28 de octubre de 2010

La casa de los coroneles en La Oliva,Fuerteventura

por Carlos Platero Fernandez

(publicado en el periódico “Canarias7” el domingo, 24 de marzo de 1991)



Una buena parte de la agitada historia de Fuerteventura es la comprendida entre los siglos XVII, XVIII y XIX, un período de casi doscientos años de dominio total, absoluto ejercido sobre el resto de la población majorera por unas pocas familias que en sucesivas alianzas de una clara endogamia impusieron y mantuvieron por largo tiempo su poder.

Fueron unos clanes familiares de verdaderos señores o administradores de la isla, dueños de vidas y haciendas en un feudalismo anacrónico o, si se quiere, en una forma de caciquismo absolutista como el que en parecidas épocas, más o menos acentuado imperaba en el resto de España, como característica política y social más destacada en el entonces todavía imperante antiguo régimen.

Para conocer con el máximo de detalle y rigor crítico histórico este retazo tan importante en la historia de la isla, preciso se hace el recurrir, al menos, a los estudios genealógicos del decimonónico genealogista lanzaroteño Francisco Fernández de Bethencourt, “Nobiliario de Canarias”, ampliado y puesto al día por una Junta de Especialistas, tomo II, “Casas de Cabrera y Manrique de Lara”, La Laguna, 1954; a las investigaciones del historiador actual Agustín Millares Cantero en su articulo “Sobre la gran propiedad en las Canarias Orientales” ( para una tipificación de la terratenencia contemporánea) , en el tomo V de la “Historia General de Canarias”, de Agustín Millares Torres, Las Palmas, 1977; y a los escritos del erudito profesor Vicente Martínez Encinar reunidos bajo el título de “La endogamia en Fuerteventura”, Las Palmas 1980, entre otros autores, no muchos, que se han ocupado del tema. Y un resumen de lo que estos investigadores dejaron escrito y divulgado es, poco más o menos lo que aquí he resumido para componer el presente trabajo.

A partir de la conquista bethencouriana, en 1405 la isla de Fuerteventura pasó a ser posesión o señorío, primero del propio normando Juan de Bethencourt, que acabó compartiendo con su sobrino Maciot como administrador, después de algunos avatares de oscuras ventas y herencias, de Diego García de Herrera y más adelante, por medio de diversos enlaces matrimoniales, dela poderosa familia Arias Saavedra , siendo en principio la residencia habitual y casa solariega del linaje en la villa de Betancuria. Cabecera administrativa, política y militar, que luego se trasladó a La Antigua y que, además, radicó mucho tiempo en La Oliva ya bajo la impuesta tutela de la dictatorial Casa de los Coroneles hasta su traslado definitivo a la costa oriental, en la naciente y pronto pujante población denominada de siempre como Puerto de Cabras, topónimo que en el año1957 se sustituyó por el más eufónico y actual de Puerto del Rosario.

Pues bien, desde el año de 1675, que fue la fecha en que abandonó de forma definitiva la isla su Señor por derecho hereditario, el caballero Fernando Matías Arias y Saavedra, quien desde entonces y al igual que su descendencia pasó a residir en la isla de Tenerife, el señorío efectivo de Fuerteventura recayó en manos de las poderosas familias isleñas siguientes: Desde el indicado año de 1675 hasta el de 1698 lo ostentó la familia Trujillo-Ruiz y desde entonces y hasta el año de 1708 la familia Sánchez-Dumpierrez cuyos miembros, tanto de la una como de la otra, en ausencia del señor territorial que era además el juez supremo militar de la isla con el título de Capitán a Guerra, le sustituiría en función de Sargento Mayor, que era así el jefe también supremo militar, contando al mismo tiempo con poderes políticos en toda ella.

El señorío de Fuerteventura como tantos otros en aquella situación jurídico-militar del Antiguo Régimen, fue abolido de derecho por el Decreto de 6 de agosto del año 1811, firmado por los componentes de las Cortes de Cádiz y se extinguió de hecho en el año 1836 aunque, doña Elena Sebastiana Benítez de Lugo Arias de Saavedra y Urtusáustegui, esposa del marqués de La Florida siguió ostentando el título de señora jurisdiccional de Fuerteventura hasta su muerte acaecida en el año 1887.

En el año de 1708 se creó el Regimiento de Milicias de Fuerteventura y con ello el cargo de Coronel, que así se constituyó en la máxima autoridad isleña dependiente tan solo del Capitán General de Canarias vigente.

Desde entonces estuvieron ejerciendo tan dicho importante cargo, además de los miembros de la familia indicada de los Sánchez-Umpierrez, que lo hicieron hasta el año 1742; a partir de entonces y hasta el año 1833 fueron los de la familia Cabrera Bethencourt y desde tal fecha hasta 1870 la familia Manrique de Lara-Cabrera.

Es decir, que en un período de tiempo que abarca exactamente ciento noventa y cinco años, estas indicadas cuatro familias majoreras notables ostentaron el poder más absoluto, como verdaderos señores de la isla, ocupando no solo los primeros puestos militares como capitanes y gobernadores de Lanzarote, regidores, etc. y de poder político, sino también de gran influencia en lo político-religioso en la Inquisición, con alguaciles del Santo Oficio, en lo meramente administrativo y religioso puesto que algunos de los vicarios de Fuerteventura eran miembros colaterales de tan importantes familias.

