumbres por lo que los expedicionarios la definieron como la de las selvas tenebrosas.

Parece que los indígenas, cuyo número no era muy crecido sin duda entonces, si nos atenemos al estado inculto del país, se hallaban ya un tanto familiarizados con la presencia de extranjeros, porque los árabes españoles y africanos solían frecuentar sus costas y dejar olvidados en ellas a alguno de sus tripulantes. Esta circunstancia favoreció al atrevido capitán que pudo llegar, sin otra oposición que la ofrecida por la Naturaleza, hasta las llanuras de Gáldar, en donde residía ya entonces el rey de la isla con sus consejeros; y a quien allí, por medio de intérpretes, le manifestó que, enviado por un poderoso monarca a aquellas remotas playas arrastrando grandes peligros venía para solicitar su amistad y alianza, pues deseaba que se entablasen desde aquel día benévolas relaciones entre ambos soberanos.

Guanariga, que este era el nombre del jefe isleño según dice la crónica, oyó con orgullosa satisfacción tan inesperada solicitud y llevando a los audaces árabes a su propio palacio adornado con flores y hojas de palma les obsequió con una abundante comida compuesta de leche, frutas, carnes y harina de cebada que eran los productos naturales fundamentales de su parca cocina aborigen.

Desde Canaria dirigió Ben Farrouckh su rumbo hacia el Poniente y reconoció cuatro islas más que designó con los nombres de Ningaria, Aprósitus, Junonia y Hero, de las cuales la primera tocaba a las nubes, la segunda era pequeña y se levantaba muy cerca de la anterior, estando las dos restantes más distantes, siendo Hero la más occidental.

Retrocediendo luego el capitán árabe hacia el Naciente encontró las islas Capraria y Pliutana que se alzaban ya frente a las costas de La Mauritania y, con todo lo cual, dio por terminada la curiosa exploración, regresando a la Península Ibérica en el mes de mayo del mismo año del marítimo periplo.

De las observaciones que el caudillo árabe recogió durante tan audaz viaje, resulta comprobado que en las islas de Canaria y de Capraria vegetaban algunas tribus de aborígenes regidas por jefes determinados, siendo en la de Capraria independientes y varios que se hacían entre si crudas guerras o peleas; que en Ningaria existían quince distritos aunque todos subordinados a un solo jefe, como en Canaria, que ejercía sobre ellos un poder absoluto. Y que las islas en donde se presentaban mejores vestigios de cultura eran Canaria y Tenerife, lo cual se revelaba tanto en la afabilidad de sus moradores como en sus instituciones civiles y religiosas.

Estuvieron facilitando algunas noticias más los escritores árabes, haciendo expresa mención de las islas a las que denominaban Al-Kaledat, o sea, Eternas. Y fue el célebre escritor Edrisi el que relató más cumplidamente algunos seudo episodios cuales aquel que narró la expedición salida de Lisboa por tales épocas todavía remotas, con el objeto de desentrañar algo más los misterios que para ellos ocultaba el Océano.

El célebre escritor Edrisi habló extensamente acerca de las islas; él fue quien primeramente relató una expedición salida al efecto de Lisboa por aquellas épocas remotas con objeto de penetrar los misterios que ocultaba el océano.

Se refirió a ella de la siguiente forma:

Salieron los Maghruinos de Lisboa, deseosos de averiguar los arcanos del Atlántico y sus límites. Reuniéronse previamente en número de ocho, todos primos hermanos. Y después de haber construido un buque al efecto, se embarcaron llevando agua y víveres en abundancia para prolongar

su navegación muchos meses, dándose a la vela al primer soplo del viento del Norte. De este modo navegaron once días, poco más o menos, hasta llegar a una parte del océano cuyas aguas espesas exhalaban un olor fétido, ocultando numerosos arrecifes casi a flor de agua. Temiendo naufragar, cambiaron el rumbo y se dirigieron al Sur durante doce días, abordando por fin a l a i s la de los Carneros, así llamada por los abundantes rebaños que allí pastaban sin que nadie los guardase. Al desembarcar en esta isla encontraron un manantial de agua cristalina e higueras salvajes. Cogieron y mataron algunos carneros cuya carne era tan amarga que les fue imposible comerla, de modo que solo aprovecharon las pieles, Seguidamente navegaron varios días más, descubriendo al fin una isla que parecía habitada y en cultivo, a la que se aproximaron para averiguar lo que hubiese de curioso en ella, pero de pronto se vieron rodeados de lanchas, quedando todos prisioneros y siendo conducidos a una población que se levantaba a orillas del mar. Lleváronlos para mayor seguridad a una casa en donde había hombres de gran estatura, de color rojo y caldeado y cabello lacio y mujeres de extraordinaria belleza. En aquella casa estuvieron t re s días y llegando al cuarto se les acercó un hombre que hablaba l a lengua árabe.

