28 de septiembre de 2010

La "cuarta" ermita de Santa Catalina en Las Palmas de G.C

(fragmento de la obra "SANTA CATALINA EN CANARIAS", obra inédita de Carlos Platero Fernández



En los planos que de Las Palmas se estuvieron confeccionando a lo largo de los siglos XVIII y XIX, cuales el de José Ruiz de 1773, a los dilatados terrenos que se extendían al norte, más allá de las murallas de la ciudad se los estuvo denominado, además de Vega o Huertas de Santa Catalina, también de forma genérica como de Los Arenales

Y en algún lugar entre las huertas, solitaria aparecía señalada con una crucecita la ermita de Santa Catalina, bastante alejada del castillo de su nombre aunque relativamente próxima a unas fuentes, manantiales o pozos de aguas medicinales que también se conocieron como de Santa Catalina, que llegaron a gozar de fama y originaron un balneario muy concurrido en su tiempo, sobre todo por los ingleses que ya estaban acudiendo a las islas en demanda de salud y que supieron pronto apreciar la categoría excepcional de sus aguas termales, localizadas al sureste de las vega y playa de Las Alcaravaneras.

Aquella cuarta ermita ya conocida en el pleno siglo XIX y de la que hoy en día sabemos como era entonces gracias a una magnífica fotografía tomada alrededor del año 1890, fue de la misma traza sencilla que las otras muchas extendidas por la geografía de las islas, localizadas en pleno campo, alejadas de poblados y por lo general anexadas con otra reducida edificación que era la residencia habitual del santero y ejercía de almacén para los donativos en especie que los campesinos llevaban a ella en la festividad patronal respectiva para pagar promesas hechas en momentos de tribulación o desgracia. La ermita, según las referencias que existen, estaba en medio de fincas de labranza y era punto de encrucijada obligada de senderos y caminos vecinales del contorno.

¿Cuando y por qué fue trasladada, "trasplantada" la cuarta y última ermita desde su anterior y mal que bien identificada localización al poniente del tiempo ha ya desaparecido castillo o bastión fortificado por sus inmediaciones en su día construido?...

El específico tema de la ermita de Santa Catalina en concreto y de las ermitas canarias en general, salvo algún meritorio intento, no ha sido tratado aquí en profundidad, sobre todo en estos últimos cien años que, por otra parte han sido pródigos en distintas investigaciones de canariólogos y canariófilos, que de ambas especialidades ha habido.

Si de las ermitas canarias, de alguna de ellas o de un determinado grupo en particular algo ha aparecido en libros, en revistas o en la prensa local y acaso señalado en algunos planos y mapas de las islas, no es desde luego de la sencilla, humilde y aparentemente olvidada de Santa catalina en Las Palmas de Gran Canaria.

Lo que, muy posible ha sido causa de que, sin pararse mientes en la incongruencia que se comete o por real falta absoluta de bibliografía, los autores canarios que han citado de pasada a la ermita destruida por los corsarios holandeses en el siglo XVI la confunden con la actual, como si esta hubiese sido reedificada en el mismo lugar que las anteriores. Dato que resulta erróneo a todas luces y, máxime si se tomó como referencia la vecindad de lo que fueron la Punta de La Matanza y el Castillo que por allí se alzó, que distan más de un kilómetro de la actual.

En los "Anales" manuscritos e inéditos que yo sepa de Agustín Millares Torres, en una concisa anotación correspondiente a los del año de 1723, más bien a sus meses finales, llamada al margen con la palabra "ermita", se lee: "Continúa la construcción de la Ermita de Santa Catalina en los Arenales de Las Palmas por haber invadido las arenas la que antes estaba frente al castillo de su nombre, fabricada en 1613 sobre las ruinas de otra más antigua".

Por tales fechas era obispo de Canarias, con residencia casi fija en el convento de los franciscanos de Santa Cruz de Tenerife, Lucas Conejero de Molina, que lo fue desde el año 1714 al de 1724 y, sin duda, hubo de ordenar o autorizar la nueva construcción.

Bien es verdad que, según se ha podido comprobar en más de una ocasión las anotaciones de los "Anales" de Millares Torres, a veces no han resultado muy dignas de crédito. Y, además, si bien se mira, la datación de la información encontrada contrasta un tanto con lo que en el año de 1775 escribía el ya citado cronista Romero y Ceballos en el texto más arriba transcripto.

Pero, abundando en el tema, cabe también el suponer que lo que quiso decir en realidad aquel minucioso cronista local fue que vio a la otra ermita, la tercera, ya medio sepultada por las arenas e inservible para el culto. Que es lo que parece indicar, acaso más certero el doctor Chil y Naranjo al informar sobre el lugar, como también hemos visto ya.