Fue el primer coronel, a partir de 1708 don Pedro Sánchez Umpierrez, que estuvo casado con su sobrina nieta doña María Trujillo Umpierrez; el segundo, desde 1734 don José Sánchez Umpierrez casado con doña Josefa de Cabrera Matheo; el tercero, desde 1745 don Melchor de Cabrera Bethencourt Umpierrez, casado con doña Ana de Cabrera Bethencourt; el cuarto don Gines de Cabrera Bethencourt desde el año 1764, casado con doña Sebastiana Sánchez Dumpierrez; el quinto, a partir de 1766 don Agustín de Cabrera Bethencourt Dumpierrez casado con su prima doña Magdalena de Cabrera y Cabrera; el sexto, desde el año1829, don Francisco de Asís Lorenzo Manrique de Lara y del Castillo Olivares casado con doña Sebastiana de Cabrera Bethencourt Dumpierrez, gentil dama conocida en su tiempo como “la madre de los pobres”; y el séptimo y último, desde el año 1834, don Cristóbal María de los Dolores Manrique de Lara y Cabrera, casado con su sobrina carnal doña María de las Nieves Agustina del Castillo Manrique de Lara. El día 5 de septiembre del año 1870 falleció en su casa solariega de La Oliva el citado don Cristóbal extinguiéndose por tal motivo el Coronelato ya obsoleto de Fuerteventura.

Valga el añadir aquí como una especie de epitafio a esta estirpe poderosa majorera lo que en el pasado siglo XIX, con referencia precisamente al ultimo de los coroneles de la isla dejó dicho la musa popular en letrilla o pareado de alguna conocida canción local:

“Después del Señor y de la Virgen Pura,

usía es el Dios de Fuerteventura”

En cuanto a la denominada “Casa de los Coroneles” de Fuerteventura no mucho puede facilitarse aquí como noticia historiada puesto que apenas existe bibliografía al respecto que la detalle o, cuanto menos, la cite. Salvo la que se pueda obtener últimamente de antiguas cartelas, de los pies o notas adjuntas a su reproducción gráfica de estos últimos años, cuando su ruina es notoria. Y hoy en día, cuando este texto se está componiendo sigue siendo sin duda uno de los monumentos históricos más importantes de la isla, englobado acaso con las torres de vigilancia varias veces centenarias de El Tostón en El Cotillo y la de Caleta de Fustes, además, claro está de las venerables ruinas del convento franciscano de Betancuria y su adyacente iglesia parroquial. y alguna que otra antigua ermita.

Se dice de la señera Casa de los Coroneles que data del siglo XVIII, de construcción sólida y robusta cual si de una verdadera fortaleza roqueña se tratara, con mezclas arquitectónicas de influencias mudéjar, barroco y colonialista, además de ofrecer un cierto aire de pazo gallego solariego y fortificado dieciochesco, con su conjunto de la edificación principal flanqueado por una especie de torres almenadas y de la que se dice también que tiene, entre huecos de puertas y ventanas y balcones en cantidad de exactamente trescientos sesenta y cinco, tantos como días tiene un año.

Hoy en día ya han desaparecido los techos artesonados de influencia mudéjar de sus numerosas y espaciosas estancias, las pinturas y murales que adornaron y recubrieron algunas paredes, la totalidad del antiguo mobiliario y menaje doméstico allí reunido y concentrado al paso de los años y de los siglos; y aún mucha de la madera de pisos, puertas y ventanas, las nobles, talladas y torneadas de contraventanas y balcones y hasta las tejas rojizas de los tejados.

En el frontis de la principal entrada de acceso a la imponente casa, aquella que, según se cuenta solo era abierta para que bajo su dintel pasase en sus salidas o entradas el coronel en activo y en el que todavía campea, apenas reconocible por el gran deterioro sufrido por la constante fricción del viento y la arena, el escudo de armas del linaje, labra heráldica que, según ya dejó dicho el preclaro genealogista y heraldista Fernández de Bethencourt, es la de los Cabrera isleños: “...De plata dos cabras pasantes de sable cargadas de tres bandas de oro puestas 1 y 1. Así se ostentan al público sobre la puerta principal de la casa solariega de los coroneles de Fuerteventura en La Oliva de aquella isla y esculpidas en mármol en el panteón y enterramiento de esta familia en la iglesia parroquial del mismo pueblo”.

Como apostilla final aquí vaya mi particular comentario de que yo estuve por primera vez en Fuerteventura allá por la década de los años 50 y que, debido a cierta oportuna casualidad visité La Oliva y me llamó marcadamente la atención la entonces aislada, solitaria Casa de los Coroneles, pintarrajeada entonces de rojo y gualda y de cuya fugaz visita conservo una ya rancia fotografía, precisamente de la puerta principal y en la que ya apenas si se aprecia, por lo corroído y desgastado de la piedra cimera la labra heráldica linajuda que allí hubo y cuyos vestigios, al examinar con lupa la fotografía, me hacen dudar un poco de que fuesen exactamente las armas allí esculpidas en el pasado, las descriptas `por el genealogista acabadas de transcribir. Pero es tan solo una duda, sin certeza de lo contrario.

Opino, no obstante, que si se quiere reconstruir adecuadamente este histórico monumento isleño deberán de ser las indicadas armas de los Cabrera las que en este frontis se vuelvan a colocar. O, en todo caso, las de los Manrique de Lara y Cabrera del Castillo y Bethencourt que pintó el séptimo y último de los coroneles de Fuerteventura.

(Cabe el añadir aquí que, actualmente, este importante monumento histórico majorero ha sido convenientemente restaurado)

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