22 de septiembre de 2010

Sobre la cerámica original canaria

ALGO DE C E R A M I C A O R I G I N A L C A N A R I A



En las islas Canarias, la escasez y pobreza de los materiales a emplear, tanto en épocas prehispánicas como después de haber sido incorporadas al mundo occiden­tal, así como la simplicidad y rusticidad de la vida campesina, crearon en el pasado una artesanía simple y elemental, aunque tan funcional como la que más y que ha servido para que el canario de ámbito rural y dentro de su propio hábitat lo disfrutara con sencilla aceptación. Esta sencillez, tanto en los materiales como en su confección, ofrecen un atractivo y encanto singulares, hoy así reconocido por nosotros, la gente de las ciuda­des isleñas y por el turista, tanto peninsular como extranjero, que hacemos acopio y demanda de esta artesanía tradicional, convertida por las circunstan­cias ya indicadas en "artesanía popular canaria", en la que destaca la de la cerámica, por lo bello de su impronta, aunque simple, de sus formas y por lo que tiene de entronque con la realizada por los aborígenes isleños y la actual, que aún continua, en muchos casos, confeccionándose siguiendo iguales o muy parecidas técnicas.

Sabido es que la técnica de la cerámica, del barro cocido fue común a casi todos los pueblos de la antigüedad, porque en el período de transición que hubo entre el neolítico y la Edad de los metales, al convertirse paulatinamente los hombres de cazadores y pastores nómadas en agricultores, surgió aquélla como un elemento necesario de la vida cotidiana comunal.

Se confeccionó con barro y arcilla no sólo el utillaje doméstico sino también el considerado como un elemento más de ritos religio­sos ornamentos diversos y representaciones idolátricas para el culto.

La cerámica de los aborígenes canarios era de gran riqueza de formas, decorada y aún pintada en algunas zonas localizadas como las de Gran Canaria, considerán­dose también como exclusivas de esta isla las llamadas pintaderas, objetos de barro, piedra o madera con motivos ornamentales vaciados o en relieve y que, según se presume fueron utilizadas por los canarios para tatuarse y también como sellos signo de propiedad. La de la isla de La Palma parece sugerir una clara interdependencia con la de la costa cercana y frontera del Sahara porque en ambos casos es de manufactura tosca y muy simple, de superficies lisas por lo general o decoradas con inci­siones, acanala­duras y relieves, tal como se vieron en las de otros pueblos aboríge­nes de Africa del Norte. Y en la isla de Gran Cana­ria, tal como ya se ha dicho, la cerámica era mucho más variada y perfeccionada, con decoraciones geométricas y bruñido especial, muy parecida a la de los vasos decorados al almagre que se han locali­zado en algunos puntos del Mediterráneo. En la isla de Tenerife se han encontrado unos vasos, supuestamente empleados para el ordeño de las cabras y ovejas, que ofrecían marcado paralelismo con unos que se localizaron en la isla de Chipre. La cerámica más tosca, lisa, de fondo ovoide, que pudo proceder de los primeros grupos humanos llegados acaso a través de Africa, se encuentra preferente­mente en Tenerife, La Gomera y El Hierro. Otro tipo de cerámica incisa, además de en La Palma, apareció en Lanzarote y Fuerte­ventu­ra, como burda aportación de pequeños grupos migratorios de los más recien­tes, que también debieron de proceder de las costas saharia­nas.

La cerámica actual de las islas Canarias se suele trabajar de parecida forma a la que emplearon los aborígenes, de quienes es indudablemente herencia laboral o artesanal directa. Los ceramistas o alfareros, entre los que abunda la mujer, al paso de los siglos siguen usando, por lo general, nada más que las manos y una pequeña cuchilla o paleta para modelar lo mejor posible la obra. Apenas se usa el torno. Y amasan los alfareros el barro, dan forma a la pieza, la secan al sol y la cuecen al horno, procediendo cuando se tercia a decorarla con algún tipo de tinte o pintura especiales aunque muy simples, si el artesano lo considera necesario para una mayor vistosidad del acabado.

El barro se suele trabajar, sentado el manipulador, sea hombre o mujer, en el suelo, teniendo delante de sí como mesa muy baja una laja o piedra plana y, sino, una tabla, que de cuando en cuando se espolvorea con arena del barranco, no de playa. El barro, que previamente ha sido bien amasado, es manejado con fácil agilidad y se convierte pronto en una especie de torta, del tamaño conveniente requerido , que luego se va trabajando, haciéndose el fondo de lo proyectado y estirando una y otra vez los lados, usándose algún sencillo cuchillo, la impres­cindible paletita que puede ser también de una fonolita o canto rodado el que hace tal menester y usando asimismo a veces un pequeño taco de madera con el que se aprieta o apisona, añadiendo más bollos o puñados de barro cuando es preciso, torneando a mano.

Las piezas logradas se secan primero al aire y al sol y luego se cuecen en el horno o, en algunos casos, en hogueras preparadas especialmente, al aire libre.

Y así, de las alfarerías canarias, van saliendo una gran varie­dad de modelos de cerámica de barro, unos de ellos pintados con almagre y otros barnizados o simplemente, nada más que pulidos o bruñidos, entro los que destacan múltiples tipos de vasijas, brase­ros, tostado­res, tallas, cazuelas, etc. Y, en términos generales hoy en día son objetos más que domésticos, como motivos decorati­vos, de adorno. Motivos aborígenes, figuras humanas, de animales, propias a veces para los belenes o nacimientos de la Navidad. Y macetas, tinajas, jarras, jarrones, bandejas, escudillas, tazas y tazones...

Actualmente se cuenta en las islas con destacados centros alfa­reros en los que se practica y enseña la técnica de la cerámica a las más nuevas generaciones. Tales son, entre otros los de La Atalaya, la Hoya de Pineda, El Cercado, Chipude, Lugarejos, Mazo, La Guancha, etc., etc.-

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