9 de abril de 2009

¡¡Ustéd es sacerdote!!

En Las Palmas de Gran Canaria, bajaba yo por la calle de Domingo J. Navarro hacia la Mayor de Triana. Caminaba en solitario, un tanto distraído, cuando observé delante de mí a una señora muy peripuesta, ya mayor, ciega o casi ciega que tanteaba al frente suyo con el reconocible e imprescindible bastoncito blanco. Como me pareció que pretendía atravesar la calle para acceder a la acera de enfrente, me apresuré a tomarla con delicadeza de un brazo y al tanto que oteé en rápida mirada si venía de la parte de arriba algún vehículo por esta por demás tranquila calle de una sola dirección rodada. En tanto que dimos los correspondientes cortos pasos ella me dijo que prefería caminar por aquella otra acera que la parecía más segura al estar flanqueada a su izquierda por los coches aparcados en zona azul.
Cuando se disponía la buena señora a reanudar la marcha, se volvió a mí con ese gesto un tanto ausente característico de los invidentes y, en lugar de darme las gracias como supuse que iba a hacer, me espetó en muy femenina curiosidad, aseverando más que interrogando:
- Usted es sacerdote, ¿verdad?...
¡ Vaya por Dios ! Caramba con la cieguita.
- ¡No, señora, no! - hube de protestar sonriendo.
Y ella, muy amable, recogió velas.
- Ay, perdone. Yo lo he supuesto, por su amabilidad y,... porque se me pareció su voz a la del superior de los franciscanos de ahí, de la calle Perdomo.
- Señora... Para ayudar al prójimo a cruzar la calle no es necesario ser cura católico, digo yo. Estoy casado y tengo dos hijos.
Y me alejé, riendo para mí mismo de la disculpable confusión de aquella buena señora invidente.
Carlos Platero Fernández

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