15 de enero de 2011

San Borondón y la ballena

(una Leyenda Canaria)



Un San Avito, a principios del siglo 11 de nuestra Era, hallándose en peregrinación por varias ciudades de la Bética, llegó a orillas del Atlántico y sabiendo que una nave se disponía a levar anclas con rumbo a las costas mauritanas e islas cercanas, determinó embarcar y predicar la fe de C Cristo en tan lejanas playas. Firme en su propósito, llegó a Canaria, eligiéndola como teatro de su predicación. Según la leyenda, hizo muchas conversiones y adquirió tan poderoso influjo en el país que se atrajo el odio de los principales magnates de la misma, temerosos de tal influencia, amotinaron al pueblo y consiguieron darle cruel muerte en medio de los tormentos del martirio, que sufrió “el 13 de las nonas de enero del año 106 de Jesucristo”, se escribió. Sus cronistas dijeron que había desembarcado por un lugar que se identifica actualmente como Arguineguin y que oficiara la primera misa en una cueva en donde posteriormente se veneró una imagen de Santa Agueda, cueva todavía existente en la actualidad.

Viene luego la leyenda del monje San Brandán, llamado también Branda, Brandón, Brandenes y Borondón, que vivía al mediar el siglo VI en la abadía de Cluainfor o Cluainfert, en Irlanda. Durante una visita que le hiciera San Barinto, pudo escuchar de labios de éste el relato de un fantástico y maravilloso viaje:

-Oirás ahora, hermano, las maravillas que Dios, Nuestro Señor, me ha revelado en ese tenebroso océano, cuando, acompañado del hermano Mornoe me dirigía en una embarcación ligera hacia Occidente, en demanda de la isla de Promisión de los Bienaventurados. A poco de principiar el viaje nos vimos envueltos en densas nieblas, hasta que, pasadas unas horas brotó una luz vivísima que nos permitió descubrir una tierra espaciosa y abundante en pastos y frutas. Quince días estuvimos recorriéndola s i n encontrar sus límites y observando que no había plantas sin flores ni árboles sin fruto, siendo de un precio inestimable las piedras sembradas por el suelo. Llegamos por fin a un río que separaba la isla en dos partes, a cuya orilla nos detuvimos, no siéndonos permitido vadearlo porque Dios nos 1o había prohibido. Recorrimos de nuevo la parte de donde habíamos salido, sin sospechar siquiera que, . . . !Habíamos estado a las mismas puertas del Paraíso! . . .

Al escuchar tan estupenda relación, poseído el monje San Brandán de ferviente curiosidad, resolvió emprender por sí mismo un viaje a aquellos deliciosos lugares. Y después de muchas y extraordinarias aventuras, tuvo la suerte de encontrar la isla maravillosa, que recorrió también en toda su extensión, siendo detenido a orillas del río, lo mismo que San Barinto; y se le apareció allí un ángel que Dios le enviaba con tal objeto.

Durante aquel largo viaje, San Brandán y 1os diecisiete monjes que lo acompañaban, entre quienes se contaba el célebre San Malo o San Maclovio , descubrieron varias islas, que la crónica vá señalando de esta forma:

La primera era una isla escarpada, surcada por varios riachuelos, en la que fueron cariñosamente recibidos, renovando allí sus provisiones.

Pasaron luego a otra, abundante en peces y cabras, entre las que había algunas tan grandes como novillos. Desde ella avistaron un islote llano y sin playas donde intentaron celebrar la Pascua de Resurrección, pero el islote principió a moverse y tuvieron que huir precipitadamente, revelando a todos el santo que el tal islote era una gran ballena. Desde la isla de las Cabras descubrieron otra más hermosa, cubierta de bosques y flores, donde los pájaros cantaban deliciosas melodías; Llamábanla el Paraíso de los pájaros y en ella celebraron la Pascua de Pentecostés. Vieron luego

otra isla poblada do cenobitas. en la que descansaron los viajeros hasta la fiesta de Navidad. Este trayecto de isla a isla fue recorrido por ellos en seis años, hasta que al comenzar el séptimo, Dios les permitió ver otras islas, de las cuales una estaba llena de bosques; otra producía frutas de color rojizo y se hallaba habitada por hombres de grandes fuerzas; otra estaba perfumada con hierbas olorosas y preciosos racimos y fertilizada con fuentes cristalinas; y otra, que llamaron Pedregosa, donde los cíclopes tenían sus fraguas se veía iluminada por fuegos intensos. Más al Norte se les apareció una montaña alta y nebulosa a la que dieron el nombre de Infierno; y por último arribaron a una más pequeña donde vivía un ermitaño que les dio su bendición.

Este relato nos demuestra bien claramente que al forjar la fábula se tuvo presente el recuerdo de las Afortunadas, pues creemos que van envueltas en los nombres de: Isla de las Cabras, Fuerteventura; paraíso de los pájaros, Gran Canaria; y la del Infierno, Tenerife, cuyo pico Teide en ignición ya habían notado otros anteriores viajeros. Y la mayor, descrita como la que estaba separada por un río, bien podía ser la fantástica que hoy se conoce sin existir, con el nombre de San Borondon.

(de la obra inédita MAS TRADICIONES CANARIAS por Carlos Platero Fdez.)

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