El asimismo mencionado Domingo J. Navarro dijera a su vez del terreno en que se alzó la primitiva ermita de Santa Catalina pero sin mencionarla explícitamente y al informar al viajero que en su tiempo, principios del siglo XIX se atreviese a recorrer el trayecto de Las Palmas al Puerto o viceversa: "Vas a atravesar una legua de desierto de arena que tiene como el africano sus movibles montañas, sus llanuras y sus depresiones; a veces también su calor infernal y hasta su símil de su horrible simoun si soplan fuertes vientos del sur, sin camino ni vereda" ...

En la ermita de nuevo enclave, como asimismo informó Millares Torres, predicó, entre otros aquel benemérito sacerdote grancanario nativo de Agüimes llamado Antonio Vicente González, párroco de la iglesia de Santo Domingo en Las Palmas y fallecido en plena juventud cuando lo de la mortal epidemia del cólera morbo que asoló a la isla de Gran Canaria en el año 1851.

Habiendo estado al cargo de este benemérito sacerdote el atender en tan calamitosos tiempos a los cultos católicos debidos en las ermitas de Los Reyes, San Juan y San Antonio Abad, procuró con gran celo apostólico y humanitarismo cristiano el solemnizar en ellas las festividades de costumbre. Y, después de haber colaborado siempre entusiasta en las misiones isleñas del famoso Padre Claret, fue nombrado por la Junta de Doctrina Cristiana del Obispado para explicar dicha materia en la iglesia de San Ildefonso y en la ermita de Santa Catalina de Los Arenales, en la de San José y en su propia parroquia de Santo Domingo, lo que estuvo realizando infatigable, pasando raudo de uno a otros templos en todos los días que comprendieron a La Cuaresma correspondiente al año 1849. Y aún, en la ermita de San Cristóbal reedificada por aquel entonces más allá del humilde barrio sureño de Las Tenerías en la que supo estimular a las prácticas religiosas a los hijos del popular barrio marinero que también se conocía como de Los Barquitos, estableciendo premios que él mismo aportaba.

Aquel animoso y activo sacerdote debió de ser de los últimos en practicar y fomentar el culto religioso en la ermita de Santa Catalina. Cultos que a partir de entonces y durante bastantes años se estuvieron celebrando en Las Palmas y de manera más o menos habitual en iglesias y ermitas como por ejemplo en la Catedral, San Antonio Abad, Santo Domingo, San Agustín, el Seminario Viejo, San José, San Roque, San Cristóbal, Espíritu Santo, Los Reyes, San Juan, San Martín, San Ildefonso, San Francisco, San Justo, San Nicolás, San Bernardo y San Telmo y luego en la ermita de Nuestra Señora de La Luz que se convertiría en iglesia parroquial a principios del siglo XX.

Como una confirmación más del nuevo emplazamiento de la ermita de Santa Catalina, en el "Diccionario Administrativo" de Olive, publicado en el año 1865, se especificaba: "Santa Catalina.- Ermita situada en el t.j. de Las Palmas, p.j. de idem, isla de Gran Canaria y dista de la c. del d.m. 2 km., 468 m.,". Lo que sitúa perfectamente a esta cuarta u "otra" ermita que es la que hoy se conoce.

En fin, ermitas desaparecidas, ermita actual de Santa Catalina, en principio solitaria entre huertas y eriales aunque, paulatinamente y, sobre todo, a raíz de ser abandonada del culto a mediados del siglo XIX, fue creciendo a su alrededor un conglomerado de fincas rústicas y algunas viviendas de labranza que ya más tarde se sustituyeron en hermosas mansiones para parte de la colonia extranjera, hasta tal punto que el núcleo urbano por allí surgido acabó conformándose en lo que hoy en día se conoce como la Ciudad Jardín palmense.

Por el año de 1957 se terminó de restaurar la ermita al encontrarse comprendida en el complejo arquitectónico del Pueblo Canario concebido por el pintor y proyectista Néstor de la Torre a la vera del Hotel Santa Catalina también reformado pero cuya inauguración arranca del año 1890 en que fuera construido en terrenos de los denominados Jardines Swanton.

En la actualidad con sus hermosos murales decorativos obra del pintor grancanario Jesús Arencibia ocultos tras unos paneles esta cuarta ermita de Santa Catalina de Alejandría subsiste dedicada a otros menesteres ajenos por completo a su objetivo inicial.

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