-Salud, extranjeros . ¿Quien sois vosotros ?. . .

Los Maghruinos contemplaron admirados a aquél que los interpelaba

-¿ Cómo? . . . ¿Hablas nuestra lengua? . . . ¿ Eres acaso nuestro hermano y estás también prisionero?. . .

-Soy natural de este país, pero conozco vuestro 1enguaje pues otros extranjeros han estado aquí antes. Pero, contesta ami pregunta.

-Somos árabes de Lisboa. Todos descendientes del Gran Salem Al-Medick .

-¿Y a que habéis venido a esta tierra? . . .

-Salimos de nuestra patria con deseo de conocer parte del mundo desconocido.. . Y los vientos nos

trajeron hasta aquí.

-Bien. Pues ahora, nuestro señor el guanarteme quiere conoceros y hablaros; pero nada temáis de él, que es noble y generoso.

Dos días después eran l os extranjeros presentados al rey del país, quien los trató al principio benévolamente.

-¿Conque, sois árabes de lejanas tierras? . . . Pregúntales, Guaniter, que fines persiguen.

Uno de los Maghruinos, al ser traducida la pregunta, contestó:

-Ya lo dijimos el otro día, ! oh, intérprete! . . . Nos hemos lanzado al mar con el deseo de averiguar lo que en él de raro y curioso pueda haber, así como para intentar conocer sus límites.

Cuando el guanarteme escuchó la traducción de la respuesta del árabe, soltó a reír . Luego habló al intérprete:

-Dile a esa gente que mi padre envió en otro tiempo a algunos de sus esclavos a reconocer el océano y en habiendo embarcado y navegado durante un mes, les faltó la luz de los cielos, viéndose obligados a renunciar en su inútil tentativa. Diles también que aquí serán tratados con cariño, porque deseo que formen una buena opinión de mi carácter y del de los nuestros.

Y así fue hecho, en parte. Volvieron los árabes a su prisión y allí permanecieron hasta que, soplando vientos del Oeste, se les vendó los ojos, los colocaron en una lancha y les obligaron a bogar durante largas horas.

Continuando de este modo tres días y tres noches llegaron a una tierra en donde fueron desembarcados con las manos ligadas a la espalda y se les abandonó en el más triste y lastimoso de los estados, en la orilla. Así permanecieron hasta el amanecer, atormentados con las ataduras que les atenazaban los brazos.

Y entonces, oyendo cerca risas y voces de hombres, comenzaron a gritar:

-!Auxilio! . . . !Socorro! . . .

-!Aquí, aquí!. . .

- !Ayuda, por Alá! . . .

Las voces de los viandantes se aproximaron.

-Pero, ¿qué es esto?. . . ¿Cómo aparecen así estos hombres?. . . Ayudémoslos, desatándolos primeramente.

Los habitantes de aquellas tierras, viendo a los extranjeros en tan miserable estado, les prestaron la ayuda que necesitaban, haciéndoles así mismo diferentes preguntas; a las que contestaron ellos con la relación de su viaje y sus desventuras.

Aquéllos que tan caritativamente socorrieron a los Maghruinos eran bereberes y uno de ellos les dijo al fin:

-¿ Sabéis vosotros a que distancia os encontráis de vuestra patria? . . . Entre este lugar en que nos hallamos y el vuestro hay dos meses de camino.

- ! Oh , Alá! . . . ! Wasafi !. . . ! Wasafi !. . . ! Wasafi !. . .. .

El repetido lamento quería decir: !Ay de mí! . -Y desde entonces se conoce el lugar en que dejaran a aquellos árabes los canarios, con el nombre de Asafi o Safi. Este puerto está situado al extremo de Occidente en la costa africana.

Tal fue el episodio de la llegada de los Maghruinos de Lisboa al archipiélago canario. Varios autores lo citan, aunque hay investigadores en la actualidad que dudan mucho de esta visita hipotética y prescinden de relato tan pintoresco que de las islas y su guanarteme y habitantes se hace, así como de las lanchas y barcas, que todavía no se ha logrado probar usasen ni conociesen los isleños.

Por último, aún debemos de añadir que tanto en la narración de la expedición de Ben Farrouckh como en la del accidentado viaje de los árabes lisboetas se trasluce el sabor de escritos latinos copiados libremente.

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